PERSPECTIVA®
c r
i s t
i a n a
Pasajes escogidos, difíciles y especialmente controversiales.
Editorial Perspectiva Cristiana ® 2013.
Ninguna parte de esta obra puede reproducida total o parcialmente sin
permiso de los editores exceptuando citas breves.
PERFECCION/PERFECTO/PERFECCIONAR. heb. tamím, entero, integridad, perfecto.
gr. teleióo. completar, consumar, perfecto. (Strong) (Strong
James, LL.D., S.T.D., Nueva Concordancia Strong Exhaustiva. Concordancia
Exhaustiva de la Biblia. Editorial Caribe. Inc. Nashville, T.N. —Miami, FL,
EE.UU.). Tanto en hebreo como en
griego existen múltiples términos que denotan perfección y lo perfecto. Todo
concepto de perfección en el sentido estricto de la palabra ha de ser atribuido
solo a Dios. “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los
cielos es perfecto” (Mt. 5:48). La
perfección de Dios es absoluta en todos sus atributos y manifestaciones pues en
él no habita ni mudanza ni sombra de variación (St. 1:17). Por tanto no hay cosa respecto de Dios que sea
susceptible de fallo, inconsistencia, mácula precipitación o tardanza, ni su
gracia, ni su castigo, ni su longanimidad ni su paciencia pueden ser
catalogados de livianos o excesivos puesto que como la más perfectas de las
formulas matemáticas simple y limpia, todas las acciones de la deidad armonizan
artísticamente con el concierto de sus actos y manifestaciones y no hay notas
discordantes en su elaborada sinfonía creacional.
II Partiendo de la premisa de la absoluta perfección de Dios se desprende que todas sus obras
también han de serlo (Gn. 1:31). Sin
embargo, no hay que extrapolar por ello, que, el grado de perfección aludido a
sus obras es el mismo grado de perfección con que se califica su persona dado
que Dios en todo sentido es único, por tanto, sus obras vienen a ser perfectas
en cuanto al propósito para el que fueron creadas y no como si estas
compartieran la cualidad divina única de la perfección, de no ser así entonces
Dios no sería único, pues, algo fuera de él, emanado de él, pudiera llegar a
compartir con la deidad una de sus distintivas cualidades, de ahí que, Dios,
que lo puede todo, no puede sin embargo hacer otro Dios igual que él. Por tanto
es dable pensar que la perfección que Dios exige de sus criaturas nuca va más
allá de la órbita alcanzable para ellas. Por supuesto que la caída vino a ser
una estocada fatal y catastrófica para la creación debido a que en tal
condición las criaturas jamás pueden alcanzar lo que antes de la caída podían
lograr como aspiración de santidad y perfección.
III Pero este estricto concepto de perfección puede que también haga suscitar la pregunta: ¿Cómo un
Dios perfecto articular un plan imperfecto o susceptible de fallo y todavía
considerase que su plan revela la perfección de su persona y todas sus obras?
Hay muchas formas de tratar de responder a esta interrogante. Por un lado está
la cuestión del libre albedrío, que plantea que, si bien Dios hizo todas sus
obras perfectas él no las creó autómatas sino pensantes y con libertad y
determinación, y por tanto la posibilidad del fallo o el error eran inevitables.
El problema es que es posición no responde la objeción que levanta el tema de
la omnisciencia de Dios, que de antemano sabe a ciencia cierta todo cuanto sus
criaturas han de hacer, pero además, le permite saber, aun antes de crear, cuál
ha de ser el resultado final de todas y cada una de las acciones de sus
criaturas. La única respuesta satisfactoria a este aparente dilema es admitir
que de alguna forma el fallo estaba planificado, no simplemente previsto, sino
calculado a fin de que produjera resultados igualmente planificados que al
final de la trama redundan para la gloria del Dios sabio y el goce y deleite de
sus criaturas. Puede que esta postura genere muchas más preguntas, pero, al
final del día hay que admitir que es sencillamente imposible que el Dios
perfecto ideara un plan que pueda ser considerado perfecto y que este plan se
perciba e la actualidad como algo ampliamente fallido, si que a su vez este
resultado aparente no estuviera debidamente previsto y arreglado para su
ocurrencia.
