por
W. E. Best
W. E. Best
Título del original:
FREE GRACE VERSUS FREE WILL
por
W. E. Best
Este libro es distribuido por el
W. E. Best Book Missionary Trust
P. O. Box 34904
Houston, Texas 77234-4904 USA
FREE GRACE VERSUS FREE WILL
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W. E. Best
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W. E. Best Book Missionary Trust expresa gratitud a los que participaron en el proceso de traducir este libro.
El texto Bíblico corresponde a la versión Reina-Valera, 1960, y a la Biblia De Las Américas [del texto de Nestle] (BLA) cuando se indique. Se indican las traducciones directamente del texto griego por la palabra “traducción” después el versículo.
El texto Bíblico corresponde a la versión Reina-Valera, 1960, y a la Biblia De Las Américas [del texto de Nestle] (BLA) cuando se indique. Se indican las traducciones directamente del texto griego por la palabra “traducción” después el versículo.
“El labio veraz permanecerá para siempre...” lee Proverbios 12:19. Claro que, la verdad es la verdad, pero la verdad puede llegar a ser adulterada. De esto nos debemos cuidar. El hombre de Dios nunca debe torcer las Escrituras o adulterarlas (II Ped. 3:16; II Cor. 4:2). El siempre debe recordar que la verdad está basada en el sentido de la Escritura más bien que de su sonido. La Escritura debe ser comparada con la Escritura para descubrir la verdad de cualquier tema Bíblico.
Esto especialmente se aplica en la discusión continua de la libre gracia en contra del libre albedrío. Juan 6:37, que dice, “y al que a mí viene, no le echo fuera,” suena a muchos como si cualquiera pudiera venir a Cristo. Sin embargo, el sentido del versículo es completamente diferente. La primera parte del versículo declara, “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí....” Así que, sólo aquellos dados al Hijo por el Padre vienen a El.
Las posiciones opositoras de la libre gracia en contra del libre albedrío, el Calvinismo y el Arminianismo, tienen sus raíces en el pensamiento de Agustín y Pelagio, respectivamente. Agustín (354-430) reveló su posición en este punto en sus CONFESIONES. El creyó que cuando Adán cayó, toda su posteridad cayó con él. “Todos los hombres son depravados,” dijo Agustín. El creyó que los hombres no tenían voluntades libres, pero están esclavizados en el pecado. Pelagio (360-420), por otra parte, negó la depravación total del hombre. El acentuó que el hombre tiene un libre albedrío y puede ser salvo cuando él lo desee.
Como Agustín, Juan Calvino creyó en la libre gracia; y como Pelagio, Jacobo Arminio creyó en el libre albedrío del hombre. No había compatibilidad entre las ideas de Agustín y las de Pelagio, y no había ninguna entre los puntos de vista de Calvino y aquellos de Arminio. Además, no hay en el día de hoy armonía intelectual entre aquellos quienes creen en la libre gracia y aquellos quienes creen en el libre albedrío. La anterior sostiene que el Dios soberano está sobre el trono y el hombre está a Sus pies; la posterior da crédito al hombre con autoridad para elegir a Dios o rechazarle.
Los defensores de la libre gracia aceptan la doctrina Bíblica de la predestinación. Ellos también aceptan estas verdades Bíblicas:(1) El hombre es una criatura caída y no tiene un libre albedrío para hacer lo que es espiritualmente bueno. (2) La justificación es mediante la fe, que es don de Dios. (3) Los dones y llamamiento de Dios son dados sin el arrepentimiento de parte de Dios como así también del creyente.
Los defensores del libre albedrío niegan la doctrina Bíblica de la predestinación y afirman las siguientes: (1) La raza humana posee un libre albedrío para hacer lo que es bueno. (2) La justificación viene por una fe que merece la salvación. (3) Puesto que la fe del hombre viene de sí mismo, él no tiene la seguridad de que un día no la perderá. (Los arminianos están divididos en dos grupos sobre este asunto. Algunos creen que una persona puede ser salva el día de hoy y mañana estar perdida. Los otros creen que una vez que una persona es salva ya es siempre salva.)
Ahora que las posiciones básicas han sido esbozadas, consideremos lo que dicen las Escrituras en lo concerniente a la libre gracia en contra del libre albedrío.
1
La idea Bíblica de la libertad de la voluntad sólo puede ser entendida al estudiarla desde el principio de la Biblia. Pero entonces, un estudio de cualquier verdad Bíblica debe comenzar en esta manera. Así como las teclas equivocadas de un órgano tocados equivocadamente traen distorsiones, así unos pocos versículos de la Escritura tomados aisladamente fuera del contexto parecen enseñar cosas que no armonizan con todo la enseñanza de la Palabra de Dios.
La libertad absoluta de la voluntad sólo puede pertenecer a Dios. No hay ley que restrinja la voluntad de Dios, porque El es Su propia ley. Puesto que Dios es soberano, no hay poder que pueda vencer Su voluntad. El es omnipotente. El “...hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Ef. 1:11). La voluntad de Dios es irresistible, fija, y eterna: “...¿Quién ha resistido a su voluntad?” (Rom. 9:19). Es eterna porque Dios no cambia: “Porque yo Jehová no cambio...” (Mal. 3:6). El Señor Jesucristo, la segunda Persona de la Deidad, es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos (Heb. 13:8). Con Dios “...no hay mudanza, ni sombra de variación” (Sant. 1:17). La voluntad de Dios no puede ser cambiada por lo mejor porque Dios no puede ser mejor. No puede ser cambiada por lo peor porque Dios no puede ser menos de lo que El es.
La voluntad de Dios no está sujeta a nadie, pero la voluntad de todo hombre está sujeta a Dios. Dios no determinó salvar a los hombres sobre la base de su voluntad de ser salvo. Si así se hubiera resuelto, la voluntad del hombre determinaría la voluntad de Dios. Pero esto es imposible (y herético)—la libertad de Dios indica que El no está bajo ninguna compulsión fuera de Sí Mismo. El actúa según la ley de Su ser. Dios es auto-movido, e incapaz de pecar.
El más intenso el poder de auto-determinación, la más intensa la libertad. Consiguientemente, la libertad de la voluntad es atribuible sólo a Dios. Toda criatura es responsable a El. Una voluntad auto-determinada a la santidad absoluta—la voluntad de Dios—es marcada por la libertad más alta. La libertad en Dios es la inmutable auto-determinación; viceversa, la libertad en un ser finito—Adán antes de la caída—es la mutable auto-determinación. La verdad de que la libertad en Dios es la inmutable auto-determinación es la llave al remanente de la discusión de la libertad de la voluntad.
La voluntad de Dios es la ley del universo, no la voluntad del hombre. Si no hubiera tal ser como el supremo y determinante Jehová, el universo vendría a ser rápidamente caótico. Si no hubiera libre-elegido amor, todo ministro cerraría sus labios, y todo pecador se sentaría en la muda desesperación. Las Escrituras no registran un ejemplo de una limitación a la voluntad de Dios. Su voluntad de propósito es suprema, y es realizado sin la derrota (Rom. 9:19; Sant. 1:17). Pero nosotros necesitamos distinguir entre la voluntad de Dios de propósito y Su voluntad de mando. Los hombres son responsables de cumplir con la posterior, pero la voluntad de Dios de propósito no es revelada totalmente al hombre: “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre...” (Deut. 29:29).
¿Pero qué de la voluntad de Adán y su auto-determinación? Adán fue creado en un estado de rectitud. La rectitud es un estado más alto que la inocencia: “...Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones” (Ecl. 7:29). Algunos refieren a la rectitud de Adán como “justicia original”; otros la llaman “justicia creada”; y algunos la clasifican “santidad.” La rectitud de Adán fue en un sentido la justicia y la santidad, pero no fue absoluta. La santidad de Adán, justicia, o la rectitud fue mutable, porque Dios no puede crear Dios. Cualquier cosa que Dios crea debe ser menos que Sí Mismo.
Algunos creen que Adán fue creado en un estado de equilibrio o indiferencia. El no fue inclinado ni hacia lo bueno ni hacia lo malo. Así que, él podía volver al Creador o a la criatura. Puesto que volvió a la criatura, él hizo el escogimiento equivocado. Este punto de vista erróneo ha sido refutado por grandes eruditos del pasado. La Escritura refuta la afirmación de que Adán fue creado en un estado de indiferencia.
Un estado actual de indiferencia nunca se ha sabido que exista; una voluntad no entregada nunca ha ocurrido dentro de la consciencia humana. De todos modos, no es necesario asumir una indiferencia absoluta a la santidad y al pecado para explicar la caída de Adán.
La inocencia no describe suficientemente la condición de Adán de la rectitud. La rectitud original consistió de cualidades positivas. Las cualidades positivas intelectuales y morales de Adán antes de la caída fueron manifestadas en su capacidad para nombrar a los animales (Gén. 2:20) y en su compañerismo con el Creador (Gén. 2:15-25). Algún conocimiento de las características de los animales fue necesario para nombrarlos. Además, la rectitud positiva fue necesaria para disfrutar de un compañerismo positivo con Dios.
El hecho de que Dios creó a Adán en rectitud significa que Adán tuvo conocimiento de Dios. Esto es expuesto así: Las tres facultades o los poderes en el alma humano son (en este orden) el entendimiento, el afecto, y la voluntad. El orden no puede ser revertido. El pecado de Eva averigua el orden de las facultades del alma. Ella ganó conocimiento de la fruta prohibida por verla. Su afecto salió hacia la fruta de la cual había ganado conocimiento. Ella entonces ejerció su voluntad al tomar la fruta. Por lo tanto, puesto que Adán fue creado con una comprensión de Dios, una voluntad no entregada fue imposible. La consciencia siempre informa a una voluntad inclinada, no a una voluntad indiferente. Esta es la razón porque la rectitud de Adán estuvo fuera de la inocencia simple.
La rectitud incluye varias características. Adán fue creado recto, un adulto, un espíritu y con una voluntad. El no vino al mundo como todos los otros. El primer hombre fue creado maduro, sin la necesidad del crecimiento y del desarrollo físico y mental. La idea de que Adán tuvo etapas avanzadas en el conocimiento y en el conocimiento es contraria al pensamiento de una madurez creada. La madurez de Adán prueba que él tuvo una voluntad inclinada. El no estuvo en un estado de equilibrio, pero su voluntad estuvo inclinada hacia Dios, su Creador.
En la madurez creada, las facultades intelectuales de Adán contuvieron patrones e ideas innatas. Por lo tanto, su madurez le capacitó no sólo para nombrar a los animales pero también para tener compañerismo con Dios. Adán fue creado un espíritu (Gén. 2:7). La creación de una mente finita, o el espíritu, implica la creación de la rectitud. El espíritu debe ser distinguido de la materia. Los muebles son materia y debe ser movida por fuerza. Adán fue auto-determinado desde dentro. Su capacidad para moverse desde dentro significa su libertad. El fue auto-motivado y no movido por una fuerza externa. El auto-movimiento es la auto-determinación, y la auto-determinación es el hecho de la voluntad.
