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sábado, 23 de junio de 2012

UN PUEBLO LLAMADO JUANNO LINDO LOS VERSOS DE INVIERNO



Juan Alberto Galva
CUANDO LLUEVE TODO SE MOJA
Cuando llueve
todo se moja
se aguan los sueños
y caen las hojas
Y el alma se llena
de melancolia toda
y nos envolvemos en la cama
como niños indefensos
por una fuerte tronada
o la bravura del viento
Cuando llueve
todo se moja
ojala esa lluvia
no acabara ahora
pues lo real vendra
y no podremnos a solas
humedecernos en el recuerdo
y revivir esas horas
y momentos tan tiernos
Cuando llueve... Todo se moja.
prohibida la reproduccion
total o parcial de esta obra
AHORA TE INVITO A LEER UN PUEBLO LLAMADO JUANNO LINDO, SOLO TE ADVIERTO QUE ESTE CUENTO ES CAPAZ DE ACABAR CON CUALQUIER ESTADO DEPRESIVO, POR TANTO NO ME HAGO RESPONSABLE DE LOS RESULTADOS
UN PUEBLO LLAMADO JUANÑO LINDO
Por: Juan Alberto Galva

Después de arribar milagrosamente a este universo vecino testigo ocular del gran desastre cósmico que acababa de acontecer tocante a la explosión y posterior congelamiento del Orbe Redondo más inmenso, tierno, generoso y abundante jamás conocido por ojos orbitoredondales y de ser recibido a salvo en esta comunidad amiga de Las Islas Sin Ley allende los mares de Juanño Lindo; y mas allá de su universo visible; pasé varias semanas enfermo acogiéndome a un recurso jurídico heredado de la costumbre en mi Juanño Lindo del alma que reza: “todo acusado de cualquier delito grave y que de paso tenga cierta nombradía y acomodamiento social, podrá enfermarse sin previo aviso, mientras se averigua como safársele a la mano complaciente de la justicia”. Así que por miedo a las fechorías que se me imputaban
— “pecadillos” de poca monta en realidad–– tuve que arreglármelas para escapar del desastre que se veía venir, aunque para ser franco también sentía cierta flojera por miedo a ser perseguido por La Vergüenza, pues creía que ella todavía vivía y que me perseguiría sin piedad hasta hacerme pagar mis supuestas iniquidades. Sin embargo, mi regocijo no fue poco al enterarme que La Vergüenza se había jubilado y que ahora la nueva deidad reinante era La Cogioca, una divinidad omnipresente, todopoderosa, inescrupulosa y por lo mismo capaz de aplicar juicio sin misericordia ni contemplaciones en estos tiempos difíciles que vive el cosmos. Estuve realmente confiado y tranquilo cuando supe que la nueva deidad tenía en su gabinete orbitoredondal una vacante para Sumo Tutumpote o profeta y portavoz autorizado y que habiendo examinado mi excelente curriculum se había alegrado de poder contar conmigo para regir los destinos espirituales de estas Islas Allende Los Mares del extinto Juanño Lindo ¡Alabada y bendita sea La Cogioca!
Poco tiempo después de mi arribo, y tras una insistencia creciente me decidí a contar la historia de Juanño Lindo a los habitantes de estas Islas Allende Los Mares de Juanño Lindo. Cuando tomé dicha decisión yo no estaba muy seguro de las repercusiones que semejante historia podría tener en las mentes de mis oyentes, aunque con poco tiempo de reflexión, cinco minutos —porque yo a ningún asunto intrascendente dedico más de cinco minutos de análisis— me puse de acuerdo con mi exigua conciencia, et voici, qué más daba, a mí que me importaba esa vaina.
Todos estaban fascinados del hecho de que alguien pudiese haber escapado de aquella legendaria y fatídica hecatombe, me esculcaban como a un bicho raro porque querían comprobar lo que tan falsamente se había difundido, que los juanñolindenses tenían más de un tamarindo, cuando lo cierto era que teníamos uno solo aunque innegablemente era un buen tamarindo, me miraban atónitos como a un animal de circo y me pedían que realizara proezas que iban más allá de lo concebible, las hembras me hacían señales algo impropias, con un dedo, con dos y hasta con tres, y lo más extraño era que sus machos no las reprendían; —en verdad–– me dije, los juanñolindenses han alcanzado una fama tanto más extraordinaria de lo que siquiera hubiera podido imaginar. Me decían que yo era un milagro venido de las estrellas, pues hasta los confines más recónditos de la masa oscura del universo había llegado la fama de este pueblo; imagínense, los ciudadanos del Reino Animal Universal Dominante tenían noticias nuestras, los de los Ademanes Refinados y sobre todo los de Las Islas sin Ley; de hecho, cuando llegué aquí, ellos se preparaban para arriesgarse en un gran viaje que intentaría llegar hasta las aguas del Mar Inquieto y de paso ingresar en la ciudad más fragosa del orbe redondo, pues pensaban, según sus más fidedignos informantes, que eran por cierto los Jefes de los ministerios fronterizos y de allende los mares de Juanño Lindo, que aquel lugar legendario no era otra cosa sino el paraíso terrenal.
Alguien, de quien ahora no recuerdo su ilustre identidad, les fue con esas pocas ideas verdaderas y con otras tantas que eran puras engañifas y efugios de toda clase así que los mejores empresarios de las Islas Sin Ley, ahora Islas Allende Los Mares, las islas flotantes del más allá de los montes encantados de Juanño Lindo, venían preparados con un legajo de intenciones buenas que procuraban estrechar los lazos de nuestros pueblos; a pesar de que los planes de los líderes de Las Islas Sin Ley no estaban muy claras; y aunque se procuró con diligencia esclarecer el verdadero fin de los extranjeros, solo descubrimos con certeza, que había planes con las hembras de Juanño Lindo; las distribuirían en números considerables alrededor de nuestras playas de arena blanca para administrar nuestras muchas y variadas bebidas putiféricas y brebajes entontecedores y dejarse administrar dócilmente por el refinado paladar de los experimentados catadores y degustadores de dichas bebidas.
Vistas así las cosas y siendo que ellos ya hablaban de hacerme su regente, o al menos eso oí; aparte del cargo que ya me había otorgado La Cogioca y de ofrecerme sacrificios y sahumerios espléndidos y abundantes y de entregarme las mejores y más ajustadas doncellas que poseen las mismas nalgas que las hembras de Las Del Café Tostado, virtud que aparte del asunto del café tostado, nunca fue puesta en tela de juicio, así mismo, se me otorgaría el mandato supremo, las tierras labradas, los designios del bien y el mal, la administración de justicia, la gracia para arrojar demonios ya sea por medios artificiosos o convencionales y otras bicocas irrechazables, yo a la verdad, no pude oponer más resistencia; porque de verdad que en principio me oponía, sí, me oponía por la memoria de los mejores y más aguerridos y legendarios combatientes juanñolindenses de la casta de los Grotescos, entendiendo que no debía beneficiarme de sus dolorosas experiencias, sobre todo cuando yo hice tan poco por evitar la caída de ellos. Pensé brevemente en La Vergüenza que me consiguió tan buen empleo como profeta y no obstante, reflexioné durante cinco minutos, como correspondía a un asunto tan importante: que a los sentimientos debe dársele el lugar que les corresponde, es decir, el retrete bohijal; tal como lo aprendí de los regentes y enviados especiales del Concierto de Las Naciones cuyos carruajes, mansiones bohijales y hembras magníficamente dotadas, hablan muy bien, de, en qué lugar están los sentimientos y principios en su escala de valores. De este modo, sin más preámbulo, concluí que de qué otra manera se podría saber la historia del coronel Delirio Ambición y de su hermosa doncella si Yo, el único sobreviviente, no la contaba; y qué decir del general Esperanza Inútil y sus grandes ideales, qué otra mejor manera habría para expresar a estos nuevos primates ante quienes ya no La Vergüenza sino La Cogioca (la nueva deidad reinante) me había puesto la responsabilidad de dirigir los destinos de sus vidas, que no fuera siendo tierno, amante benévolo y misericordioso narrando tan egregia historia.



En medio del mundo primigenio, en un lugar esquivo e infranqueable se hallaba un pueblo llamado Juanño Lindo. Era un lugar rodeado de misterio, en donde las cosas más insólitas podían pasar, lleno de paz y fantasía, repleto de ríos cundidos de toda clase de peces y animales acuáticos. Sus tierras eran vastas sabanas en donde la vista recorría el camino y se perdía hasta alcanzar el sol; sus montañas y bosques estaban repletos de chivos cimarrones, hurones y culebras de monte; sus cielos eran la envidia de los demás países del Orbe Redondo, pues eran de casabito de ajo con ajonjolí, estaban poblados de tantas aves, que en las tardes el horizonte se ennegrecía mientras surcaban libres los aires. Sus habitantes, los juanñolindenses, era gente pacífica de vida sedentaria, dedicados cada cual a lo suyo, de un corazón muy noble y amplio; habituados a la paz y apegados a sus raíces ancestrales, no faltando sin duda, algunas lenguas viperinas que queriendo apocar y desvirtuar la nombradía y el brío de los juanñolindenses, dijera que eran medio haraganones porque se la pasaban el día entero de hamaca en hamaca; lo que no sabían estos calumniadores, era que si bien era cierto que buena parte del día, uno se la pasaba en su tierna hamaca, no era menos cierto que otra parte del día y muchas veces hasta de noche se la pasaba uno guayando la yuca, para hacer los casabitos.
Una de nuestras principales y más sanas diversiones consistía en salir en romería a perseguir puercos salvajes, que luego se llevaban al pueblo para ser asados mientras bailábamos al son de las canciones ancestrales, alrededor de las fogatas primitivas.
La divinidad de aquella tierra era conocida como La Vergüenza, dicha deidad existía en forma informe, era una proyección abstracta-concreta —reconozco que ustedes son muy sencillos para asimilar semejante terminología, pero no hallando un mejor vehículo de expresión, lo pongo de esa manera— de las buenas costumbres de los dichosos habitantes de Juanño Lindo; le rodeaba un halo de luz de santidad semejante a una esfera de cristal inmaculado y su portavoz autorizado para aquel entonces era yo: Imprescindible Experiencia, el ser más viejo y de mejores costumbres del pueblo según se creía. A mí me fueron concedidos los derechos inalienables de administración de los secretos divinos, la difícil tarea de transmitir a la generación de mi tiempo las milenarias tradiciones bohiomorales y bohioambientales


A La Vergüenza se le rendía tributo de muchas maneras, pero principalmente manteniendo a raya a los extranjeros maliciosos, siendo celosos de las tradiciones, las buenas costumbres y las reglas gramaticales... Sí, las reglas gramaticales.

Por su forma de ser y por sus tradiciones los habitantes de Juanño Lindo llegaron a ser conocidos en todo el Orbe Redondo como las hembras más tórridas y los machos más mansos, de mejor tamarindo y del más hermoso color café con leche del Orbe Redondo. Así fue, hasta el día en que llegó la ruina de Juanño Lindo.

Esta es pues la historia de la ruina, resurgimiento y desaparición final de Juanño lindo.

