Por Alberto Galvá |
El presidente George W. Bush fue un desastre como presidente sobre todo en lo referente a la política internacional y al manejo de la economía. Se han esgrimido varios argumentos a favor y en contra acerca de la razón de su pobre desempeño, pero queda claro que a Bush le tocó lidiar con tiempos difíciles y que su cosmovisión sesgada y unidireccional le cosechó frutos funestos.
Muchos aseguran que la invasión a Irak era más una cuestión de venganza “honor” que otra cosa, y que los ataques al World Trade Center no fueron sino el pretexto perfecto para cambiar la composición del mundo, o sea se trataba de una situación ideológica, doctrinal-dogmática más que de una decisión objetiva.
Parecía muy evidente que el plan de Bush era deshacerlo y rehacerlo todo, y para ello estaba dispuesto a poner a Estados Unidos patas para arriba, vulnerando con ello el sistema jurídico de la nación, hasta con cierto descaro, pues, acciones y procedimientos que todo mundo sospechaba que eran llevados a cabo por el Gobierno Americano y por las naciones poderosas, fueron puestas en evidencia ante la opinión pública internacional con total desparpajo, todo bajo la égida de la llamada “guerra preventiva”.
Así vimos con perplejidad como se justificaban los asesinatos de presuntos criminales, terroristas sin someterlos al debido proceso, el encarcelamiento de presuntos terroristas en la base de Guantánamo en Cuba, de forma indefinida, violando flagrantemente las normativas internacionales sobre derechos humanos, y cómo Estados Unidos parecía poseer patente de corso para hacer cuanto le viniera en gana sin tener estorbo en sus acciones en casi cualquier lugar que quisiera.
Pero resultó evidente para las fuerzas armadas estadounidenses que voltear al mundo de cabeza no era algo tan simple como podía parecer. Donald Rumsfeld Alardeaba mientras se desarrollaba la II guerra contra Irak, en busca de unas armas biológicas y de destrucción masiva que nunca aparecieron, que ante la amenaza de Corea del Norte e Irán, Estados Unidos podía llevar a cabo varias guerras al mismo tiempo sin ningún problema.
Pero Irak y Afganistán por si mismos demostraron que para llevar a cabo semejantes acciones y salir ganancioso, hay que conformarse con una victoria pírrica, pues se necesita aplastar, barrer y sacudir casi literalmente una nación y exterminar una gran parte de su población para poder someterla eficazmente.
Y es ahí donde estriba el problema o desventaja para Estados Unidos. Tienen el arsenal militar que se necesita para llevarlo a cabo y tienen además la gente capacitada y dispuesta para hacerlo, no obstante, deben seguir aparentando a toda costa que son abanderados de la democracia, los derechos humanos y las libertades fundamentales, cualidades que a Hitler, por ejemplo, le importaban un bledo.
La furia con que se combatió tanto en Irak como en Afganistán demuestra lo difícil que es procurar desarticular a un enemigo que no da la cara, porque dicho enemigo pelea en desventaja, por lo mismo, la única posible ventaja con que cuenta dicho adversario es hacerse escurridizo y trabajar tras las sombras.
Por su parte la forma eficaz de acabar con aquella amenaza, la que posiblemente era del agrado de los militares y algunos políticos, empezó a convertirse en un dolor de cabeza para la “sensible sociedad norteamericana” horrorizada antes los cientos y cientos de hijos de su patria que eran muertos, mutilados y desaparecidos en combate, y la triste escena de los cadáveres que llegaban semana tras semana y que para colmo debían volver en silencio y en oculto para que los ojos de los estadounidenses no fueran impactados con la cruda realidad de que ciertamente “se estaba ganado la guerra” a pesar del costo económico y el costo en vidas que estaba significando.
Pero la otra cara de la moneda era aun más dramática, pues por cada soldado que se anunciaba había perecido en batalla, al menos 50 civiles a diario perdían la vida en ataques suicida en Irak y Afganistán, se estima que el costo total en vidas dejado por las guerras de Irak y Afganistán ronda las ciento setenta y siete mil.
