historia del concepto
mesiánico
MESIANISMO
DicTB
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SUMARIO: I. Definición de mesianismo. II. La palabra "mesías"y
su significado. III. Modelos y hermenéutica del
mesianismo: 1. Premesianismo
veterotestamentario: a) La promesa de Gén 3,15, b) La profecía de Jacob en Gén 49,10,
c) El oráculo de Balaán en Núm 24,17; 2. Mesianismo real dinástico: a) La profecía de Natán en 2Sam 7, b) Relecturas de la profecía de Natán
en el Salterio, c) Visión mesiánica en los profetas, d) El "resto" fiel, e) Mesianismo real en el judaísmo, f) Jesús, mesías e hijo de David; 3.
Mesianismo profético: a) El profeta escatológico, nuevo
Moisés, b) El profeta escatológico, siervo del
Señor, c) Jesús, profeta escatológico y Siervo del Señor; 4. Mesianismo
apocalíptico: a) El hijo del hombre de Dan 7,13, b) Jesús, Hijo del hombre. IV. Mesianismo sin mesías. V.
Mesianismo como principio-esperanza.
I DEFINICIÓN DE MESIANISMO.
Antes de comenzar una exposición sobre el mesianismo es indispensable precisar
bien el significado de este término. Hoy, normalmente, la palabra mesianismo no
indica solamente la esperanza de una salvación realizada por un mesías futuro
en el ámbito de la religión judeocristiana, sino que comprende todos aquellos
movimientos políticos y religiosos que tienden a renovar la sociedad y a dar
una respuesta a todos los problemas de incertidumbre y de angustia que la
oprimen. Como diremos más adelante [IV], es un principio de esperanza para
todos los hombres. El mesianismo se presenta como modelo universal de
organización socio-religiosa.
El término
"mesianismo" sigue utilizándose por su densidad bíblica, aunque
algunas veces se refiere más a lo escatológico, es decir, a lo que habrá de
suceder en el futuro, prescindiendo incluso de un mediador de salvación de
carácter real, profético o sacerdotal, "consagrado" para una misión.
Veremos el sentido de la palabra hebrea masiah-mesías, que corresponde al
término griego Jristós-Cristo.
Entre las muchas
definiciones que se han dado en este siglo del mesianismo bíblico —desde la de
P. Volz (1897), según la cual "el mesías es el rey israelita de los
tiempos de la salvación", hasta la de J. Coppens (1981), que ve justamente
una compleja articulación en la concepción mesiánica del AT, es decir, un
mesianismo con un triple aspecto: real, profético y apocalíptico, y dice que el
mesías es algo así como el rey-lugarteniente de Dios que, en el tiempo
escatológico, inaugurará, o por lo menos gobernará, el reino de Dios en la
tierra, o mejor aún: el mesías es el rey ideal de los últimos tiempos, por
medio del cual se realizarán las predicciones proféticas, universalizadas y
espiritualizadas—, nosotros preferimos inspirarnos en la definición dada por A.
Rizzi (1981), que nos parece más completa incluso por su talante existencial:
"(El mesianismo) es la utopía de un mundo justo y feliz (dimensión
antropológica), que la promesa de Dios transforma en posibilidad objetiva (dimensión
teológica) y que la obediencia del hombre, victoriosamente renovada por el
Espíritu (dimensión ético-teologal), está llamada a traducir en la
realidad" (A. Rizzi, Messianismo
nella vira quotidiana, 57).
La primera dimensión es la antropológica, el deseo de todo ser humano,
especialmente en tiempos de crisis y de desengaño, de un mundo mejor, en el que
triunfe la armonía del universo, en el que abunde la / paz y la prosperidad, en
el que las relaciones interpersonales estén marcadas por el amor; el deseo de
un tiempo de reconciliación universal con Dios, con la naturaleza, entre los
hombres, "los tiempos mesiánicos" de la Biblia, la "utópica edad
de oro" de algunos escritores. ¿Quién puede realizar una época semejante?