Los Evangelistas De CAPÚ Y NO TE ABAJE

La desgracia del país comenzó cuando una mañana llegaron al país unos enormes y pobremente confeccionados higüeros flotantes llenos de seres venidos del extremo oriental del Orbe Redondo que se hacían llamar así mismos Evangelistas de Capúynoteabaje, se trataba desafortunadamente de la escoria de la tierra, de gente cuya única ambición en la vida era tirárse a una o dos hembras de Juanño Lindo y tener su pepita de oro escondido para pagar deudas y para entregarse con avidez a las actividades pecaminosas. Los Evangelistas de Capúynoteabaje estaban dirigidos por un ser del color de una palma tierna, de facciones parecidas a los ciudadanos de la Ciudad De La Bota De Hierro cuyo nombre quedó grabado en las mentes de los juanñolindenses por todas las generaciones; su nombre era Conquistador Torturador. Estos seres a su vez eran enviados por los reyes de un país llamado Las Vastas Llanuras de Pedregones Romanos. A estos forasteros de quienes aun no se sabe con exactitud cómo llegaron a la casi inaccesible tierra de Juanño Lindo, los mansos habitantes les trataron amablemente ya que no sospechaban toda la maldad que ocultaban.
Según dijeron a su arribo los forasteros, la visita era en cumplimiento de una gran misión que tenía como propósito enseñar a los juanñolindenses a adorar la que según ellos era la verdadera deidad recién inventada a la cual llamaban Capúynoteabaje. Sin embargo, Imprescindible Experiencia, el viejo profeta y guardián de las tradiciones de Juanño Lindo, advirtió que la intención de los forasteros era otra muy distinta. Lo supo desde que notó en la manera maliciosa y pervertida en que los forajidos miraban a las robustas hembras de Juanño Lindo, advirtió que cuando las saludaban nunca las miraban a la cara sino en dirección opuesta al cielo, ya fuera que las miraran de frente o que las miraran de espaldas siempre era la misma cosa, aquella ofensiva indiferencia para con sus rostros y en cambio esa desmedida atención a todo lo que en ellas fuera protuberante; sobre todo cuando él con lo morboso que era, debido a su posición de Sumo Tutumpote no podía darse el lujo de solazarse abiertamente en aquella inigualable contemplación catártica. Sabiendo Imprescindible Experiencia que la verdadera intención de los recién llegados era dañar la moral de los pacíficos habitantes del país y ofender gravemente a La Vergüenza, no perdió tiempo y de inmediato se acercó al nuevo monarca de Juanño Lindo, el joven rey Fatuo; hijo del fenecido rey Sabio.
Exasperado ante tan peligrosa situación el viejo profeta no perdió ni un solo momento. Mientras se dirigía hacia la Mansión Bohijal le vino a la memoria el último disgusto por el cual lo había hecho pasar el príncipe reinante ya que inconsultamente había nombrado a varios ciudadanos juanñolindenses cuya adoración a La Vergüenza estaba desde hacia tiempo en entredicho; a estos había posicionado en lugares claves donde según la pericia de Experiencia solo debían ser nombrados ciudadanos con una sobrada demostración de devoción por La Vergüenza; los había colocado en las estancias limítrofes para que guardaran la entrada de forasteros por vía del Mar Inquieto, pero a pesar de ello, era obvio que la gestión que realizaban era en provecho personal, lo cual quedaba evidenciado por los escándalos que se oían sobre la introducción de extranjeros sin la aprobación del Consejo de Caciques Vasallos, presidido extrañamente por Experiencia. Ahora con la aparición de los Evangelistas de Capúynoteabaje, también había hecho nombramientos en la frontera oeste donde se mantenía a raya a Las criaturas del café tostado; ya se hablaba inclusive de la posibilidad inminente de que el pueblo, mediante una cacareada mixtura, dejara de ser café con leche, para ser café tostado de una vez y por todas; lo que representaba una gran amenaza para algunos prestantes habitantes de Juanño Lindo; trama que no obstante nunca sería llevada acabo, porque varios de los más recientes alabarderos nombrados por el Rey habían estado recibiendo pingues beneficios en su comercio clandestino con Las criaturas del café tostado. También en la entrada de la Mansión Bohijal había nombrado varios de estos sujetos cuya misión era repartir pescozones a diestra y siniestra, a todo juanñolindense que no pagara una cuota excesiva en peces de agua dulce, yuca guayada para hacer bollos y casabito con ajo y ajonjolí, así como talegos enteros de cilantro ancho, ramilletes de limoncillo, bateas repletas de jaibas come tripitas de guinea, y tilapia criolla sin cuenta. Todo esto para poder tener audiencia con el príncipe y cacique mayor; lo mismo se exasperaba al pueblo obligándolo con gravosas cargas para mantener abastecida la insaciable canoa del Cacicazgo.
Sin embargo a pesar de tantas necedades y de sentirse algo ofendido, Experiencia no cejó en su firme determinación, pues estaba conteste de su indelegable responsabilidad; además, siendo que durante décadas Experiencia había sido escuchado por los reyes de Juanño Lindo como profeta que era, —aunque también era cierto que se rumoreaba por lo bajo, que los últimos cuatro Caciques Mayores habían muerto misteriosamente en cámara de consejo despedidos en su agonía por el profeta en persona, después, según se decía, de haber tenido graves diferencias de criterios y fuertes discusiones semanas antes de sus decesos—; pero él en todo se mantenía incólume y no daba lugar a las lenguas viperinas que mantenían un asecho subrepticio y sigiloso como cuaimas tendidas en el pastizal al asecho de cualquier chance que les concediera la oportunidad de ascender por medios fraudulentos a su majestuosa y benéfica dignidad de Sumo Tutumpote de los destinos de ese pobre pueblo abandonado a su suerte; porque él, cual ladrón juzgaba por su miserable condición al haber en los siglos anteriores chivateado a tantos caribes y guanahaníes ingenuos, pues de frente les hacía creer que eran sus amigos y ellos, a su vez, le prodigaban una veneración envilecedora. Él los ataba a su urdimbre con palabras lisonjeras e invitaciones frecuentes a compartir el pachuché inmenso de la perfidia, y a pesar de la buena voluntad que ellos le profesaban, despotricaba de ellos noche y día y a diestra y siniestra con falsas historietas de conspiraciones rancias e inverosímiles que los monarcas creían con una candidez infantil, a tal punto que cuando no tenían qué hacer —lo cual representaba la mayor parte del día, porque ellos no hacían casabe— lo mandaban a buscar pura y simplemente para solazarse en sus intrincadas y abotagadoras elucubraciones conspirativas. Fue él quien se inventó el subterfugio de que no era un buen gesto traer gofio como presente al rey,
— ¿Porqué? —Le indagaban,
— ¡Coño! su majestad porque podría ocasionar un añugue fatal o un estreñimiento incurable capaz de desprenderle el ano al macho más macho. Todo esto expresamente articulado para desacreditar al jefe espiritual de los caribes quien se perfilaba como seguro nuevo Sumo Tutumpote y del cual obtuvo información privilegiada proporcionada por los Servicios Caliecísticos dirigidos por los loros habladores del valle de Xaragua de que traería gofio como presente al rey. Así lo continuó haciendo hasta deshacerse de todos sus colegas del campo de los brebajes y los conjuros mágicos hasta conseguir ocupar la honrosa posición que ahora detentaba. No obstante aquella interminable sarta de intrigas en su contra, todas muy ciertas; se acercó confiadamente una vez más a la mansión Bohijal sede del reino juanñolindense donde se hallaba el nuevo rey y Cacique Mayor para advertirlo sobre la impertinencia de recibir a los extranjeros y para solicitarle que los hiciese marchar lo antes posible.
Confiado en que el Rey le concedería su petición, arribó con el alma quebrantada por la angustia y haciendo un ingente esfuerzo por sobreponerse a la fetidez de la pasarela de junco verde salpicada por innumerables cagadas de palomas, chivos cimarrones, puercos y jabalíes silvestres y otras aves y animales de poca monta tales como cuervos anunciadores de los escándalos sexuales de los profetas menores de la región del Cotuí, escorpiones traidores de las dunas del Baní, alcatraces de mal agüero de la islita Saona, ciguas palmeras parejeras del valle del Cibao y de ñapa una bangaña de batata asada adornada primorosamente con un gofio abundante, el cual, presumiblemente el Rey no probaría por el temor mal fundado de que los caribes y los guanahaníes se habrían confabulado para liquidarlo mediante la hábil e inocua estratagema de un añugue criminal. Prosiguió su caminata por la pasarela, la misma que atravesaba el gran Fango Real, recién añadido a la arquitectura Bohijal que ahora rodeaba el Bohío Real y después de recibir la pleitesía de los miembros de la Guardia Taparrabada quienes aguardaban fuera del Bohío Real, así como los concurrentes al Bohío Real, toda una camada de guanahaníes café con leche, y todo un cardumen de caribes color mero tostado tirando a merluza, que también esperaban audiencia con el rey. Avanzó abriéndose pasó entre los cargamentos de piña y pescado asado, las conchas interminables de carey pescado fuera de ley, los tasajos de manatí salado con sal de las Salinas del Baní, la hileras de indios amaestradores de caimanes del gran ojo de agua de Bahoruco, los manojos de jabalíes cimarrones tostados por el sol de acero, las bangañas de almendras tiernas de los árboles frondosos del bosque tímido, las tiras de taparrabos al último grito de la moda, confeccionados con primor por las tejedoras ancestrales del pueblo de las sabanas de la lluvia escasa y los fardos aromáticos del cilantro ancho primigenio, junto a los aparejos indescifrables del anamú prohibido de Juanño Lindo; así, con la frente erguida, aunque algo sudorosa y la orientación despistada por el implacable azogue de las cotorras antillanas, los pavos reales de ornamento y los jabalíes salvajes; arribó con una fingida serenidad hasta el estrado del rey construido con bambú ancestral, adornado con el oro escondido de la región del Cotuí y las perlas del Mar Inquieto, principales temas del interés soteriológico de los Evangelistas de Capúynoteabaje.
Al llegar allí, y ver recostado al lado del Rey a Conquistador Torturador, en la hamaca primitiva, reservada solo para los invitados de honor del Rey, en la cual él, en otras épocas rancias por el paso inexorable de las generaciones, había disfrutado el alucinógeno aroma de la bebida prohibida de Juanño Lindo junto a los caciques vasallos de su cofradía y ahora la veía mancillada por este pérfido extranjero, quien además degustaba de un sabroso chambre de puerco salvaje, una mermelada de coco tierno, adornada en flor de cayena y rociada con primor por los bordes con la malagueta ancestral, un chencén exquisito traído por la misma Anacaona desde el valle de Maguá, unos coquitos de almendra untados en miel de abejas, y otras suculentas delicias del terruño ancestral.
— ¡Que carajo! ––se dijo, no faltaba más. Aquí habrá candela, truenos rayos y centellas; yo soy el elegido de La Vergüenza, y sin embargo el caciquito de mierda éste no me ha honrado como la divinidad manda, mas a este forajido lo ha colmado de presentes.
Experiencia se daba cuenta además, que ni el Rey ni los Custodios Más que Tapados del Rey, que constituían la guardia personal del rey, le habían rendido ni la reverencia, ni la honra, ni la gloria, ni la alabanza, ni el aceite, ni el brillo ni las exoneraciones, ni las invitaciones a los actos rimbombantes, ni nombramientos en embajadas, ni ninguna de las bicocas que él entendía debían otorgársele para garantizar la correlación de fuerzas y el equilibrio de los poderes; así pues cansado de tantos vejámenes y ya ostensiblemente enojado dijo al Rey:
—Rey Fatuo, es necesario que consideres lo que debo decirte.
El joven rey se mantuvo callado con una evidente actitud de desdén. El viejo profeta señalando al corpulento extranjero dijo:
—Es necesario que estos seres recién llegados, a quienes tú has recibido, se marchen ahora mismo. Porque estas criaturas no son buenas; vienen solo a dañar nuestras buenas costumbres, a llevarse lo mejor de nuestro país y a corromper a nuestros jóvenes; además, ¿Qué es lo que nos han dado a cambio estos salteadores? Han venido a burlarse de nosotros trayéndonos unos micos que solo saben robar y que además se han estado propasando con nuestras hembras de Juanño Lindo.
Conquistador Torturador, al escuchar las palabras del profeta, se acercó al rey y le susurró al oído:
—No le hagas caso al anciano, esta viejo, y los viejos siempre se oponen a lo nuevo y al desarrollo. Se enérgico con él, pues observo que quiere gobernar por encima de ti.
Algo vacilante, y con la voz quebradiza, el rey Fatuo le respondió al anciano:
— ¿Con qué autoridad te acercas hasta mi real hamaca, y le hablas al rey, no suplicando, como hacen los demás; sino dando órdenes, como si el rey y tú fueran iguales?
Una fulgurante mirada del profeta atemorizó más al joven monarca quien quedó inmóvil y en suspenso aguardando la reacción del anciano. Experiencia intentó poner al joven rey al tanto de las tradiciones del pueblo que enseñaban que en autoridad, el vidente estaba inclusive por encima del rey, y que el rey debía prodigarle respeto al representante de La Vergüenza.
—Ves lo que te dije —susurró Conquistador Torturador—
el anciano quiere el Cacicazgo Supremo para sí.
Pero todo cuanto Experiencia predicó pareció ser en vano. Fatuo estaba decidido a gobernar sin la dirección de Experiencia:
—Anciano, —se dirigió el rey Fatuo al Profeta— has servido por muchas generaciones a este pueblo, pero ya es tiempo de que tomes un descanso. Estas viejo y no puedes comprender los nuevos tiempos y la manera en como se hacen las cosas hoy día. Así que te daré descanso enviándote a los confines del Más Allá.
El rey Fatuo era inexperto y se dejaba impresionar con facilidad. Hablaba de los nuevos tiempos, pero trágicamente ni siquiera podía entender los viejos, lo cual había sido la clave de las exitosas regencias de sus antecesores. Cuando el rey fatuo anunció su decisión de desterrar al anciano Experiencia; todos, excepto Conquistador Torturador sus acompañantes y los guardias de la escolta Más Que Tapada; expresaron asombro y consternación, siendo silenciados por la mirada inquisidora del rey. Además de la terrible afrenta que significaba aquel destierro, implicaba exponerlo a una infinidad de peligros y lo peor de todo: ¿Quién habría de guiar ahora a los inocentes juanñolindenses?

Experiencia conociendo su destino respondió al Rey con una contundente advertencia:
—Fatuo, rey inculto y sin entendimiento. Príncipe engreído y sin respeto por las tradiciones pasadas. No sabes que la gloria de Juanño Lindo ha sido su pulcra tradición y no la corrupción de nuestra cultura con la introducción de malas costumbres de extranjeros, sus malas palabras, sus bailecitos ridículos y pendejos; estos zopencos que no saben menear la cintura como nosotros, con sus piernas tan gambadas como sus mentes. Hoy me has desterrado; yo me marcho, aunque siempre estaré, porque mi asunto lo tengo bien amarrado. Pero ten en claro; que después de esta inexperta decisión, ni tú, ni los miembros de tu Bohío Real, ni este pueblo permanecerán jamás.
El joven rey al escuchar el terrible augurio del anciano Experiencia se enojó mucho ordenando enfurecido a la escolta Más que Tapada expulsar al anciano de su presencia.
Cuando intentaron ejecutar la orden, el anciano Experiencia se rehusó y continuó caminando con su frente erguida hasta llegar a la salida del Bohío Real, cerca del Fango Real. Pero Sinvergüenza Lambón, jefe de la Escolta Más Que Tapada, quiso congraciarse con el rey y empujando al anciano lo lanzó en la recién inaugurada Barranca del Fango Real. Esto provocó la cólera de los siervos guanahaníes que se encontraban allí y quienes entraron en un trance extático y empezaron a danzar por la mansión Bohijal tumbando y rompiendo todo cuanto encontraron a su paso, arrastrando los jabalíes que no cesaban de chillar, alborotando las cotorras y derramando el mejunje para preparar el anamú prohibido —lo que más disgustó tanto al Rey, como a Conquistador Torturador— el Rey ante semejante desparpajo dio orden de que los pusieran en cintura lo cual se hizo sin dilación pues los miembros de la Guardia Más Que Tapada cansados de hacer ejercicios militares con sus lanzas, solo entrenados en comprobar el estado de salud de los puercos cimarrones, se llenaron de regocijo al ver que por fin después de años de entrenamiento sin sentido aparente tendrían la oportunidad de poner en práctica lo aprendido, se dieron vida alanceando a los pobres guanahaníes que a su vez se retorcían y contorsionaban mientras llenaban la Mansión Bohijal del primer brote criminal del liquido vital y de la baba inocente en más de cincuenta generaciones.
Pero otros tuvieron mejor suerte pues se agolparon y tomando al jefe de la Guardia Más Que Tapada lo intentaban castigar ejemplarmente cortándole el tamarindo, pero el anciano, que todavía se reponía del jarabe de lodo que lo habían obligado a tragar, intercedió por el jefe de la Guardia ante la multitud enardecida y ellos oyeron sus suplicas y le dejaron medio tamarindo o el cabo de un tamarindo; en fin, que ya ni era como era, ni dejó de ser lo que se decía que fue. El punto sin más discusiones retóricas estaba en que a él todavía le quedaba tamarindo, o en otras palabras que todavía tenía su tamarindo; orgullo, garantía y fianza de la estabilidad emocional del Jefe de la Guardia y naturalmente póliza de seguro en las futuras horas para el pueblo de Juanño Lindo que gracias a La Vergüenza se libraría de una matanza segura en venganza por el corte del tamarindo del Jefe, así que por lo menos de esa desgracia habría de librarse el pueblo, sabiendo que el jefe de la guardia tenía o le quedaba algo del tamarindo, porque de no ser así el pueblo lo pagaría cogiendo fuego por las cuatro costados. ¡Gloria a la Vergüenza en las alturas y en el Orbe Redondo paz a los juanñolindenses de su complacencia! Sentenció más adelante el pueblo, amén; dijeron todos. Sí, el amén fue unánime, porque el pueblo estaba lleno de gente buena, pero no de pendejos. El pueblo hizo de aquel acontecimiento un elemento proverbial; contaban a sus hijos como los caribes, los guanahaníes y sobre todo Yo, habíamos salvado providencialmente al pueblo de la ira sañosa del Jefe de la Guardia al no cortar el tamarindo de cuajo porque el corte era en rebanadas ya que el objetivo era hacerle pagar dolorosamente su osada ofensa al anciano Experiencia; pero quedó claro que la intercesión hubiera surtido mejor efecto si Experiencia no hubiera estado tan anciano con la voz pedregosa y la lengua tan pesada como la de un buey para decir rápidamente y no silaba por silaba:
'que…su-el-ten al Je-fe de la gu-ar-di-a'.

Esto que en esencia significó trece rebanadas de tamarindo que se hubieran podido evitar. Por lo mismo, más adelante no faltaron los que dijeran que todo fue un show morboso del anciano perturbador que quería alzarse con la gloria de aquella epopeya matizada por su supuesta insigne humildad. También es cierto que yo personalmente me encargué de que quienes dijeron eso, pasaran conmigo a los Confines del Más Allá, del más allá.

Ultimas Palabras De
Imprescindible Experiencia Antes de Marcharse Al Más Allá

—No, amigos míos, si en verdad me aprecian dejen todo como está, que a estos aliquebrados, a estas nubes sin agua aprendices de sodomitas y soliviantadores les llegará su juicio sin que nuestras manos se manchen del liquido vital. —Dijo el anciano profeta, mientras era levantado de la mugre en que él poco a poco había ido cayendo.

Mientras sacaban al anciano del fango; el Rey, Conquistador Torturador así como los guardias, se mofaban y reían hasta desternillarse.
—Viejo come mierda, tal vez te habías pensado que te ibas a alzar con la gloria, hacía tiempo que quería poner a otro Sumo Tutumpote que no joda ni pida tanto como tú y a quien yo pueda mangonear, y por fin me has dado una buena razón.
Así decía el Rey en sus adentros percatándose de guardar las formas, por aquello de las buenas costumbres ancestrales que prohibían palabras corrompidas. Pero lo que no sabía el Rey era que también el anciano Experiencia recitaba en silencio una retahíla de malas palabras en diminutivos y aumentativos en contra suya. No obstante Conquistador Torturador, que no conocía ni se atenía a las reglas y a las buenas costumbres de Juanño Lindo, se desbocó como un río de aguas negras y profirió:

—Anciano metiche, hijo de puta, ojalá coño…
Pero hasta ahí fueron sus malas palabras; pues el Rey, atónito con lo que escuchaba y conciente de las graves consecuencias que según La Constitución Ancestral sobrevendrían a aquellos que quebrantasen las normas y convenios de La Vergüenza asió la boca del extranjero e imprecándolo fuertemente impidió que continuara desbarrancándose en improperios.
Y Yo contento —se echó a reír el anciano en sus adentros… ¡Ya verás la que te espera!

Cuando Experiencia y la comitiva de ancianos leales de las tribus de los guanahaníes así como de los caribes que lo seguía llevaba corta distancia del Bohío Real, sobrevino lo inesperado; los guardias que trataron de expulsarlo contra su volunrad cayeron bajo maldición, parte del pecho y las piernas se les convirtieron en roca de granito sólido y como el liquido vital ya no les circulaba a través de sus partes de piedra murieron con una muerte en extremo dolorosa. Al Jefe de la Guardia Más Que Tapada Sinvergüenza Lambón, quien lo había empujado en el Fango Real; la misma pata, perdón, el mismo pie con el cual había vilipendiado al anciano, hubo de correr la misma suerte de los otros.
El Rey, Conquistador Torturador y la cuadrilla de Aventureros que lo acompañaban se llenaron de espanto al ver semejante espectáculo, pero en vez de llamar al anciano y pedirle disculpas, se fueron a la Taberna Real a celebrar la partida del anciano profeta.
De esta manera el Rey desechó la inteligencia, para escoger la apariencia y la novedad. Todo esto a pesar de las terribles imprecaciones con las cuales fue amonestado por el profeta quien le había anunciado la amalgama de calamidades que podrían sobrevenir a Juanño Lindo, equivalentes a las historias más espeluznantes sobre los monstruos insaciables del caos primitivo provenientes del Concierto de las Naciones. A pesar de que los principales caciques vasallos y principales productores les habían advertido sobre los exagerados gastos del Cacicazgo Central el Rey no obtemperó a sus recomendaciones.
Al día siguiente, Experiencia, muy entristecido, mirando desde la Montaña Ancestral como los forasteros se pasaban largas horas en el Bohío Real, así como en los bohíos de los infieles de Juanño Lindo, y la manera en que habían comenzado a derribar los árboles estacionales para construir lo que ellos llamaban «palacios»; miraba además la manera en que los sirvientes del líder de los forasteros, se pasaban largas horas bebiendo la bebida de amores, hecha del anamú discreto de Juanño Lindo, la cual solo se debía ingerir en las actividades nupciales, porque de lo contrario enloquecía a quienes la tomaban y los llevaba a cometer toda clase de actos de inmoralidad. Se dolió además, de ver como las hembras tiernas de Juanño Lindo eran arrastradas a los Bosques Encantados del pueblo y allí eran vilmente mancilladas, sin que el rey Fatuo moviera un dedo para impedirlo.
Sin poder detener el curso inexorable de los acontecimientos, el anciano se marchó junto a algunos de sus discípulos más fieles quienes lo escoltarían hasta los confines del pueblo, y a quienes había instruido para que lo mantuvieran informado y para que intentaran propagar las enseñanzas ancestrales que empezaban a peligrar. Mientras se marchaba, entonaba un cántico entrelazado con lágrimas y una honda lamentación que rezaba:
— ¡Ay de ti Juanño Lindo! Ay de ti cuando La Vergüenza te juzgue y te dicte sentencia. Ay, ay, ay de ti Juanño Lindo, ¡el pueblo más sano e inocente que ojos orbitales jamás hayan soñado ver, cómo estas construyendo tu propia ruina!