La voluntad de Adán fue una libre voluntad porque fue auto- determinante. Lo que no es forzado desde fuera es libre—pero no absolutamente. Adán fue responsable a Dios. El fue libre en el sentido de que fue inconsciente de cualquier necesidad impuesta sobre él. La libertad de Dios es inmutable, pero la libertad de Adán fue mutable auto-determinación.
Por el hecho creativo, la voluntad de Adán fue inclinada a Dios—y eso fue antes que hiciera cualquier escogimiento. El fue creado espíritu, y fue auto-determinado al instante que fue creado. Su auto-determinación fue creada con su voluntad. Adán no pudo haber sido creado no inclinado. La creación santa de Adán en la justicia original (o la rectitud) fue ambos creada y auto- determinada. Considerado con referencia a Dios, fue creado. Considerado con referencia a Adán, fue auto-determinante, auto- gobernante, y no forzado desde fuera.
Adán vino al mundo inclinado hacia Dios. La inclinación santa fue al mismo tiempo el producto del Creador y la actividad de la criatura. Adán no se encontró a sí mismo en una posición para elegir al Creador o a la criatura como un final definitivo. El fue inclinado hacia el Creador. Su misma rectitud fue dada por Dios, y no procedió desde su capacidad propia. De hecho, la mutable auto-determinación condujo a su caída, y después de la caída su voluntad fue esclavizada al pecado.
Después de su caída, Adán pasó de la inclinación hacia Dios a la inclinación hacia el pecado. El cambio radical de su voluntad no puede ser explicado por un escogimiento antecedente desde un estado indiferente de la voluntad. El cambio radical no pudo haber ocurrido si Adán hubiera sido creado en un estado de equilibrio. El cayó de un estado de rectitud mutable. El caer de un estado de indiferencia no hubiera sido una caída tan trágica.
Desde la caída de Adán, la voluntad de toda persona está inclinada hacia el pecado por naturaleza. Permanece así hasta que el Espíritu de Dios lo regenera. Entonces, su voluntad es inclinada hacia Dios por la gracia. La obra de la regeneración en el individuo produce así un cambio radical como la caída causó en Adán. Un hombre regenerado ha sido creado nuevamente en Jesucristo: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras...” (Ef. 2:10). El hombre nuevo es “...revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó” (Col. 3:10). “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos...” (Ef. 2:1). “...Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13). Dios da un corazón nuevo y un espíritu nuevo (Ezeq. 36:25-27).
La rectitud original de Adán fue auto-determinada pero no auto-originada. Su caída, sin embargo, fue ambos auto-determinada y auto-originada. La doctrina de concurrencia—la cooperación—no puede ser conectada con el pecado de Adán o con su caída. Dios no es el autor ni del pecado de Adán ni de su caída.
La primera existencia de una virtud no podría haber venido desde el hombre, porque Dios es la causa original de todas las cosas. Sin embargo, Dios usa las causas segundas. Adán, la segunda causa, fue creado en un estado de la mutable auto-determinación, que permitió la posibilidad de su caída. Y sí cayó cuando se fue desde una inclinación hacia Dios a una egoísta, ego-céntrica inclinación. La inclinación pecaminosa es el producto de la criatura y su actividad.
Adán mutable, diferente de su Creador inmutable, podría y sí perdió su rectitud. Adán fue capaz de perseverar en su santa auto-determinación, pero también fue capaz de comenzar una auto-determinación pecaminosa. Su auto-determinación fue para un final definitivo y no para un escogimiento de medios hacia un final.
La inclinación difiere de la volición como el final difiere de los medios. Adán cayó en su corazón antes de que comiera la fruta prohibida. Eva, el vaso más débil, fue engañada pero Adán no fue engañado. El fue auto-determinado; esto es, deseó comer para poder estar con su esposa. La inclinación precedió a su escogimiento. También Eva había pecado en su corazón antes de que pecara externamente.
No es el hecho de cometer un pecado lo que hace a uno un pecador. Uno es ya un pecador antes de que el hecho sea cometido. El Señor Jesucristo identificó el pecado como aquel que procede del corazón: “...cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mat. 5:28). El deseo que precede la volición es pecado.
Comer la fruta prohibida no originó la inclinación de Adán, sino que así se manifestó. Su voluntad se inclinó a un final, y escogió los medios para realizar el resultado final. La voluntad escoge porque está inclinado ya.
Esta es la razón por la que no hay compatibilidad entre el evangelio social y el evangelio presentado en la Palabra de Dios. Aquellos quienes proclaman un evangelio social afirman que los hombres no son responsable por los hechos de pecado. Ellos atribuyen el pecado a condiciones sociales o ambientales, que alivian a los pecadores de su responsabilidad al cometer pecado. Pero esto es un disparate. El pecado no puede ser atribuido a otra persona o cosa. Adán culpó a Eva por su pecado, y sutilmente puso la culpa en Dios Mismo, quien le había dado Eva. Pero la racionalización de Adán no alteró los hechos. El había pecado responsablemente. El había ido desde la inclinación hacia Dios hasta la inclinación para satisfacer su propio deseo perverso.
La determinación pecaminosa de Adán se originó dentro de sí mismo. Dios no colaboró en la perversa auto-determinación de Adán. El creó a Adán una persona libre. Los arminianos mantienen que un hombre no puede actuar libremente a menos que tenga la capacidad de cancelar su hecho. Sin embargo, esto no es válido. Si un hombre se avienta de un edificio para suicidarse, aunque cambie su mente mientras se está cayendo, él no puede volver a la punta del edificio. Su auto-determinación es un hecho libre, pero él no puede revertir el hecho. En este mismo sentido, una vez que Adán pecó no pudo volver a su estado original. El cayó—cuerpo, alma, y espíritu.
La caída del hombre ha sido comparada al derrumbamiento de un edificio dilapidado de tres pisos. El espíritu del hombre puede ser comparado con el piso de arriba, su alma con el segundo piso, y su cuerpo con el sótano. El primero en ser afectado por la caída fue su mente, o espíritu. Sus emociones fueron influenciadas, y ambos el intelecto y las emociones influenciaron su cuerpo. El piso de arriba cayó en el segundo, y ambos cayeron en el sótano. El hombre fue totalmente afectado en la caída. Esta es la razón por la que la gente muere físicamente (Rom. 5:12). Una vez que Adán fue auto-determinado para volver desde Dios y satisfacer sus propios deseos, él no pudo volver a su estado original de justicia.
Una volición puede cambiar una volición, pero nunca puede cambiar una inclinación. Un escogimiento puede cambiar a otro, pero no puede cambiar el deseo original. Una persona puede escoger cometer homicidio, y antes de tirar del gatillo del revólver, cambiar su mente. El ha hecho un escogimiento. Su segundo escogimiento ha contrariado la primera, pero no borró la inclinación perversa de homicidio que estuvo en su corazón. La inclinación puede ser quitada sólo por la gracia de Dios. Solo el poder de Dios puede vencer y hacer lo que el hombre no puede hacer por sí mismo.
Entonces, por lo tanto, la potencialidad para revertir una inclinación pecaminosa no es necesaria para hacer a una persona responsable por la inclinación. La única cosa necesaria es que él la origine. Adán originó su auto-inclinación pecaminosa. El no sólo fue el causante sino que también fue activo en el origen. Antes de la caída, el poder para auto-determinar la maldad fue innecesario a la santidad auto-determinante de Adán.
Es importante entender que la comprensión de Adán fue inalterable, pero su voluntad sí fue mutable. Ciertos hechos, tales como los rudimentos de aritmética, no pueden ser no entendidos. Sin embargo, la voluntad puede ser radicalmente y totalmente cambiada. La caída de Adán fue una revolución, no una evolución.
Vamos a resumir. Adán en su caída no escogió entre Dios y la criatura. El pecado de Adán en el jardín del Eden no fue cometido en un estado de indiferencia, como si Dios estuviera a su diestra y el deseo perverso a su izquierda. El estuvo en un estado de rectitud, inclinado hacia Dios, pero por la auto-determinación se volvió de Dios a la maldad. Este no fue un escogimiento entre el Creador y la criatura. El se fue desde una inclinación hacia Dios a una inclinación hacia la maldad, y ésta fue su caída.
La espontaneidad en un animal es simplemente el instinto físico, pero la espontaneidad en un hombre está basada en una capacidad para razonar y comprender. El es un ser racional y no actúa por simple instinto. La inclinación precede el hecho del hombre. Algo apela a su comprensión, sus afectos son influenciados, y consiguientemente actúa con su voluntad. Los arminianos, por otra parte, afirman que la voluntad es ambos el determinante y el determinado. Esto indicaría que la voluntad es ambos la causa y el efecto. Pero nosotros hemos visto que la voluntad es la última de las tres facultades ordenadas del alma. No causa una inclinación. Si es que la voluntad causa el entendimiento, fácilmente podemos decir que la cola menea al perro. Si una persona tiene una mente espiritual y ha oído cosas espirituales, sus afectos son movidos hacia esas cosas, y él actúa consiguientemente.
Después de la caída, la voluntad de Adán fue esclavizada al pecado y había perdido su libertad natural. Permítanos afirmar aquí que la libertad moral no es esencial a la libertad natural. Un hombre puede escoger a su esposa, profesión, hogar, etcétera, pero él no tiene el poder para escoger lo que es espiritual. No es necesario para un hombre tener la capacidad espiritual para que su voluntad actúe naturalmente.
Los hechos de la voluntad del hombre son de dos tipos: (1) Las acciones del alma que son manifestadas en hechos físicos. Uno decide hacer algo y se mueve en esa dirección. Muchos siguen un hecho del alma cuando pasan al frente al altar, ante la congregación de la iglesia afirmando que están siguiendo a “Jesús.” (2) Las acciones del alma que ocurren dentro del alma misma. Esto sucede cuando uno quiere amar a Dios. No puede ser realizado por el hombre natural quien odia a Dios (Rom. 3:8-18; Juan 3:19-21). Si el deseo de una persona de conocer al Señor es sinceramente motivado por el Espíritu de Dios, él no busca al Señor en vano (Mat. 7:7). El que sinceramente busca al Señor da evidencia de la obra interior de la gracia de Dios; haremos bien en recordar que Dios no comienza algo que El no va a terminar.
Desde la caída, el hombre por naturaleza sólo puede hacer lo malo. Sin embargo, cuando una persona es nacida de nuevo, él tiene la potencialidad de hacer el bien. Aunque él sea inclinado fuertemente hacía el bien, él todavía es tentado y a veces hace lo malo. Cuando se llegue a la gloria esto ya no será más el caso pues el hombre será inclinado sólo a hacer el bien.