El hombre por sí solo no lo
puede conseguir; necesita un don de Dios. Y ésta es la dimensión teológica: Dios le ofrece al hombre esta
posibilidad a través de la alianza, de la promesa. Pero el hombre debe prestar
además su colaboración activa, que, desgraciadamente, está manchada por la
culpa, por el pecado, que hace perder al hombre la posibilidad concreta de
realizar su felicidad: desde la primera negativa en el paraíso terrenal hasta
la no observancia de la ley, condición de la alianza, y hasta la infidelidad
continua a Dios (dimensión ética). Pero el amor de Dios renueva y
recrea por medio del Espíritu el corazón corrompido del ser humano (dimensión teologal) y lo pone en disposición de realizar
esta paz mesiánica. Es el hombre nuevo, que nace de esta acción recreadora del
Espíritu.
He aquí los ritmos del
mesianismo bíblico: Dios-pecado-perdón-paz mesiánica. Pero éstos son también
los ritmos de aquel "mesianismo en la vida cotidiana" que el hombre
está llamado a realizar.
Ni Dios solo ni el hombre
solo, sino Dios y el hombre juntamente. El mesianismo en la vida cotidiana
brota del encuentro entre el Espíritu de Dios y la voluntad del hombre. La
concepción cristiana del mesianismo no se encuentra en el AT. Aquí el mesías es
un personaje regio, que ha recibido una unción, es decir, la investidura propia
del rey. Lo mismo que en Egipto, en Israel el mesías era ungido, es decir,
consagrado para ser el visir, el vasallo, el vice-Dios en la tierra.
La concepción cristiana, por
el contrario, nació paulatinamente, al término del desarrollo del mesianismo
veterotestamentario, después de haber universalizado y espiritualizado la
esperanza mesiánica de un rey salvador por parte de Israel. La concepción
cristiana prevé dos niveles: el de un rey ideal futuro y el del siervo de Yhwh
y del Hijo del hombre. Primero es la realización humilde y terrena de la misión
del siervo, y luego la revelación de un mesías glorioso, Hijo del hombre y rey
para siempre.
La concepción judía del
mesianismo es distinta de la cristiana. Para decirlo con G. Scholem, "el
judaísmo ha considerado siempre y en todas partes la redención como un
acontecimiento público, destinado a verificarse en la escena de la historia y
dentro de la comunidad judía... Al contrario, el cristianismo considera la
redención como un acontecimiento que se verifica en una esfera espiritual e
invisible, un acontecimiento que se produce en el alma; en otras palabras, en
el universo personal del individuo".
II. LA PALABRA
"MESÍAS" Y SU SIGNIFICADO. En la Biblia, la palabra masiah, "mesías", aparece 38
veces. Es más frecuente en los Salmos y en los libros de Samuel. De ordinario
se refiere al rey. Para comprender el sentido de esta palabra, que de suyo es
un adjetivo, una forma pasiva de la raíz masah, que quiere decir
"ungir", y por tanto "que ha sido ungido", hay que
interrogar ante todo a los libros de Samuel. Pero es mejor indicar enseguida
que la expresión más común en los textos bíblicos es "el mesías de
Yhwh". Era un título que por eso mismo ponía a quien lo llevaba en
relación directa con Dios: "el ungido de Dios".
Los targumim, que son las traducciones populares
de la Biblia en arameo, vierten siempre este término por "rey
mesías". En los libros de Samuel, efectivamente, se refiere siempre al rey
(Saúl, David), pero no en cuanto persona, sino en relación con su oficio y con
su dignidad. El pasaje más interesante es ISam 26,16, en donde aparece con
claridad la relación del mesías con el Señor, de cuya santidad participa:
"Vive el Señor, que merecéis la muerte por no haber guardado a vuestro
señor, el ungido del
Señor".
Pero el término se aplica
también a los sacerdotes (p.ej., en Lev 4,3.5. 16; Dan 9,25-26) y a los
patriarcas (Abrahán, Isaac, Jacob). El término con artículo, como nombre
propio, indicó con el tiempo al rey ideal del futuro escatológico, al liberador
definitivo de Israel. Pero para llegar a este significado habrá que esperar a
los Salmos de Salomón, escritos apócrifos del siglo i
a.C.