Los Juicios De La Vergüenza

Pasaron algunas pocas semanas después que el viejo Experiencia se marchó y de inmediato la situación del pueblo empezó a agravarse: el rey Fatuo hacía más vagabunderías de las que normalmente se hacían cuando gobernaban tanto él como el Profeta, cosas que le estaban estrictamente prohibidas por los convenios y la carta magna ancestral de Juanño Lindo. Se la pasaba de banquete en banquete con sus invitados; les permitía llevarse lo mejor de las riquezas del país y apenas recibió a cambió las epístolas falsificadas de San Espejo, Obispo emérito de Sus Majestades Reales, y las bulas consagradas del Sumo Pontutuntifice Su Temeridad San Cascabel Del Tesoro Inmaculado y todo ello bajo la ridícula promesa de que lo harían parte de la comunidad a la cual pertenecía la tierra de donde sus captores venían, llamada: "el Concierto de Naciones del Orbe Universal". Pero lo más grave de todo consistió en permitir la permanencia de los forasteros y el que estos pusieran en servidumbre a los ciudadanos de Juanño Lindo, un pueblo que había nacido libérrimo e indómito como las olas del Mar Inquieto.
De esta manera se fue construyendo la ruina de Juanño Lindo día con día, banquete tras banquete, desobediencia tras desobediencia. Hasta que una noche de luna llena y de grillos implacables, en medio de una de tantas juergas organizadas por el Rey para honrar a los forasteros vividores y salteadores; La Vergüenza enojada hasta lo sumo, dictó su última voluntad antes de ocultarse, y dar paso al siguiente régimen de cosas, por los próximos quinientos años.
De súbito se produjo una fuerte e inusual ventisca. Tanto los forasteros, como los guardias de la escolta Más Que Tapada que aguardaban en los alrededores del Fango Real, así como los pobladores del país; sintieron el ímpetu de un viento aterrador que desmembraba las casas, arrancaba los árboles de cuajo y mudaba las aguas del Orbe Mítico de un sitio a otro; todos los presentes sospecharon que algo grave estaría pasando; todos los invitados así como las hembras que estaban en ese momento en el Bohío Real salieron en tropel por ver lo que estaría aconteciendo. El último en pisar el umbral de la puerta de salida del Bohío Real fue el rey Fatuo; pero no hubo puesto bien el pie fuera del Bohío cuando de repente, La Vergüenza acompañando su presencia con estragosos y retumbantes truenos dictó sentencia:
—"Escucha, —dijo, — príncipe ignorante e irreverente:
I- De este día en adelante lloverá con furia sobre el suelo de Juanño Lindo, y esta tierra que ahora ustedes hallan hermosa y deseable será toda un fango y humedad infranqueables por lo que tendrán que vivir en las cuevas de las montañas altas y en los árboles frondosos.
II- Escampará 3 veces por semana, pero el sol, saldrá solamente 4 veces al mes. De esta manera se apagarán los incendios pasionales que habéis encendido.
III- Como esta desgracia ha venido por el envío no autorizado de extranjeros, ellos llevaran su parte en la maldición y por lo mismo la restitución del orden primigenio vendrá con el advenimiento de un extranjero que deberá ejecutar un maravilloso acto de negación. El nombre del extranjero constará de 15 letras.
IV- El, extranjero tendrá una fuerte lucha y deberá vencer sus propios deseos, hasta hallar la virtud aunque sea solo por media hora. Entonces Juanño Lindo volverá a ser el pueblo que siempre fue, y la paz volverá a ustedes.
V- Pero una vez el extranjero halla terminado su misión deberá ser despedido del pueblo, del cual también tendrá que marcharse solo y de inmediato, porque de lo contrario sería no solo el fin de Juanño Lindo, sino el fin de todo ser en el Orbe Redondo.
Cuando La Vergüenza terminó de dictar sentencia, el universo se estremeció, los Orbes Redondos allende Juanño Lindo se salieron por algunos instantes de sus órbitas, se formaron nuevas estrellas en los quásares más lejanos, las aguas del cosmos se evaporaron. Y según se especuló más adelante; murió La Vergüenza y surgió la nueva deidad, de quien nadie supo nada; cuyo nombre no fue divulgado a mortal alguno. La nueva deidad se mantuvo distante de los seres del Orbe Redondo y en especial de Juanño Lindo, hasta el fin de los días, provocando el que los sacerdotes que quedaron de las masivas persecuciones, hambrunas, Epidemias Micaicas y otros males relacionados con los extranjeros que se volvieron endémicos en Juanño Lindo, se inventaran sus propias deidades y organizaran así toda una amalgama de ritos, pasos y cábalas destinadas a hallar los caminos por donde se habían perdido los sagrados oráculos, pues además llegó a ocurrir que con el devenir de las generaciones los escribas olvidaron muchas cosas de la profecía; otros quitaron lo que les molestaba, otros añadieron lo que pensaban que faltaba, otros la desmitificaron; —esto hizo que el texto de la profecía se redujera a la mitad—, otros la revisaron, otros la pulieron y al final, no quedó íntegro, ni un cuarto del mensaje original. Entonces fue claro que hallar el paradero del anciano Experiencia sería, muy pronto, prioridad nacional. Él era el único sobreviviente a quien La Vergüenza, antes de ocultarse le había condecorado, concediéndole la inmortalidad relativa, y le había entregado copia de la profecía.
En Juanño Lindo mientras tanto, como resultado de los efectos colaterales de la indiferencia de la gran deidad, y la sentencia de maldición proferida por ella, los habitantes de tres aldeas llamadas: Duda, Raciocinio y Avance Científico; las menos devotas, las que nunca fueron temprano a los servicios sacrificiales, y que llegaron a poner en tela de juicio la pertinencia de la sagrada adoración; las que se sentaban semana tras semana en su mesa triangular de resina de ámbar a despotricar todo lo que el profeta decía y diciéndole al profeta todo lo que ellos consideraban que el debía decir;
— ¡Que carajo, quieren comerse el casabe sin guayar la yuca! Aquellas que siempre entraron en las acogedoras habitaciones secretas de la mansión Bohijal para plantear como acabar con la desigualdad de la balanza comercial entre los extranjeros considerados perversos, pero que a su vez ellos se esmeraban en apologizar; ellos que ponían a los reyes a contubernizar con los forasteros, pero luego, cuando la desaprobación e intervención de La Vergüenza hacía sus estragos mediante terribles juicios disciplinarios se hacían como la gatita de María Ramos que tira la piedra y esconde la mano, a esas comarcas consideradas de avanzada; se les condenó a investigar el paradero del Oxígeno Transparente, que por aquellos lares escaseó de manera inexplicable; hasta que no quedó nadie que pudiera ni indagar, ni dar respuesta. A otras dos, llamadas: Nuevo Orden y Bonanza; las más dañinas. Se les condenó a buscar la fórmula de la distribución equitativa o de lo contrario las aldeas sufrirían el exterminio total mediante un huracán categoría cinco, primo de un tal George, que al igual que su pariente derramaría abundantes torrentes de lluvia incontrolable y de tendencia estacionaria. Increíblemente, aun cuando tenían la solución, prefirieron morir antes que declararla. Al rey Fatuo por último, le sobrevino un ataque de flojera que lo dejó tembloroso indefinidamente; cuando contempló las aldeas que habían sido destruidas y como Juanño Lindo, antes; el país del melao y la gozadera, de la sonrisa y la pachanguera, el sancocho y la bailadera, de la chichigua y el capuchín, del aguinaldo y la parrandera, de la hamaca y la dormidera, del casabito y la pescadera, del pitriche y del anamú prohibido y en fin, el país que era de todos, y que ahora era de todos los otros, que no eran los primeros, sino ahora los terceros, los cuartos y los quintos; de ellos y de nadie más, por los siglos de los siglos, amén.
Así terminó la regencia del infatuado rey Fatuo, mientras ante sus sobresaltados ojos se descalabraba irreversiblemente toda aquella buena tierra, mientras los juicios de La Vergüenza estragaban a sus aturdidos habitantes y su egregia y legendaria civilización.

El pueblo había empezado a convertirse en una sociedad mixta, por un lado seres normales, y por el otro repleta de gente que más adelante sería conocida como la etnia de los Grotescos: que a su vez estaba estratificada en diferentes ramas como: Cíclopes, Juanñonotauros, Deformes, Juanñocornios, Octohombros, Ciguapos, Juanñoguiñapos, Buscones, Motoconchistas y Juanñosinverguenzas, estos últimos eran llamados "los sin honor" pues no creían en deidad alguna; estos engendros surgieron como resultado de las epidemias Micaicas producto de las incontables violaciones perpetradas por los micos ladrones, introducidos por los salteadores extranjeros. Dichos macacos amaestrados fueron durante décadas el azote de las aldeas empobrecidas de Juanño Lindo, pues no respetaban ni a Juanño Lindos machos ni a Juanño Lindos hembra, ellos eran la carnada principal utilizada por aquellos infames advenedizos como parte del execrable ardid orquestado para desvalijar a Juanño Lindo del oro primigenio y de las perlas del Mar Inquieto; ya que mientras los organismos de sanidad y los departamentos investigativos, así como la Guardia Taparrabada se empleaban a fondo en acabar con los ataques implacables de los monos ultrajantes; los forasteros ladrones cernían con impaciencia los ríos monteses y las cascadas prístinas para llevarse los tesoros del pueblo al país de Las Vastas Llanuras De Pedregones Romanos, pero sobre todo a Las Islas Sin Ley allende los mares de Juanño Lindo; para esta tarea sojuzgaban a los mansos juanñolindenses a realizar aquellas duras tareas mientras ellos descansaban plácidamente recostados en las hamacas primitivas, —lo que, por encima de cualquier otro ultraje, resultaba más afrentoso para los mansos juanñolindenses— tirándose a las hermosas y protuberantes hembras, y urgiendo a los machos a conseguir más oro, ya que entre menos oro hallasen, más habrían ellos de ultrajar a sus hembras. Así mismo todas aquellas calamidades eran el resultado de los acuerdos irreverentes con El Concierto De Las Naciones.
Terminados los juicios de inmediato se desparramó el primer aguacero.


EL NUEVO ORDEN ADMINISTRATIVO EN
JUANÑO LINDO

Los funcionarios del rey presididos por el cacique Traidor Siniestro, jefe de los Mandos Armados, compuestos por la Guardia Taparrabada, así como por la Escolta Más que Tapada; mirando que los meses pasaban y que el pueblo entraba cada vez en un mayor abandono agitación social y desintegración; ya que las cosechas se perdían a causa de los insistentes aguaceros, los habitantes ya no sabían qué sembrar y que además se estaban formado varias facciones que reclamaban el poder de la Mansión Bohijal por considerar que señoreaba una oligarquía en donde el Rey y Cacique Mayor era solamente una figura decorativa y además se estaban realizando cuestionables matrimonios entre Grotescos y seres normales. El Cacique Traidor Siniestro, junto a sus siervos tomó la decisión de "ayudar" al rey a “detener” sus sufrimientos. Hasta la fecha, nadie sabe que fue lo que hicieron con el rey, aunque se especula que lo mataron.
A los aventureros les dio una enfermedad maligna transmitida por unos micos que ellos habían llevado a Juanño Lindo. La epidemia exterminó hasta el último de los visitantes pero también diezmó la población de Juanño Lindo en proporciones alarmantes hasta que pudo ser controlada por un príncipe que inauguró oficialmente la dinastía de los Siniestros. Su nombre era: Pragmático Siniestro, hermano del cacique Traidor Siniestro.

PRAGMATICO EL REY DEL TERROR Y AVANCE ECONOMICO


Muerto el cacique Traidor, empezó a reinar su hermano Pragmático quien prometió solemnemente que ya no habría monarquía absoluta como lo había sido hasta los días del príncipe Fatuo, ni una dictadura como la instaurada por su hermano, sino una democracia representativa, con elecciones cada cuatro años y con participación de observadores del Concierto de Naciones, siempre y cuando hubiera total garantía de ganar sin la intervención de trapisondas. En lo cual también estuvieron de acuerdo los enviados especiales del Concierto de Naciones. Y el pueblo juanñolindense, que ignorante, no entendía las calamitosas y convulsas implicaciones de este nuevo sistema de gobierno.
Este príncipe puso en marcha un ambicioso programa de obras públicas, sanidad ambiental y desarrollo económico. En primer lugar organizó las Hordas Armadas, en sustitución de la ancestral Guardia Taparrabada que había servido por tantas generaciones como garantes del orden y la paz. Estas Hordas estaban organizadas en orden jerárquico, y se mantenían sumisas a la autoridad del presidente, (que era el nombre con que ahora se hacía llamar el antiguo rey y Cacique Mayor). Porque éste les otorgaba las mejores y más ajustadas hembras de Juanño Lindo, así como las vastas sabanas que por milenios habían pertenecido a los que se habían convertido en raza de Grotescos, que ahora, eran marginados y despojados de sus tierras y obligados a huir a las regiones colindantes con el Más Allá. Aunque el arrebatamiento de la propiedad era más simbólico que otra cosa, ya que al quedar inundados los campos por causa de los aguaceros eternos, apenas, los que se disputaban los predios podían señalar con el dedo a tientas, pero con sumo cuidado, cual creía cada quien que era su propiedad; pues ya se habían producido varias trifulcas terriblemente líquidas por confusiones con el debido cuidado en la aplicación del metraje imaginario siendo que algunos felones se desmesuraban en algunos grados en el señalamiento de los susodichos dominios.

Violando las disposiciones de las leyes ancestrales el nuevo monarca realizó varios viajes al exterior de donde trajo distintos inventos y sustancias que aumentaron su poder entre ellos trajo los primeros trabucos de pólvora; invento mediante el cual llevó a cabo las primeras limpiezas de nivelación social, política que catapultó al presidente Pragmático Siniestro al nivel de los más capaces efectivos y despiadados presidentes de los demás gobiernos del Concierto de Naciones del Orbe Redondo. Sus Hordas Armadas recorrieron todas las calles, callejones y callejuelas de Juanño Lindo, en donde habitaba la etnia de los Grotescos, así como en todo sitio en donde se aposentaban los desarrapados del país no importando su condición genética. Esto lo hizo así porque su Consejo De Ministros (antes Consejo de Caciques Vasallos) le había hecho conciente de la imposibilidad de lograr satisfacer las necesidades de los menos afortunaos, sin que de paso no fuera imperativo frenar la corrupción, y el presidente guiado por su intima y oscura iluminación decidió que Juanño Lindo sería una nación prospera y sin mendicantes, así fuera necesario hacer algunos valientes y audaces sacrificios; Así nació el terror en Juanño Lindo, una palabra nueva para una situación desconocida para los habitantes del país. Según la teoría del presidente y siguiendo los preceptos de su predecesor, simplemente les “privaban” de más sufrimiento a estos engendros de los juicios de La Vergüenza. Esta ola de maldad desató un éxodo masivo de Grotescos que debieron organizarse en guerrillas para defenderse y cuyas quejas llegaron hasta el Consejo De Solidaridad del Concierto de las Naciones, que aunque quedó desconcertado con las denuncias de los insurrectos de Juanño Lindo, no movió ni un dedo por mejorar su situación.


SURGE LA RESISTENCIA ARMADA

Los protestantes quedaron así replegados en los confines de las Tierras Fangosas, y en el Valle Encantado, donde las condiciones de vida eran indescriptibles. Allí se levantaron y se unieron todas las facciones de las resistencias armadas dirigidas por el legendario general Resentido Social y Libertad, quien en su grandilocuente manifiesto que aún se celebra en el día de la Quimera Utópica, juró:

“los Grotescos serán libres o nos lleva el diablo”.

Del mismo modo, Juanño Lindo pasó a ser el primer productor de Bebidas putiféricas y brebajes entontecedores. Se convirtió además en centro internacional donde los enviados especiales del Concierto de Naciones gozaban sus vacaciones y los viajeros de vuelos de conexión aprovechaban los bohíos de primera clase de las costas supraterrenales del país para pernoctar y tener aventuras con las hembraes de fama orbitoredondal de Juanño Lindo. De este modo, no hubo playa Juanñolindense que no fuera invadida por las grandes instalaciones de bohíos de regencia orbitoredondal, de tal suerte, que por poco llega el momento en que el Concierto de Naciones estuvo a punto de adoptar una resolución declarando las playas de Juanño Lindo como patrimonio de los seres del Orbe Redondo, y de paso, se corría el peligro de que se perdiera La Soberanía supraterrenal, al menos en los papeles de la constitución ancestral, —Jamás modificada— y que constaba solo de tres páginas, pero que había sido enmendada, no menos de dos veces por gobierno, y que ahora tenía el volumen de una enciclopedia Quillet.
De esta manera, quedó Juanño Lindo unido al Concierto de Naciones; aunque el gobierno nunca permitió que los extranjeros penetraran más allá de las tierras dedicadas a la relajación sensual así que, el real Juanño Lindo, se mantenía en medio del país rodeado por un impenetrable sistema montañoso al cual únicamente tenían acceso los empleados del servicio secreto. El gobierno no permitía, que nadie entrara al verdadero Juanño Lindo, porque al menos, de la profecía original, esa parte había sido preservada celosamente por los sacerdotes adscritos a la mansión Bohijal cede del Gobierno de Juanño Lindo.

LA TRAMA MACABRA


La población de Juanño Lindo creció hasta que el país llegó a hacerse una gran potencia económica, pero los problemas sociales se agudizaron, y las insurrecciones armadas cuyos mandos revolucionarios se fueron sucediendo a la usanza antigua, continuaron reclamando su parte del pastel electoral, pero, consistentemente fueron marginados y perseguidos.
Así mismo, en quinientos años de vida republicana, se sucedieron en el poder setenta presidentes, todos de la misma familia, elegidos democráticamente por cuatro años de mandato constitucional, reelectos siempre por una mayoría tan abrumadora, que a veces, la totalidad de los votos del partido ganador sobrepasaba en varias decenas de miles la cantidad de inscritos en el padrón electoral; sin ni una sola impugnación electoral en que se demostrara fehacientemente que el Gobierno hubiese hecho fraude o usado los recursos del pueblo. Lo único que se alegó, —que dio muchas páginas que escribir a La Prensa Libre, que era subsidiada por el Gobierno real que era de estirpe virtual y por el Gobierno Virtual que era de estirpe real— consistió en el hecho incontrovertible de la desaparición de miles de ciudadanos de las familias mas prestantes de Juanño Lindo, quienes abiertamente manifestaron oposición al gobierno, y que acusaron al partido oficial de utilizar al Partido opositor como simple mampara, para no declarar abiertamente que se vivía una dictadura desenfrenada y esparcidora del liquido vital. Pero como de las personas de las que se alegaba como que fueron exterminadas por el Gobierno, nunca hubo cuerpo de delito, ya que los matorrales de Juanño Lindo; unos eran muy altos, y otros estaban encantados, los cuerpos no aparecían por ninguna parte; además la perrera municipal era muy eficiente en su trabajo diurno y nocturno, algunos alegaban que esa inusual preocupación por los animales atropellados, no era otra cosa que la fase dos del plan de exterminio de la prensa libre y de la posibilidad genuina de airear ante el Orbe Redondo la amalgama de delitos cometidos por el gobierno.