2
Hubo un cambio radical en la voluntad de Adán en la caída, y él fue capacitado para volver a Dios por otro cambio radical. No fue Adán quien buscó a Dios, sino más bien Dios quien buscó a Adán. La voluntad esclavizada no puede por sí misma amar a Dios. Entonces, los hombres quienes aman a Dios lo hacen porque Dios les amó primero (I Jn. 4:10).
La voluntad esclavizada es controlada por sus afectos, que son terrenal, animal, y diabólica (Sant. 3:15). Como la voluntad de Adán actuó según su naturaleza después la caída, así, la voluntad de cada pecador es libre sólo para actuar según su naturaleza. La acción de la voluntad es determinada por la naturaleza de la persona que hace el escogimiento. La mente carnal es enemistad contra Dios (Rom. 8:7). Solo la gracia de Dios puede cambiar la voluntad que es esclavizada al pecado y causarla llegar a ser esclavizada a Jesucristo. La libertad verdadera es encontrada sólo en esta esclavitud: “Porque el que en el Señor fue llamado siendo esclavo, liberto es del Señor; asimismo el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo” (I Cor. 7:22). El testigo Bíblico a la libertad es limitada a la relación del hombre a Dios.
La esclavitud del hombre no significa impotencia pero más bien pecado, culpabilidad, rebelión, y alienación del Omnisciente. El pecado del hombre no manifiesta su libertad pero su esclavitud. La primera lección que una persona debe aprender es que él no tiene ni la voluntad ni el poder para salvarse a sí mismo. Dios da ambos en la regeneración. El cambio de la voluntad en la regeneración es tan radical como el cambio en la voluntad de Adán cuando cayó. El disfrutó la libertad antes de su caída; después su voluntad se hizo esclavizada. Ninguna persona desde Adán jamás ha tenido un libre albedrío. Los hombres son agentes libres, pero ellos no tienen libre albedrío. Una persona quien atribuye la salvación al libre albedrío del hombre no sabe nada de la libre gracia.
Uno que se adhiere a la doctrina del libre albedrío del hombre recientemente hizo las siguientes declaraciones: Desafortunadamente Dios no tiene poder sobre la voluntad del hombre; es decir, que Dios no puede salvar a una persona contra su voluntad, pero a la vez, El no quiere que ninguno perezca. Dios ha hecho posible que todos los hombres sean salvos, pero la Biblia indica que la salvación depende en la disposición del hombre para ser salvo. Sería un tipo de tiranía si Dios salvara a la gente en contra de sus voluntades. Y por el libre albedrío del hombre, es obvio por la misma definición de las cosas que el hombre puede negar la voluntad de Dios y frustrar Su plan benévolo.
Las declaraciones arriba son hechas frecuentemente por la gente quienes creen en el libre albedrío. Ellos deshonran al Dios soberano y enaltecen al hombre caído. Los hechos aquí son de que la voluntad de toda persona no salva es esclavizada al pecado. El es libre para ir en una sola dirección. Como una cascada, él es libre para ir hacia abajo. Los pecadores son libres de actuar según sus naturalezas depravadas. El hombre no tiene ni la voluntad ni la capacidad para venir a Cristo: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere...” (Juan 6:44). “Y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan 5:40).
La controversia ha existido y continúa existiendo en cuanto a la (1) naturaleza, (2) libertad, y (3) poder de la voluntad:
1. Aquellos quienes creen que la naturaleza de la voluntad del hombre es tal que él puede ser salvo en cualquier tiempo que él lo desee siguen la enseñanza de Pelagio. Los arminianos creen que la voluntad se determina a sí misma. Ellos hacen que la voluntad sea soberana, declarándola ser el determinante y el determinado. Así que, su creencia hace que la voluntad sea separada de las otras facultades y la coloca primero en el orden de los poderes del alma humana.
Los semi-pelagianos creen que la voluntad del hombre es libre pero necesita alguna asistencia del Señor. Uno de los dogmas de los Católicos Romanos los colocan en esta categoría concerniente a la naturaleza de la voluntad.
Durante la Reforma entre los años 1545 y 1563, la jerarquía de la Iglesia Católica Romana se juntó intermitentemente para formular su dogma. Su cuarta ley del canon afirmó, “Si cualquiera dice, que el libre albedrío del hombre, movido y excitado por Dios, por asentir a Dios excitando y llamando, en ninguna manera coopera hacia disponerse y prepararse para obtener la gracia de la justificación; que no puede negar su consentimiento, si lo hiciera, pero que, a veces inanimado, no hace ninguna cosa y es simplemente pasivo; que sea anatema.” El propósito para la reunión del concilio no fue sólo para definir la doctrina como ellos la creyeron pero para condenar a los Reformadores.
Los Reformadores primitivos enseñaron que había dos facultades del alma humana—entendimiento y voluntad. Ellos verdaderamente afirmaron que el entendimiento es primero la cognoscitiva, o perceptiva, capacidad de la mente, y el entendimiento es comprendido no sólo del intelecto pero también de la conciencia del hombre. Sin embargo, un estudio más completo del tema reveló que había tres facultades en el alma humana—el entendimiento, la sensibilidad, y la voluntad. Luego, los teólogos creyeron que las tres facultades fueron mejor expresadas por referirlas como el entendimiento, el afecto, y la voluntad. (El afecto fue metido en el lugar de la sensibilidad.) Y así, vemos que el alma es una trinidad: Su intelecto es el poder de saber; sus afectos son el poder de sentir; y su voluntad es el poder de escoger. La voluntad es influenciada por lo que es oído y entendido; los afectos son afectados por el entendimiento; y la voluntad es influenciada a volición.
La voluntad del hombre no puede ser el determinador y determinado, la causa y el efecto, o el soberano y sirviente. Esto colocaría la voluntad primero en el orden de las facultades del alma. Afirmar que la voluntad está aparte de las otras facultades del alma afirma que hay un hombre dentro de un hombre quien puede revertir el hombre y atacarle y quebrarle en pedazos. La idea que la libertad de la voluntad ordena, determina, e influye a sí misma a escoger es contradictorio. Si la voluntad es influenciada, o determinada, como los arminianos declaran, algo debe causar que sea influenciada, o determinada.
La voluntad es una agente auto-determinante, pero no es ambos determinador y determinado. ¿Cómo puede la mente actuar primero y, por su propio hecho de escoger, determinar cual motivo será la razón para su escogimiento? Eva escogiendo y comiendo la fruta prohibida fue influenciada: Satanás la engañó, al decirle que ella sería como los dioses. Por lo tanto, su intelecto fue influenciado, su afecto se fue a la cosa prohibida, y escogió tomarla. Tomar la fruta fue un hecho de la voluntad, pero su voluntad fue influenciada.
El hombre tiene el poder para discernir, discriminar, y expresarse a sí mismo. El intelecto percibe lo que será hecho; la conciencia instruye a la mente en lo que debe ser hecho. Por lo tanto, el entendimiento es la facultad estacionaría del alma. Puede ser pervertido mediante la instrucción inadecuada, pero no puede ser radicalmente cambiado.
Adán retuvo sus capacidades intelectuales después de su caída, y continuó haciendo escogimientos naturales. Todo pecador escoge las cosas naturales. No obstante, él no puede hacer escogimientos espirituales porque él es depravado, es un enemigo de Dios, aborrece a Dios, y su voluntad no está inclinada hacia Dios. Aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas (Juan 3:19-21).
Toda persona no salva es auto-céntrica y aborrece cualquier cosa que intervenga con su concentración en sí mismo. El desea su propia voluntad, no se preocupa acerca de la voluntad de otros, y desprecia la voluntad de Dios. Su voluntad queda en aquella condición hasta que es cambiada por la gracia de Dios. El corazón naturalmente duro debe ser quitado por Dios y reemplazado con un corazón nuevo (Ezeq. 36:26).
Aunque los Israelitas fueron la gente escogida de Dios, ellos tuvieron que ser traídos al fin de sí mismos. La providencia de Dios les causó ir a Egipto y servir bajo capataces hasta que conocieron su impotencia. Dios les dio el deseo para el rescate, y ellos clamaron a El para recibirlo. Dios oye el clamor de toda persona en cuyo corazón El ha hecho la obra de gracia, y da el deseo para el rescate de las cosas mundanas y una delicia en cosas espirituales. Ninguna persona desea la salvación en vano, porque el Dios quien da el deseo también satisface.
La persona quien desea oír el evangelio y es atraído al hecho que Dios de tal manera le amó que dio Su Hijo para morir en su lugar como el Sustituto tiene una obra de gracia ya en su corazón. La voluntad, la última facultad del alma, es determinada por cosas precedentes—el entendimiento de la mente y afecto del corazón.
Después que uno ha comenzado el andar Cristiano, su deseo para el Señor y las cosas del Señor nunca disminuyen. Lo que es mejor, el celo aumenta con el crecimiento en la gracia y conocimiento. La seguridad, la estabilidad, y la esperanza son ganadas mediante el conocimiento que Dios trae a la fruición cualquier cosa que El comienza.
2. La controversia existe sobre la libertad de la voluntad. Los pelagianos mantuvieron que hay libertad absoluta de la voluntad. Los semi-pelagianos creyeron que Dios da capacidad igual a todos los hombres, y que algunos la usan para llegar ser Cristianos, y los otros la usan para rechazar a Jesucristo.
El diccionario define al libre albedrío como la doctrina que la acción humana expresa el escogimiento personal y no es determinada por fuerzas divinas o físicas.
Los arminianos definen el libre albedrío como un poder en la voluntad humana por el cual una persona puede aceptar o rechazar la salvación. Su creencia que el libre albedrío del hombre lo capacita para escoger lo bueno o lo malo niega a la depravación. (La mayoría entre los religiosos son clasificados con los arminianos.)
Sin embargo, la Escritura declara que no hay uno que puede resistir la voluntad de Dios (Rom. 9:19). Si una persona fuera de Jesucristo tiene la capacidad en su propia voluntad de aceptar o rechazar a Jesucristo, él tiene mayor capacidad que un Cristiano, porque la voluntad de un Cristiano está sujeta a la voluntad de Dios (Fil. 2:12, 13).
Los defensores de la libre gracia adecuadamente distinguen la agencia libre del libre albedrío. La voluntad del hombre no es libre. Por su caída, la voluntad del hombre es predispuesta naturalmente hacia la maldad. Siempre está inclinada hacia lo que a Dios deshonra. El hombre caído es libre para actuar según su naturaleza depravada. El es libre de la justicia y libre al pecado: “Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia” (Rom. 6:20). Aun las cosas correctas y honradas (desde el punto de vista de la justicia cívica) son desempeñadas de motivos egoístas y no para la gloria de Dios. Uno debe poseer la gracia de Dios para hacer algo para la gloria de Dios.