De los escritos de Qumrán y
del NT se deduce que en tiempos de Jesús existía la espera de un mesías real,
entendido en el sentido que decíamos.
III. MODELOS Y HERMENÉUTICA
DEL MESIANISMO. 1. PREMESIANISMO VETEROTESTAMENTARIO. Dios
dirige la historia y le impone una finalidad que él va realizando poco a poco a
través de sus promesas, las cuales van manifestando progresivamente su designio
misterioso.
Resulta difícil captar los
diversos momentos y las varias etapas de esta historia, pero lo cierto es que
quienes las registraron en la Escritura tenían una concepción teleológica de la
historia. En cada una de las etapas, los acontecimientos se polarizan hacia una
finalidad secreta. "De cuando en cuando se alza la punta del velo y se
descubre un poco de la naturaleza de esta finalidad, gracias a las promesas
divinas que jalonan el curso de la historia... De hecho los narradores
acostumbran, como procedimiento literario, conceder amplio espacio a secciones
de estilo profético que destacan esta polarización de la historia y abren, en
los puntos cruciales, perspectivas hacia el futuro; a estas secciones
pertenecen los oráculos de Isaac (Gén 27,27-29), de Jacob (Gén 49), de Balaán
(Núm 23-24), de Moisés (Dt 33) y de algunos hombres anónimos (ISam 3,27-36; 1Re
13, 2)... Remontando el curso del tiempo mucho más allá incluso del primer
antepasado de Israel, estos narradores colocan en el arranque mismo de la
historia santa un oráculo que traduce en términos velados la idea axial del
designio de Dios (Gén 3,14-19). Estas secciones reflejan también, a su manera,
un conocimiento profético de la historia, que no tiene como finalidad exclusiva
la exploración del futuro en orden a conocer por adelantado sus caminos, sino
que intenta también proyectar la luz sobre el interior de todos los acontecimientos del
presente y del pasado... Después de cada consecuencia del objetivo señalado, el
horizonte se dilata y un nuevo objetivo se presenta. Y así progresa la historia
santa... El cumplimiento histórico de las promesas no agota nunca su contenido
total... En una palabra, la historia de Israel es una idea en marcha, que puede
llamarse ya desde ahora la idea de la salvación; el ésjaton, fin de la historia, traerá su
realización plena; el objeto de las promesas divinas se centra, más allá de
estos acontecimientos próximos, en aquel acontecimiento de la salvación
final" (P. Grelot, Sentido
cristiano del AT, 337-338).
Si se estudia en su conjunto
la tradición J, se percibe que presenta una historia de la salvación y de la
salvación mesiánica. Hay tres textos que corresponden a tres momentos
particulares, cuya confrontación resulta muy interesante.
a) La promesa de Gén 3,15. Protoevangelio es el
nombre que se ha dado al anuncio enigmático de Gén 3,15, en donde se habla de
un combate entre la mujer y la serpiente. Es un evangelio, una buena nueva
anunciada al hombre después de la caída: "Yo pongo enemistad entre ti y la
mujer, entre tu linaje y el suyo; él te aplastará la cabeza y tú sólo tocarás
su calcañal".
El término
"linaje", semilla, descendencia (zera'), aparece dos veces. Puede
entenderse en sentido colectivo o individual. El sentido individual es
preferido por muchos por estar confirmado además por la traducción griega de
los LXX, que traduce el hebreo hú'con el masculino autós: "El te aplastará la cabeza".
