(Jesús o Cristo; Belén, h. 6 a.
C. - Jerusalén, h. 30 d. C.) Predicador judío fundador de la religión
cristiana, a quien sus seguidores consideran el hijo de Dios. El nombre de Cristo significa en griego
«el ungido» y viene a ser un título equivalente al de Mesías. La vida de Jesús
está narrada en los Evangelios redactados por algunos de los primeros
cristianos. Jesús nació en una familia pobre de Nazaret, hijo de José y de
María. Aunque la civilización cristiana ha impuesto la cuenta de los años a
partir del supuesto momento de su nacimiento (con el que daría comienzo el año
primero de nuestra era), se sabe que en realidad nació un poco antes, pues fue
en tiempos del rey Herodes, que murió en el año 4 a.C.
Fueron precisamente
las persecuciones de Herodes las que llevaron a
la familia, después de la circuncisión de Jesús, a refugiarse temporalmente en
Egipto. El relato evangélico rodea el nacimiento de Jesús de una serie de
prodigios que forman parte de la fe cristiana, como la genealogía que le hace
descender del rey David, la virginidad de María, la anunciación del
acontecimiento por un ángel y la adoración del recién nacido por los pastores y
por unos astrónomos de Oriente. Por lo demás, la infancia de Jesucristo
transcurrió con normalidad en Nazaret, donde su padre trabajaba de carpintero.
Hacia los treinta
años inició Jesucristo su breve actividad pública incorporándose a las predicaciones de su primo, Juan el Bautista. Tras escuchar sus sermones, Jesús se hizo
bautizar en el río Jordán, momento en que Juan le señaló como encarnación del
Mesías prometido por Dios a Abraham. Juan fue pronto detenido y ejecutado por
Herodes Antipas, lanzándose Jesucristo a continuar su predicación.
Se dirigió fundamentalmente a las
masas populares, entre las cuales reclutó un grupo de fieles adeptos (los doce
apóstoles), con los que recorrió Palestina. Predicaba una revisión de la
religión judía basada en el amor al prójimo, el desprendimiento de los bienes
materiales, el perdón y la esperanza de vida eterna.
Su enseñanza
sencilla y poética, salpicada de parábolas y anunciando un futuro de salvación para los humildes, halló
un cierto eco entre los pobres. Su popularidad se acrecentó cuando corrieron
noticias sobre los milagros que le atribuían sus seguidores, considerados como
prueba de los poderes sobrenaturales de Jesucristo. Esta popularidad, unida a
sus acusaciones directas contra la hipocresía moral de los fariseos, acabó por
preocupar a los poderosos del momento.
Jesús fue
denunciado ante el gobernador romano, Poncio Pilatos,
por haberse proclamado públicamente Mesías y rey de los judíos; si lo primero
era cierto, y reflejaba un conflicto de la nueva fe con las estructuras religiosas
tradicionales del judaísmo, lo segundo ignoraba el hecho de que la proclamación
de Jesús como rey era metafórica, refiriéndose al «reino de Dios» y sin poner
en cuestión los poderes políticos constituidos.
Consciente de que
se acercaba su final, Jesús celebró una última cena
para despedirse de sus discípulos; luego fue apresado mientras rezaba en el
Monte de los Olivos, al parecer con la colaboración de uno de ellos, llamado
Judas. Comenzaba así la Pasión de Cristo, proceso
que le llevaría hasta la muerte tras sufrir múltiples penalidades; con ella
daba a sus discípulos un ejemplo de sacrificio en defensa de su fe, que éstos
asimilarían exponiéndose al martirio durante la época de persecuciones que
siguió.
Jesús fue torturado
por Pilatos, quien sin embargo, prefirió dejar la
suerte del reo en manos de las autoridades religiosas locales; éstas decidieron
condenarle a la muerte por crucifixión. La cruz, instrumento de suplicio usual
en la época, se convirtió después en símbolo básico de la religión cristiana.
Los Evangelios
cuentan que Jesucristo resucitó a los tres días de
su muerte y ascendió a los cielos. Judas se suicidó, arrepentido de su
traición, mientras los apóstoles restantes se esparcían por el mundo
mediterráneo para predicar la nueva religión; uno de ellos, Pedro, quedó al
frente de la Iglesia o comunidad de los creyentes cristianos, por decisión del
propio Jesucristo. Pronto se incorporarían la predicación nuevos conversos, entre los que
destacó Pablo de Tarso que impulsó la difusión del cristianismo más allá de las
fronteras del pueblo judío.