Un agente libre tiene el poder para desear y para actuar como dicte su voluntad. La agencia libre es el poder para decidir según el carácter de uno. Toda persona es un agente libre porque no es forzado desde afuera, pero él no tiene un libre albedrío hacia Dios. Todo individuo es atado desde dentro y sólo puede actuar según su propia naturaleza depravada.
Libre albedrío asume una capacidad en la voluntad misma para escoger lo bueno o lo malo. Por supuesto, esto no puede ser cierto en una voluntad depravada. Una voluntad que espontáneamente y de sí misma escoge la santidad no puede ser llamada depravada. Pero tal voluntad no existe en cualquier ser humano. Ninguna persona puede aceptar a Jesucristo por su propia volición. La voluntad humana es depravada naturalmente. Un individuo hace lo que su voluntad desea. El va hacia abajo como un automóvil sin un motor hasta que Dios por Su gracia cambia su curso. Uno quien ejercita su voluntad para aceptar a Cristo, entonces, ya se le ha sido dado una voluntad nueva y cambiada en la regeneración.
En la caída el hombre no perdió las facultades necesarias para hacerle una persona responsable. El no perdió su razón, conciencia, o libertad de escogimiento; pero sí perdió su libertad moral, el poder para hacer escogimientos espirituales. El hombre no es un agente moral y libre porque él no puede escoger entre lo bueno y lo malo. El sólo escoge la maldad.
La auto-determinación de Adán a la maldad comenzó y terminó con sí mismo. Dios no fue involucrado en ello. Viceversa, el cambio radical que ocurre en la regeneración es auto-determinación impulsado por el Espíritu de Dios. En la regeneración, la dureza que previene la voluntad a actuar en la dirección de Dios es quitada (Ezeq. 36:25-27). Por lo tanto, por el poder de la gracia, la voluntad que una vez fue inclinada a la maldad es ahora inclinada a Dios. La operación de Dios en la voluntad esclavizada no es forzada desde fuera. El hace la voluntad tierna y flexible desde dentro. El Espíritu Santo es la causa eficiente, y el espíritu humano es el recipiente de la involucración del Espíritu en la inclinación de la voluntad hacia Dios.
3. La controversia existe acerca del poder de la voluntad. Los arminianos creen que la voluntad tiene la capacidad para ordenar, determinar, e influenciar sí misma para actuar con respecto a lo bueno o lo malo. Ellos creen que el hombre no puede ser libre sin aquel poder. Pero ellos confunden la disposición del hombre con su capacidad.
Si uno admite el libre albedrío (en el sentido que la determinación absoluta de sucesos es colocada en las manos de los hombres), él pondría al hombre en una posición mayor que Dios, haciendo la voluntad de hombre principal y la voluntad de Dios secundaria. Pero nosotros sabemos que la voluntad de Dios precede a la voluntad del hombre. No es dependiente de la voluntad de ninguno. El arminiano hace un dios de su propia voluntad. Consiguientemente, él debe creer que hay tantos dioses como tantas voluntades libres, lo cual es un tipo de politeísmo.
No hay validez en la declaración del arminiano que Dios dio la misma capacidad a todos y algunos la usan para aceptar a Jesucristo mientras que otros la usan para rechazarle. Esto confunde la repugnancia del hombre para responder a Cristo con su inhabilidad. Sin embargo, los dos deben permanecer separados.
Agustín negó que el hombre caído tenía la capacidad de sí mismo para venir a Dios. El hizo algunas declaraciones importantes concerniente a la voluntad humana: (1) La libertad del hombre antes de la caída fue la potencialidad para pecar o no pecar. (2) Desde la caída, el hombre tiene libertad para pecar pero no capacidad hacer el bien. (3) En el cielo, el hombre tendrá libertad para hacer el bien pero no el mal.
Agustín es correcto en su negación que el hombre caído tiene la capacidad de sí mismo para venir a Dios. Sus distinciones concerniente a la voluntad humana son también correctas. En contraste con Agustín, el Cristianismo profesante es quitado lejos de la enseñanza de la Iglesia Primitiva. Lo más lejos que los hombres lleguen de la enseñanza primitiva y apostólica, lo mayor de su apostasía. Agustín afirmó que la libertad de hombre antes de la caída fue la capacidad para pecar o no pecar. Esto es como decir que Dios dio poder al hombre para perseverar o no perseverar. (Adán fue una persona pecable y no perseveró.) Agustín distingue entre la agencia libre y el libre albedrío en su declaración que desde la caída el hombre tiene la libertad para pecar. Como un agente libre, el hombre tiene la libertad para pecar, pero él no tiene la capacidad para hacer el bien. Como Agustín declaró, el hombre tendrá la libertad de hacer el bien en el cielo.
Antes de la caída, Adán fue un agente libre. El hombre es un agente libre ahora, y él será un agente libre en la eternidad. Pero él está caído ahora y no puede dejar de pecar: “Tienen los ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar...” (II Ped. 2:14). El hombre en la gracia tiene conflicto con el pecado (Rom. 7), pero él puede confesar sus pecados y así ser restaurado al compañerismo con el Señor. El curso general del hombre en la gracia es siempre hacia arriba: “...la senda de los justos es como la luz de la aurora, Que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Prov. 4:18). En el cielo, el hombre tendrá la libertad para hacer el bien, pero él no será capaz de hacer lo malo. A lo largo de la eternidad él usará su agencia libre para alabar y honrar el Señor.
Los Reformadores enseñaron que la agencia libre pertenece a Dios, los ángeles, los santos en la gloria, los hombres caídos, y Satanás mismo. Los Puritanos afirmaron que el hombre no tiene la capacidad para cambiar su estado moral por un hecho de voluntad.
Los Reformadores estuvieron correctos en su afirmación. Dios es un agente libre, pero El no puede hacer la maldad. El hace lo que a El le place pero no puede hacer nada contrario a Su naturaleza. Los escogimientos pueden ser hechos sólo según la naturaleza de uno. Por lo tanto, el hombre fuera de Jesucristo no puede hacer escogimientos positivos o espirituales. Una persona puede mejorar sus circunstancias y ambiente, pero sin un cambio en la naturaleza, él no puede mejorar su condición espiritual. De hecho, su final será peor que su principio (Mat. 12:43-45; II Ped. 2:20-22).
Satanás no puede recobrar la bendición perdida por un hecho de su propia voluntad; ni puede el hombre. Ninguna provisión fue hecha para la recuperación de Satanás, y ninguna provisión se ha hecho para la recuperación de los ángeles caídos. Los ángeles caídos son reservados en cadenas esperando el castigo (II Ped. 2:4; Jud. 6). Cuando Dios eligió algunos de los ángeles, El los guardó de una caída. Sin embargo, El no previno la caída de toda la humanidad en Adán. Algunos de entre la humanidad caída fueron escogidos para ser salvos. Por lo tanto, hay esperanza para los elegidos en Jesucristo de entre la humanidad, pero no hay esperanza para los ángeles caídos.
Satanás tuvo el poder de auto-determinación. El no fue tentado desde adentro como fue Eva (o como fue Adán tentado mediante Eva). No había nada fuera de Lucifer para tentarle. Esta es la razón por la cual su caída lo dejó sin esperanza.
Los Puritanos correctamente afirmaron que el hombre no tiene la capacidad para cambiar su estado moral por un hecho de la voluntad. El hombre debe ser un agente libre para ser responsable a Dios. Sin embargo, uno no puede atribuir la agencia moral al hombre. La agencia libre es el poder para decidir según el carácter de uno. El libre albedrío es el poder de cambiar el carácter de uno por volición o escogimiento. La agencia libre pertenece a todo hombre, pero el poder para cambiar el carácter de uno por el ejercicio de la voluntad no pertenece a la humanidad. El hombre es libre para usar su mano, pero la mano no es libre. Sólo hace lo que el hombre le manda. Es un esclavo a sus músculos. Una persona no salva debe actuar en armonía con su naturaleza engañosa, depravada, y malvada. El no puede actuar al contrario de lo que se le es mandado por su corazón.
El mismo Dios quien ha ordenado todos los sucesos ha ordenado la agencia libre del hombre en medio del curso de los sucesos que El preordenó. El evangelio no es forzado sobre los elegidos contra sus voluntades (Sal. 110:3). Sus voluntades son cambiadas mediante la regeneración, que los hace dispuesto a aceptar el evangelio.
3
Hay un relato proverbial que el pecado es un niño a quien nadie quiere reclamar. Ninguna persona en su estado de depravación quiere admitir que el niño es suyo. Los hombres están ansiosos por cometer pecado, pero ellos son reacios para admitir que lo concibieron o lo dieron a luz.
El apóstol Santiago trazó el pecado desde su propia fuente a su resultado final (Sant. 1:13-15). La tentación para pecar no es de Dios, pero de uno mismo. En cada sociedad, los hombres han comenzado muy temprano en la vida buscando echar fuera la carga del pecado de sí mismos a otro. “Se descarriaron hablando mentira desde que nacieron” (Sal. 58:3).
Santiago indicó el origen del pecado de hombre cuando dijo que todo hombre es tentado cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. El apóstol no dijo que el hombre es atraído por Dios, las circunstancias, o Satanás. La palabra tentación es usada en dos maneras en la Escritura: (1) Significa prueba cuando es atribuida a Dios. Dios probó la fe de Abraham (Gén. 22:1-14). Por ser sobrenatural la fe de Abraham, él fue capaz de soportar la prueba. (2) Esta indica un empeño por la pretensión u otros medios para atraer a una persona en el pecado (Sant. 1:13-15). Esa tentación no es de Dios pero del corazón propio del hombre.
El hombre es tentado cuando es atraído por su propia concupiscencia. Aquí Santiago no sólo se estaba refiriendo a la impureza sexual. El hablaba de la corrupción que poseen todas las facultades respectivas del alma—el entendimiento, el afecto, y la voluntad.
Algunos han estado equivocado en tratar de determinar las causas del pecado. Los hombres han culpado a Dios Mismo por el pecado. El decreto de Dios no es una causa de pecado. La distinción apropiada debe ser hecha entre el decreto de Dios y la acción actual que trajo el pecado a la existencia. El decreto de Dios no tiene influencia causal en la acción pecaminosa, puesto que un decreto no opera a efectuar la cosa decretada. El propósito de Dios es una cosa y Su hecho actual en traer en existencia lo que ha propuesto es otra. El pecado entró en el mundo por la caída de Adán y no por la mano creativa de Dios.
Toda cosa decretada se llevará a cabo en el tiempo, pero la presciencia de Dios de una acción no hace necesaria la acción. Cualquier cosa que el hombre hace, buena o mala, la hace con tanta disposición como si estuviera realmente libre su voluntad. La presciencia de una acción no influye activamente la acción en sí. Dios permanece omnisciente, y El sabe todas las cosas que el hombre hará. No obstante, debemos distinguir entre la presciencia de Dios de una cosa y la actividad de la cosa preconocida.