Todos lo consideran un oráculo de carácter mesiánico, en el que se mezclan en
una sola visión el pasado, el presente y el futuro.
b) La profecía de Jacob en
Gén 49,10. En
el capítulo 49 del Génesis se recogen las bendiciones de Jacob a sus hijos y se
concede un lugar amplio a la bendición de Judá; se dice que "el cetro no
será arrebatado de Judá, ni el bastón de mando de entre sus pies hasta que
venga aquel a quien pertenece y a quien los
pueblos obedecerán". Es la bendición más solemne, ya que de la tribu de
Judá nacerá David. Este versículo ha sido leído siempre como una alusión al mesías
por la tradición judía. A este propósito dice R. Le Déaut que "la
interpretación mesiánica de síloh se encuentra en todas las
recensiones targúmicas, apoyada por la guematría; ... es conocida en Qumrán y
en los frescos de Dura-Europos". Citemos sólo el Targum Onkelos Gén 49,10b que traduce así:
"... hasta que venga el mesías, al que pertenece la realeza, y las
naciones le obedecerán". También los LXX han acentuado el carácter
mesiánico del versículo 10d cuando dicen que él será la "prosdokía (esperanza) de las naciones".
Es significativo lo que escribe H. Cazelles: "Gén 49,10 no es todavía el
oráculo mesiánico del Sal 72, pero expresa ya las funciones salvíficas del
heredero de los patriarcas con rasgos más concretos que las promesas anteriores".
c) El oráculo de Balaán en
Núm 24,17. El
cuarto oráculo de Balaán (Núm 24,15-24) es particularmente importante para las
relecturas mesiánicas hechas por el judaísmo y por el cristianismo. En todo el
oráculo se percibe un aire de misterio, una proyección en el futuro. En este
oráculo casi llega a desaparecer Israel para dar sitio a un misterioso
personaje que habrá de derrotar a los enemigos de Israel: "Lo veo, pero no
ahora; lo contemplo, pero no de cerca; una estrella se destaca de Jacob, surge un cetro de Israel. Aplasta las sienes de
Moab y el cráneo de los hijos de Set".
¿Quién es este misterioso
personaje que el adivino Balaán otea a lo lejos? Hay dos imágenes en el texto
que quizá nos ayuden un poco a concretarlo. Se habla de una estrella (kokab) que "se destaca de
Jacob" y de un cetro (gebet) que "surge de Israel".
En el versículo 19 se dice aún más claramente: "De Jacob saldrá un
dominador que acabará con los que queden en la ciudad". ¿De quién se
trata?
Se sabe que en la cultura
del medio Oriente los soberanos eran comparados frecuentemente con las
estrellas, y especialmente con el sol. Tenemos un ejemplo de ello en la misma
Biblia, en Isaías, en el poema sobre la caída del rey de Babilonia: "¿Cómo
has caído del cielo, brillante estrella, hijo de la aurora?" (Is 14,12).
Por otra parte, el cetro era la enseña-símbolo del poder real, como se recuerda
en el texto mesiánico de la bendición de Jacob sobre Judá (Gén 49,10). Quizá
sea interesante señalar que los LXX traducen .tebet por "hombre". El Targum Onkelos va todavía más allá cuando, en
lugar de "cetro", traduce incluso por "mesías". También
Qumrán lo aplica expresamente al mesías.
En la sublevación judía del
132-135 d.C. contra Adriano, el caudillo de los rebeldes, un judío llamado
Simón ben Koseba, del que sus seguidores creían que era el mesías prometido (la
historia de Israel está plagada de mesías y de libertadores), recibió de R.
Aqiba el nombre de Bar-Kokeba, es decir, "hijo de la estrella", con
evidente alusión a Núm 24,17. De los judíos esta lectura mesiánica pasó a los
cristianos.
Los autores del NT están en
la línea del mesianismo tradicional cuando ven en el mesías una luz nueva que
despunta por el oriente.
2. MESIANISMO REAL
DINÁSTICO. Una primera
observación es que el mesianismo real no agota la concepción de las creencias y
de las esperanzas futuras del pueblo judío en el AT, sino que es una
representación entre otras muchas. Dios quiere salvar a su pueblo, y para
lograrlo se sirve de intermediarios, representantes suyos, que son ante todo los
reyes: de ahí el mesianismo real. Los reyes son ungidos "mesías" y se
les confía la misión de promover los intereses de Yhwh: realizar su reino.
Ellos cumplen esta misión directamente o por medio de sus sucesores. Por eso
mismo esta misión, más que confiársela a cada uno de ellos personalmente, se la
confía a la realeza que ellos representan; por consiguiente, no se trata de una
tarea personal, sino dinástica.