La obra de Pablo
hizo que el cristianismo dejara de ser una secta
judía cismática y se transformara en una religión más universal; la nueva
religión se expandió hasta los confines del Imperio Romano y más tarde, desde
Europa, se difundió por el resto del mundo, convirtiéndose hasta nuestros días
en la religión más extendida de la humanidad (si bien se encuentra dividida en
varias confesiones, como la católica romana, la ortodoxa griega y las diversas
protestantes).
II COMPENDIO Y VISION BIOGRAFICO
Cristo (en griego antiguo: Χριστός, Christós, que significa ‘ungido’) es
el título que en el cristianismo se
le da a Jesús de Nazaret(Belén, años 7/6 a.C. - Jerusalén, año 29 / 30 d.C.). El término Christós a su vez proviene del
hebreo "מָשִׁיחַ" (Māšîaḥ /mashiach/), ‘el Mesías’, que significa ‘ungido’ de Dios.
Los seguidores de Jesús son conocidos como "cristianos" porque ellos creen y
confiesan que Jesús es el Mesías profetizado en el Antiguo Testamento,4 por lo cual le llamaban
"Jesús Cristo", que quiere decir, "Jesús, el Mesías" (en
hebreo: "Yeshua Ha'Mashiach"),
o bien, en su uso recíproco: "Cristo Jesús" ("El Mesías
Jesús").
El título "Cristo" también se encuentra dentro del nombre personal "Jesucristo",5 y se menciona como un sinónimo
de Jesús de Nazaret en
la fe cristiana,
que lo considera «Salvador» y «redentor» de los hombres, el «Verbo»
(o Palabra) de Dios encarnado,6y «el Hijo unigénito de Dios».7 Los cristianos aguardan la Segunda Venida de Cristo (su regreso
a la tierra) en el fin de los tiempos.
El área de teológica llamada "Cristología" se ocupa principalmente
de estudiar la naturaleza divina de
la persona de Jesucristo, según los evangelios
canónicos y los demás escritos del Nuevo Testamento.
El título Mesías fue utilizado en el Libro de Daniel,8 que habla de un "Mesías
Príncipe" en la profecía acerca de "las setenta semanas".
También aparece en el Libro de los Salmos,9 donde se habla de los reyes y
príncipes que conspiran contra Yahveh y contra Su ungido. Jesús es
llamado «el Cristo» en los cuatro evangelios del Nuevo Testamento donde se le describe
ungido con el Espíritu Santo.
. Algunas referencias incluyen Mateo 1:16, Mateo 27:17, Mateo 27:22, Marcos
8:29, Lucas 2:11, Lucas 2:11 y Juan 1:41. "Y les dijo: ¿Y vosotros, quién decís que soy?
Entonces respondiendo Simón Pedro, dijo: El Cristo de Dios.
Entonces respondiendo Simón Pedro, dijo: El Cristo de Dios.
Lucas 9:20; RV
(1569) En el evangelio de Juan se usa como nombre:
«[...] la gracia y la verdad nos han llegado por
Jesucristo» 10
«Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero,
y a tu enviado, Jesucristo».11 La palabra «ungir» ―del latín únguere― significa ‘elegir a alguien para un puesto o un cargo
muy notable’ (como sumo sacerdote o
rey).3
La concepción hebrea del ungido o entronizado proviene de la antigua creencia que establece que untar
a una persona u olear un objeto con aceite otorga cualidades extraordinarias,
incluso sobrenaturales, cuando estas provienen de una autoridad divina. En el Israel de la antigüedad, la costumbre
de ungir a una persona otorgaba la potestad para ejercer algún cargo importante.
El término Cristo no solo se utilizaba con los sacerdotes12 que eran mediadores entre
Dios y la humanidad, sino también con los reyesteocráticos13 que eran representantes de
Dios y adquirían de esa manera dignidad sacerdotal.
Más tarde se aplicó a los profetas14e incluso se vinculó con los patriarcas.15 Sin embargo, en la
transformación del concepto mesiánico, el uso del término se
restringió al redentor y restaurador de la nación judía.16 17 En el Nuevo Testamento, la palabra Cristo se
utiliza como nombre común y
como nombre propio.
En ambas acepciones aparece con o sin artículo definido, en solitario o
asociada a otros términos o nombres. Cuando se usa como nombre propio y, muchas
veces, en los otros casos, designa a Jesús de Nazaret,
el esperado Mesías de los judíos.