Los hombres también han culpado a cuerpos celestiales por la maldad sobre la tierra. Pero las estrellas y los planetas no influyen en nada sobre hombres ni los impelen a hacer el mal. La astrología es una ciencia falsa que profesa interpretar la influencia de los cuerpos celestiales en cuanto a los asuntos terrestres. La llamada ciencia de astrología es un ataque directo a Dios. El intercambio entre estrellas y un alma humana es imposible porque el intercambio entre objetos inanimados y animados es imposible. (El sol, la luna, y las estrellas influyen las cosas que tienen una naturaleza común con sí mismos.)
Los astrólogos no saben nada acerca de la gracia de Dios. La Biblia los condena, clasificándolos con magos y encantadores (Dan. 1:20; 2:2, 10, 27; 4:7; 5:7, 15). Isaías los llamó los que observan las estrellas y los que cuentan los meses para pronosticar (Isa. 47:13), y rogó a la gente que se libraron de ellos.
Ni son la providencia, los tiempos, la gente, y las circunstancias las causas del pecado. Solo son las ocasiones para pecar. Estos son medios indirectos por los cuales los hombres acusan a Dios con su propio pecado. Un hombre niega su responsabilidad para el pecado cuando echa la culpa a algo o a alguien para su propio pecado. Los Cristianos rehúsan atribuir su pecado a Dios. Cuando la providencia de Dios puso a Betsabé ante los ojos de David, David no acusó a Dios con su pecado de adulterio. La providencia de Dios puso un barco a la disposición de Jonás, pero Jonás no acusó a Dios con su pecado de huir en el barco y de buscar evitar cumplir con la comisión de Dios a él. La corrupción de los tiempos sólo sirven como una ocasión para traer a luz la manifestación de las voluntades depravadas de los hombres perdidos.
Ni es la constitución y condición del cuerpo de hombre una causa de pecado. La reacción a ciertos químicos en el cuerpo de una persona no le causa a pecar. El cuerpo fue hecho para servir, no para ordenar. La causa de la maldad se encuentra más profundo de lo que es revelado en el hecho del pecado mismo. Muchas irregularidades del cuerpo realmente vienen del corazón, y no viceversa: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9). Toda maldad procede desde el corazón: “Pero lo que sale de boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias: Estas cosas son las que contaminan al hombre...” (Mat. 15:18-20). El cometer actual de los hechos de pecado no causa la culpabilidad de la persona por estos hechos. Más bien, la determinación de la voluntad del hombre lo hace un alcohólico, un adúltero, un ladrón, o un mentiroso: “Tienen los ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar, seducen a las almas inconstantes, tienen el corazón habituado a la codicia, y son hijos de maldición” (II Ped. 2:14). Una persona con ojos llenos de adulterio es uno quien es prendido totalmente y ocupado en la mente, el corazón, y la voluntad por mirar con el deseo. Esto mismo es verdad con todo tipo de pecado.
Ni puede el hombre justamente acusar a Satanás por su pecado. Satanás es el tentador, y él es detenido como responsable por la tentación, pero aquellos quienes ceden a su tentación no tienen excusa. Un hombre puede planear un robo y encargarle a otro hombre efectuar sus planes, pero el segundo hombre no es libre de culpa. El también es responsable por el crimen. En la misma manera, los individuos quienes ceden a las tentaciones de Satanás son responsables por su consentimiento.
¿Cuál, entonces, es la causa del pecado? Se encuentra en la voluntad depravada del hombre. Jacobo Arminio declaró que todos los hombres no regenerados, por su libre albedrío, tienen el poder de resistir al Espíritu Santo, rechazar la gracia ofrecida de Dios, condenar el consejo de Dios concerniente a sí mismos, rechazar el evangelio de gracia, y rehusar abrir sus corazones a El quien toca. Esto es herejía. Un arminiano más reciente, siguiendo la enseñanza de Arminio, correctamente afirmó que el hombre es totalmente incapaz de salvarse a sí mismo, pero heréticamente afirmó que el hombre es capaz de ejercitar sus facultades de razonamiento y libertad de la voluntad y el escogimiento.
El arminiano proclama, “¡libre albedrío!” como si la voluntad sola se hubiera escapado de la caída—como si el pecado de Adán no hubiera afectado aquella noble facultad virgen. Cuando un arminiano conservador y un liberal discuten el tema del libre albedrío de hombre, el arminiano afirmará que el hombre tiene un libre albedrío, y el liberal declarará que él tiene una chispa divina. Sin embargo, el libre albedrío y la chispa divina esencialmente no difieren. Los dos puntos de vista son erróneos.
El hombre es depravado—esclavizado al pecado. ¿Si el hombre tiene un libre albedrío para escoger lo bueno o lo malo, por qué universalmente los hombres escogen la maldad? La razón es que su depravación alcanza aún a sus voluntades: “Y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan 5:40). Los hombres aman a las tinieblas porque sus obras son malas. Ellos aborrecen la luz y a ella no vendrán porque no quieren que sus obras sean expuestas (Juan 3:19-21).
Según los arminianos, el pecador posee el libre albedrío sólo mientras que es un pecador. Cuando uno llega a ser un hijo de Dios, él se sujeta a la voluntad de Dios. Los arminianos dicen que todos los hombres pueden creer, pero la Biblia enseña que ellos no pueden creer a menos que sean ovejas de Cristo (Juan 10:25-27). Los arminianos afirman que todos los hombres pueden venir a Cristo, pero la Biblia enseña “ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere...” (Juan 6:44).
Los arminianos hacen el mayor subordinado a el menor, pero la Biblia prueba que Dios es mayor que los hombres. Por lo tanto, no hay compatibilidad entre las filosofías de aquellos quienes creen en el libre albedrío y aquellos quienes creen en la libre gracia. Todos quienes han recibido la gracia del Dios soberano siguen la enseñanza de la Palabra de Dios acerca la libre gracia.
El hombre depravado es engolosinado y engañado voluntariamente, atraído por su propia concupiscencia. El es provocado desde su propia concupiscencia: “...la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (II Ped. 1:4). El mundo es sólo el objeto, no la causa de su pecado. La concupiscencia significa el deseo para y la inclinación hacia las cosas ilícitas. El deseo para placeres ilícitos es el vicio de la sensualidad. El deseo para riquezas ilícitas es la fundación para el fraude. El pecado de la ambición causa a uno usar métodos corruptos. El deseo para la religión sin Cristo es la fundación de la idolatría y la superstición.
Satanás sabe que la sugerencia es impotente sin la concupiscencia. La llama es del diablo, pero la madera para el incendio está en el ser del hombre. El hombre tiene el poder para desear y hacer cosas naturales (mundanas), pero no tiene el poder hacer las cosas espirituales. Como una ramera, la concupiscencia atrae su víctima en su abrazo y entonces concibe, o llegue a estar encinta. Todo hombre es atraído por su propia concupiscencia y seducido. La concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado. El pecado, siendo consumado, da a luz la muerte. La concepción es producida por la unión de la concupiscencia y la voluntad. El sugerir pasa a el propósito. El deseo pasa a la determinación.
El hombre depravado es peor que un títere o un robot. Un títere es guiado por la mano hábil del titiritero, pero el hombre no salvo es guiado por la depravación de su propia voluntad esclavizada. El hombre es agente libre en que él no es forzado desde fuera; pero él no tiene libre albedrío porque él está atado por dentro. La facultad de la voluntad del hombre fue afectada en la caída. El es capaz de razonar y entender las cosas naturales, pero no es capaz de entender las cosas espirituales: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (I Cor. 2:14).
El hombre no puede determinar su voluntad hacia el bien; solo la gracia de Dios puede determinar esa dirección de la voluntad del hombre. Una voluntad enferma no puede proveer una cura espiritual—la cura debe venir de afuera del hombre. Semejanza produce semejanza; por lo tanto, una voluntad depravada produce una voluntad depravada.
Los defensores del libre albedrío creen que a menos que el hombre esté completamente libre, Dios le manda hacer lo que no puede. El pecado del hombre debe ser considerado en este punto. Dios no es la causa del pecado de hombre; ni es la causa de la condición caída del hombre.
Nosotros todos estaríamos de acuerdo en que una persona tiene el derecho de demandar el pago de un ladrón por las cosas robadas de su hogar—aunque el ladrón pueda o no pueda pagar. En este mismo sentido, Dios tiene el derecho de demandar la rectitud del hombre quien es incapaz de hacerlo por su propio pecado. Dios le ordenó al hombre que tenía una mano seca extenderla (Luc. 6:6-10). Aunque Lázaro había estado en la tumba cuatro días y apestaba, el Señor le dijo venir fuera (Juan 11). Aunque el hombre está impotente, no obstante él es responsable. El es incapaz de arrepentirse y creer aparte de la gracia, pero Dios le manda hacer las dos cosas (Hech. 17:30; 20:21). Cuando aún éramos débiles, Cristo murió por los impíos (Rom. 5:6). El plan entero de gracia es construido sobre el hecho de que aunque todos los hombres son incapaces ellos son responsables, y entre ellos Jesucristo murió por los suyos.
La libertad de la coacción es una cosa, pero la libertad desde adentro es otra. El hombre caído es desprovisto de poder espiritual, y la muerte espiritual está escrita sobre toda persona. Como Nicodemo, el hombre está cerrado al nacimiento nuevo (Juan 3:1-18); y como el leproso, él está cerrado a la voluntad de Dios (Luc. 5:12). La Biblia detiene al hombre responsable, pero también quita de poder espiritual al hombre caído. Toda jactancia es excluida, y toda gloria es dada al Dios soberano (Rom. 3:26-28).
El hombre en su condición natural es incapaz de estar dispuesto o no dispuesto ser capaz a venir a Cristo. Su voluntad es totalmente depravada, que es el resultado de su condición caída. Debe ser hecho claro que la capacidad natural e la incapacidad espiritual difieren. La capacidad natural de una persona le capacita a asistir al lugar donde la Palabra de Dios es proclamada. La capacidad natural de Lidia le dio poder para ir al lugar donde oyó a Pablo exponiendo la palabra de Dios. Sin embargo, fue un hecho del Dios soberano el que abrió su corazón para entender la proclamación por Pablo (Hech. 16:13, 14). La capacidad natural de un individuo le hace responsable para su pecado, pero su depravación le hace espiritualmente incapaz de venir a Cristo. La depravación de la voluntad se debe al pecado, y el pecado es la causa de la concupiscencia del hombre. No hay esperanza para cualquiera aparte de la gracia de Dios.