J. Coppens, en su estudio
sobre el mesianismo real, muestra cómo el pueblo de Israel, tras los éxitos
alcanzados por David y las promesa que le hizo el profeta Natán, confió su
futuro a los descendientes de este rey, considerados como vasallos de Yhwh, y
especialmente para los tiempos escatológicos con la llegada de un rey ideal,
descendiente de la dinastía davídica, que habría de realizar la salvación
definitiva de la nación en una era de paz y de bienestar universal.
a) La profecía de Natán en
2Sam 7. El
punto de partida del mesianismo real, llamado también dinástico, coincide con
el momento en que David sube al trono, cuyo recuerdo fue fijado más tarde en el
célebre texto de 2Sam 7,1-16 [t Samuel III, 1]. Todos los exegetas reconocen en
los versículos 1-7 el núcleo más antiguo, y en los versículos 8-11.12. 14-15 el
fruto de una relectura posterior. La palabra-clave del párrafo es el término bayit, que en hebreo tiene un doble
significado: casa (templo) y familia (dinastía). Natán da la vuelta a las
palabras según las cuales el rey habría de construir un templo: no será David
el que construya una bayit (templo) al Señor, sino el Señor
el que construye una bayit (dinastía) a David.
El rey aparece como el
depositario de la hesed (misericordia) divina (v. 15),
como el mediador de la berekah de Dios. El versículo 14 insinúa
la adopción divina del rey: el sucesor de David será hijo de Yhwh, que se
mostrará con él como un padre: "Yo seré para él un padre y él será para mí
un hijo. Si hace mal, yo lo castigaré con varas de hombre y con castigos corrientes
entre los hombres. Pero no le retiraré mi favor, como se lo retiraré a Saúl, a
quien rechacé de mi presencia. Tu casa y tu reino subsistirán por siempre ante
mí, y tu trono se afirmará para siempre" (vv. 14-16). Además, la relectura
deuteronomista de los versículos 23-24 comprendió la promesa hecha a David en
el contexto de una alianza divina, integrada en la alianza sinaítica de Dios
con todo el pueblo. El rey es presentado en esta profecía como el vasallo de
Yhwh para asegurar al pueblo el derecho y la justicia de Dios y para procurar
la paz y el bienestar.
b) Relecturas de la profecía de Natán
en el Salterio. "Los / salmos
(IV-VI) no olvidan nada de la antigua doctrina sobre el rey. Registran y
engrandecen la filiación divina del rey entronizado. Evocan continuamente el
simbolismo real. No se olvidan de las exigencias de derecho y de justicia que
el heredero ha de practicar y hacer que se practiquen en el país. El rey
gobierna ahora en virtud de la elección y de la gracia de un Dios reconocido no
sólo como nacional, sino como universal. La doctrina mesiánica del Salterio es
sumamente rica y coherente" (H. Cazelles, il messia della Bibbia, 153). Hay algunos salmos en
particular que parecen recoger los motivos de la promesa de Natán a David, como
el Sal 89, que subraya el motivo de la alianza; el Sal 132, que relaciona la
elección de David con la elección de Sión; el Sal 72, que desarrolla el tema de
la misión del rey, que debe ser una misión de justicia. De los salmos reales en
particular, el Sal 2 y el Sal 110 releen mesiánicamente la profecía, y se
repiten continuamente en la tradición judía y en la cristiana.
El Sal 89 tiene como núcleo
central, en sus partes más antiguas, la promesa davídica tal como se formula en
2Sam 7. Es una promesa condicionada a la fidelidad de los descendientes de
David e incondicionada en lo que se refiere a la sustancia de la promesa. El
salmista se plantea el problema serio que ya se habían planteado Gén 18, Ex 32,
etc.: ¿cómo compaginar la crisis general de su tiempo con la promesa de Dios a
David y a sus descendientes? Y responde poniendo la solución en un futuro
mesiánico: "El salmo 89 hizo pasar la promesa dinástica a través de una
noche oscura, de la que podrá salir radiante como la aurora de un porvenir
mesiánico cada vez más luminoso" (J.C. McKenzie, The dynastic oracle: 2Sam 7... 214).