De esta manera, para las confesiones cristianas, Jesucristo es el mesías, aquel que el Antiguo Testamento anunciaba
que llegaría como plan de salvación de Dios para la humanidad. Otras
religiones, sobre todo los musulmanes,18 judíos ortodoxos,
conservadores, y reformistas,19 lo consideran solamente como
un gran profeta o predicador de su pueblo ―el pueblo
judío― y el fundador de la religión cristiana, a quien sus seguidores
consideran el hijo encarnado de Dios.
La religión cristiana afirma que Yahvé Dios se manifestó a los hombres en la persona de Jesús de Nazaret (en
hebreo: 'Yehoshua', siendo el Hijo de Dios hecho
hombre y, por tanto, el Mesías anunciado en las Escrituras.20 Jesús mismo afirmó ser el
Cristo, el Mesías anunciado por los profetas y ansiosamente esperado por Israel. En Cesarea de Filipo, por ejemplo, ante la
controversia de opiniones que corría sobre su persona, Jesús les preguntó a sus
discípulos: «Y vosotros quién decís que soy yo?». Pedro respondió: «Tú eres el
Cristo, el Hijo del Dios viviente».21
Jesús no enmendó la respuesta de Pedro, más bien confirmó que Dios mismo habría hecho tal afirmación. El
dogma principal del cristianismo afirma que Jesús resucitó, lo que sería la
prueba de que Jesús es el prometido Cristo.20
El cristianismo surgió
como una comunidad, la Iglesia, inspirada en las enseñanzas de Jesús de Nazaret.
Según san Lucas (en Hechos de los
Apóstoles 11:26), los discípulos de Jesús fueron llamados
«cristianos» por primera vez en Antioquía de Siria.
La misión que los unía era la prédica de estas enseñanzas por todo el mundo,
prédica inicialmente llevada a cabo por sus discípulos directos, llamados apóstoles. Según los Evangelios, Dios preparó un pueblo,
prefigurado en el pueblo de Israel, conducido por
Moisés y los profetas y al que Cristo encabeza como jefe y salvador. Con este
pueblo, Cristo realizaría una nueva alianza. El fin de este pacto es que todos
conozcan a Dios Padre y a Jesucristo su Hijo y en Él tengan vida eterna (según
el Evangelio de Juan 3.16).
Según el cristianismo, Jesús de Nazaret es
el Cristo (el Mesías), Hijo de Dios hecho hombre (según el Evangelio de Mateo),23 concebido por el Espíritu Santo y nacido de la virgen María. Después de la crucifixión,
al tercer día resucitó y posteriormente subió al Cielo; y se espera su regreso
al final de los tiempos en lo que se llama la «segunda venida de Cristo». El
cristianismo explica que el sufrimiento de Jesús era necesario.24 Frecuentemente se cree que
el padecimiento de Jesús se desarrolló en la cruz, en realidad su padecimiento
comenzó desde el huerto de Getsemaní.25 En este pasaje se describe
como Jesús lleno de angustia oraba intensamente, su sudor era como grandes
gotas de sangre que caían hasta la tierra.
En el Libro de Daniel se
afirma que el mesías príncipe sería cortado, y no tendría nada.26 27 La antigua versión de Reina-Valera traduce ‘será muerto y
nada tendrá’ y en el margen de la paráfrasis ‘será echado de la posesión’. Esto
se cumplió cuando, en lugar de ser aceptado como Mesías por los judíos, fue rechazado, cortado, y no
recibió ninguno de los honores mesiánicos que le pertenecían, aunque, con su
muerte, echó los cimientos de su futura gloria en la Tierra, obrando la
redención eterna para los salvos. En la Primera
Carta a los Corintios San Pablo de Tarso escribió que así como
el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, así es el Cristo: la cabeza y los
miembros en el poder y la unción del Espíritu forman un solo cuerpo.28
En el Libro de Juan,
este título es relacionado con el de Mesías, «llamado el Cristo».29 Habiendo sido rechazado como
mesías en la tierra, él ha sido hecho, ya resucitado de los muertos, Señor y
Cristo,30 y así se cumplen los
consejos de Dios con respecto a él y al hombre en él. Se revela que los santos
habían sido escogidos en Cristo desde antes de la fundación del mundo. Todas
las cosas en el cielo y en la tierra tienen que ser encabezadas en el Cristo,31 ya que el Cristo es la
cabeza del cuerpo de la Iglesia.32
El primer acto público de Jesús (tras la breve aparición en el templo de
Jerusalén a los doce años) es su bautismo de manos de san Juan el Bautista, seis meses mayor que
Jesús y que preparó el camino de este hablando al pueblo sobre la misión de
Cristo. Jesús inició rápidamente su Magisterio ante el pueblo. No ante los
reyes o sumos sacerdotes, sino ante aquellos de quien es el Reino primeramente:
los más desposeídos. La gente sencilla a la que Dios quiso llegar antes. Jesús les
habló de amor. Del amor de Dios hacia ellos y de la venida del Reino al que
llegaríamos por nuestras buenas acciones y no por nuestra hipocresía.