4
La herejía del libre albedrío destrona a Dios y entroniza al hombre. Los defensores del libre albedrío insisten que Dios sería injusto y tiránico en controlar la voluntad de hombre. Ellos no ven nada egoístico o Satánico en intentar encadenar y dirigir la voluntad de Dios. Estos hombres de mentes naturales suponen que sus propias voluntades necias no pueden ser gratificados a menos que el Dios todo sabio permita abandonar Su voluntad. La doctrina del libre albedrío de hombre rasga las riendas de gobierno de las manos del Dios soberano. El carácter de Dios es difamado por toda persona quien cree en el libre albedrío. Las naturalezas depravadas hacen a los hombres maldispuestos a someterse a sí mismos a la voluntad de Dios. Su incapacidad les previene el venir a Jesucristo: “Y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan 5:40).
La teoría arminiana es politeísta en su concepto de la primera causa. Concede a la misma tentación de Satanás que Eva concedió en el jardín de Eden: “...y seréis como Dios...” (Gén. 3:5). El libre albedrío es atractivo a los hombres naturales porque apela a su orgullo. Impresiona sobre ellos el hecho que tienen poder sobrenatural que les da auto-determinación hacia Dios, justicia, y santidad. ¡Es blasfemo pensar que un hombre tiene la capacidad dentro sí mismo de controlar la voluntad de Dios!
El concepto arminiano conduce a los hombres a creer que deben primero ascender a Dios antes que Dios descienda a ellos. Los ministros y los otros quienes siguen esta noción apelan a los hombres venir a Cristo, diciéndoles que si vienen a Cristo, Cristo vendrá a ellos. Esto es contrario a la Escritura. El Señor ve la aflicción de Su pueblo y desciende para librarlos. Los Israelitas no ascendieron primero a Dios—el Dios soberano descendió para ayudar Su pueblo desamparado y elegido (Ex. 3:7, 8). El Señor Jesucristo salió del cielo y de toda su gloria para venir al mundo para salvar aquellos a quienes el Padre Le dio en el pacto de la redención: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Luc. 19:10).
Solo el Espíritu Santo tiene la prerrogativa de mandar la gente a venir a Jesucristo. El les da poder para venir por la regeneración. Un ministro quien manda a sus oidores dejar sus asientos y venir al frente, dando la impresión que ellos pueden venir a Jesucristo por su fe, asume la prerrogativa del Espíritu Santo. Ninguna persona puede usurpar la obra oficial del Espíritu Santo de llamar eficazmente a la gente a la salvación. Los ministros sólo pueden proclamar la Palabra de Dios, señalando a los hombres el Cordero de Dios (Juan 1:29). El hombre no tiene capacidad para llamar a otros de la obscuridad a la luz.
El enfoque arminiano es erróneo. El pecador no puede primero subir a Dios antes que el Señor descienda para ayudarle. Las dos verdades del Antiguo Testamento del orden de los vasos del tabernáculo (Ex. 25-40) y el orden de las ofrendas (Lev. 1-5) nos revelan que Dios toma la iniciativa. El arca del pacto con su propiciatorio representa el lugar donde Dios está. La descripción de Dios de los vasos comenzó con Sí Mismo y descendió con cada vaso—el incensario de oro, el candelabro, la mesa de los panes de la proposición, la fuente, y finalmente, el altar de bronce donde El se encontró con el pecador. El holocausto, que representa quien es Jesucristo a Dios, fue el primero en el orden. Siguió la ofrenda de harina, mostrando lo que El es en Su naturaleza humana e impecable; y después la ofrenda de paz, la ofrenda de pecado, y la ofrenda de expiación, donde Dios se encuentra con el pecador. Este orden divino es revertido por toda persona quien cree en el libre albedrío.
Los arminianos creen que la voluntad del hombre precede a la de Dios. Sin embargo, la voluntad de Dios no sólo planeó y proveyó la salvación sino que también la aplica. La aplicación de Dios de la salvación es resistida por el libre albedrío de los arminianos—la auto-voluntad es la esencia de las religiones anti-Cristianas. Su suposición de que Dios es un tiránico al salvar a una persona contra su voluntad es un mal entendimiento de la salvación. Dios obra en una persona para hacerla dispuesta cuando El imparte la regeneración: “Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder...” (Sal. 110:3).
Los arminianos afirman que el libre albedrío pertenece tanto al hombre como a Dios. Sin embargo, solo la voluntad de Dios es absolutamente libre. Al momento que una persona acepta que el Creador es subordinado a la criatura, él ha juntado las fuerzas con todas las filosofías vanas del mundo. La religión del hombre le pone a él sobre el trono y subordena a Dios. Dios no vive para la humanidad—antes que Dios creara al hombre o a cualquier criatura, El vivió para Sí Mismo; y El continúa haciéndolo. Dios es inmutable, y El vivirá para Sí Mismo para siempre: “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos...” (Rom. 11:36).
La teoría arminiana es contraria a la Escritura porque niega la depravación, indicando que la voluntad del pecador puede, aparte de la gracia, hacer un escogimiento espiritual y tiene dentro de sí poder para volver de la maldad. Los arminianos insisten que si una persona no salva estuviera contra Cristo, él no podría venir a Cristo, y puesto que él puede venir a Cristo, él no es contra Cristo. Pero la Escritura dice que la voluntad depravada es contra el Señor Jesucristo: “El que no es conmigo, contra mí es...” (Mat. 12:30). Nótense que Cristo no dijo, “El que no es conmigo no es contra mí,” pero, “El que no es conmigo contra mí es.”
Sea Satanás o el Señor Jesucristo que domina a todo individuo bajo el cielo. Toda persona no salva es dominada por Satanás. El anda según la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire. El es por la naturaleza un hijo de ira (Ef. 2:1-3). Los hijos de Dios, por otra parte, son dominados por el Señor Jesucristo. Ellos han sido librados desde la esclavitud a Satanás y son hechos esclavos de Jesucristo (I Cor. 7:22, 23).
El Arminianismo está en contra de la doctrina de la elección divina. Sus seguidores piensan que su doctrina del libre albedrío destruye aquella verdad Bíblica. Pero deja lo que es llamado el libre albedrío hacer todo lo que puede—no puede evitar el pecado y asegurar el perdón si Dios retiene al Espíritu de regeneración. ¿Si el libre albedrío es lo mismo en todos los hombres, por qué logra la salvación en algunos y no en todos? Los arminianos no pueden contestar esta pregunta. La respuesta se encuentra en la libre gracia. “...Y creyeron todos los que estaban ordenados para la vida eterna” (Hech. 13:48). La gracia de Dios es lo que hace a los creyentes reaccionar en una manera diferente de los no creyentes.
La teoría arminiana rechaza la doctrina Bíblica de la reprobación. Sin embargo, la Escritura enseña que Dios negativamente y positivamente reprueba a los hombres por su propia condición pecaminosa.
Hay por lo menos siete verdades que los arminianos no saben o voluntariamente rechazan en la cara de las evidencias Bíblicas:
PRIMERO: Los arminianos rechazan el hecho de que la voluntad no renovada está puesta contra la verdad de Dios. La voluntad no renovada del hombre no puede entender las cosas espirituales (I Cor. 2:14). El aborrece a la verdad divina (Juan 3:19-21). El no busca al Señor (Rom. 3:11). Conclusivamente, el entendimiento, el afecto, y la voluntad del hombre son depravadas. Puesto que su entendimiento no comprende las cosas espirituales, él no tiene afecto para las cosas de Dios, y su voluntad no puede ser determinada para las cosas de Dios.
Puesto que el deseo para la verdad debe ser dado por el Señor, la verdad siempre es ofensiva al no regenerado. Los hombres naturales aman a las tinieblas más que a la luz porque sus almas con todas sus facultades son depravados (Juan 3:19, 20). Aborrecen todo lo que pertenece a la justicia, la verdad, y Dios porque sus hechos son malos. La persuasión por cualquier medios no puede atraer a una persona a Cristo. Un individuo no puede efectuar dentro de sí mismo un deseo para remediar su condición. Es incapaz para ser dispuesto. El debe ser atraído por un poder afuera de sí mismo.
SEGUNDO: Los arminianos rechazan el hecho de que la voluntad no renovada debe ser afectada por el poder divino. Si la voluntad de un hombre no regenerado nunca fue afectada a menos que por la persuasión moral, nunca hubiera sido sujeto a el evangelio de Jesucristo. El hombre natural tiene la luz con la que fue nacido: “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo” (Juan 1:9). El es capaz de considerar ciertos asuntos. El tiene una conciencia que le acusa o le defiende: “...hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos” (Rom. 2:14, 15).
La conciencia debe ser purificada por la sangre de Jesucristo para hacerla libre de injuria (Heb. 9:12-14). Toda persona tiene dentro de sí mismo conocimiento intuitivo suficiente para disculparle ante Dios. El tiene la capacidad para reconocer las evidencias que testifican de la existencia del Creador (Rom. 1:19, 20). Pero el hombre natural no puede tener luz espiritual hasta que el Dios soberano en Su beneplácito se la de. La Luz de vida (Juan 8:12) es poseída solamente por aquellos quienes han sido regenerados por el Espíritu de Dios (Rom. 8:1-4).
TERCERO: Los arminianos rechazan el hecho de que la impotencia natural de la voluntad no puede ser curada por la persuasión moral. Esta es la actitud general entre el Cristianismo profesante; por lo tanto, los arminianos adoptan trucos y tácticas diferentes para atraer a la gente a sus lugares de adoración. La mayoría de ellos tolerarán alguna doctrina, mientras que ellos pueden tener una parte en un lugar en la operación del programa de la iglesia. Ellos consideran la doctrina secundaria porque sienten que están alcanzando a la gente con sus programas. Sin embargo, solamente la regeneración por el Espíritu de Dios persuade a los hombres para Cristo (I Ped. 1:20, 21).
CUARTO: Los arminianos rechazan el hecho de que la voluntad no renovada del hombre no desprecia a la verdad simplemente porque no la entiende. Algunos argumentan que el pecador recibirá el evangelio si se le es hecho claro a él. Esta es la razón por la cual los hombres recientemente han recopilado muchas versiones de la Biblia. Pero si la explicación por sí sola pudiera convencer a los hombres para Cristo, ellos amarían a la verdad y rechazarían el error—y este no es el caso.
Cualquiera quien ha sido nacido de nuevo por el Espíritu de Dios puede entender la Biblia, pero aparte del nacimiento nuevo, él no puede entender la Palabra de Dios a pesar de su interpretación por el hombre. Un Cristiano tiene la mente de Dios, y ha sido iluminado por el Espíritu Santo. Sus afectos son movidos por lo que oye con su mente iluminada. Su voluntad es inclinada y auto-determinada para aceptar lo que su entendimiento ha recibido y su afecto desea y ama.
El apóstol Pablo supo que a menos que el Espíritu de Dios iluminara a las mentes de aquellos quienes escucharon, ellos no hubieran podido entender, a pesar de la manera en que la Palabra haya sido proclamada. Esto es la razón que el apóstol nunca pidió oraciones para que el evangelio fuera simplemente declarado o expuesto en una manera que pudiera ser entendido por la gente no salva. Solo pidió oraciones para que él pudiera tener la libertad del Espíritu para proclamar la Palabra (II Tes. 3:1).
