CAPITULO V
¡EL NEGOCIO DEL SIGLO!
LA MAQUINA DE HACER HELADO SUAVE
Hace tiempo observé
en una tienda una máquina que procesaba helado soft; es ése rico helado del que
te dan un cono del tamaño de una montana y además es sorprendentemente barato
¡la combinación perfecta! Parado allí me apeteció comprar un helado y mientras
me lo servían pude percatarme de que la máquina tenía un letrero promocionando
su venta así que me interesé por saber más sobre el asunto. La chica que
atendía la máquina me dio el teléfono de su propietaria, a la cual inmediatamente llamé y averigüé todo lo que pude sobre el equipo.
Mientras más averiguaba más saboreaba yo ese jugoso negocio en ciernes.
Sabía quién era la dueña, el precio me
parecía razonable, conocía las razones por las cuales ella estaba vendiendo la
máquina y a quién se la había comprado ella. Indagué por el mantenimiento del
equipo, la materia prima que usaba, quién la vendía y su precio. Igualmente
hice un análisis de costos y me di cuenta que se traba de un muy buen negocio. Así
que, después de buscar un socio (mi hermana mayor) cosa complemente atípica en
mí, esto para disminuir cualquier
posible riesgo, María y yo decidimos comprar el aparato.
Al parecer había hecho todo lo que había
que hacer, y a mi juicio había ido incluso más allá, pues pensaba haber
realizado todos los arreglos y tomar todas las precauciones para arrancar el
negocio. Hasta aquí todo marchó muy bien.
¨SI SE TE DESINFLA UN NEUMATICO,
SOLO DEBES PONERLE LA LLANTA DE REPUESTO, ¡Y YA!¨
¡Ojala fuera tan simple! Pero la verdad es
que, es un poco más complicado que eso.
Lo que realmente pasa cuando le estalla
una llanta, en un escenario ideal donde tiene a la mano las cosas básicas, esto
es:
1-
La llave de ruedas,
2-
El gato hidráulico,
3-
Y el neumático de repuesto
debidamente inflado.
Entonces sabrá, que
debe aparcarse en un lugar seguro, no sea que algún conductor desprevenido le
mande al hospital — ¡en el mejor de los casos!—, luego debe bajarse el auto, ir
al baúl de su vehículo y sacar todas las cosas que hemos mencionado. Debe
además, para elevar el carro, colocar el gato hidráulico en el lugar apropiado
porque si no lo hace puede o averiar el vehículo o incluso ocasionarse serias
lesiones si el auto pierde la estabilidad. A seguidas debe aflojar el neumático averiado
siguiendo un patrón de desajuste de las tuercas que lo fijan al aro del vehículo,
porque si no, el neumático no sale; una vez ha quitado la llanta, debe, con
mucho cuidado, colocar el neumático de repuesto y volver a colocar las tuercas
en el orden y la secuencia apropiada. Se asegura de que quedó bien fijo, quita
el gato hidráulico, recoge todas las herramientas que usó y la llanta reemplazada. Coloca el neumático
nuevamente en el baúl, y, si hizo un buen trabajo, podrá marcharse sin riesgo
de haber colocado la llanta defectuosamente y tener un aparatoso o tal vez
mortal accidente.
He hecho este tedioso ejercicio para que
usted medite en la diferencia que hay entre pensar que se ha hecho algo, y
hacerlo. La distancia entre ambas cosas es abismal y entender esto punto y
tenerlo presente a la hora de tomar cualquier decisión que implique acción e
inversión de recursos hace también una diferencia del cielo a la tierra.
¡SI LO HUBIERAMOS SABIDO!
Así que, creyendo haber cubierto todas las
bases comenzamos a buscar alguna tienda donde colocar la máquina de hacer el helado
suave. En realidad no nos habíamos preocupado por ese detalle dando por
descontado que sería muy fácil de lograr, después de todo, las grandes tiendas
se pelean por alquilar espacios a otros negocios para cubrir sus costos fijos y
ganar dinero extra. ¡Pero vaya sorpresa! Descubrimos que en los negocios,
muchas veces los pequeños detalles, esos que por insignificantes subestimados,
pueden determinar el fin del negocio, aun antes de empezar. Pero,
desafortunadamente, no sabíamos eso.
Increíblemente hallar un lugar para
colocar la máquina de helado suave, resultó ser el primer gran escollo que
debimos superar. Lo sabio hubiera sido sondear cuánto cobraban las plazas
comerciales por colocar una máquina de estas, o indagar a quienes ya tenían una
funcionando, pero sencillamente no lo
hicimos. Había comprado la máquina por unos mil setecientos dólares, en
promedio las plazas comerciales me pedían unos quinientos treinta dólares de
renta. Lo que no sabía es que ninguna plaza estaba dispuesta a alquilar el
espacio para la maquina, a menos que también instalara un medidor de
electricidad solo para ella, esto se debía al alto consumo de la máquina, lo
cual, tampoco sabía. Nosotros dimos
por descontado que el alquiler incluiría el pago de electricidad, pero no era
así.
Hay marcas de vehículo que a uno le parecen
poco sonoras, claro está, hasta que usted compra un vehículo de esa marca y súbitamente,
por alguna mágica razón comienza a ver el bendito modelo de vehículo en cada
esquina de la ciudad. Algo similar pasó en nuestro caso. En muchísimas tiendas
ni siquiera tuve que preguntar por la máquina, al descubrir llegando a la entrada
de ellas que ya tenían una o dos en funcionamiento. Había entrado docenas de
veces por esas puertas, pero, como no me interesaba el asunto de las máquinas
de hacer helado suave, ni siquiera advertía que estaban ahí. En definitiva, dos
meses después de haber comprado el equipo, por fin encontré una plaza que me quiso
rentar espacio para el negocio a un precio razonable y con la “bendición”
adicional de que no tendría que sacar un contrato de electricidad solo para la máquina,
sino que el costo energético quedaba incluido en el contrato de arrendamiento.