También el Sal 132 alude en
los versículos 11-12 a la profecía de Natán y a la inmutabilidad de la promesa
divina: "El Señor ha jurado a David, promesa firme de la que no se vuelve
atrás: Si tus hijos guardan mi alianza y los preceptos que voy a enseñarles,
también sus hijos se sentarán siempre en tu trono". El salmo muestra la
elección de David vinculada a la de Sión, que garantiza la continuidad de la
dinastía davídica.
Todos los salmos reales (2;
20; 21; 22; 45; 72; 89; 100; 110; 132) son cantos del mesianismo real,
"bivalentes a partir de su misma composición" (R. de Vaux). Hay tres
que merecen una atención particular: el Sal 72, el Sal 2 y el Sal 110.
El Sal 72 es un verdadero
salmo mesiánico. Subraya cuál debe ser la misión del rey-mesías: el ejercicio
de la justicia. El carácter mesiánico del salmo está asegurado también por el targum, que traduce así los versículos 1 y
17: "Oh Dios, da al rey-mesías las sentencias de tus juicios...;
su nombre será celebrado para siempre; él era ya conocido antes de que el sol
fuese creado y por sus méritos serán bendecidos todos los pueblos de la
tierra". También el gran comentador judío Rasi decía: "El salmo 72
debe entenderse todo él del mesías". Hagamos nuestra la conclusión de
Ravasi sobre el Sal 72: "El salmo 72 es, por consiguiente, un canto real
de la época moderna isaiana o del siglo vil a.C., en donde la tipología del
soberano adquiere contornos cada vez más nobles y religiosos, preparando así el
camino a las sucesivas reinterpretaciones" (G. Ravasi, Il libro dei Salmi II, 467).
El Sal 2 presenta la
investidura oficial del rey. Algunos piensan que se trata de una traducción
litúrgica y lírica de la profecía de Natán. Quizá fue compuesto con ocasión de
la coronación de un rey. Ese día es considerado como el del nacimiento del rey:
"Te he engendrado hoy". El rey descendiente de David es
llamado hijo de Dios, porque Dios lo ha elegido, lo ha consagrado y ha
establecido con él una alianza eterna. La tradición judeo-cristiana ha dado
siempre a este salmo un sentido mesiánico.
El rey del que se habla es
el futuro mesías, mediador de la alianza entre Dios y el pueblo, y por eso
llamado hijo de Dios. Se trata de la elección de un rey descendiente de David y
heredero de las promesas divinas. La mirada se prolonga hacia el futuro: la
realeza que pertenece al mesías adquiere dimensiones sacerdotales, proféticas,
escatológicas, que van más allá de la realidad histórica de Israel. El NT,
especialmente los Hechos de los Apóstoles, describen el triunfo de Jesús, Hijo
de Dios, Señor y rey, después de su pasión, como una investidura real,
precisamente con el esquema del Sal 2.
El Sal 110, por su parte, es
muy parecido al Sal 2. Se acostumbra dividirlo en un díptico de dos oráculos
proféticos: el primero es el otorgamiento del poder real (vv. 1-3), y elsegundo
del poder sacerdotal (vv. 4-7). Así pues, Dios le confiere al nuevo rey en su
investidura estos dos poderes: real y sacerdotal (para algunos, también el militar,
según los vv. 5ss). Las palabras del versículo 4: "Tú eres sacerdote para
siempre a la manera de Melquisedec" nos dicen que el rey era también
sacerdote. Es una idea nueva, que no encuentra eco en el AT. El salmo debió
nacer en la época antigua, cuando todavía permanecía vivo el recuerdo de
Melquisedec, rey y sacerdote de Jerusalén; por consiguiente, el salmista quiere
exaltar al rey descendiente de David, recordando que será también sacerdote a
la manera de Melquisedec.