La filosofía arminiana concerniente a la simplificación de la Palabra para el beneficio de los hombres es una negación de la verdad de que el hombre es depravado. La voluntad no renovada del hombre es puesta en contra a la verdad de Dios. Lo más claro que la verdad esté puesta delante de él y la urgencia puesta sobre él, lo más que aumenta su odio. Esa reacción entre los hombres fue demostrada en la respuesta a las palabras del Señor Jesucristo Mismo (Juan 6:41, 52, 60, 66). Ellos “contendían entre sí” (v. 52), y dijeron que las palabras del Señor fueron “duras” (v. 60), y “ya no andaban con él” (v. 66). Las palabras del Señor fueron llenas con la compasión, el Espíritu, y la verdad. Un predicador nunca ha sido mayor que El. No obstante, aquellos oidores no fueron persuadidos. Y viceversa, todos quienes han sido regenerados por el Espíritu de Dios responden a la palabra de Dios en el mismo sentido que hizo Pedro, el portavoz para los doce, cuando a él le fue hecha la pregunta por el Señor: “...¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Juan 6:67-69). Esta es la respuesta dada por toda persona quien cree las doctrinas de gracia.
QUINTO: Los arminianos rechazan el hecho de que la incapacidad del hombre para cumplir con la ley no proviene de la naturaleza de la ley pero de la corrupción de la voluntad del hombre. Sin embargo, no es posible que el hombre no regenerado pueda cumplir con la ley de Dios. El no puede amar al Señor con todo su corazón, alma, mente, y fuerza y su prójimo como a sí mismo (Luc. 10:27). Nunca puede amar al Señor hasta que primero haya sido amado por el Señor. El amor es recíproco: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (I Jn. 4:10). No obstante, Dios puede mandar al hombre hacer lo que por su propia condición pecaminosa no sea capaz de hacer (Hech. 17:30).
SEXTO: Los arminianos rechazan el hecho de que la voluntad no renovada del hombre está esclavizada al pecado y al ego. Pero la Escritura enseña que la voluntad del hombre está esclavizada al ego y por lo tanto está esclavizada al pecado. Un ranchero rico demostró esta verdad en Lucas 12:18-19. No tuvo suficiente lugar para almacenar sus frutos y demostró su voluntad egoísta diciendo, “...Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma....” Cuatro veces refirió a su propia voluntad. La voluntad de Dios no entró en sus pensamientos.
La mayoría entre los Cristianos profesantes no tolerarán la enseñanza de que la voluntad del hombre es depravada porque no quieren creer que sus propias voluntades son depravadas. Ellos prefieren la felicidad hipócrita y no quieren estar turbados. Pero es sin embargo la verdad que la voluntad del hombre no regenerado está espiritualmente muerta. Es hecha activa solamente por la obra de Dios en la regeneración.
Juan 1:12 es usado frecuentemente para sostener la teoría del libre albedrío. Sin embargo, su contexto prueba lo contrario. Las palabras “mas a todos...” implican una antítesis. Uno no puede probar la doctrina del libre albedrío de estos versículos en el primer capítulo de Juan. El poder, el privilegio, o el derecho a hacer los hijos de Dios no es potencial sino actual. El privilegio no indica ninguna facultad de medio—el privilegio es pleno y completo. El poder es dado a aquellos quienes han creído ya.
Los arminianos confunden la potencialidad indefinida con el resultado presente. Los hombres llegan a ser hijos de Dios (en el sentido familiar) por la regeneración, y llegan a ser hijos de Dios (en el sentido legal) por la adopción. Aquellos quienes creen ya han sido regenerados. La fe fluye desde su fuente—la regeneración—y no viceversa. Cuando el Señor respira la fe en un individuo, El lo regenera en una manera oculta y secreta no conocida a esa persona.
SÉPTIMO: Los arminianos rechazan el hecho de que el querer y el correr del hombre son los frutos de la gracia y la gracia no es el fruto del querer y el correr. Pero las ideas de la libre gracia y el libre albedrío están diametralmente opuestas. Todos quienes son los defensores estrictos para el libre albedrío son extranjeros a la gracia del Dios soberano. El querer y el correr son los frutos de la gracia: “Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Rom. 9:16). Los hombres no obran ni se afanan por conseguir un boleto para ir al cielo. Esto fue provisto para los elegidos en la obra redentora de Jesucristo. Como un recipiente de la obra redentora de Cristo, uno vive y trabaja para Cristo. Un creyente está dispuesto morir a sí mismo diariamente (I Cor. 15:31).
Contrario a la enseñanza arminiana que el hombre tiene la voluntad para creer, la Escritura afirma que él cree mediante la gracia: “...los hermanos le animaron, y escribieron a los discípulos que le [Apolos] recibiesen: y llegado él allá, fue de gran provecho a los que por la gracia habían creído” (Hech. 18:27). Algunos afirman que la palabra “gracia” en este versículo aplica al evangelio, y otros piensan que se refiere a la elocuencia de Apolos. Ninguna de estas interpretaciones permanecerán la prueba de la Escritura. El Dios de la naturaleza es también el Dios de la gracia. Su influencia en una dimensión corresponde fuertemente con Su agencia en la otra. Dios no sólo trae las criaturas al mundo de la naturaleza, sino que también provee para su sostenimiento.
La salvación genuina consiste más de un asentimiento mental de la mente a unas ciertas verdades: “Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Rom. 10:10). Primero una persona cree con su corazón; después confiesa esa salvación con su boca. El estado de su corazón corresponde con su mente.
Un peligro de decepción proviene desde la muy parecida semejanza entre la fe falsa y la genuina. En el tiempo una persona prueba si a él se le ha dado un simple asentimiento mental a unas verdades históricas o ha sido regenerada por la libre gracia. El individuo en cuyo corazón el Señor ha hecho una obra de gracia desea la Palabra de Dios por la cual podría crecer (I Ped. 2:2). Las obras buenas siguen la purificación del corazón por la fe (Hech. 15:9; Sant. 2:17-26). La fe obra por el amor (Gál. 5:6).
Por lo general la gente impía da crédito a las Escrituras pero impide la verdad de Dios en la injusticia (Rom. 1:18). Los hombres tienen una tendencia de ser satisfechos con un simple asentimiento de la mente, que es vacío sin la obediencia del corazón (Rom. 6:17).
La fe salvadora es mediante la gracia (Ef. 2:8-10). Desde la fuente de gracia, el Objeto de fe viene como una revelación. El Señor Jesucristo, el Verbo Encarnado, es el Objeto de fe. La Palabra Escrita que revela el Verbo Encarnado es también un objeto de fe.
La fe salvadora es traída a la existencia por la producción divina. Cristo Mismo atribuyó su origen al Dios el Padre: “...no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mat. 16:17). El ejercicio de fe viene de aquella fuente divina. Entonces es ejercida en cada condición de la existencia de uno. Es manifestada durante la prosperidad, la adversidad, la salud, y la enfermedad, y en la devoción y servicio. Puesto que la fe dada por Dios es mantenida por la intercesión de Cristo, no puede ser perdida. El Señor Jesucristo oró por Pedro para que su fe no faltara (Luc. 22:32). La obra intercesora de Jesucristo garantiza el mantenimiento de la fe de uno.
Ninguna persona puede creer en el Señor Jesucristo sin la asistencia de la gracia de Dios (I Ped. 1:18-21). Primero debe ser regenerado por el Espíritu de Dios. Los creyentes no son los recipientes pasivos de la gracia de Dios. Su fe dada por Dios tiene un efecto purificador en sus vidas.
El creyente en Jesucristo necesita asistencia constante durante su peregrinación terrestre. Una persona puede cuestionar la realidad de su fe, pero los Cristianos nunca niegan la eficacia de la fe sobrenatural y divina. Puesto que la fe viene de la gracia de Dios, los hombres están equivocados al pensar que el hombre tiene la virtud, la capacidad, o el poder para ejercitar su propio libre albedrío y escogimiento. Los Cristianos son lo que son por la gracia de Dios (I Cor. 15:10).
La gracia de Dios conduce a sus recipientes sentir sus deficiencias en el conocimiento, la santificación, y la competencia. Ellos no saben nada como deben de saber (I Cor. 8:2), pero Dios ha provisto asistencia para todos Sus hijos. El ordenó la iglesia con sus ancianos divinamente elegidos para instruir y guiarles para que no fueran llevados por doquiera (Ef. 4:11-16).
5
¿Cómo es que una persona puede ser un agente responsable y libre si sus acciones fueron predeterminadas desde la eternidad? “Agente responsable y libre” indica que una persona inteligente actúa con auto-determinación racional. El término predeterminación significa que desde la eternidad Dios hizo cierto la corriente de los eventos que ocurren en la vida de cada persona y en la corriente de la naturaleza. El mismo Dios quien ordenó todos los eventos ordenó la agencia libre del hombre en el medio de estos eventos predeterminados. La agencia libre está bajo la soberanía absoluta de Dios.
El evangelio no es forzado sobre ninguno en contra de su voluntad. Si la determinación absoluta de eventos estuviera en las manos de hombre, el hombre hubiera llegado a ser superior a Dios. Su voluntad hubiera llegado a ser primaria y la de Dios, secundaria. Y viceversa, la Biblia enseña que la voluntad de Dios es suprema y no depende del hombre. La voluntad de Dios hace la voluntad de hombre dispuesta para aceptar el evangelio al que por la naturaleza está en contra.
La palabra predestinación es una traducción de la palabra griega prooridzo que es constituida de dos palabras griegas. El sufijo horidzo significa marcar fuera, nombrar, decretar, determinar, u ordenar. El prefijo pro significa pre, en la frente de, con anterioridad a, o antes. Entonces, la palabra compuesta traducida predestinación significa determinar o nombrar de antemano. Esto pone una limitación sobre alguien de antemano, y trae a una persona dentro de la esfera de un cierto futuro, o destino. Conclusivamente, los conocidos de antemano han tenido limitaciones puestas alrededor de ellos que los traen dentro de la esfera de llegar a ser los hijos de Dios (Ef. 1:5) y de llegar a ser conformados a la imagen de Jesucristo (Rom. 8:29). Entonces, la gloria y el honor deben ser atribuidos al Dios soberano por todo recipiente de gracia.
Sólo una persona gobernada por sentimientos naturales más bien que una revelación de la verdad mediante una mente santificada podría acusar a aquellos quienes creen en la predestinación absoluta de fatalismo. Una persona erróneamente dijo que la conclusión lógica de creer de que los eventos ocurren como predeterminado es que Dios es culpable de toda clase de pecado.