Observe usted que según mi manera de
razonar las cosas había hecho todas las averiguaciones de lugar para tomar una
decisión edificada y objetiva. Sin
embargo, mi sentido común no fue lo suficientemente agudo para indagar lo necesario
y realizar todas las preguntas pertinentes antes de cerrar el negocio.
Instalamos la máquina,
contratamos a una empleada de medio tiempo, a la cual, tampoco habíamos previsto contratar, pues pensábamos que sería
suficiente con que mi esposa María atendiera el negocio. Pero no era así. ¡Y pensar que ahí no terminaba todo!
No bien pusimos el
equipo a funcionar, descubrimos que necesitaba un mantenimiento urgente, así que
debimos llamar a un técnico especialista en estas máquinas para que le diera el
mantenimiento. Pero, gracias al Dios todo Poderoso, después de tantos
contratiempos e imprevistos echamos el negocio a andar con muy bien pie, pues
el primer mes de ventas, fue realmente asombroso. En el mes de octubre de ese año,
después de haber cubierto el alquiler, la empleada, la materia prima, y todos
los imprevistos, tuvimos una ganancia cercana a los ochocientos dólares, y esa
ganancia fue aumentando conforme fue
llegando el mes de diciembre. Al llegar diciembre, María y yo no podíamos estar
más felices por la decisión tomada, parecía que, por fin habíamos acertado en
un buen negocio.
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SI LA DESESPERACION ES LA MADRE,
LA IGNORANCIA ES LA PADRE DE
TODOS LOS FRACASOS
Sin embargo, al
llegar enero y los siguientes meses del año el negocio comenzó a experimentar
una dramática declive en sus ingresos. Varios factores estaban incidiendo en
este repentino cambio en el negocio, y una vez más se debía a la falta de
información y experiencia.
Al medir el éxito inicial del negocio no
estábamos considerando el impacto pasajero de la novedad. Como todos saben, los
seres humanos somos curiosos y nos encantan las cosas nuevas, igualmente, por alguna
divina razón a la gente le agrada solidarizarse con los negocios nuevos, si se tiene un producto al menos razonablemente agradable
la gente lo comprará para probar, para curiosear y hasta para darle un
espaldarazo. Por tanto, debe saber, que las primeas ventas de su negocio no
deben ser un parámetro fiable para determinar las proyecciones del mismo. La plaza no tenía ese servicio y todos los
clientes asiduos de la plaza querían tener la oportunidad de probar la nueva máquina
de helado soft.
Añadido a ese aparente buen comienzo,
estaba el hecho de que instalamos el negocio justo en la época de mayores
ingresos y mayor euforia por comprar y gastar en lo que sea; la época de las
compras de Navidad, y justamente hasta esa época duró nuestra luna de miel. No bien llegó el nuevo año, ocurrió el efecto
contrario, la gente había gastado hasta el último peso, la máquina ya no era
una novedad y como si todo esto fuera poco, el equipo empezó a tener una
azarosa racha de averías. De de este modo, y después de aguantar unos seis
meses de solo reunir a duras penas el dinero suficiente para sufragar los
costos fijos, tuvimos que deshacernos de la máquina. Afortunadamente la pudimos
vender por un mejor precio del que la habíamos comprado.
Cuando
me trasladé hasta la casa de mi hermana para entregarle su parte del dinero el
corazón lo llevaba derretido como cera. Eran los últimos aletazos de mi más
reciente fracaso ¿Dios, por qué lo permitiste si pedí tu dirección con tanta
insistencia? —Me recriminaba. Hice el saludo de lugar y me acerqué a ella para
darle la crónica del cierre del negocio y entregarle su parte del dinero de la
venta. La noté cariacontecida. Se mecía arrítmicamente en la mecedora de
mimbre. Hacía calor. En el Caribe siempre hace un calor infernal, pero el
evento tenía su propia atmosfera y su propia temperatura. No estaba nervioso,
ella no había perdido dinero. De hecho, pensaba yo, le había hecho un favor
dándole participación, pero, las cosas no salieron como pensé. Así son las
cosas, ¿y qué se le iba a hacer? Al acercármele tomé el sobre manila que
llevaba conmigo, sonó mucho mientras sacaba el dinero, le comencé a contar los
billetes, ella, intentó detenerme ¡Por Dios!, —me dijo, eso no es necesario.
Pero yo ignoré sus palabras y continué
la cuenta hasta que fue patente para ambos que había llegado el fin. Entonces
me encaró y me dio aquella mirada compasiva, le temblaban los ojos y le brillaban
como el titilar de una estrella. Con la voz quebradiza me sermoneó
maternalmente a través de una metáfora condescendiente y mal lograda, mientras
me sostenía la mano derecha con una mano y me palmeaba con la otra: “manito
lindo, —me dijo, pienso que, tienes que tomarte un tiempo, tómate tu tiempo”.
En otras palabras,
ya no inventes tantas tonterías, para que no tengas más fracasos. Le dije que sí.
No era un buen momento para una arenga motivacional. Pero por dentro de mí, ese
sí, era un firme ¡No!
“Porque
siete veces cae el justo,
y
vuelve a levantarse; Mas los impíos caerán en el mal”.
Proverbios.
24:16.