En el Libro de Juan:
Un mandamiento nuevo os doy: que
os améis unos a otros como yo os he amado. En esto conocerán todos que sois mis
discípulos: si os tenéis amor unos a otros
Jesús33 Durante su vida pública
Jesucristo ganó muchos adeptos, que a la postre no lo seguirían sino que lo
condenarían. Los Evangelios recuerdan a Jesús en medio de la gente, sanando
enfermos y demostrando la piedad y el amor de Dios a su pueblo. Cristo es el
Poder de Dios hecho carne.
El poder sobre el mal, sobre la enfermedad e incluso, y por encima de todo, el poder sobre la
muerte. Nos muestran a Jesús sintiéndose grato en presencia de niños y mujeres.
En aquellos tiempos, los niños y las mujeres eran considerados poco más que
estorbos, pero Jesús se acercó a ellos demostrando que el reino es de todos por
igual, sean hombres, mujeres, niños o ancianos. La igualdad de los hombres ante
Dios es proclamada por Jesús no solo con palabras, sino con gestos como este.
Una vez se dio a conocer al pueblo de Dios, Jesús acudió a las sinagogas y al Templo para enseñar la
Palabra de Dios a los sacerdotes.
Las castas religiosas judías le recibieron con temor, ya que sus enseñanzas ponían a Dios por encima
de todo e incluso por encima de ellos.
En el Templo de Jerusalén Jesús
se enfureció al ver un negocio (mercado) montado allí y derribó los puestos de
los mercaderes. Dios y el negocio no casan bien, y eso es algo que san Lucas no
se cansa de repetir tanto en su Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles.
Los sacerdotes le presentaron a una mujer que había cometido adulterio, por lo que iba a
morir lapidada. Jesús la protegió y les dijo que aquel que estuviera libre de
pecado tirara la primera piedra. Uno de los pilares del Mensaje de Cristo es
que el hombre no debe juzgar el corazón de sus semejantes, ya que es algo que
está reservado única y exclusivamente a Dios. Solo Dios es juez de los
sentimientos humanos.
Hacia los treinta años inició Jesucristo su breve actividad pública incorporándose a las
predicaciones de su primo, san Juan Bautista. Tras escuchar sus sermones,
Jesús se hizo bautizar en el río Jordán, momento en que Juan le señaló como
encarnación del Mesías prometido por
Dios a Abraham. Juan fue pronto detenido y
ejecutado por Herodes Antipas,
lanzándose Jesucristo a continuar su predicación.
Se dirigió fundamentalmente a las masas populares, entre las cuales reclutó un grupo de fieles
adeptos (los doce apóstoles), con los que recorrió Palestina. Predicaba una
revisión de la religión judía basada en el amor al prójimo, el desprendimiento
de los bienes materiales, el perdón y la esperanza de vida eterna.
Próxima la hora de su sacrificio por todos nosotros, Jesús sintió flaquear sus fuerzas y un ángel
llegó para confortarle. La humanidad de Cristo se manifiesta así de la manera
más evidente, y la muerte en la Cruz será el punto culminante de la vida de un
Dios hecho hombre que quiso serlo hasta el final. Para los cristianos, este es
el más maravilloso ejemplo de sacrificio, solidaridad, amor y misericordia
jamás visto. Él fue torturado por Pilatos, quien sin embargo, prefirió dejar la
suerte del reo en manos de las autoridades religiosas locales; estas decidieron
condenarle a la muerte por crucifixión.
Los Evangelios cuentan que
Jesucristo resucitó a tres
días de su muerte y se les presentó a sus discípulos:
"Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con
vosotros: que era necesario que se cumpliesen todas las cosas que están escritas
de mí en la ley de Moisés,
y en los profetas, y en los salmos. Entonces les
abrió el sentido, para que entendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está
escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los
muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y la
remisión de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” Lc. 24:44-47; RV (1569).