Otros consideran la soberanía divina y la responsabilidad humana como una de las muchas antinomías Bíblicas. Ellos ilustran su creencia por comparar lo que es llamado antinomia a las dos fuerzas naturales—fuerza centrípeta y centrífuga. Ellos dicen que estas son las fuerzas complementarias que contribuyen a la operación armoniosa del universo, y son analógicas a la soberanía divina y la responsabilidad humana. Ellos concluyen que antinomías en la naturaleza prueban que hay antinomías en la teología Bíblica. Ellos creen que puesto que el Autor de la naturaleza es el Autor de la revelación, uno puede concluir razonablemente que la Escritura contiene dificultades analógicas a aquellas en la naturaleza.
Sin embargo, los Reformadores y padres primitivos de la iglesia correctamente interpretaron la predestinación y la agencia libre del hombre. Ellos afirmaron que las dos verdades Bíblicas no se contradicen. La mezcla de la soberanía absoluta de Dios y la agencia libre del hombre es ilustrada en todo reino terrestre. El rey tiene el derecho para imponer leyes, y sus súbditos tienen la obligación de observarlas. El derecho de Dios para imponer la ley proviene desde su soberanía. La obligación del hombre al observar Su ley crece desde su responsabilidad como un ser creado a su Creador.
Discutamos la predestinación y la agencia libre de tres premisas: (1) La predestinación Bíblica no es el fatalismo. (2) La predestinación Bíblica no elimina la agencia libre del hombre. (3) La predestinación Bíblica no reduce la voluntad del hombre a una simple máquina.
1. LA PREDESTINACIÓN BÍBLICA NO ES EL FATALISMO. El concepto Mahometano de la predestinación es fatalístico. En el fatalismo genuino, el destino es una fuerza natural. El fatalista excluye la mente y el propósito, y confunde a Dios con la ley natural. Según el Estoico, Dios es ley natural y Su otro nombre es el Destino. El cree que las acciones humanas salen desde las fuerzas irracionales. Sin embargo, el Cristiano está seguro de que las acciones proceden del amado Padre celestial. El puede decir con el salmista, “Jehová es mi pastor...En lugares de delicados pastos me hará descansar; Junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma; Me guiará por sendas de justicia...tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Aderezas mesa delante de mí...Unges mi cabeza con aceite...” (Sal. 23).
Si un fatalista fuera verdaderamente consistente, dejaría de comer. Después de todo, de cualquier manera se va a morir. Y si su destino es vivir muchos años, no necesita comer—no puede morirse si su destino es vivir muchos años. Ve usted, que ninguna persona puede ser consistentamente fatalística. Puesto que Dios ha predestinado que un hombre vivirá, El también ha predestinado que él será guardado de la insensatez suicida en negarse de comer.
El fatalismo es una doctrina pagana, pero la predestinación es una doctrina Cristiana. Es llamado “destinación” porque comprende un orden determinado de los medios al fin. Es llamado “pre”-destinación porque Dios determinó aquel orden en y consigo Mismo antes la existencia actual de estas cosas que El ordenó. La providencia de Dios completa en el tiempo lo que El predestinó en la eternidad.
La predestinación reconoce el orden del universo. Puesto que Dios es el Dios de orden, la predestinación no sólo llama la atención a Dios pero a la teodicea—la vindicación de Dios en todas Sus acciones. La providencia es la predestinación en la ejecución, y la predestinación es la providencia en su intención. El Cristiano ve “mediante” y no “a” la providencia para percibir el cumplimiento de la voluntad predeterminada de Dios. Por lo tanto, él no se pone nervioso bajo las circunstancias pero ve la determinación de Dios antes la fundación del mundo revelada mediante Sus acciones providenciales.
El Cristiano no está en las manos de un frío determinismo inmutable, pero en las manos del amante y afectuoso Padre celestial. La tribulación que experimenta le enseña dar gloria a Dios (Rom. 5:3-5). La fe de cada Cristiano es probada así. La fe de Abraham fue probada severamente cuando Dios le dijo que ofreciera a Isaac. No obstante, él voluntariamente negó sus propias ambiciones egoístas e hizo como Dios le mandó. El Señor previno a Abraham de matar a su hijo, y El proveyó un sustituto (Gén. 22:1-13). A Abraham no le fue requerido de hecho matar a su hijo, pero el deseo de cumplir la voluntad de Dios estaba en su corazón. El miró mediante aquel hecho providencial y vio la manifestación del propósito eterno de Dios.
La predestinación significa que Dios creó todas las cosas, y Su providencia se extiende a todos Sus obras. Dios Mismo es libre, y El ha provisto que el hombre sea libre dentro los límites de su naturaleza. Aunque el hombre no tiene un libre albedrío, él es un agente libre.
La cierta salvación de unos no es un impedimento a los esfuerzos de todos. Suponga que un ministro pudiera asegurar a una asamblea de personas no salvas que diez de ellos serán salvos, pero ninguno supieron quienes fueron los diez. Esto no desalentaría a los otros en la congregación, y no desalentaría la proclamación del evangelio. Causaría que todos quisieran estar bajo el sonido del evangelio puesto que Dios llama por medio del evangelio. Los ministros quienes creen la verdad de la predestinación pueden predicar con convicción, determinación, y seguridad. La Palabra que es predicada en toda su pureza no volverá vacía pero realizará el propósito para la que Dios la envía: “Así será mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Isa. 55:11). Entonces, las personas quienes proclaman la verdad llegan a ser un “...grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida...” (II Cor. 2:15, 16). La predestinación divina asegura la salvación a algunos. Sin embargo, la suposición arminiana que Jesucristo proveyó la salvación para todos la hace seguro para nadie—todo hombre debe ejercer su propio libre albedrío, y no hay seguridad de que alguien lo hará.
La razón primaria que un hombre es probable objetar a la predestinación es su repugnancia a admitir que él está a la disposición del otro. El hombre desea auto-destrucción más bien que el control por el Dios soberano. Un himno frecuentemente cantado que afirma que uno fue “una oveja errante que no sería controlada” debe estar corregido a que él no admitiría que fuera controlado. La verdad de la predestinación destruye el orgullo de una persona y la echa a los pies del Dios soberano.
2. LA PREDESTINACIÓN BÍBLICA NO ELIMINA LA AGENCIA LIBRE DEL HOMBRE. Dios ordenó la historia humana y la agencia libre en el medio. La auto-determinación pertenece solamente al hombre. Dios tiene el derecho de hacer leyes, y el hombre es obligado a obedecerlas. El hombre es responsable para su volición—su disposición, o inclinación, es auto-movida. Un animal no es responsable para su volición porque el instinto no es auto-movido. La espontaneidad en el hombre es la auto-determinación racional, por cuanto en un animal es nada más que el instinto físico. La espontaneidad del hombre es el objeto de la aprobación o la desaprobación—su sentido de razón le hace responsable. Sin embargo, la espontaneidad en un animal no es el objeto de ni la aprobación o la desaprobación. Un animal no es un agente libre.
Las acciones libres del hombre no son excluidas de la predestinación de Dios. Además, la predestinación de Dios no debe ser considerada como pasar por encima la agencia libre del hombre. La servidumbre de la voluntad depravada no cambia la historia en una vana función de marionetas. Porque Judas siguió sus propios deseos depravados, el Señor le dijo que bueno le fuera sido no haber nacido (Marc. 14:21).
La cuestión concerniente el pecado y la santidad relaciona a la inclinación más bien que a la volición. Las inclinaciones son nacidas en el hombre pero no los escogimientos; la voluntad no es determinada por el estado precedente de la mente. Consiguientemente, un hombre es libre mientras que sus voliciones son las expresiones conscientes de su propia mente, o su actividad es determinada y controlada por su razonamiento y temores.
La presciencia y la predestinación permanecen o caen juntos. Puesto que Dios sabe las cosas infinitésimas (Mat. 10:29,30), es contradictorio decir que El conoce de antemano la certeza de un evento que en su misma naturaleza es incierta. La certeza divina no conflictúa con la agencia libre, puesto que el decreto de Dios no produce un evento. El mismo decreto que determina la certeza de un evento también determina la libertad del agente del evento.
Si la presciencia de Dios fuera inconsistente con la agencia libre, Su predestinación sería inconsistente con la agencia libre. Dios es un Agente libre, y es una certeza que El siempre hará lo bueno. También es una certeza que los hombres caídos, Satanás, y los demonios siempre harán lo malo. La voluntad del hombre no hace nada por la coacción desde afuera, viendo que la determinación exterior de un hecho lo hace no libre. La voluntad del hombre es, al contrario, limitada desde adentro. La determinación racional y interior demuestra la libertad de un hecho. La acción impulsada desde adentro prueba la agencia libre del hombre. Aunque una persona puede ser inconsciente de esta acción, desde el primero a los últimos momentos de su vida, él actúa en subservitud absoluta a los propósitos y los decretos de Dios concerniente a él.
3. LA PREDESTINACIÓN BÍBLICA NO REDUCE LA VOLUNTAD DEL HOMBRE A UNA SIMPLE MÁQUINA. Las alternativas a la predestinación son el determinismo y el indeterminismo. El determinismo ateísta niega admitir a Dios como la primera causa. No va más allá con causas que los límites de este mundo. El determinismo no ateísta traza la causalidad a Dios, pero este tipo de causalidad excluye la responsabilidad humana. Aunque el término determinismo viene dentro el vocabulario de la conversación Cristiana, la doctrina Cristiana de la predestinación y la agencia libre presenta algo a excepción del determinismo y el indeterminismo. La palabra de Dios revela la actividad omnipotente de Dios y a la vez la responsabilidad humana.
El determinismo y la agencia libre son incompatibles. Entonces, el divino determinismo difiere del determinismo como es entendido generalmente. La rigidez del determinismo no está encontrada en ninguna parte de las Escrituras, pero ni son la responsabilidad, la culpabilidad, y el castigo forzado afuera por el poder soberano de Dios. Todo hombre dará “...cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos” (I Ped. 4:5). “De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Rom. 14:12).
Aquellos quienes creen que la soberanía absoluta de Dios y la responsabilidad del hombre son contradictorias tienen que aceptar uno de dos perspectivas erróneas. Ellos hacen al hombre el creador de los eventos, y ponen la historia en sus manos; o ellos hacen la historia un juego divino en el cual los seres humanos, vacíos de la responsabilidad, son empujados como el juego de damas.
Una comprensión Bíblica de la soberanía de Dios y la agencia libre del hombre no conduce a una persona a ser despreocupada acerca de todo porque todo es predeterminado. Muchos reaccionan en esa manera después de llegar primero al conocimiento de la soberanía absoluta de Dios, pero la instrucción más al fondo en la Palabra de Dios los conduce para ver el deber del hombre. La predestinación y la responsabilidad no son competitivas o las ideas mutuamente exclusivas como el determinismo racionalizaría. La Biblia enseña una actividad divina “sobre” y “en” las actividades del hombre. Dios rechaza lo que no produce causalmente.
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