Gobernaba entonces en Juanño Lindo, Implacable Siniestro, el que sería el último de los presidentes gobernantes de Juanño Lindo, de quien se decía, podría desatar la última y gran batalla que decidiría el futuro del pueblo.
Implacable Siniestro era en realidad un ser tierno, y fácil de tratar. Lo único que estaba terminantemente prohibido para evitar problemas con él, era contradecirle o rendir alabanza u homenaje a cualquier otro ser en Juanño Lindo o fuera de los limites del país, excepto a Él. Además únicamente él tenía potestad de interpretar las profecías depositadas y resguardadas por generaciones en el Carey Sagrado, que reposaba en la Mansión Bohijal. El gobernante en una acción insólita en Juanño Lindo, no solo ocupaba la presidencia, sino que había depuesto de sus cargos a los líderes religiosos y se erigía no solo como Sumo Tutumpote, sino como objeto mismo de la adoración de los ciudadanos de Juanño Lindo. Esto lo hacía porque tenía el apoyo solapado de la nueva pseudo-deidad que reinaba en el cosmos, la cual lo había designado como intermediario con poderes plenipotenciarios.

Para la época en que reinaba Implacable Siniestro, el jefe del bando armado había tomado mucho auge, el nombre del nuevo líder de la insurrección era el general Esperanza Inútil, uno de los líderes reconocidos que defendían la causa de los Grotescos. Por muchos años había hecho resistencia a Implacable Siniestro, e inclusive en ocasiones logró reunirse con él por ver si lograban restablecer el orden ancestral. Arribaron a algunos acuerdos que luego el presidente incumplió por lo que cesaron las conversaciones paz ya que los rebeldes alegaban que el real objetivo del presidente era detectar las posiciones de los insurrectos con la idea de exterminarlos.
El pueblo de Juanño Lindo ya no aguantaba más, los constantes diluvios, tantos siglos de comer sin sal, tantas generaciones sin luz solar, tantas y tantas guerras raciales y por intrigas de poder, así como la enseñanza añeja de un bienestar mediante cumplimiento profético que no acaba de llegar; tenían al pueblo al borde de la desesperación. Ambos, el general insurrecto, Esperanza Inútil, así como el Presidente Implacable Siniestro; sabían que había llegado la hora de dar la estocada final. Las fuentes del Servicio Caliesístico del Gobierno, indicaban un descontento generalizado en la población por la incapacidad del presidente en crear el tan prometido ambiente que permitiera que la profecía ancestral se cumpliera. Pero así mismo, los guardianes de las tradiciones representados en los grupos de presión, forzaban a su líder para que acudiera al recurso al que por respeto y tradición nunca los rebeldes habían acudido. Este recurso, un poder claroscuro, del cual tenían conocimiento todos los juanñolindenses, y que junto al último recurso, —del que inclusive estaba prohibido hablar, a menos que no fuera para usarse; con las consabidas consecuencias que ello implicaba, por lo cual siempre se omitía aquel tema— constituía el arma que había mantenido a la dinastía de los Siniestros en el poder. La negativa del líder rebelde a usar La Fuerza se basaba en que el liquido vital que evitaba que la confianza y la moral del pueblo no se terminaran de desperdigar, se podía desparramar si dos bandos antagónicos la usaban al mismo tiempo. Además esto rebelaría una total desaprensión de La Vergüenza sus caminos y sus santos principios.

—Amigos, si enfrentamos al presidente Siniestro con La Fuerza, no es que habrá un derramamiento del líquido ancestral, sino una carnicería, un verdadero baño de líquido ancestral; y Yo no puedo permitir semejante cosa, porque sería irresponsable de mi parte. —Se justificaba, el líder rebelde.

Pero Implacable Siniestro, en cambio estaba dispuesto a estremecerlo todo. Estaba en la disposición de exterminar de una vez por todas lo que consideraba la plaga de los rebeldes Grotescos liderada por Esperanza Inútil.
Siendo apoyado por Anarquía Total (la nueva pseudo-deidad ilegalmente constituida) que era la suma de todas las maldades, pues se trataba de una pseudo deidad sádica que gozaba de extraviar a los fieles de Juanño Lindo. Estaba constituida por varios de los más dañinos elementos constitutivos de la masa original pirateada; su modus operandi revelaba una frialdad sin paralelo pues no medía consecuencias para lograr sus propósitos morbosos.
Así, puesto de acuerdo Implacable Siniestro junto a la pseudo deidad Anarquía Total quien hacía cumplir sus órdenes mediante dos grandes perros negros que tenía; uno de ellos llamado Caos y el otro llamado Simpiedad, quienes en vez de dientes poseían tornillos diablito; quedaron en convocar al pueblo a elecciones anticipadas, con la supuesta idea de que todas las almas de la Gran Aldea Ancestral se expresaran de una vez y por todas sobre como deseaban ser gobernados y qué trato quería el pueblo que se diera a las etnias de los Grotescos, Tullidos y Deformes.
Lo insólito del anuncio del presidente y de sus principales funcionarios esta vez, era que no habrían miembros de las Hordas Armadas en la urnas, que todos podrían expresar su acuerdo u oposición y que los componentes de la facción rebelde, se les incluiría en un ambicioso plan de amnistía general, pudiendo acudir a votar con todas las garantías constitucionales contenidas en la constitución ancestral no modificada, y con el aval del Concierto de Naciones.
Cuando Esperanza Inútil y su séquito se enteraron del anuncio del presidente hartos ya de tantas guerras y de comer hierba y boñiga de burro, quedaron en principio algo perplejos pues sencillamente no podían dar crédito a lo que sus dos pequeños oídos de gallina vieja escuchaban anunciar a los pericos parlanchines de Juanño Lindo, que desde épocas inmemoriales continuaban siendo los voceros oficiales del Bohío Real, pensaron que sus plegarias habían tenido respuesta, e inclusive el general Esperanza llegó a creer que quizás el presidente Siniestro era el tan esperado líder que traería a Juanño Lindo la anhelada paz ancestral. Nada más alejado de la realidad. Este, de inmediato convocó a sus lugartenientes y con llanto en sus cuatro ojos y baba flameante en sus dos bocas les expresó a sus oficiales las buenas nuevas.
Sin embargo, Escéptico Experiencia, el coronel de los cuatro brazos, las sesenta orejas los dos cerebros y la única boca, último descendiente del desaparecido y por lo tanto no hallado profeta Experiencia, y quien había demostrado más valor y adhesión después de Esperanza inútil, a la causa de los Grotescos, Tullidos y Deformados, que ningún otro de los valientes guerreros que eran parte de la causa, de inmediato le expresó al General Esperanza Inútil su desacuerdo en semejante propuesta.

—Con todo respeto señor, hemos sufrido ya muchos engaños de parte del presidente Implacable Siniestro. Acaso no se acuerda que en la última de las conversaciones de paz acordamos que los soldados prisioneros de uno y otro bando que necesitasen ser entregados por causas humanitarias, serían preservadas sus vidas y garantizados sus derechos, y no bien estuvimos frente a frente para llevar a cabo la acción, ordenó a su Horda Armada acribillar sin miramientos, a todos, Sacrificando inclusive, a sus propios partidarios; teniendo nuestro regimiento que huir dejando a los tullidos y grotescos enfermos tirados; muriendo los unos y los otros. Acaso no recuerda cuantas bajas tuvimos ese día. Doy gracias a La Vergüenza que puso al lado mío al joven Ambición, sin cuya ayuda, no hubiera podido salir del campo de batalla, pues me dio un terrible calambre.
El joven Delirio Ambición, al que se refería el coronel Escéptico, era un caso raro entre los revolucionarios opositores al régimen de los Siniestros. Era en sentido amplio un gran contra sentido pues el ser a quien se refería era un extranjero. Esto implicaba una dificultad casi insalvable para los combatientes, quienes sabían que entre sus filas debían rechazar a todo extranjero pues por generaciones se había enseñado que estos habían llevado la ruina a Juanño Lindo, no obstante, lo que no sabían los Juanñolindenses de esa época, era que la misma profecía que ordenaba la expulsión de los extranjeros planteaba la redención del pueblo mediante la intervención de un extranjero generoso. El muchacho provenía del país de los Vastas llanuras de Pedregones Romanos; se había enamorado de una doncella llamada Deslumbrante Desilusión, a quien conoció una noche en uno de los bohíos de regencia extranjera y quien lo había hechizado con sus ojos delicados y sus guedejas plateadas; quien increíblemente, a pesar de no ser una hembra de Juanño Lindo, según creía él, era poseedora de un cuerpo escultural solo comparable con las leyendas divulgadas sobre las hembraes de aquel país. Después de entrar en un idílico romance con el joven, partió a explorar las regiones encantadas de Juanño Lindo, prometiéndole encontrarse en dos meses; pero él no supo de ella jamás; así que se dispuso a buscarla hasta hallarla, con el fin de hacer realidad su sueño de poseerla el resto de sus días, pues por ella estaba dispuesto a no mirar jamás hacia arriba sino solo hacia abajo.

Delirio Ambición había llegado al campamento mediante uno de los guías autorizados del gobierno y habiendo logrado escabullírsele caminó hasta hallarse perdido en el Valle Encantado de Juanño Lindo; en el momento justo en que tenía lugar la encerrona del intercambio de los soldados enfermos; fue así que viéndose en medio del fuego cruzado se tiró encima al coronel Escéptico, con el fin de que le sirviera de escudo contra las balas de los trabucos. Las huestes de Siniestro lo buscaron durante meses, hasta que encontraron un cadáver muy parecido al suyo y se declaró el caso cerrado.
—Si general, —le respondió pausadamente Esperanza Inútil al coronel Escéptico—, lo recuerdo perfectamente. Antes tenía cinco ojos, ese día perdí uno. Como pues habría de olvidarlo. Sin embargo, no olvide que son otros tiempos, y el presidente prometió junto al representante del Concierto de Naciones que habría garantías. No es acaso paz lo que estamos buscando, he aquí una respuesta a nuestras plegarias.
—Con el mayor respeto mi general; Juanño Lindo espera el cumplimiento de la profecía, no el arreglo constitucional. No lo olvide mi general; no habrá una paz duradera en Juanño Lindo, en tanto la profecía este trunca en su cumplimiento. Hemos luchado no por alcanzar el gobierno, sino por retornar a Juanño Lindo al orden ancestral y así honrar y reivindicar a La Vergüenza.
— ¡Que orden ancestral del carajo ni que nada! Coronel. No sea pendejo. ¿Qué tiene usted en mente cuando habla de antes? Acaso no se da cuenta que han transcurrido casi diez generaciones desde que supuestamente empezó el descalabro de este maldito pueblo.
—No blasfeme General, tenga cuidado, esta usted violando abiertamente la ley de las buenas costumbres. —Lo interrumpió Escéptico, sorprendido con lo que oía. Pero el General Esperanza inútil continúo:
— Hijo, no seas tan legalista, además, cuanto hace que La Vergüenza no se manifiesta. La historia o la leyenda o el mito, ni sé a que atribuírselo; dice que La Vergüenza se manifestaba de varias maneras. La historia dice incluso que hablaba a los mortales Orbitales, que hacía conocer su voluntad. Pero tenemos quinientos años que eso no sucede, y ya empiezo a creer que aquello en verdad nunca ocurrió. Fue todo puro cuento, una patraña de los Sumo Tutumpotes para mantener a la gente embullada. Y claro ha funcionado de una manera formidable, con tantos marranos con los ojos vendados andando por ahí de hecho se dice según las últimas encuestas que el país esta lleno de gente que no cree en La Vergüenza, que viven su vida sin tomar en cuenta a La Vergüenza de hecho creo que nosotros ya no vivimos por La Vergüenza sino por los principios, dé gracias a La Vergüenza que todavía los tenemos, pues cada vez son más los sin Vergüenza en este pueblo.
—General, —lo interrumpió Escéptico nuevamente—, sus palabras ofenden mi noble estirpe. No olvide que soy descendiente directo del profeta Experiencia. Además No necesitamos oír ni ver nada, Para eso están las profecías mi señor, lo demás es un asunto de fe. Y usted tiene todos los síntomas de, o haberla perdido o estar en un proceso acelerado de pérdida de ella...
— ¡Vamos, Escéptico! Que estirpe del carajo, Se honesto conmigo. De verdad crees en las profecías. Acaso no te percatas de que la única persona que posee un texto de la profecía en todo Juanño Lindo es el Presidente Siniestro, y que según se dice ha sido tan vapuleado como la constitución ancestral. Ya no se le puede dar crédito. De hecho, algunas lenguas viperinas, inclusive afirman que La Vergüenza murió. ¿Qué opinas? ¿Ah?
—Eso, jamás suceda.
Contestó el coronel Escéptico, ya ostensiblemente airado.
–General, muchos años de servicio le hemos entregado yo y los demás guerreros de mi estirpe familiar, pero ya no será así, usted mismo le ha puesto final a su mandato desconociendo la naturaleza de nuestra lucha. De modo que ni yo ni mis huestes continuaremos apoyándole más, la nuestra no es solo una lucha por el poder sino también una lucha por la defensa y la preservación de los principios.

LA RESTAURACION

Aquel día hubo división abierta entre los seguidores de Esperanza inútil, quien aun no se percataba de que la idea del presidente Siniestro no era otra que la estructurada estratagema de llevar a cabo un verdadero matadero electoral.

El coronel Escéptico, salió acompañado de unos trescientos guerreros y como ayudante principal llevaba al joven Delirio Ambición. Mientras que el General Esperanza Inútil, realizó junto a los sesenta mil seiscientos sesenta y seis combatientes que lo acompañaban; todos los preparativos para salir de la región del Bosque Encantado e insertarse en la moderna sociedad de Juanño Lindo, con miras a las próximas elecciones.

Implacable Siniestro había maquinado invitar pacíficamente a la resistencia armada a participar en las elecciones; aun cuando la mayoría de las promesas hechas por Siniestro eran abiertamente incumplidas, sin embargo, a pesar de ello, Esperanza Inútil estaba dispuesto a correr el riesgo. En un inmenso estadio de bambú mandado a construir especialmente para la ocasión con capacidad para cincuenta mil seres. Se dio inicio al día de votaciones. El plan consistía en aglomerar la mayor cantidad de combatientes del movimiento rebelde para lo cual en todas las entradas de los pueblos las Hordas Armadas impedían el tránsito a los ciudadanos de Juanño Lindo que deseaban ir a las votaciones. De este modo el estadio se llenaría solo de rebeldes a los cuales habido acuerdo previo, La Tiniebla Maldita, es decir, la pseudo-deidad Anarquía Total, les chuvaría sus dos cachorros, Caos y Simpiedad, quienes con sus poderosos dientes de tornillo diablito, se darían un singular banquete; y allí terminaría todo según el plan del presidente Siniestro.

No obstante, el coronel Escéptico días antes, mientras entraba en el Monte de la Meditación junto a Delirio Ambición y otros soldados devotos, había tenido una revelación en la que su antepasado el Profeta Experiencia le mostraba el lugar en que estaba la profecía original. Su gran fe, fue entonces premiada.
El Coronel no perdió tiempo y se trasladó al sitio junto a su lugarteniente Delirio Ambición, confirmando la revelación. El texto profético estaba más allá de las montañas limítrofes, muy cerca de donde se erguían ahora los grandes bohíos de regencia internacional; lo que no sabían era el lugar específico. Así emprendieron la desesperada búsqueda y después de un arduo trabajo hallaron la profecía en un museo, llena de polvo Orbital y custodiada como un tesoro de valor incalculable. Debieron librar una liquida batalla para poder arrebatarla de manos de sus guardianes, pero al final lo consiguieron. Cuando el coronel Escéptico leyó la profecía, —el único que la podía leer— se turbó sobre manera arguyendo que indudablemente no podía ser coincidencia que su buen y entrañable amigo fuera un extranjero y que además su nombre constase de 15 letras. A este buen amigo, a quien había prometido hacer el segundo en el nuevo reino ancestral que se instauraría, que precisamente él pudiera ser el elegido, y menos aún, que tuviera la necesidad de expulsarlo de su presencia. Sin embargo nada le comentó al joven; simplemente ambos se dispusieron a salir del lugar, pero mientras se marchaban, de repente sus cuerpos se hicieron dúctiles y sumisos y con solo figurarse donde querían estar desaparecieron del museo.
La profecía era cierta. Tan cierta, que ahora estos seres habían sido transformados y capacitados para llevar a cabo una gran misión.

Delirio deseaba estar al lado de la doncella Deslumbrante Desilusión, y con solo quererlo apareció justo en el estadio de bambú donde ella se hallaba junto al presidente Siniestro, ya que habiendo sido hallada extraviada y hambrienta, fue conducida ante el presidente Siniestro quien la añadió a su harén de concutainas. Allí, después de algunos meses recobró la lozanía y volvió a ser la misma despampanante hembra de antes.
El coronel Escéptico imaginándose donde estaría su fiel amigo armó a su turba y los urgió a avanzar y a prepararse para la batalla final. Ese sería sin duda el día decisivo. Así, Escéptico, sus trescientos guerreros, sus seiscientos caballos, sus mil ochocientos puercos, unos dos mil cuatrocientos perros de todos los tamaños, y sus tres mil quinientas hembras, doncellas y concubinas marcharon entonando cantares de gesta hasta la Ciudad Ancestral. Aquel día, el coronel y sus combatientes avanzaron con la frente en alto, por entre las tierras fangosas y anegadas que separaban el Bosque Encantado de la ciudad asiento de la Mansión Bohijal. No pensó ni un solo instante en el fragor de la batalla que debían librar, él y sus tropa no pensaron en la lucha, o el costo de ella, únicamente tenían en mente el premio; así, rebosantes de una euforia triunfalista, sus pies mutantes avanzaban arrastrando la hojarasca podrida y las ramas caídas en quinientos años de aguaceros ininterrumpidos, se abrieron paso con valentía, entre una maldita espina de duda que les contaba los minutos como un péndulo, y un abandono temerario. Solo aquel espíritu aventurero les estimulaba a avanzar ciegamente, a una derrota segura hasta divisar a poca distancia la ciudad amada, y por tanto tiempo negada.