Después de eso, se narra su ascensión a los cielos. Judas se suicidó, arrepentido de su traición,
mientras los apóstoles restantes se esparcían por el mundo mediterráneo para
predicar la nueva religión; uno de ellos, Pedro, quedó al frente de la Iglesia o comunidad de los
creyentes cristianos, por decisión del propio Jesucristo. Pronto se
incorporarían la predicación a nuevos
conversos entre los que destacó san Pablo, que impulsó la difusión del
cristianismo más allá de las fronteras del pueblo judío.
La obra de san Pablo hizo que el cristianismo dejara de ser una secta judía cismática y se
transformara en una religión más
universal; la nueva religión se expandió hasta los confines
del Imperio Romano y
más tarde, desde Europa, se difundió por el resto del mundo, convirtiéndose
hasta nuestros días en la religión más extendida de la humanidad (si bien se
encuentra dividida en varias confesiones, como la católica romana,
la ortodoxa griega y las diversas protestantes).
La palabra salvador,
a su vez, era el título calificativo que los judíos aplicaban a
sus sacerdotes, reyes, y profetas,
ya que estos debían ser ungidos con
aceites como parte del rito que los consagraba a su labor. Los seguidores de Jesús de Nazaret,
considerando que este era el Mesías prometido por las profecías
mesiánicas de la Tanaj, le aplicaron este título a su líder,
llamándole Cristo Jesús o el Salvador. A mediados del siglo II -unos cien años después de
la muerte y resurrección de
Jesús de Nazaret—se les comenzó a conocer por cristianos en Antioquía, ya que se decían seguidores del
Cristo.
Según algunas confesiones cristianas, como la Iglesia Católica Apostólica Romana, la Iglesia Católica
Apostólica, la Iglesia Anglicana, la Iglesia Ortodoxa o las principales
iglesias Protestantes, la Salvación es una venida
de Dios. Sustentan este punto de vista en las palabras del Apóstol
Pedro: «Por el contrario, creemos que tanto ellos como nosotros somos salvados
por la gracia del Señor Jesús».34Esta gracia se obtiene a través de
la fe y el obrar cristiano, según
católicos y ortodoxos, o exclusivamente por la fe, según los protestantes, es
decir, en creer o confiar que Jesucristo es el Hijo de Dios, el Salvador y el
Único Perdonador de pecados.
En la carta de Pablo a
los romanos se explica lo que es la salvación,35 pero con más precisión en la
carta del apóstol Pablo a los Efesios: «Cristo, con su muerte y su
Resurrección, es quien elimina la deuda del pecado humano y vehicula en su
persona esa gracia redentora».36 Para el cristianismo la
salvación está disponible para todos los que creen y actúan en consecuencia.
La figura de Cristo es una figura
muy importante en el contexto religioso mundial ya que casi todas las
religiones poseen una opinión respecto a Jesús de Nazaret como el
Cristo/Mesías. Los judíos han visto tradicionalmente a Jesús como uno de tantos
falsos mesías que han aparecido a lo largo de la historia. Se le ve como el que
más ha influido en su pueblo y, por ello, el que más daño ha causado. Sin
embargo, debido a que la doctrina del mesías no es central en el judaísmo, no
ha sido un tema importante de estudio para el judaísmo.
El judaísmo nunca ha aceptado ninguna de las profecías que los cristianos dicen que se le atribuyen a
Jesús. También prohíbe adorar a cualquier persona debido a que es considerado
idolatría y la creencia central del judaísmo es la absoluta unidad y
singularidad de Dios. La escatología judía
indica que la venida del mesías vendrá acompañada de una serie de eventos
específicos que no han ocurrido todavía:
el retorno de todos los judíos a
la Tierra Prometida
La reconstrucción del Templo
la era de la paz y entendimiento
en la cual «el conocimiento de Dios» llenará la Tierra.
El judaísmo sostiene que Jesús no
puede ser candidato para haber sido el mesías porque durante su vida no sucedió
ninguno de estos eventos.
Existe una corriente
llamada judaísmo mesiánico ―no
aceptada por el judaísmo tradicional―, que sostiene que Jesús sería el mesías.
Ellos no comparten la visión del resto de los judíos de que durante su vida no
han sucedido ninguno de los eventos que los judíos creen que están profetizados
en la Biblia y afirman junto al resto de los cristianos el cumplimiento de las
profecías mesiánicas en su persona.