Mientras que del lado americano unos cuatro mil soldados perdieron la vida en batalla. Un evidente desbalance. Veamos lo que al respecto trae la crónica del diario digital el espectador:
“Un informe reciente del Instituto Watson de la Universidad Brown presenta un cálculo “conservador” de 137.000 muertes de civiles relacionadas con la violencia en Afganistán, Irak y Paquistán durante la última década. Los autores señalan que es probable que la cifra real sea marcadamente mayor”.
Internacional |10 Sep 2011 - 8:56 pm , EL ESPECTADOR.COM internacional.
Al mismo tiempo, aunque esto no era algo imperioso, no era algo que sucedía como consecuencia directa de la guerra, sino de la cosmovisión unidireccional del presidente Bush; la situación económica de los Estados Unidos empezó a enrumbarse por el camino de la debacle.
Estados Unidos ha librado muchos batallas históricamente hablando, algunas más justas que otras, pero lo cierto es que la guerra lejos de ser un causante para desarticular la economía se ha convertido históricamente en un estimulo, un catalizador para ella debido a la amalgama de bienes y servicios que se requieren para mantener un ejercito día por día en el extranjero, lo cual se traduce en más producción.
Pero cuando un presidente está enfrascado en introducir a su país en una conflicto armado fundamentalmente guiado no por la razón sino por una aprehensión ideológica, no queda espacio para un proceder racional y para una visión ampliada de la realidad, al final del primer mandato de Bush de lo único que había preocupación era de ser reelecto mediante una estratagema de miedo, convenciendo al electorado norteamericano de que el único que podía defender los intereses americanos del cuco de los terroristas era el señor George Bush, desafortunadamente o afortunadamente los norteamericanos se creyeron la historia, y el senador John Kerry no ganó la presidencia, aunque tenía todas las calificaciones, le faltaba la más importante en tiempos tortuosos, le faltó carácter.
Así asistimos al final del segundo mandato de Bush con una economía en coma; despidos masivos, corrida de bancos al estilo Asia y Latinoamérica, y mientras todo esto sucedía, los norteamericanos entretenidos en el largo y desgastante show de la escogencia de los candidatos de ambos partidos. Al final del día, la situación era ya tan caótica, que Bush, un poco para limpiarse convocó en una acto sin precedentes a ambos candidatos para explicarles cuál era la situación real de la economía a fin de que estuvieran bien empapados del bacalao podrido que les tocaría comerse en caso de que cualquiera de los dos asumiera la presidencia de los Estados Unidos.
Es de esta manera, en esta coyuntura histórica que Barack Obama logra lo imposible, el líder de una minoría étnica en estado unidos y por demás negro, concita el frenético interés de la sociedad norteamericana harta de tanto show político, sobre todo por el resultado en sus bolsillos que estaba teniendo este show político, y decide romper con el establishment y hacer tambalear la casa por todas las esquinas:
· Por primera vez dos mujeres se lanzan con posibilidades a la arena política en una elección presidencial,
· el candadito del partido oficial no es el vicepresidente debido a sus problemas de salud,
· sino que es una legendario y rancio héroe de guerra, quien elige, por primera vez en la historia de su partido a una mujer por compañera de boleta, elección esta que ha desbordado ríos de tinta sobre su conveniencia o no, pues aparte de bonita, Sarah Palin resultó ser un dolor de cabeza para McCain debido a las inconsecuentes e imprudentes declaraciones y acciones que tomaba.
En cambio, del lado demócrata y ya en una etapa de desgaste Hillary Clinton le dificultaba las cosas a Obama al no tirar la toalla. Cuando por fin reconoció que estaba perdida tuvo que solicitar ayuda, pues se había endeudado de tal manera que los líos financieros de su campana la ahogaban, recibiendo el apoyo de Obama pidiendo a sus seguidores y los de ella que les ayudaran a sufragar los gastos de la senadora por el estado de New York.
Al final Obama, como era de esperarse, se alzó con la presidencia.
En medio de una crujía creciente, el pueblo norteamericano vivía alegremente los efectos residuales del potente Valium en que se habían constituido las primarias y la carrera presidencial.
Pero aunque después de la tempestad llega la calma, aquí resulta que, después de la calma viene la tempestad, y Obama, para muchos ha resultado ser un fiasco total.
Su política de empleos no ha sido exitosa, y aunque la economía esta levemente mejor que cuando él asumió la presidencia, resulta obvio que no lo suficiente para sacarlo de un vergonzoso empate técnico en las encuestas con su rival Mitt Romney, quien no tiene nada en la bola, lo cual agrava aún más la comparación.