En resumen, la esperanza de Israel
desde David en adelante se identifica con la dinastía davídica. El rey es
presentado como el elegido, el vasallo de Dios, el mesías, el aliado, el
bendito de Dios. Parece como si todas las características que tenía Israel,
como compañero de la alianza antes de la época monárquica, se encontrasen ahora
en el rey. Y no sólo esto, sino que el salmista las ve en el descendiente de
David, el mesías-rey que empieza a ser idealizado y que alcanza su norma más
dura de idealización en los profetas.
c) Visión mesiánica en los
profetas. La
esperanza mesiánica en un futuro mediador de salvación, visto como rey, hijo de
David, ungido de Yhwh, se fue idealizando cada vez más con el tiempo y pasó a
ser una figura central en los oráculos del Proto-Isaías, pertenecientes al
llamado "libro del Emanuel" (Is 6-12), y en un texto atribuido a
Miqueas, contemporáneo de Isaías [t Isaías II, 2].
Los dos pasajes de Os 3,5
—"Después los israelitas volverán a buscar al Señor, su Dios, y a David,
su rey..."— y de Am 9,11-15 —"En aquel día levantaré la choza caída
de David, repararé sus brechas, reedificaré sus ruinas..."—, quizá de
época posexílica, siguen estando en el ámbito de lo que es considerado como el
mesianismo real dinástico y son probablemente un signo de que esta concepción
mesiánica perdura incluso después del destierro.
En el Proto-Isaías hay tres
oráculos que muestran cómo el profeta se sitúa en la línea de aquel filón
mesiánico que atraviesa todo el AT. Desde sus orígenes Israel estuvo convencido
de que tenía para todos los hombres una palabra de salvación y de bendición.
Isaías continuó esta reflexión sobre la salvación concebida como una obra de
Yhwh que él habría de realizar a través de un representante y con la
colaboración de Israel. Los trozos más estrictamente mesiánicos de Isaías
pertenecen precisamente al "libro del Emanuel".
El primer oráculo se
encuentra en Is 7,10-14: el gran profeta promete al rey Acaz en nombre de Dios
un signo, que consistirá en la concepción y el nacimiento de un niño misterioso
llamado "Emanuel", expresión de la presencia de Dios en medio de su
pueblo. Un signo que tendrá tres características: interesará a la casa de
David, interesará al reino de Judá y será indicio de salvación y de castigo.
Ciertamente en la base de esta promesa está el oráculo de Natán a David. Este
niño, rey futuro, es el tipo de la presencia ideal continua de Dios en la
historia de la salvación. En esta tensión se inserta la lectura mesiánica
vislumbrada por el mismo Isaías. Estamos por el año 734 a.C., en tiempos de una
importante campaña militar del rey de Asiria Teglatfalasar III.
Unos años más tarde, cuando
después de un período de silencio emprende Isaías otra vez su predicación,
anuncia de nuevo el nacimiento de un niño. El oráculo del capítulo 9, al decir
que ese niño comenzará un reinado de salvación y de paz, completa todo lo que
se había anunciado anteriormente: el niño de 7,14, que lleva por nombre
Emanuel, puede identificarse con el "niño que nos ha nacido" de 9,5.
Con este versículo comienza la descripción del niño, del mesías, de la alegría
de Israel y de su liberación. Gracias a él van a difundirse la gloria (8,23),
la luz (9,1), la alegría (9,2). Se trata de la liberación de un enemigo opresor
(9,3), de la inauguración de la paz (9,4); en pocas palabras, del reinado
eterno de la justicia sobre el trono de David. Es la obra de Dios. Está claro
que, si en el primer plano de la descripción del profeta está Ezequías, el
futuro monarca, hay algo que va más allá de él, hacia un reino eterno y
glorioso. Es el mesianismo, que avanza cada vez más. El profeta nos ofrece un
nuevo retrato, más preciso y más rico que el primero, de ese niño misterioso.