La religión cristiana se inició en el seno del judaísmo como uno de tantos movimientos mesiánicos, centrado en
la persona de Jesús de Nazaret.
Sus seguidores extendieron su culto por todo el mundo basándose en la idea de
que Jesús había resucitado.
Los seguidores de Cristo en el mundo actual no forman un conjunto único y
uniforme, sino que se agrupan en distintas confesiones, como las iglesias
católica apostólica romana, católicas apostólicas ortodoxas y anglicana,
luterana, bautista, anabautista, menonita, presbiteriana, metodista, etc. Y aún
los hay que no reconocen un vínculo con algún grupo.
La fe en Cristo de la mayoría de estas comunidades puede sintetizarse en esta antiquísima profesión
de fe: Creo en Jesucristo su único Hijo Nuestro Señor, que fue concebido por
obra y gracia del Espíritu Santo. Nació de Santa María Virgen, padeció bajo el
poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los
infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y
está sentado a la derecha de Dios Padre Todopoderoso. Desde allí va a venir a
juzgar a vivos y muertos.
Existe un movimiento
llamado ecumenismo,
el cual trata de buscar la unidad de todos los seguidores de Cristo. A este
respecto, dentro de la Iglesia Católica,
el Concilio Vaticano
II, en su decreto Unitatis
redintegratio, ha expresado, refiriéndose a la división de los
cristianos, «abiertamente repugna a la voluntad de Cristo y es piedra de escándalo
para el mundo y obstáculo para la causa de la difusión del Evangelio por todo
el mundo».37
Antes de su realización, el
papa Juan XXIII creó el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de
los Cristianos. Esta llamada ha sido continuada por los papas
siguientes.38
Para el catolicismo,
Cristo es el Hijo de Dios hecho
hombre por nuestra salvación, y esa es la “Buena Nueva”: Dios ha enviado a su
Hijo.39 Hijo de Dios hecho hombre:
para la Iglesia Católica esto significa que la segunda Persona de la Santísima Trinidad,
el Hijo, se hizo hombre en el seno de María. Cristo, siendo una sola Persona
divina, es perfecto Dios y perfecto hombre. Esta doctrina encuentra sus
antecedentes en distintos textos de la Sagrada Escritura, entre los que se
puede citar: En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo
era Dios. Juan 1:1
Y el Verbo se hizo carne, y
habitó entre nosotros. Juan 1:14
Tomás respondió: «¡Señor mío y
Dios mío!». Juan 20:28
A ellos también pertenecen los patriarcas, de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios
sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén.
Romanos 9:5 Él, que era de condición divina,
no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al
contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose
semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta
aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le
dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble
toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame
para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor».
...mientras aguardamos la
esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y
Salvador Jesucristo.
Se han producido dentro de la
Iglesia Católica distintos debates referidos a cómo deben interpretarse estas
afirmaciones. Su posición oficial ha quedado fijada en las decisiones de los
distintos Concilios: El Primer
Concilio de Nicea, en el año 325, el primer concilio ecuménico que
la Iglesia Católica pudo realizar terminadas las persecuciones que padeció sus
primeros 300 años, profundizó los textos bíblicos citados, afirmando que
Jesucristo es consustancial al Padre (de la misma sustancia que el Padre), es
decir, verdadero Dios.
El Primer Concilio de Constantinopla, en el año 381, continuó con la profundización
de la doctrina, redactando el Credo
Niceno-Constantinopolitano:
Creo en un solo Señor,
Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no
creado, de la misma sustancia del Padre, por quien todo fue hecho; que por
nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del
Espíritu Santo se encarnó de María Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa
fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y
resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado
a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y
muertos, y su reino no tendrá fin.
Los Concilios siguientes han
continuado precisando la doctrina:
El Concilio de Éfeso (año 431), definió
que el Cristo histórico es al mismo tiempo verdadero Dios y verdadero hombre, y
como consecuencia necesaria, María es madre de Dios.40
El Concilio de
Calcedonia (año 451), precisó y formuló la existencia de las dos naturalezas divina y
humana en la Persona única de Cristo.41
En el Segundo Concilio de Constantinopla (año 553), quedó
precisada la unión de las naturalezas divina y humana insistiendo en la
unicidad de la Persona de Cristo.42
El Tercer Concilio de Constantinopla (años 680-681),
proclamó la existencia en Cristo de dos voluntades, la humana y la divina.43
Estas precisiones han surgido como respuesta a distintas doctrinas que fueron apareciendo.