Cuando el estadio de Bambú estuvo lleno, el presidente Implacable Siniestro inició un breve discurso el cual extendió hasta que le informaron que el general Esperanza Inútil había arribado al estadio y que ya estaba sentado en la silla de honor. Al saberlo, abruptamente detuvo el mensaje, y clamó nuevamente al arma a la que siempre temió el general Esperanza Inútil: allí estaba sin duda una vez más: La Fuerza.
Fue así que el general y toda su falange que hacía rato ya notaban que el estadio estaba repleto, pero solamente de combatientes, oyeron, y vieron la atropellante y salvaje entrada de los perros de Anarquía.
Lo primero que Anarquía ordenó al perro Caos fue, que creara confusión. Luego ordenó a Simpiedad que se colocara en la única puerta de salida y que despedazara a todo el que intentara salir. El líquido vital había empezado a correr. En ese momento algo milagroso ocurrió: Deslumbrante Desilusión, de quien se creía era una extranjera singular y nada más, resultó ser una enviada del anciano Experiencia, con un poder recibido del anciano representante de la invicta deidad La Vergüenza, desplegó blancas alas y volando con presteza deseó una gran lanza y esta apareció en sus manos, así acercándose a Caos el perro maldito, le clavo la lanza envenenada logrando que cayera de bruces. Así salvó a cientos de ancianos grotescos y combatientes a quienes el perro hostigaba.
Deliro algo aturdido por los últimos acontecimientos y sin embargo ufano ante la virtud que emanaba de su ser; también actuó. Se puso frente a Simpiedad, el gran perro con intenciones de atacarlo; mientras esto hacía llegaron las mesnadas triunfales del coronel Escéptico, la batalla era ya a todos los niveles. Deslumbrante Desilusión imploró entonces a Delirio quien tenía a Simpiedad controlado, que ayudara a varios ancianos grotescos y tullidos que intentaban escapar pero eran incesantemente alcanzados por las balas de las Hordas Armadas. Con su gran poder Delirio seleccionó a todo el que no era combatiente en el campo de batalla y encerrándolos en un campo de protección, los mantuvo a salvo del fuego enemigo y del azote de Anarquía. Pero habiendo dejado libre al perro Simpiedad, éste dio un salto y se abalanzó contra la princesa Deslumbrante Desilusión, delirio se dio cuenta, e intentó introducirla también a ella en el campo de protección, pero al intentarlo descubrió que sus poderes no eran ilimitados. No podía ocupar su mente y utilizar su poder en dos cosas a la vez. Como amaba a la princesa y en verdad no sentía nada por los grotescos seres que defendía, los dejó nuevamente indefensos bajo el asedio mortal de Anarquía quien enfiló contra la multitud su arma más mortífera y aliada de La Fuerza: "La Violencia" y se dispuso a liberar a su amada.
Pero la princesa intercedió nuevamente por su pueblo.
—Delirio, por favor, salva a mi pueblo.
—No, le respondió el joven, —no puedo perderte, si los salvo a ellos tendría que abandonarte a ti, mi poder es limitado.
—Lo sé, pero si me salvas y ellos se pierden, yo, al final, terminaría muriendo, porque estoy unida ancestralmente a mi pueblo y no puedo separarme de ellos, si me amas en verdad, sálvalos y déjame, además el perro solo me tiene sujeta, lo que quiere decir que me mantiene como rehén, por favor escúchame te lo ruego.
Intensas fueron las suplicas de la princesa a Delirio Ambición, su gran amor, para convencerlo de que eligiera salvar al pueblo, en vez de a ella. Era sin duda una decisión difícil de tomar para el extranjero; aquella innoble criatura acostumbrada a bajar el lomo única y exclusivamente por aquello que le reportara beneficios personales; sin embargo aunque caviló por un instante, justo cuando Anarquía se disponía a usar todo el poder de La Violencia, Delirio reestableció el campo de protección.

LA RUINA FINAL DE JUANÑO LINDO

En ese mismo instante se cumplió la profecía.
El coronel Escéptico Experiencia, quien hasta el momento combatía gallardamente auque sin muchos resultados y muchas bajas, pues de los trescientos combatientes con que contaba, habían muerto ya como doscientos noventa y cinco en la boca de Simpiedad, el perro maldito y el maldito perro.
El general Esperanza inútil había muerto, en su vana ilusión de alcanzar elecciones libres y acusa de haber abandonado la fe perdió la gloriosa oportunidad de conducir los destinos de Juanño Lindo a la usanza antigua, cosa muy grave pues de plano implicaba que el descendiente de un Sumo Tutumpote podría ocupar el trono de Juanño Lindo, cosa en extremo perniciosa, sobre todo si se trataba de un descendiente del anciano Experiencia.
Después que el extranjero Delirio Ambición cumplió la profecía, La Vergüenza intervino una vez más; Anarquía y el presidente Siniestro fueron depuestos y enviados junto a Simpiedad el perro maldito, a las zonas limítrofes de Juanño Lindo. Su castigo sería limpiar los cuatro puntos cardinales de todo vestigio de extranjeros y de elementos foráneos, lo cual cumplieron con asombrosa eficiencia en menos de un mes.
Entre tanto, Escéptico Experiencia, anuló la constitución vigente, y restituyó la constitución ancestral, rompió todo nexo con el Concierto de Naciones y vio frente a sus ojos detenerse por primera vez la lluvia de los siglos melancólicos de Juanño Lindo.
— ¡Carajo! —Dijo— ya era justo.
Vio además su cuerpo experimentar una asombrosa metamorfosis, ahora ya no era más un monstruo apestoso, sino un ser hermoso y radiante, lo mismo que los demás habitantes del restaurado Juanño Lindo.
Sin embargo, ya había pasado un mes después de la gloriosa batalla de la restauración del orden primigenio y Escéptico en vez de echar del pueblo a Delirio Ambición el mismo día, tal y como lo ordenaba la profecía, nombró al joven comandante en jefe de la restaurada Guardia Taparrabada, desobedeciendo el mandato expreso de La Vergüenza.
Por ello, se encendió nuevamente la ira de La Vergüenza que ya no intervino más en el destino de Juanño Lindo, sino que permitió que sucediera lo que debía suceder, porque así estaba escrito.

Un día, Deslumbrante Desilusión buscaba agua en el gran rió Ozama, el río ancestral, para abastecer su bohío de amor que compartía con Delirio Ambición, ahora su esposo y recién nombrado jefe de la restaurada Guardia Mas Que Tapada. Mientras sacaba agua miró a lo lejos un gran higüero cargado con un enorme y temible perro que ella conocía muy bien; de inmediato soltó la auyama seca que portaba y corrió rumbo a la aldea; intentó usar su luminoso poder para llegar mas rápido, pero no había poder. Ese poder tenía un fin y ya se había cumplido; cuando llegó a la aldea terriblemente sofocada, sus pechos subían y bajaban con tal prontitud que aturdían al que se quedara mirándolos; entre sollozos y palabras entre cortadas le comunicó a su esposo lo que acontecía y como había intentado usar el poder y este no había respondido. Delirio Ambición no daba crédito a lo que escuchaba, él también intento usar su poder pero una vez más el poder no respondió así que tampoco había virtud en él. Reunió de inmediato a su séquito y todos juntos corrieron hasta el Bohío Real, donde el rey Escéptico tenía una gran fiesta improvisada. Había tantos soldados y caciques así como hembras de Juanño Lindo en la fiesta que se les hizo difícil llegar hasta la Hamaca Real:

—Oh Gran Rey es preciso que me escuches, lo que debo decirte es urgente.
El Rey que yacía bajo los efectos del Anamú Prohibido, solo atinaba a balbucear y a invitarle a beber con él.
—Majestad, es preciso que me escuches. —Insistió esta vez en tono enérgico, logrando que se hiciera un breve silencio—. El rey lo miró con cara de enojo y le inquirió qué ocurría y porqué se dirigía a él con semejante autoridad:
—Soy tu rey, más respeto.
—Ya lo sé señor, no ha sido mi intención ofenderte, es que he venido junto a mis compatriotas a informarte lo que mi doncella ha visto.
— ¿A ver, que vio la veleidosa, tórrida y libidinosa de tu hembra?
—Más respeto majestad, déjese de sembrar cizaña.
—Al grano carajo, al grano, que todavía aquí hay aún mucho anamú por beber.
—Majestad, mi doncella ha visto un inmenso higüero en donde viene la cuadrilla del mal encabezada por Anarquía, Siniestro y Simpiedad el perro maldito.
Cuando el rey escuchó el anuncio le pareció una broma y se echó a reír, siendo secundado por sus invitados. Junto al rey estaba el Carey Ancestral que guardaba las profecías, y en su interior el texto restaurado de la profecía original. Delirio su hembra y sus acompañantes intentaron nuevamente hacer entrar al rey en razón, pero este no hacía otra cosa que divagar y burlarse de ellos porque estaba anamúabotogado, algo que a los habitantes de Juanño Lindo y en especial a su rey les estaba terminantemente prohibido.
— ¡Guardias! —Ordenó el ahora infatuado rey— Llévense a estos aguafiestas de mi presencia. Cuando dijo esta palabra era muy tarde. De pronto las pinturas rupestres de las paredes del Bohío Real empezaron a sacudirse una y otra vez, primero de manera cadenciosa y después desordenadamente.
Entonces evocando las desgracias antiguas la gente entró en pánico y empezó a correr en tropel, todos fueron saliendo hasta que le tocó el turno al rey Escéptico, quien al llegar al umbral de la puerta del Bohío Real sufrió un ataque de miedo y no se pudo mover más:
—Escucha —se oyó la voz de un anciano desde el aire. Se trataba de la voz del anciano Experiencia
—: tú eres la suma de todas las debilidades de carácter que un solo ser puede llegar a tener:

I- Conocías bien el pasado del pueblo, y sabías el motivo de su ruina.
II- Luchaste encarnizadamente hasta ver tu pueblo libre, creíste las profecías y recibiste revelación cual ningún mortal ha recibido jamás.
III- Recibiste mandatos precisos para obedecer, cuando se te ordenó echar al mismo que acabas de despreciar, mandando sacarlo de tu presencia, cuando debiste hacerlo el mismo día en que la profecía se cumplió.
IV- Aún cuando sabías bien la dignidad de un rey no te condujiste a la altura de la dignidad de un soberano de Juanño lindo, ahora, a causa de todas tus rebeliones, el Orbe Redondo ya no existirá más.
V- Hoy frente a tus ojos, contemplarás el triste resultado de la desobediencia repetida.

La relampagueante voz se apagó, y el rey cayó de bruces. Simpiedad el perro maldito, inspirado por Anarquía y guiado por Siniestro empezó a devorar cuantas aldeas había hallado a su paso, cuando llegó al Cacicazgo Central de Juanño Lindo, todos lloraban al ver al rey muerto y el país nuevamente inmerso en semejante vorágine de maldad, de repente Simpiedad que había dejado un trabajo inconcluso en cuanto a la princesa Desilusión, se abalanzó sobre ella y después de engullirla se lamió placenteramente el hocico. Delirio Ambición al verla sangrar hasta desaparecer en la boca del perro maldito, clamó hasta que nuevamente apareció el anciano Experiencia, quien le indicó que lo único que él podía hacer era dejar libre sus intenciones, emociones y pensamientos más hondos y se harían realidad. De este modo, el destino de Juanñolindo dependería de las ocultas y verdaderas intenciones del corazón de un joven llamado: Delirio Ambición.
— ¡Ay mamá!
Cuando los juanñolindenses escucharon las palabras del anciano se alegraron pues pensaban que el legendario coronel que tanto amaba a su doncella y se había sacrificado por su pueblo, pediría la nueva restauración de todas las cosas. Pero el desconcierto pronto llegaría no solo a los habitantes de Juanño Lindo y del Orbe, sino al corazón del mismo Delirio.
El muchacho se puso en medio de la batalla y como por arte de magia el viento se detuvo, el mar no bramó más y sólo se escuchó entonces la respiración del perro diabólico y de Delirio. El joven guerrero clamó con todas sus bolas: ¡VENGANZA, COÑO, ACABA CON TÓ! Aquella era la primera palabra impronunciable, la palabra que nunca había sido dicha; al pronunciarla su primer efecto fue la ruptura de los tímpanos de toda los juanñolindenses y del resto de los seres del Orbe Redondo. El aire que salía por la boca del guerrero mientras pronunció la palabra impronunciable se fue convirtiendo en un torbellino de bilis azufrada, rodeada de una flama incandescente que creció hasta que a Delirio se le acabo el aire. El poder ahora invocado, era un poder sumamente peligroso, que solo debía ser invocado si se sabía adecuadamente lo que se deseaba y si se pedía correctamente lo que se quería, pues el cumplimiento siempre sería literal, sin fallar ni en jota ni en tilde. Al llegar a este punto, la bola de fuego salió disparada como un misil en dirección este, que en fracciones de segundos barrió con los enemigos de Juanño Lindo y siguió su curso a toda velocidad dejando un surco encendido de dos Kilómetros de ancho. Aunque asustados, los juanñolindenses viéndose liberados de la amenaza lanzaban vítores de júbilo y llenos de alborozo alzaban al gran e indiscutible héroe de Juanño Lindo; pero el gozo se apagó ipso facto cuando la bola de fuego apareció de nuevo por el oeste surcando dos kilómetros más, al lado de los que ya había surcado, llevándose consiguientemente al héroe y a la plebe ignorante que celebraba con él.

Esto ocurrió porque Delirio incurrió en un grave error gramatical al no pedir expresamente "acaba con ellos", sino que pidió, "acaba con tó". Además violó largo a largo las normas de las buenas costumbres y de urbanidad al pronunciar descaradamente en público ese tremendo San Antonio, sin respetar ancianos ni niños.
La bola de ira contenida en el corazón de aquel sujeto fue tan inmensa, que siguió dando vueltas hasta que el Orbe Redondo entero terminó encendido como una bola que por el impulso del jalón final fue arrastrado y se volvió un planeta cometa que encendía todo lo que hallaba a su paso. Así, fue dando tantas y tantas vueltas y tan rápido aquel Orbe Redondo a través de las interioridades del cosmos hasta perderse en la misteriosa masa oscura de la inmensidad sideral.

"La ira del hombre, no ejecuta la justicia de Dios"
FIN
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829-719-0611
Santo Domingo
Republica Dominicana
DE MAL EN PEOR


B
Bajo las tristes luces del cuarto de cuidados intensivos, Juan Luís Crémer se batía entre la vida y la muerte. El doctor ya le había informado a su esposa y a sus familiares que lo único que podía hacerse era esperar el momento de su deceso y que solo un gran milagro podría salvarlo. Sus familiares; habían organizado una cadena de oración. Decenas de amigos y familiares oraban al creador; pidiendo que tuviera compasión, y que interviniera un milagro en la vida de un muchacho joven y amado por los suyos.

Fuera de la habitación sentada en el largo e inhóspito banco de espera, se hallaba María del Carmen Pérez Crémer, estaba vestida de su habitual ropaje de ama de casa de escasos recursos, con un pañuelo blanco, adornado con esferas color negro, que cubría parte de su hermosa cabellera. A su lado su amiga de tantas batallas, siempre a su lado, la tenía asida con su mano izquierda con firmeza y serenidad. Dentro de ella tenía depositada parte de su seguridad y los elementos imprescindibles para enfrentarse a las más duras adversidades. Su aspecto no podía ser más deprimente. Seis meses de esperar que aquel día llegara, la habían dejado emocionalmente exhausta. Se sentía profundamente embargada de remordimiento y aunque en lo más íntimo de su alma no deseaba la muerte del marido, tantas cosas pasaban por su mente que ya había albergado la idea inverosímil de que lo mejor que podría ocurrir era la muerte del mismo. En aquellas horas de tinieblas y desesperación su corazón una vez más buscó y halló consuelo, pero, lo mismo que le servía de consuelo, le era motivo de vergüenza y sentimientos de culpa; aunque, su apariencia no diera ni un atisbo, ni un asomo, de evidencia que confirmara su dolor. Su rostro reflejaba más frustración que cansancio, su cara profusamente sudada, la ropa lisa por los calores tropicales se pegaba a sus tiernas y excepcionales carnes, el leve maquillaje que se puso para realzar su belleza sin igual, —la misa belleza que era a su vez la manzana misma de la discordia entre los que la rodeaban— se veía chorreado. Los ojos vidriosos, unas ojeras profundas le daban el aspecto de una aparecida, múltiples hebras de su cabello se adherían a su piel con una indiferencia deprimente, y su intempestivo e inexplicable inflamiento abdominal era la razón de que en el hospital nadie pasara cerca de ella sin hacer algún comentario, o algún ademán con la cabeza en señal de indignación.
Hacían ya seis meses que a María del Carmen Pérez Crémer le habían turbado la existencia. Su esposo Juan Luís Crémer llegó una noche cabizbajo a la casa, lo que no le era habitual, ni siquiera cuando producto de una de sus acostumbradas faenas como co-dueño en el colmado en que laboraba, le dejaban molido de dolor y muerto de cansancio. Esa misma noche pensaba ella contarle el atrevimiento que se había tomado Manolo Brenes Crémer, quien aprovechando la ausencia del marido la había manoseado. Pero la causa era otra muy distinta. Hacían ya algunos meses Juan Luís venía sintiendo algunas molestias en su estomago, todo lo que comía le caía mal, en varias ocasiones había defecado una pupú amarilla acompañada de una espiral color sangre. Empezó a sentirse agotado y con un cansancio inusual. Después de contarle a María del Carmen las dolencias de las que estaba padeciendo, decidió hacer los arreglos para pedirle irse a hacer unos análisis que por varios meses estuvo postergando. Cuando hubo descrito al médico los síntomas que presentaba, Juan Luís recibió una respuesta para la que definitivamente no estaba preparado:
—Eso puede ser, desde una pequeña e inofensiva llaguita en el estómago; hasta un cáncer.
Juan Luís se sintió perplejo ante la manera descarnada con que el doctor Tolenemete Otero abordó el asunto.
Con su rostro demudado Juan Luís le dijo al doctor Tolenemete, que cómo podría ocurrirle a él, un hombre tan joven, algo así.
—No dije que era, dije que puede ser. Hay que hacerle algunos estudios para determinar con seguridad que es lo que le está pasando.
—¿Usted bebe?, —prosiguió el doctor su indagatoria, y precisó: —osea, ¿tiene habito de beber ron?
—No. —Respondió enfático. Yo me doy mis traguitos de vez en cuando, pero soy un hombre de mi casa, no tengo, ni tiempo, ni dinero para dedicarme a beber.
Tolenemete hizo como que escuchó su breve declaración de pureza moral e inocencia sin par. Sin embargo su manera de conducirse denotaba que no prestó oído a sus palabras, inmediatamente Juan Luís Crémer pronunció su última palabra Tolenemete añadió:
—En fin, vamos hacerle una endoscopía para determinar con seguridad total qué es lo que lo está aquejando.
—Quiera Dios que no sea nada grave doctor, imagínese yo no tengo ni nueve meses de casado y quisiera tener hijos en un futuro.
—Tenga fe amigo, no se adelante a los acontecimientos, además recuerde que la ciencia está muy avanzada.