Obama se anotó un gol, al eliminar a Osama Ben Laden, pero desafortunadamente por la razón que fuera, usando los mismos métodos de irrespeto a los derechos humanos que su predecesor y violando además la soberanía de su “socio” en la región Pakistán.
En las elecciones de medio término el pueblo norteamericano castigó al partido demócrata pues no solo no obtuvieron una ganancia significativa, sino que además perdieron la escasa mayoría que tenían en la cámara de representantes, y ahora lucha desesperadamente por apuntalar la única cosa que la gente podría recordar de su presidencia en caso de que perdiera las elecciones de noviembre, su plan de salud denominado Obamacare.
Obama es un presidente “invisible” todo el despampanante brillo que lo llevó a la Casa Blanca, se ha ido desvaneciendo y desafortunadamente, da la impresión de que si no lanza algún misil por quí o por allá no podrá retener la casa blanca, de no ser así, su única posibilidad es apostar a los frecuentes y torpes errores de su rival, a quien sus asesores deberán amarrarle la boca para que solo diga lo que está escrito en el guión.
Finalmente, vale decir, que, en Siria, hay en este momento un criminal genocidio contra la población civil, según los reportes de prensa de las principales cadenas y los informes que la insurgencia y la población civil reportan a través de las redes sociales.
Pero Estados Unidos está debilitado, no militarmente, sino porque su presidente es “invisible”, trasmite una imagen de extrema cautela que muchos interpretan como temor.
A Obama un grupo de estrategas le dieron el premio nobel de la paz, sin merecerlo, en eso todo el mundo está de acuerdo, tan inmerecido fue ese premio, que ya nadie, ni el mismo, se acuerda que recibió semejante flecha envenenada, el objetivo de dicho premio, especulan algunos, era chantajear al presidente, quien jamás debió aceptar el premio o al menos debió asesorarse mejor antes de aceptarlo, comprometiéndolo indirectamente a mantener el mundo lo más tranquilo que fuera posible y darnos descanso de las guerras de Bush, aunque sus palabras al aceptar el premio en Oslo, dejaron entender que la aceptación de dicho premio no significaba que quedara atado de manos para el uso de la fuerza si lo considerara necesario.
El asunto es que, ahora, cientos de civiles mueren a diario en una masacre sin precedentes, mientras Rusia y China se fortalecen objetando las posiciones del Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la ONU, en tanto que el rio de sangre continua, ante la mirada impávida de la nación abanderada de las libertades en el mundo.
Esto a pesar de que Estados Unidos no tuvo ningún reparo en deshacerse de Muammar Gaddafi durante la ebullición de la llamada Primavera Árabe, lo que según sus detractores aumenta más el desprestigio de Estado Unidos por su alegada doble moral.
Quizá por ello me aventure, no sin escalofríos, a pensar que si Bush fuera presidente, paranoico como estaba, tal vez ante la circunstancia actual y por la posibilidad de que terroristas influyeran en la situación en Siria, ya habría detenido este inhumano rio de sangre, mediante otro rio de sangre pero de efectos menos prolongado y doloroso.
Este pues es el momento en el cual el presidente Obama puede aprovechar y casarse con la gloria, liberando al pueblo sirio de la férrea dictadura de su otrora amigo y socio Bashar al-sadat lo cual tendría el efecto inmediato de que su figura vuelva a “existir”, para que pueda ganar las elecciones y no ser una simple ave de paso.
Si, en cambio, el presidente Obama y sus asesores siguen apostando a esperar que pasen los comicios de noviembre, como están las encuestas, las posibilidades de que pierda la presidencia son todas las del mundo y Obama pasará a la historia como el primer negro que fue presidente de los Estado Unidos, con un inmerecido premio
Nobel, debajo de su cama y la percepción general, de que toda aquella euforia y efervescencia que lo llevó a la Casa Blanca, no era otra cosa sino, el éxtasis del momento que vivía una nación hastiada de su clase política y que en su desespero, estaba dispuesta a poner a gobernar, ya fuera a un anciano, a una mujer, a un negro o a un homosexual si se hubiera presentado a la contienda.
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