Por ejemplo: El monarquianismo o adopcionismo: Jesús era un simple ser
humano, elevado a una dignidad similar a la de Dios luego de su muerte.
El apolinarismo: en Cristo el espíritu estaba
sustituido por el Logos divino, con lo que implícitamente negaba la naturaleza
humana completa del Redentor.
El arrianismo: Jesús fue creado por Dios como
el primer acto de la Creación, coronación gloriosa de toda la creación.
Entonces, Jesús fue un ser creado con atributos divinos, pero no divino en y
por Sí mismo.
El monofisismo o eutiquianismo: afirma que en Cristo existe una sola naturaleza: la
divina. El nestorianismo:
afirmaba que en el Verbo existen dos personas: la divina (Cristo, hijo de Dios)
y la humana (Jesús, hijo de María). Por tanto, María no es Madre de Dios, es
madre de Cristo. El monotelismo:
afirmaba que en Cristo existían dos naturalezas (como en el catolicismo), pero
sólo la voluntad divina.
En todas ellas, la Iglesia ha
visto en el fondo la negación de la redención: era necesario que Cristo fuera
Dios, para poder redimir; que fuera hombre, para poder padecer; y que fuera una
sola persona, para poder referir la divinidad y la humanidad “en concurrencia
inefable y misteriosa en la unidad”.44
(Véase disputas
cristológicas).
Para la Iglesia Católica, Cristo,
en el mundo actual, es “Lumen Gentium”, “Luz de los pueblos”.45 Por ello el beato Juan Pablo II, en la homilía de comienzo
de su pontificado, exclamaba “¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en
par las puertas a Cristo!”.46
Más recientemente, el Papa Francisco ha expresado:
Jesús es Dios, pero se ha abajado
a caminar con nosotros. Es nuestro amigo, nuestro hermano. El que nos ilumina
en nuestro camino. Y así lo hemos acogido hoy. Y esta es la primera palabra que
quisiera deciros: alegría. No seáis nunca hombres y mujeres tristes: un
cristiano jamás puede serlo.
Papa Francisco, homilía en Misa por
Domingo de Ramos 2013. 47
El Catecismo de la Iglesia Católica destaca que «los Padres ven en la concepción virginal
el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido en una
humanidad como la nuestra».48
La Iglesia Católica resalta el
papel de María en la concepción virginal de Cristo, en su relación de fe hacia
Él y en la redención por él obrada. Los Padres de la
Iglesia abordaron la íntima unión de Cristo y María en la obra
de la redención. Por ejemplo:
Adán, en efecto, fue recapitulado en Cristo, para que esto que es mortal fuera engullido en
la inmortalidad, y Eva en María, para que una virgen convertida en abogada de
una virgen disolviese y anulase con su obediencia de virgen la desobediencia de
una virgen.
Por un lado, la Iglesia Católica
sostiene que Dios ha preparado a María para tal misión, «en atención a los
méritos de Cristo Jesús», preservándola del pecado original, en lo que se denomina
su Inmaculada
Concepción49 y concediéndole multitud de
gracias, las que ella misma reconoció diciendo: «Porque el Todopoderoso ha
hecho en mí grandes cosas»50 y a las que ella
correspondió con absoluta fidelidad y entrega.51
Por otro, ha visto en el sí de
María, al aceptar el ofrecimiento del ángel a ser madre de Jesús, el sí de la
humanidad, que aceptaba a través de ella la salvación que traería Cristo.52
Por el hecho de ser madre de Cristo, que según se ha visto la Iglesia Católica
enseña que es la segunda Persona de la Santísima Trinidad que
se hizo hombre sin perder su condición divina, la Iglesia la llama Madre
de Dios.53 Los evangelios detallan los
hechos de la vida de Cristo más sobresalientes, sin embargo, en los mismos no
pasa desapercibida la discreta presencia de María: el Hijo de Dios se hace
hombre luego de su consentimiento;54 los pastores y los magos
encuentran al Niño Prometido junto a ella;55 Cristo hace su primer
milagro a su pedido;56 está firme al pie de la
Cruz, junto a su Hijo.57
La Iglesia ha visto en las palabras de Jesús: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» y a Juan: «Hijo,
ahí tienes a tu madre»58 la entrega de María como
madre de todos los cristianos, representados en la persona de Juan, por lo que
es llamada «Madre de la Iglesia».59 Y ella, que «conservaba
cuidadosamente todas las cosas en su corazón»,60 perseveraba en la oración
junto a la Iglesia naciente, según cuenta el libro de los Hechos de los