Tal como habían acordado Juan Luís no se descuidó esta vez, y sacó el tiempo necesario para hacerse el estudio. Estaba ansioso por saber que estaba pasando en su cuerpo, cada día la sensación de tener la vida colgando de un hilo le inquietaba más y más. Había resuelto el problema de los papeles tintados de sangre lanzándolos en el hoyo del sanitario, pero su rostro delataba un letargo e inquietud inocultables.

Vestida con sus pantalones cortos de caqui, y su diminuta bajimama de franela blanca, María del Carmen rebanaba unas cebollas, con un notable desgano. Se sentía asediada por Manolo Brenes Crémer, su antiguo novio de la infancia; a quien terminó cambiando por Juan Luís, en quien creyó habría más futuro. No había tenido aún oportunidad de contarle al esposo el problema por el que estaba pasando. La osadía de Manolo aumentaba conforme pasaban los días. Primero empezó brechandola mientras se bañaba o mientras ellos hacían el amor, pues así se lo contó de manera descarada; pero últimamente la había esperado en las esquinas de la casa por donde él sabía que ella solía transitar cuando iba o volvía del colmado, —y por dónde ella sabía que él solía estar— primero solo la piropeaba, pero lo de ahora ya era intolerable.

Juan Luís nuca fue que se dijese un hombre fogoso en sus relaciones íntimas. No obstante su truncada educación; era un inveterado lector; poseía altos vuelos intelectuales, una rica erudición bibliográfica heredada de sus padres y una pasión confesa por las novelas románticas. Se sentía feliz con saber que tenía en su poder a la mujer que había elegido y que amaba. Gozaba más de la compañía de Carmen, que de tenerla a su merced en una cama ancha. Ella era su universo, lo constituía todo para él. No sabía a ciencia cierta cual era el embrujo que lo ataba a ella, pues ella contrario a él era una mujer rústica, indelicada y tórrida. Era una mujer sin estudios y más bruta que la pata de un buey para cualquier cosa que requiriera cierto análisis. Inhóspita par cualquier conversación profunda y escapada y enemiga de cualquier expresión de fineza o delicadeza. Él le supo perdonar sus primeros deslices cuando las hambrunas sexuales a las que la sometió tuvieron sus primeros resultados; pero su proverbial amor e inigualable don de gente impidieron cualquier represalia. Su memoria era una memoria pasajera, en ella no guardaba nada; así que su sana conciencia le condenó a repetir sus reveses.
Con mucha preocupación había empezado a notar que Juan Luís no la tocaba, no le daba las acostumbradas caricias que a ella la hacían vibrar y que tanto gozaba desde los tiempos de sus exabruptos prematrimoniales.
—¿Qué te está ocurriendo últimamente Juan Luís?
—Le indagó ella.
—¿Porqué lo dices?
—No sé, te noto retraído amor. Y tu semblante se ve cansado, la mayor parte del tiempo pareciera que estas de mal humor.
Juan Luís la agarró calmadamente por sus brazos y ocultó su rostro tras sus espaldas, y le dijo en tono despreocupado:
—¿Qué harías, si... yo me muriera?
—Te entierro, me pongo un poco de cebolla en los ojos para disimular unas lagrimillas, y brindo café.
Así le respondió ella, sin apenas discernir el sentido por el cual él la inquiría.
Él salió de su escondite mirándola fijamente a los ojos y le dijo, revestido de una risa falsa y sin mucha convicción:
—Es bueno escucharlo... yo haría lo mismo.

María del Carmen hizo un intento delicado de soltársele para continuar los aprestos de la cena. Pero él inconscientemente no se lo permitió, quería disfrutarla al máximo. Aunque no tenía aún los resultados de su estudio presentía que no duraría mucho. Ya tiempo atrás había escuchado que cuando las cosas no andan bien, el cuerpo avisa; y sabía que no era normal lo que le ocurría a la hora de ir al baño. Dos tíos suyos habían muerto de la misma enfermedad: cáncer de colon; y aunque él no presenció el proceso de deterioro de ninguno de ellos, si recordaba las dramáticas historias que sus hermanos le contaron.

Al llegar la noche cenaron con una yuca agua tibia, que ella puso a hervir temprano. Le hizo un escabeche de huevos con tomaticos Barceló, y de adorno le colocó unos anillos de cebolla roja pasadas por vinagre. Como era costumbre de ambos, solían acompañar todas las comidas con un vaso de jugo o en su defecto de una soda. Esa noche sin embargo no había vestigio ni de lo uno ni de lo otro.
—¿Amor? —Le indagó él, —¿Qué pasó con el juguito?
—Ya me extrañaba que no habías preguntado por él? Lo que pasa es que esta mañana cayeron unas guanábanas y decidí prepararte una champola, pero estos apagones están terribles, y la champola como es tan espesa tarda mucho en enfriarse.
—No te preocupes, dámela así como esté.
—No creo que te vaya a gustar, pero sí la quieres así... que más da.
Se acercó al refrigerador, quitó la puerta de la nevera haciendo un esfuerzo extraordinario. Él se ofreció a ayudarla:
—No te molestes, deja, que yo voy.
Todo esto lo dijo sentado desde la mesa, haciendo un esfuerzo mental por ayudarla, más sus reflejos lo traicionaron y se quedó en la mesa con una evidente expresión de frustración.
—No te preocupes cariño, a ti te va tocar volverla a colocar. —Lo consoló ella.
María se acercó diligentemente hasta la mesa, llevaba consigo una generosa jarra de champola de guanábana, tomó una de las cucharas que estaban en la mesa disponible, sin usar, y la revolvió hasta que la champola se hizo agradable a la vista. Mientras tanto, ella, extasiada, miraba como él se deleitaba en engullir grandes pedazos de yuca nadando en aceite, con sus labios relucientes y aquella expresión de satisfacción, mientras el vapor de la yuca le daba en la cara y le hacía correr grandes gotas de sudor. Él la miró lentamente sin pronunciar palabras. Ella se hizo cómplice de su mirada y en tono de una resignación forzada suspiró.
—¡Las vainas que tenemos que pasar los pobres!
Juan Luís con una mano se limpió el sudor de la frente y luego con la servilleta se retiró un poco la grasa de la boca. Sus movimientos eran torpes y erráticos. Con la otra la atrajo hacia él por una mano y le dijo:
—Ya vendrán días mejores.
—Hacen meses que estoy escuchando la misma vaina.
—Dijo ella.
—Nunca es más oscuro que cuando va amanecer, no olvides eso.
—Eres demasiado optimista. —Le reprochó.
—A ti te convendría ser menos pesimista. —Le instó él.
—Lo que pasa es que yo tengo los pies sobre la tierra, yo soy la que va al mercado a comprar. Soy la que vive confinada en este cuchitril de mala muerte; bajo el ojo impertinente de estos vecinos de mierda, que no nos pierden ni pie ni pisada. Que están que se desviven porque venga un huracán para ver quien gana la apuesta de sí queda, o no queda nada de nuestra casa, cuando el viento la zarandee como a una rama huérfana. En fin, para mí todo es más difícil.
—Esa arenga viene significando más o menos que yo no tengo puestos los sentidos en la realidad ¿Verdad?
Ella no entendió el significado de la expresión, ya estaba acostumbrada a su jerga intelectual ininteligible para ella, pero esta vez no pudo disimular más su descontento.
—Tú sabrás, piensa lo que te dé más pique.
Él la observó por breves segundos con el ceño fruncido, bajo un silencio sepulcral, y como siempre volvió a pensar lo mejor de ella, sin advertir que debajo del iceberg había una profunda zurrapa de descontento que apenas había empezado a mostrarse.
—Ten paciencia, María del Carmen, no desmayes, que el día más claro llueve. —Le respondió con una sonrisa de oreja a oreja y lleno de la seguridad de que siempre se había sentido ufano se dijo para sí. "Como mi María no hay dos mujeres, ella es una santa".
María del Carmen había comenzado lentamente a tantear los ánimos de su esposo, y pronto llegó a saber que cualquier cosa que ella se propusiera hacer con él, podría lograrlo, porque él solo vivía por y para ella.
—Será lluvia ácida lo que nos va caer. Estoy sinceramente harta de las cosas que tú dices que vienen y terminan no llegando nunca. Una se cansa, solo te digo eso.
—¿Qué?, ¿Me estas amenazando?
—No, te estoy advirtiendo.
Juan Luís leyó en su rostro un descontento in cresendo; aveces ella se apagaba y él notaba que le estaba pasando algo, después de media hora de preguntarle que le podría ocurrir, y de las respuestas que ella daba sin pronunciar palabras; ¡um, um! A cada interrogante, él lograba interpretar la razón de su desazón, y por lo general la sacaba de su encerramiento llevándola hasta el parque y brindándole un helado de mantecado; quedando así toda en paz. Sin embargo el presente exabrupto lo llamó poderosamente a preocupación. Su Carmencita nunca le había desafiado de esa manera.


Cuando por fin llegó el esperado día, Juan Luís se dirigió al centro médico donde era atendido. Ese día hizo la modorra más temprano que de costumbre. Tenía los ojos vidriosos y un desgano que le preocupaba mucho porque no le era habitual. Trató de no despertar la esposa y se dirigió directo al baño; un cuartito pequeño con una pileta de cemento hecha al apuro, pintarrajeada, sin vestigios de cuidado, arte o simetría, con la pintura del techo desprendiéndose. Se sentó un rato en el hoyo del sanitario y arrancó uno de los múltiples pedazos de papel periódico colocados en un clavo, recortados de forma rectangular. Se acercó el papel para deleitarse en la lectura del mismo, mientras desalojaba de su cuerpo una carretilla de pedos y otros desechos tóxicos.
—Presidente de la República dice: "en mi gobierno se terminará el peculado".
—Leyó por un lado.
Indiferente a esa información volteó la hoja y continuó la lectura:
—"Alarma autoridades aumento casos cáncer de colon."
Sintió un espasmo repentino, se imaginó que los intestinos se le habían vuelto verdes, reflexionó algunas ideas sobre lo que él debía hacer para garantizar que María del Carmen pudiera sobreponerse a su partida en caso de que el resultado de su estudio diera positivo, pero una trastada absurda terminó desvirtuando su altruista imaginación, pues cuando salió de su absorción estaba pensando en los chicharrones que junto a María del Carmen disfrutó en su más reciente día de playa en Boca Chica. Se palpó las mejillas y notó que su barba era como puntas de alfileres, sin embargo no le daba tiempo para afeitarse. Salió del baño y fue hasta el patio que tenía un aspecto penumbroso, poblado de varios arboles frutales, cerezos, guayaba, mango, guanábana, aguacate, pan de frutas. Tenía una pecera plagada de gupis y peces cola de espada; al final de la cerca de su casa, criaba además algunas gallinas con alimento enriquecido con hormonas americanas, aquella practica y observar los peces eran un verdadera catarsis para él. Destapó uno de los barriles donde almacenaban el agua de uso diario, y dio una mirada a vuelo de pájaro al envejecido y ya negruzco zinc que servía de barda divisoria entre su nidito de amor y los demás ranchos de la zona. De pronto su mirada chocó con la de Manolo el vecino de atrás, quien tras cepillarse se rascaba plácidamente los genitales, en un verdadero estado de transportación. No era la primera vez que sus miradas se encontraban, ni era tampoco la primera vez que decidían ignorarse mutuamente. Pero era claro en la expresión del rostro de Manolo una ansia de provocación gratuita; sin embargo Juan Luís lo ignoró nuevamente, al fin y al cabo era él quien había decidió vivir atrapado en el pasado, bajo el yugo opresor del rencor y la envidia. Hizo ¡psche! Para sus adentros y miró así mismo el tubo que servía de sumidero para el gas metano procedente del pozo séptico y reflexionó nuevamente:
—Cuantas miserias sufrimos los pobres, ¡carajo!
En las cercanías unos perros realengos en jauría sexual recorrían una y otra vez los viejos callejones y con sus ladridos impertinentes inquietaban el descanso de los parias del barrio.
Juan Luís introdujo una segunda cubeta al barril y prosiguió su camino hasta el baño. Al entrar de nuevo sintió el lugar caliente, anegado con el olor inconfundible que distinguía su presencia. Descargó el inodoro y de inmediato con un galón a medio corte se lanzó agua encima y empezó a enjabonarse con el jabón de cuaba que siempre estaba a la disposición en el bloc calado. Cuando terminó por fin de bañarse salió del baño se secó con la misma toalla que se había estado secando varios años antes de casarse con María Carmen.

Mientras se colocaba la ropa, ya un tanto más apresurado, varias piezas a la vez. Su mirada se filtró por entre el mosquitero de color azul, desgastado y tan sucio que no se sabría con exactitud cual era su color original, además agujereado por el paso inexorable del tiempo. Vio como María del Carmen se revolvía y acurrucaba en la cama por el frío de la madrugada. Al ver su carne tan tersa a través de su bata transparente, sintió unos deseos que tuvo que reprimir, para no despertarla, aunque ella, en otro tiempo, no se hubiera quejado si él la hubiese sacado de su ensueño y le hubiera trastornado la tranquilidad con pasión y ternura. Pero, ¡Que va! La contempló con la melancolía y la desesperación del que sabe que algo muy bueno, grato y placentero llega a su final. Terminó de subirse los negros calzoncillos de franela, se posicionó el lembo, se acomodó la camisa de mangas largas dentro del mismo como era su costumbre y más adelante, después de subirse completamente el pantalón se abrochó el cinturón de leder notablemente arrugado, se peinó su pelo crespo, blanco y negro frente al abanico porque le había empezado a dar calor. Se acercó finalmente a María del Carmen y le dio un beso con mucha suavidad en sus mejillas de bronce. Ella rezongó entre sueños y se abrazó a las sabanas, mientras en su hermoso rostro se dibujaban unas tiernas gesticulaciones, que hablaban de un sueño deleitoso.

Sin poder detener más el inexorable curso de los acontecimientos, Juan Luís revisó su cartera mientras se dirigía a la puerta con paso firme. Se fijó nuevamente en el estado de la casa, derruida y desvencijada, y se acordó de las advertencias de su madre sobre las tormentas de octubre, pero disipó rápidamente ese pensamiento ante la imposibilidad de resolver esa situación de manera inmediata. Contó doscientos cincuenta pesos e hizo un veloz cálculo de los gastos del día: 30 pesos de pasaje, 40 pesos para el almuerzo, 50 pesos para María del Carmen y 70 pesos par pagar la consulta. Día tras día esa había sido la rutina diaria de Juan Luís y su dulce esposa. Rodeados de miseria y mediocridad por todos los alrededores, viviendo la vida como una onerosa carga que había que soportar, deseando aveces ser como los pájaros; libres, sin más compromiso que comer, dormir, cantar y garantizar la continuación de la especie. Asechados de males potenciales y reales todos los días, teniendo ambos como única égida; la paz de saber que ella era su centinela y que él era su ángel de la guarda. Obteniendo así mismo de su vida vacía y solitaria la presea de un amor que él creía comprometido, pero que tristemente había empezado a marchitarse.