IV Siendo Dios perfecto demanda a sus criaturas que también lo sean. De la misma manera que no se
puede tener comunión con Dios sino no se le tiene confianza (fe) (Heb. 11:6), tampoco se puede tener un
acercamiento aceptable con Dios si no se vive en armonía con su perfección; “Y este es el mensaje que
oímos de él, y os anunciamos: Que Dios es luz, y en él no hay ningunas
tinieblas” (I Jn. 1:7). Pero como se ha
acotado antes, la caída ha impedido a las criaturas lograr la perfección bajo
las condiciones inherentes a su condición, por tanto, al igual que la santidad (Lv. 20:8; 22:32; Ex. 31:13; 20:7), a la
que no se puede llegar simplemente queriendo, la perfección igualmente requiere
ser primero imputada por Dios para que luego las criaturas energizadas por su
poder vivificante puedan transitar tanto la senda de la santidad como la de la
perfección.
V Cuando Cristo viene al corazón de los hombres, una
nueva naturaleza conforme a la perfección
de Dios viene a ser parte de sus vidas, pero esta naturaleza es operada por el
Espíritu Santo en una forma “sutil”; podría
decirse que está diseñada para ser percibida por quienes comparten esta misma
naturaleza, pero es solo una chispa inicial que potencialmente pude hacer
maravillas. De esta forma, prácticamente nada distingue a un creyente en Cristo
de uno que no le ha recibido. La persona regenerada sigue siendo de carne y
hueso y sigue sujeta a las mismas limitaciones, precariedades y tentaciones que
los no creyentes. La posición en la que es colocado el nuevo creyente es en la
posición que estuvo Adán antes de pecar. Antes de esta situación Adán solo
tenía decisión para no pecar (Agustín) y después de pecar, su voluntad quedó
cautiva en el pecado y la culpa de modo que ninguna decisión que tomara en lo
sucesivo entraba dentro del agrado de Dios debido a que había caído de su
estado de perfección y por consiguiente ni su mente ni su espíritu estaban
unánimes con Dios. El punto de vista de Agustín es interesante, aunque no
carente de controversia, porque ¿En qué sentido Adán solo tendría voluntad para pecar, toda vez que,
ejerciendo su voluntad, finalmente
pecó? Siguiendo con el argumento de Agustín, cuando una persona es regenerada
entonces es puesta en una condición en la que puede elegir o lo bueno o lo
malo, en otras palabras, antes de la caída, la voluntad humana estaba cautiva
en el bien. Después de la caída estuvo cautiva en desear solo el mal (Gn. 6:5; Ro. 8:7). Pero una vez venimos
a Cristo somos por así decirlo, promovidos a la condición de verdadera libre
escogencia. Por tanto, la verdadera perfección en este estado se halla en la
obediencia y en el conocimiento de la diferencia fundamental entre el bien, es
decir lo correcto, lo que conduce al bienestar y a la verdadera libertad, y el
mal, esto es, el error, que por definición no puede traer otra cosa que calamidad,
atraso y dolor.
VI La perfección final de
los creyentes les viene de una de dos formas; (Heb. 11:40) en la muerte, el creyentes está, por así decirlo, en
la antesala de ese proceso, (no lo ha alcanzado cabalmente aún) pero, siendo
que lo único que le falta es la recepción de un cuerpo glorificado y
transformado para que pueda entrar en la regeneración de forma integral tal
como está prometido a todos los justos, bien se puede empezar a hablar de una
cuasi perfección. Igualmente les ha de llegar a los creyentes vivos que no han
de atravesar el trance de la muerte (I
Co. 15:51-52), sino que, en vida, en la II Venida de Cristo han de ser transformados y hechos perfectos en un
abrir y cerrar de ojos para siempre.Prof.J.A.Galvá.
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