Apóstoles.61 El Apocalipsis habla de una
mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas
sobre su cabeza y que da a luz un hijo varón que derrotará al dragón infernal.62
En la misma promesa del Redentor, contenida en el libro del Génesis, se habla de una mujer, de la que
nacería el vencedor de la serpiente: Pondré enemistad entre ti y la mujer,
entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el
talón. Génesis 3:15 A este respecto comenta san
Alfonso María de Ligorio: “ya desde el principio de la Humanidad, Dios predijo
a la serpiente infernal la victoria y el dominio que había de ejercer sobre él
nuestra reina al anunciar que vendría al mundo una mujer que lo vencería […]
¿Y quién fue esta mujer su enemiga sino María, que con su preciosa humildad y vida santísima
siempre venció y abatió su poder? «En aquella mujer fue prometida la Madre de
nuestro Señor Jesucristo», dice san Cipriano. Y por eso argumenta que Dios no
dijo «pongo», sino «pondré», para que no se pensara que se refería a Eva”.63
San Agustín, comentando el pasaje
donde una mujer le dice a Jesús: “dichoso el vientre que te llevó” y el Señor
contestó: “mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”,64 dice que esto significa que
María, no solamente escuchó la palabra y la cumplió65 sino que es más feliz por
haber concebido a Cristo en su mente mediante la fe, que por haberlo llevado en
su seno.66 A través de ella, la misma
“Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros”.67
Por esta elección de Dios y su correspondencia por parte de María, ha visto la Iglesia en ella
un modelo de perfecta cristiana, y un camino para llegar a Cristo. 68 69 70
En el Evangelio de Mateo,
Jesús habla de «su Iglesia».71 La palabra «iglesia» viene
del griego ecclesia, que
significa ‘asamblea’. San Pablo de Tarso dice que la iglesia es
el cuerpo de Cristo.72 La Iglesia Católica afirma ser ella
la iglesia fundada por Cristo,73 exhibiendo entre otros
argumentos, la sucesión apostólica:
todos los obispos católicos han sido ordenados por otro obispo, y así,
remontándose hacia atrás, se llegará a uno de los apóstoles elegidos por
Cristo. Dice así san Ireneo de Lyon:
Pero la tradición de los
apóstoles está bien patente en todo el mundo y pueden contemplarla todos los
que quieran contemplar la verdad. En efecto, podemos enumerar a los que fueron
instituidos por los apóstoles como obispos sucesores suyos hasta nosotros.
San Ireneo de Lyon (mártir y Padre de la Iglesia, f. 202), «Tratado contra las herejías» (alrededor del año 190) Según
la Iglesia, solo en ella puede encontrarse la plenitud total de los medios de
salvación dados por Cristo.74 Sin embargo, ella misma
enseña que fuera de sus límites visibles, hay muchos elementos de santificación
y de verdad.75 Según el catolicismo, dentro de la sucesión apostólica que
concierne a todos los obispos, está la del Obispo de Roma, el papa,
sucesor de san Pedro hasta
nuestros días. (Véase Lista de papas).
La Iglesia Católica
Romana afirma que Cristo constituyó jefe de su Iglesia a San Pedro y en él a sus sucesores:
Enseñamos, pues, y declaramos que, según los testimonios del Evangelio, el primado de jurisdicción sobre
la Iglesia universal de Dios fue prometido y conferido inmediata y directamente
al bienaventurado Pedro por Cristo Nuestro Señor. Porque solo a Simón - a quien
ya antes había dicho: Tú te llamarás Cefas [Ioh. 1, 42), después de pronunciar
su confesión: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, se dirigió el Señor con
estas solemnes palabras: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque ni
la carne ni la sangre te lo ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos.
Y yo te digo que tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas
del infierno no prevalecerán contra ella, y a ti te daré las llaves del reino
de los cielos; y cuanto atares sobre la tierra, será atado también en los
cielos; y cuanto desataras sobre la tierra, será desatado también en el cielo
[Mt. 16, 16 ss]. [Contra Richer, etc.; v. 1503]. Y solo a Simón Pedro confirió
Jesús después de su resurrección la jurisdicción de pastor y rector supremo
sobre todo su rebaño, diciendo: «Apacienta a mis corderos». «Apacienta a mis
ovejas» [Jn. 21, 15 ss].