— ¿Dígame doctor, qué tengo definitivamente?
— No se desespere Juan Luís, espéreme un segundo aquí, porque acabo de llegar al consultorio, busqué sus resultados pero no los veo aquí. Deme un momentico que ahora me los traen.
El doctor llamó a la enfermera que lo asistía. Una mujer gruesa, con una expresión de inmensa despreocupación.
—Mireya, tenga la bondad de traerme los resultados el señor Juan Luís.
—¿Cómo es que usted se llama? —Indaga ella.
—Juan Luís.
—¡Ah!, —respondió, como si se tratara de un gran acontecimiento.
—¿Usted es familia del cantante?
—Ya quisiera yo. Ese es Guerra, yo soy Crémer.
Mireya diligentemente buscó por orden alfabético en el archivo de metal pintado de verde olivo. Grandes ramificaciones de sudor bajaban incesantes por el rostro de Juan Luís, aunque lo intentó, no pudo disimular su nerviosismo, en menos de un minuto cambió doce veces su postura al sentarse. Buscó las paredes como medio de distracción y halló un hermoso letrero que con una litografía de un bebé recién nacido. Más adelante pasó a otro afiche y leyó: "XII Congreso Sobre la Lucha contra el Cáncer" apartó su mirada inmediatamente de aquel letrero de mala madre y se concentró de nuevo en Mireya. De pronto ella sacó un sobre Manila. Miró el resultado de los papeles que contenía con una expresión de extrañeza y profunda preocupación. Se le acercó a Tolenemete y le dijo en voz sigilosa y cauta, como en un susurro:
—Doctor, este es el paciente que dio cero positivo.
—Revisa bien, me parece a mí que no.
Mireya volvió a indagar el nombre de Juan Luís, para confirmar el resultado.
—Disculpe la molestia señor, ¿Cómo me dijo que es su nombre?
—Juan Luís, Juan Luís Paz. —Confirmó él.
—Yo sabía, este es Juan Antonio Paz.
La enfermera prosiguió revisando los expedientes, hasta que dio con el de Juan Luís.
—Este sí que es el suyo, mire doctor aquí tiene.
Tolenemete cogió el expediente, revisó los resultados de la endoscopía, revisó y volvió a revisar y el resultado no parecía tener otra vuelta que una aguda úlcera sangrante en el estómago. Para casos menos delicados que el actual Tolenemete había pronosticado tres meses de vida, lo máximo, sin haber fallado un solo pronostico hasta la fecha.
Juan Luís pudo notar la preocupación en el rostro del doctor Tolenemete así que decidió tomar la iniciativa, con una falsa seguridad que quedaba evidenciada por lo quebradiza que se había vuelto su voz le sonrió al doctor y le dijo:
—¿Qué ocurre doctor, es muy grave lo que tengo?
Entonces se escuchó la tan desconcertante respuesta.
—Me temo que sí.
—¿Qué tan grave doctor?
La respuesta pasó de desconcertante a atemorizante.
—Muy grave, diría yo.
El doctor Tolenemete miró nuevamente los resultados y puso rostro de gravedad.
—Sea lo que sea, doctor, dígame lo que tengo y... ¡ A Dios que reparta suertes!
Al final las dudas quedaron trágicamente confirmadas.
—Usted tiene un cáncer terminal gastrointestinal.

Después que Tolenemete le dio la mala noticia a Juan Luís, procedió a explicarle una por una las implicaciones del diagnóstico. Juan Luís le dijo que si no habría la posibilidad de que los resultados pudieran fallar, pero Tolenemete le convenció con argumentos científicos que esa prueba difícilmente estaría sujeta a altos márgenes de error.
Juan Luís volvió a insistir vanamente en lo mismo, pero obtuvo una respuesta similar.
—Es posible, pero no probable.
—Entonces doctor, dígame ¿qué tiempo me queda de vida?
—Seis meses a lo sumo. —Le dijo el doctor.



Manolo Brenes Paz, solo conocido como Agamenón, dentro del circulo de traficantes en que se desenvolvía. Habiendo decidido por fin recuperar a María del Carmen por los medios que fuera, daba los últimos detalles al reciente viaje de sueños que desde varios meses había estado fraguando. Reunido en su pequeña casa, el mismo rancho que desde que él y María del Carmen eran párvulos, le prometió sería el sitio en donde la llevaría a vivir por el resto de sus días. Todos juntos Quique el que tendría la responsabilidad de capitanear la yola, Mamerto y Ruperto alias el Ripio quienes se encargarían de las bicocas de los guardacostas.
Manolo era el jefe de la operación, era un experto en la materia, no era la primera vez que llevaba a cabo esta acción y conocía muy bien todos los trucos y maromas dilatorias que había que poner en práctica para que la operación saliera bien. Uno por uno paso revista a su pequeña asociación de malhechores y ellos a su vez rindieron un informe preciso y detallado de las últimas actividades realizadas.
—¿Dime Ripio, tenemos algún tipo de inconvenientes con los guardiamarinas?
El Ripio se fumaba un pachuché, calmo y sigiloso, después de soltar una bocanada de humo respondió escueta y pausadamente.
—La vaina va bien, ¡Como siempre!
Quique entre tanto, con la mano izquierda metida entre sus glúteos, acariciaba con la punta de sus uñas, unos molestosos diviesos que habían hecho residencia permanente en aquella zona.
El sol se tornaba luz ondulante sobre el techo de Manolo, ni el más mínimo atisbo de brisa se sentía aquella tarde, aún cuando unas nubes haraganas a la distancia anunciaban por su tez lluvias de gracia. En el patio un enjambre de cotorras mantenían alborotado el vecindario, debajo en el callejón contiguo a la casa de María del Carmen, dos perros realengos hacían un amor desenfrenado y libres de inhibiciones.

—Sí, todo va bien Agamenón, pero estamos teniendo problemas con los señuelos.
Manolo miró fijamente a Quique con ojos de preocupación y le requirió de manera enfática que le explicara el problema.
—¿A ver? Dime, ¿Qué ocurre con los bandidos esos?
—Bueno, —prosiguió Quique; algunos de ellos han amenazado con delatarnos sí no les entregamos más dinero. Dicen que no pueden estar cayendo presos alegremente por el amor al gusto.
—¡Basta! —Gritó Manolo. Como me vienen esos pendejos con esa vaina, si les estamos repartiendo a esos parásitos el treinta por ciento de lo que nos estamos ganando, simplemente por dejarse coger presos. Miren Quique y Ripio reúnanse con los tipos esos y déjenles bien en claro, que a mi nadie me puede amenazar, y que en estas vainas nadie se echa para atrás.
Luego de aclararles algunas cosas y de terminar de atar algunos cabos sueltos. Les entregó treinta mil pesos, entre los cuales estaba el dinero que habrían de utilizar para que los guardiamarinas apostados en Nagua miraran sin ver, y para los señuelos que saldrían por otras costas para confundir a las autoridades y distraerlos. Cumplieran su cometido.



Doña Vertilia Mendoza atendía a su nieto Esmelin, primer nieto que la daba su hija Saira quien había contraído matrimonio con un ingeniero a quien le estaba yendo muy bien. Hacía un calor sofocante, y el niño no podía estar sin rascarse el tapiz salpicado de apotegmas de los furúnculos que le habían salido, en demasía, según doña Vertilia, por causa de la viruela, que en aquellos días, había tomado lugar en el barrio, después de marcharse la conjuntivitis. Era verano y el trópico dejaba sentir su esencia calcinante sobre los techos de aquel villorrio olvidado de Dios. Se levantó de la mecedora en que estaba sentada y se acercó al mueble en que tenía acostado al niño. Lo vio famélico y entristecido y se sintió temerosa de perderlo, aunque ella sabía que se repondría y que pronto volvería a corretear por el rancho; sin embargo ella no podía evitar espantarse al ver a los inocentes en aquel estado de desamparo, después que Juancito, el primer hijo que tuvo murió carbonizado por una fiebre que ella no pudo atender con eficacia. Quedó desde entonces marcada par toda la vida.
Dejó por un rato al niño, y se dirigió parsimoniosamente a la pequeña cocina de la casa, en un lado de la pared un sinnúmero de clavos servían de soporte a toda una serie de trastos: pailas, sartenes, jarros de aluminio y cucharones. A pesar de la deprimente pobreza había sin embargo en aquella cocina el orden mismo de un cuartel militar. Sus ojos se fijaron en la nevera; sus hijos y su sobrino de los Estados Unidos se habían puesto de acuerdo para regalársela el anterior día de las madres. Cuando legó hasta ella corrigió el desperfecto que le inquietaba; enderezó la piña de adorno que junto a otras frutas decorativas, provistas de imanes servían para decorar la nueva adquisición. Abrió la nevera, la cual usaba como despensa porque de lo contrario los ratones y las cucarachas terminaban contaminando y devorando cuanto encontraban a su paso. Confirmó su misión. Había café. Cuando se dispuso a volver a la sala a ver al niño enfermo, se topó de frente con la pequeña estufa y al lado de la misma el cilindro de gas peligrosamente corroído. Con un chasquido de los dedos se auto reprendió:
—¡Otra vez se me olvidó hacerle la prueba hidrostática!
Vertilia archivó esa información en la punta de la lengua, para soltarla inmediatamente viera al hijo
Se abrió paso entre las cortinas que servían de división entre la pequeña sala y la habitación, esperó hasta que sus ojos se acostumbraron a la media luz que imperaba en aquel cuartucho con tanta historia. Alzó la vista y vio la foto del marido muerto, y con gesto de resignación, volvió a recordar la poblada del ochenta y cuatro cuando, mientras Pacificador Paz Brenes se proveía de agua para su casa cayó víctima de una bala perdida. Se sintió nuevamente anegada por la angustia y deploró una vez más la suerte que le había tocado vivir. Después de unos segundos salió de transportación y enseguida sus ojos atraparon el reloj de cucú colgado en uno de los palos que servían de soporte al techo y vio la hora siendo atada por los tentáculos de la nada rodeada de nimitas amarillas tirando a rojo;
—¡Dios mío! —Se dijo,— estas horas no avanzan. Creo que tendré que desparasitarme, o será que tengo anemia.
—Doña Vertilia ya llegué, —Se escuchó la voz de Amauris un jovencito de quince anos hijo de la morena, prima de doña Vertilia y madre de Rafelito a quien también le decían el Pachá.
El niño entró al viejo rancho y espantó el sueño del niño enfermo.
—¡Con calma Amaurisito,! Con calma, ¡Que Esmelin está malito! —Le dijo la anciana llevándose los dedos a los labios representando el abstracto silencio.
—¿Hiciste lo que te pedí? —Continuó ella.
—Sí— le respondió él sin pensar mucho la pregunta; mirándola fijamente a los ojos con una expresión de azoro que hasta el más generoso hubiera colegido en que parecía un anormal.
—Muy bien mijo, vete y vuelve lo más pronto posible, ¿Oíste?
El muchacho obedeció la orden ipso facto, y salió a cumplir su misión. En tanto salió; Emeregildo, doña chencha y la morena entraban, pues la noche anterior habían quedado de acuerdo en reunirse en casa de Vertilia con fines de tratar de disuadir al Pachá y Hipólito hijo de don Emeregildo a desistir de la locura que pensaban cometer.

Eran ya las cuatro y quince de la tarde, el calor no podía ser más abrazador; los árboles yacían inertes entre las casas, el cielo yermo de nubes y en la palma mayor se apreciaban dos palomos exhaustos, inmóviles, casi se diría que moribundos, el calor de junio haciendo lo suyo. En los pocos charcos que quedaban de las lluvias pasadas nadaban unos pocos renacuajos y anidaban algunas larvas.
A cinco esquinas a pasos largos, en el mismo barrio en que vivía doña Vertilia respiraba María del Carmen, quien a esa hora lavaba un montón de ropa y olvidaba un poco sus penas, y recordaba un tanto el ayer. Mientras la conversación estaba en sus buenas, el saludo apagado de Juan Luís produjo la primera pausa en el debate de los vecinos.
—Mijo que bueno verte— le dijo Vertila.
—La bendición Má, la saludó él de manera deferencial.
—Así mismo, —dijeron los demás.
Emeregildo continuó:
—Muchacho tu llegada no podría ser más oportuna, siéntate para que nos des tú parecer sobre esta cuestión.
Amauris mientras tanto, en el cumplimiento de su misión pasó también por la casa de María del Carmen, vio la ventana abierta y se empinó para mirar, pero salió apresuradamente, y mientras caminaba no podía creer lo que había visto.
—¿Bueno sí ustedes piensan que yo puedo ayudar en algo, no hay problema, —dijo Juan Luís Paz.
—Claro que puedes y mucho, —insistió Emeregildo.
—¿A ver, de qué se trata todo esto?
En el reloj de cucú de doña Vertilia dieron las cinco de la tarde. La temperatura se hizo más agradable, las hojas de los árboles lejanos ya se movían de manera pausada; doña Vertilia se paró de su asiento pidiendo disculpas a los presentes y se fue a la cocina a preparar un café. Los primeros cirrocúmulos del día empezaban a confirmar el augurio, aunque todavía el aire del ventilador eléctrico era necesario.
—Es la vaina de las yolas mijo.
—Todavía siguen jodiendo con ese asunto, yo pensé que eso ya había quedado resuelto en las mentes de ellos.
—Hemos pensado que lo único que se puede hacer es denunciarlos a la policía. —Sentenció la Morena, ante la mirada absorta de Juan Luís Paz.
—Juan Luís se sintió anegado, tosió tres veces, y se sacudió la cabeza, Vertilia se incorporó a la reunión trayendo consigo el aromático café, lo repartió a cada uno recibiendo la gratitud de los presentes de manera cumplidora y reiterada. Juan Luís Paz sorbió el café con un ruido que fue reproducido de manera más discreta y pausada por los demás. Carraspeó un poco después del primer sorbo y luego de un segundo sorbo tuvo la lucidez precisa para sentenciar:
—"La verdad, es que, en este mundo pasan cosas, que ni guindando parecen bolsas"
Los demás afligieron la expresión del rostro y mascullaron algunas frases de resignación.
—Mi opinión, sí es que ustedes creen que les sirve de algo; es que empleen el diálogo con ellos; traten de convencerlos con palabras, pero no hagan locuras. Dicen que "el que por su gusto muere, la muerte le sabe a gloria" así que, simplemente esperemos sí está de Dios que ellos cambien de parecer. Según veo algunas personas solo aprenden a utilizar el sentido del oído después de muertos. Además tengo entendido que el nuevo jefe de la Marina es un buen cristiano, ¡quien sabe! Tal vez por fin se le empiece a poner freno a esta desgracia y apresen al antisocial ese.
Mientras aún Juan Luís decía esas palabras llegó Amauris, al ver a Juan Luís se asustó aún más y acercándose a doña vertilia, le suplicó al oído que fueran aparte, que le era urgente decirle algo muy importante. Vertilia lo miró fijamente a los ojos, y sin mediar palabras se levantó y siguió a Amauris hasta la cocina. Allí el muchacho le contó como los vio y lo que estaban haciendo. Vertilia se espantó, imprecando fuertemente al muchacho y exigiéndole que no enterara a nadie más sobre ese asunto. Le preguntó por los orines y el muchacho le respondió que los había dejado fuera en la puerta. Doña Vertilia se sacó cinco pesos y se los pasó a Amauris, le agradeció el favor y le volvió a pedir que se mantuviera callado fuera lo que fuera.

Manolo terminó en tanto de hacer lo que fue a hacer en casa de María del Carmen y salió lentamente de su casa para regresar a su guarida. Juan Luís después de ver a Esmelin y desearle que se mejorara se despedía por esos mismos momentos de su madre Vertilia, prometiéndole que regresaría en la noche para conversar con ella sobre algo muy importante. Amauris salió igualmente y mirando a los ojos a Juan Luís le dijo en tono intrigante: yo estaba en tu casa. Vertilia al escucharlo se puso fría, Amauris vio la expresión en el rostro de Vertilia y fue suficiente para que terminara de marcharse. Pero, no sin antes sembrar la duda en Juan Luís. Juan Luís se encogió de hombros y le hizo un gesto de perplejidad a su madre, pero sin mediar palabras. Los demás vecinos se despidieron igualmente, pero Vertilia se apresuró y le dijo a su hijo:
—Mijo no te vayas todavía, quédate un rato más, además no me has dicho por que llegaste tan temprano. ¿Es que no fuiste a trabajar?
—Precisamente de eso se trata, —le dijo él, y prosiguió; pero no ahora, esta noche vendré y hablaremos más calmadamente.
Cuando Vertilia vio que no podía retenerlo más, sin que él sospechara, lo dejó partir, y se abandonó a los brazos del Señor:
—¡Bueno!, —dijo, nadie la manda a ella a estar de chiva.

Juan Luís recorrió las mismas cinco cuadras que separaban su casa de la de su madre, el mismo colmadón atestado de vagos jugando dominó, con las camisas quitadas y los mismos saludos de clisé de siempre, el mismo patio de don Emanuel, lleno de gallinas flacas con polluelos come yerba y lombrices de tierra, las mismas tres casas que parecían una sola, en donde vivían cinco familias casi a merced de la caridad pública, la misma calle sin salida que llevaba hasta su casa y detrás de su casa la casa de Manolo, después de la encrucijada, el diablo mismo le asechaba. Cuando por fin llegó cerca de la casa, vio a Manolo a la distancia, pero no advirtió nada extraño en el ambiente, ni reparó en que este salía de su casa. Al entrar a la casa encontró a María un tanto desgarbada se supondría por el lavado que se veía atrasado e interminable, mantenía la casa en desorden, parte de la ropa tirada en un rincón de la sala parecían improvisar la cama de un indigente.

—¿María, cómo es posible que todavía a esta hora estés lavando ropa?
—¿Así es como me recibes? Acabas de llegar y ya me estas pelando.
—No te estoy peleando, simplemente no me gusta ver la casa en desorden, eso ya lo hemos hablado muchas veces.
Juan Luís malhumorado y triste se fue hasta la habitación y allí se dejó caer de bruces sobre la cama pelada. María que ya estaba satisfecha, ni siquiera le preguntó si tenía hambre. Siguió lavando la ropa hasta que terminó cuando ya languidecientes, las luces del astro rey se apagaban.

Manolo estaba contento, desplomado sobre el sofá de su casa, disfrutaba un pitillo que fumaba y dejándose marear por el humo que del se expedía.
—¡Por fin! —dijo, mientras reía y pensaba en voz alta. Soñolienta aún, Alicia, su fiel consuelo en las horas de su inabarcable y aguda soledad, salió de la habitación, con las sabanas marcadas a la piel blanca, se dejó tumbar sobre él, y luego de unos segundos notó en la expresión de su rostro, una alegría que solo le acostumbraba ver cuando ganaba en las apuestas de caballos, o cuando lograba enviar el TRABUCO con éxito. Instintivamente le acarició el bello de alrededor del pecho y le preguntó:
—¿Qué celebramos?
—Nada que a ti te importe, —le espetó él.
Alicia hizo un silencio cadencioso, marcado por su respiración; no reparó en su tosquedad, porque eso era parte del acuerdo tácito que sostenía aquella relación semi-formal.
—¿A qué le debemos tanta intriga? —Insistió ella retomando el tema.
Él le introdujo las manos por la bajimama y la apretó salvajemente hacia así, ella alzó instintivamente la cabeza hacia el cielo pestañeó varias veces seguidamente, hasta que sus ojos se cerraron por completo.
Él entonces, intentó despistarla, pues sabía bien lo celosa que era.
—Lo del viaje esta todo resuelto, —le susurró al oído.
—¿Cuánto nos vamos a ganar ahora?
—Es impropio que digas "¡Vamos¡" así suena a mucha gente.
Ella se sintió un tanto ofendida pero no se lo manifestó, le metió la mano por la bragueta, le hizo ¡tingola! y le reiteró la misma pregunta:
—¡Cincuenta mil!—fueron los tres golpes de voz que satisficieron su insistencia, y prosiguió:
—Ten cuidado, que estoy sensible por exceso de uso.
Ella no se dio por enterada del meta-mensaje, aún cuando desde hacía rato ya, sentía un tufo que a ella le parecía conocido. Aunque hubiera querido acabar con ella ahí mismo que era lo él, veladamente le intentaba comunicar, pero que no tenía la valentía suficiente para decirle con toda claridad. Ella lo miró con una sonrisa en el rostro y se sintió una verdadera heroína al lograr tener echado al piso a un hueso tan duro de roer como lo era Manolo Brenes Paz.



Cuando Juan Luís se incorporó de nuevo, la casa ya había perdido el desconcertante aspecto de culero de perros que tenía y estaba nuevamente en orden. Se sintió alegre de ver la casa ordenada y eso mismo le permitió sentirse capaz de comunicarse con su esposa, la asió mientras ella se peinaba frente al espejo, vestida con ropa exigua y le dio un beso, ella no se inmutó. El se percató de su impasividad. La miró reflejada en el espejo hasta que ella se dignó a mirarle con un dejo de indiferencia sin dejar de peinarse. Él, desprovisto de inspiración la soltó y le dijo en tono intrigante:
—Ahorita vi a Amauris y me dijo que estuvo aquí.
María del Carmen se sintió estrecha y solo atinó a contestarle con una pregunta, pero sin mirarle el rostro.
—¿A qué hora te dijo él?
Juan Luís, gesticuló intrigado:
—La hora no cambia nada, ¿qué quita que fuera a las tres o a las seis?
—¡Sí! es probable —le respondió ella de manera ambigua.
—¿Sí qué? —Le requirió él.
—Que estuvo por aquí, ¿no era eso lo que querías saber?
Juan Luís Paz, planificó un breve silenció, mientras sus ojos le desmoronaban los nervios.
—Solamente te digo que no voy a tolerar que estén diciendo más pendejadas. ¿Me oíste?
—Yo soy una mujer muy seria y tú lo sabes. —Se defendió ella.
—¡Ay mija, yo últimamente no sé nada!
—¿Qué estás insinuando Juan Luís? Que yo....
—No estoy insinuando nada, —la consoló él. —Solamente te estoy pidiendo un simple información, yo no te he sindicado en ningún sitio o acción, pero tú forma de responder llama a sospechas.
Ella bajó la mirada con la cara entristecida, con su característica ira reprimida, con su orgullo de mujer casi seria profundamente herido y así se mantuvo hasta que le oyó pronunciar sin la debida fuerza y convicción:
—Yo no sé hasta cuando va a durar esta vaina, sí esto sigue así......
Ella supo que el no decía esas palabras de corazón así que aprovechó el momento para ponerlo una vez más bajó sus pies.
—¡Que pendejo estas tú Juan Luís!, ya me tienes harta, vives cuestionándome y no sabes que yo soy mas seria que tú y tú madre juntos, pero ya esta bueno de amenazas, me iré esta misma noche pero no será como la otra vez, puedes estar seguro, que por esta casa no me volverás a ver más.
A él se le vino encima el cosmos, y de pronto se figuró sin tenerla a ella como sostén y lo que vio fue tétrico, así que con un disimulo mal logrado inició su retractación:
—¿Porqué eres tan grosera? Yo nunca me dirijo a ti en esos términos. Además, yo no te amenacé, lo que pasa es que estas a la ofensiva, tienes la ropa de pelear. Mira te propongo algo, imagínate que esta conversación no tuvo lugar, y sí te ofendí, entonces perdóname.
Ella lo abrazó sin decir nada por un rato. Pero por dentro reía y festejaba su victoria basada en su retórica manipuladora sin fundamento moral. Sabía que una vez más lo tenía bajo su entero dominio. Él, en tanto sintió la paz de sus brazos matriarcales que de nuevo le cobijaban la existencia; pero esta vez sin embargo, no se sentía tan sereno como cuando en las ocasiones anteriores este tipo de episodios había tenido lugar; ahora sentía que estaba abriendo una brecha cada vez más ancha, y que sí no lograba cerrarla se ampliaría hasta ser insondable para él. Se escondió bajo sus cabellos, y tomó la decisión de no meditar lo sucedido para no terminar llorando por flojo.
La noche alcanzó su meta. Caminó hasta ganarle la pelea al día, unas nubes rojizas presagiaban vientos fuera de temporada.



En la casa de Manolo se escuchó timbrar el teléfono. Alicia, diligente, se acercó hasta la delicada mesita de cristal en que estaba colocado el moderno teléfono. La voz que le habló a Alicia era una voz quebradiza y débil, le informó que deseaba conversar con Manolo. Manolo tomó el teléfono y respondió en primera persona del singular;
—Yo hablo.
—¡Hijo!— Prosiguió la voz.
Manolo reconoció quien le hablaba al tiro. Le extrañó su llamada, pero con suma deferencia y respeto se tomó el tiempo necesario para escuchar.
—Tengo dos asuntos de suma importancia que debemos conversar.
—Usted dirá, respondió él.
—No hijo mío, por teléfono no. Tiene que ser personal.
—Y, ¿Puede saberse... por lo menos de qué se trata?
—No mijo, no por teléfono. Solo puedo asegurarte, que se trata de cosas en las que tú tienes las manos metidas hasta donde dicen Cirilo.
—Pero eso no podrá ser esta noche, y dudo que mañana pueda ser porque ya tengo algunos compromisos previos, pero pasado mañana puedo llegar a su casa.
—No, no vengas a mi casa. Mejor llámame y yo voy a tu casa. No quisiera problemas innecesarios, tú sabrás comprenderme.

Juan Luís salió de su casa después que estuvo seguro de que su amor feudal había vuelto a la gracia de su señor. Salió de la encrucijada, pasó por el colmadón donde una nueva partida de vagos había sustituido a los de la tarde, caminó hasta ver el patio de las gallinas, desértico pues ya dormían. Al entrar en la casa de su madre fue inmediatamente abordado por ella con una preocupación febril e inusual.
—Dime hijo mío; ¿Cómo está todo en tú casa?
El le respondió con un dejo de vaguedad.
—Ahí, tú sabes. Ni fu ni fa.
—y Carmensita, —Prosiguió ella— ¿Está bien?
En busca de terminar el intrigante interrogatorio le dijo:
—¿Mamá, ocurre algo? ¿Acaso esta pasando algo que yo ignoro?
Ella le respondió pasándole a él la responsabilidad del asunto en cuestión.
—Hijo, yo se bien que eres un hombre inteligente y buen esposo, y que en tú vida solo acontecerá lo que tú mismo permitas que acontezca. Sin embargo yo sé también, que aveces oímos el río correr con ímpetu, y nos quedamos a esperar qué va a pasar, hasta que este arremete contra nosotros causando estragos irremediables.
El intentó persuadir a la madre con un silencio premeditado. Pero ella estaba decidida a hacerse entender de una vez y por todas.
—Mijo, mírame a los ojos.
El le clavó la mirada como queriendo demostrarle que no temía a sus palabras, pero la mirada ardorosa de ella le hizo declinar la vista.
—Juan Luís, sé bien que lo que te voy a decir no te ha de gustar, pero es la verdad y tengo el deber moral de ponerte al tanto de ella; María del Carmen no te quiere bien.
—Mire mamá, no crea usted que yo no estoy entendiendo por donde va la cosa. Yo la respeto mucho a usted, pero es bueno también que usted recuerde que yo no tengo la culpa de que ella me haya preferido a mí y no a él. Hay gente loca en esta vida. Habiendo tantas mujeres tiene él que emperrarse por la mía, ¡mire mamá cada cual que cargue con su propia cruz!
—Sé que lo que dices es la verdad, pero no te olvides de lo de la última vez.
—Sí, Y usted no se empecine en recordármelo por la misericordia de Dios.
—¡Excúsame hijo, excúsame! Sabes bien que mi propósito no es zaherirte, lo que ocurre es que aveces actúas como si fueras de palo. Además Manolo es rencoroso y sigue pensando que la unión de ustedes fue adrede de la parte tuya. Tiene enquistada la idea de que le quitaste la mujer de sus sueños. He tratado de convencerlo de lo contrario pero, aunque me manifiesta respeto debido a nuestro parentesco, no por ello cede. Sino que continúa obstinadamente en su idea de venganza.
Después con un suspiro de pesadumbre le reveló sin ambigüedades lo que nunca le había dicho.
—¡La verdad es que no sé que fue lo que ustedes le vieron a la negra esa!
Juan luís la miró asombrado y seguro como estaba de poseer la mulata más hermosa y ajustada de la república le dijo a su mamá.
—Primeramente no es negra, que quede claro, y segundo me parece que lo que salta a la vista no necesita espejuelos.
—Lo que ocurre es que piensas que me estoy refiriendo a su físico lo cual no se discute. Pero no se trata de eso. Habló más bien de su educación de la cual ha estado siempre carente, de cultura, de familia y de sabe Dios cuántas cosas más.
Juan Luís advirtió que esas cuántas cosas más eran una clara insinuación de moralidad dudosa. Vio sin mirar, la hora, en el reloj plástico de negro color, que llevaba en la pulsera. Era un reloj barato qué según él, hacía lo que los relojes están llamados a hacer. Para disipar y distraer su irritación y el curso de la conversación preguntó nuevamente por la salud del sobrino enfermo. Vertilia le respondió que su madre había llegado del trabajo y se lo había llevado a su casa, lo enteró así mismo del próximo arribo al país de su primo Tito, a quien después de la muerte de su esposa y la criatura en un parto fatídico; tomó la decisión de volver a la república en la andanza ilusoria de una mejor vida.
—Que bueno que viene Tito, yo siempre le dije a él que no sabía que iba él a buscar para ese país. Tito es un hombre bien preparado, aquí podría conseguir trabajo donde se lo proponga.
—Es cierto, —asintió Vertilia sin añadir comentarios.
Sentado en la rechinante mecedora con forro de cana, Juan Luís se mecía taciturno mirando con dificultad a lo lejos lo poco que quedaba de la luna, a través de la puerta abierta de par en par. De pronto un apagón eléctrico le eclipsó la vida al barrio. Lloviznaba entonces. La llovizna le trajo a menoría a dona Vertilia el estado de la casa de Juan Luís.
—Hijo, tienes que hacer algo por tú casa, ya viene por ahí los meses de lluvia, la temporada ciclónica; no creo que tú casa resista mucho viento. Pero a su vez se sentía pequeño ante su empobrecida realidad.
Ignoró conscientemente la exhortación y se quedó en silencio.
Juan Luís sabía que debía resolver lo antes posible el problema de las maderas viejas
—Y bien Juan Luís, ¿De qué se trata lo que me querías decir? —Lo interpeló la madre.
Juan Luís titubeo un poco, sin dejar de mirar al horizonte. Vertilia esperó paciente mientras buscaba la lampara para reponerse ante el apagón. Cuando regresó de la cocina le llegó a la mente lo de la prueba hidrostática. Colocó la humeadora en el lugar reservado par ella par cada noche y le dijo.
—Hijo, necesito que mañana saques un tiempesito para mí.
—En qué te puedo ayudar, le respondió Juan Luís Paz, mirando a su madre solo a intervalos que intercambiaba con la luna la lluvia y el pensamiento que lo carcomía.
—Necesito que me llenes el tanque de gas, porque sé que ya se está acabando. Lo sé porque ya huele raro. Pero antes de llenarlo les pides que le hagan la prueba hidrostática. Porque veo que este tanque esta algo descuidado, y el gobierno esta insistiendo mucho en que se hagan estas pruebas.
Juan Luís asintió, pero sin pronunciar palabra. Vertilia le requirió entonces que le contara con premura lo que le estaba aconteciendo porque ya casi era hora de ir al culto de la iglesia.
—Porque tanto apuro mamá, sí está lloviendo y la vida del hombre es además como la neblina de la mañana, pasajera, transitoria, sumamente breve.
—Me sorprendes mijo, parece que estas leyendo la Sagrada Escritura. Sin embargo aún no me has dicho qué te acontece.
—Mamá, sinceramente no sé por donde empezar.
Ella lo miró sin advertir aún su profundo desencanto y en forma jocosa lo animó.
—Empieza por el principio, creo que sería la mejor manera.
Él le dispensó una sonrisa falsa y le declaró enfáticamente una palabra tras otra sin hacer pausa: —Tengo un cáncer terminal me quedan a lo sumo seis meses de vida.
En ese preciso instante el fluido eléctrico retornó, y Vertilia miró y vio a su amado hijo, y solo entonces notó que aparentaba diez anos más viejo que de costumbre.

Cuando Juan Luís salió de casa de su mamá, la calle sin asfaltar estaba hecha un deprimente lodazal. Y la noticia dejó hundida a su madre en un abismo de tristeza, pensando como sería posible que ella viera morir a su hijo. Sin embargo lo dejó marchar bajo la promesa de que haría constante ruego por él, pues ella tenía fe en que Dos podría librarle de su trágica enfermedad.

Vertilia optó por diferir la entrevista que tenía pautada. Lo hizo tantas veces como fue necesario hasta que pensó que sus intensiones eran evidentes. La vida continuó para ella entre una mezcla insufrible de sentimientos. Por un lado temía que un día Juan Luís se enterara de las cosas que sucedían bajo las faldas de su esposa. Por el otro sentía pavor de solo pensar ver a su hijo amado postrado en una cama de hospital público al lado de enfermos de SIDA, tuberculosos y demás. Pero oró con insistencia con la idea de que a María del Carmen se le aquietara el fogaraté.
Indefectiblemente los días de los pobres transcurren. Por lo general sin ninguna otra novedad que una que otra desgracia que se presenta de forma periódica, como para que ellos no pierdan la costumbre.
Las relaciones entre Juan Luís y su esposa eran cada vez más tirantes; era obvio que aún cuando él ya había demostrado cierta frugalidad en los asuntos sexuales, no por ello diríase que él fuera o tuviera planes de ser célibe o anacoreta.
La situación del matrimonio ahora se veía empeorada por las horas muertas que Juan Luís se veía obligado a pasar en su casa a causa de la licencia médica de la que fue beneficiario. El mal humor de ella se hizo notar de inmediato pues ahora se hallaba presa en su propia casa, y no podía resolver sus fantasías quiméricas. Sin darse cuenta él buscaba la oportunidad par enfrentarla; por lo menos ese era el dictado de su conciencia, más su corazón lo traicionaba cada vez que pensaba en la llegada de la noche, viéndose sin ella su único trofeo de juventud, y en la misma visión; Él, enredado en ella en espiral como una guirnalda que no era parte del trofeo, pero que estaba con el trofeo. Juan Luís no pudo sondearla, no porque no quisiera, sino porque tenía un miedo pavoroso, no a descubrir la verdad. Él la conocía bien, sino porque no deseaba enfrentarla.



Aquel martes llegó sin que lo llamaran, era una mañana más fresca y benigna que las anteriores, y en el zinc se escuchaban los insistentes graznidos de las palomas que volaban del patio de Manolo a las casas contiguas. El sol se escondía aún detrás de la nada, pero su blanca luz ya despojaba a la negra noche; caía una sirimiri lenta, universal y casi imperceptible. A pesar de que hacía ya un mes que estaba inactivo; continuaba levantándose a sus horas de costumbre a atiborrarse de café. Aquella mañana sin embargo no lo hizo; y ella lo notó. Él, tendido en la cama sintió el ambiente y la esencia del amanecer, la débil luz se filtraba por las rendijas de las envejecidas y negras maderas del rancho, así como por los orificios de zinc. Era temprano todavía, así que lo que no se había podido la noche anterior, ni la trasanterior, ni la semana pasada, ni la antepasada, ni la trasantepasada; tal vez, por la gracia infinita del ser supremo; la mujer volviera a recordar los días cuando ella lo buscaba pero era él quien no se hallaba. Inició su ataque acariciándola con esmero, pero ella permaneció impávida, hubiera querido empujarlo pues ya era completamente indiferente a sus amores. Cuando vio que sus caricias le eran indiferentes, empezó a sobarla. Ella ya no lo pudo soportar más y se sacó del mosquitero en dirección al baño. Él no dijo palabra. Se echó la culpa a sí mismo por el rechazo de ella.

Cuando las aguas hubieron vuelto a su nivel, se levantó de la cama con un único pensamiento, el de ir al aeropuerto a buscar a Tito. Era el amigo que llegaba ese día de los Estados unidos. Se cambió rapidamente sin haberse banado antes. Ella le ofreció una taza de café


Las brisas soplaron favorables para Manolo, toda la operación estaba lista. A cada uno de los conjurados se les había repartido su porción



Las hojas de los últimos árboles que se resistían a ser parte de los ciclos anuales terminaron cayendo. Pero el barrio no experimentó mudanza alguna. Excepto un cuchicheo creciente que daba cuenta de que Juan Luís estaría enfermo de SIDA. Las brisas destructoras de los vientos huracanados de octubre devolvieron a su paso la vida a los estanques de la comarca; la lluvia se precipitaba a diario en horas de la tarde y el diluvio era puntual en la madrugada. Juan Luís logró obtener licencia médica hasta su muerte pues los signos de su enfermedad empezaron a manifestarse de manera creciente. Tito fue su mayor consuelo en aquellas horas aciagas, con él logró desahogar la profunda frustración que sentía en el interior de su alma, así como mediante la asistencia de los cultos de la iglesia a la que asistía su madre, en donde era objeto, después de tres meses de oración, más de pena y lástima, que de una fe genuina que diera como resultado su completa sanidad.

albertogalvac@hotmail.com



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