El tercer oráculo del
Emanuel es el de Is 11,1-9, donde se habla de un brote que sale del tronco de
Jesé: es, por tanto, un descendiente de David, como lo era el Emanuel de 7,14 y
de 9,6. Se trata de un oráculo paralelo y complementario al de Is 9,4-6, con el
que tiene en común diversos motivos: la justicia como fundamento del reino, la
paz universal. El Emanuel, que había sido presentado por el profeta como el
signo de una inminente liberación de un peligro inmediato y como el indicador
de una época que habría de renovar los signos gloriosos de David y de Salomón
(7,16-17), que será posteriormente el artífice de una liberación (9,3-4) y la
causa de un gran gozo (9,1-2), el iniciador de un reinado glorioso (9,6),
aparece ahora como el rey justo por excelencia, rico en todos los dones del
espíritu, que restituirá la felicidad de los orígenes antes del pecado.
En I Miq 5,1-5 se recogen
algunos de los motivos de Isaías: la salvación llegará a través de un niño,
descendiente de David; hablando a las tribus del norte, Miqueas les anuncia que
el mesías saldrá de "Belén Éfrata", del clan de Jesé, y que sus
"orígenes" se remontan a los tiempos antiguos. En el versículo 2 se
alude a la madre de este niño: "El Señor los abandonará hasta el tiempo en
que dé a luz la que ha de dar a luz. Entonces el resto de sus hermanos volverá
a los hijos de Israel". Hay aquí una referencia no sólo a la madre del
rey, el Emanuel de Is 7,14, sino también a la "que va a dar a luz" de
Miq 4,9-10, donde se habla del parto doloroso de la hija de Sión, es decir, de
los desterrados, que tendrán que sufrir los dolores de parto antes de ser
liberados del destierro de Babilonia. En este momento el rey volverá a
encontrar a sus hermanos, cuando los israelitas desterrados vuelvan a reunirse
con los que se habían queda-do en la tierra de sus padres.
El profeta / Jeremías (III,
3b) relaciona la idea del mesianismo real con su concepción de la alianza
nueva. De ordinario se indica el oráculo de Jer 23,5-6 para señalar un
mesianismo directo: "Vienen días —dice el Señor— en que yo suscitaré a
David un vástago legítimo, que reinará como verdadero rey, con sabiduría, y ejercerá
el derecho y la justicia en la tierra. En sus días se salvará Judá, e Israel
vivirá en seguridad. Y éste será el nombre con que le llamarán: "El Señor
nuestra justicia". En este texto se encuentra la idea del mesianismo real,
para el que el rey futuro será un descendiente del iniciador de la dinastía.
Jeremías recoge un concepto tradicional de la literatura profética y le da un
significado más espiritual. Para él el nombre del rey Sedecías ("mi
justicia es Yhwh"), que se hizo indigno de la realeza, pasará a todo
Israel cuando realmente reinen el derecho y la justicia por obra del
"vástago legítimo" de David. Este mismo símbolo será recogido más
tarde en la época de posdestierro por Zacarías (Zac 3,8-10). Son de enorme importancia los oráculos de Jer 30-31,
y sobre todo el oráculo que anuncia una alianza nueva y definitiva (31,31-34).
También / Ezequiel (V, 5)
recuerda al nuevo David, sobre todo en los oráculos de 17,22-24; 34,23 y 37,24.
Ezequiel tiende a subrayar la dependencia del futuro rey respecto a Dios. El
rey ideal sólo en dos ocasiones se llama melek (37,22.24), mientras que el
término nasí'("príncipe") aparece con más frecuencia (45,7-12.17;
46,8-18) en la última parte del libro, donde se describe la comunidad futura
como purificada y santa y se dice que en ella habita el Señor como un templo
ideal reconstruido. En los textos proféticos que hablan del mesianismo davídico
impresiona la tendencia que tienen a acentuar el carácter de renovación moral y
religiosa del tiempo mesiánico anunciado y esperado. En todas las figuras
vislumbradas se perfila el retrato de un soberano ideal del porvenir. Algunos
textos subrayan preferentemente la relación del rey con el reino de Dios y con
la manifestación escatológica de este reino, dando lugar a una reinterpretación
cada vez más espiritualizante del mesianismo real.
d) El "resto" fiel. Es éste un tema común en los
profetas. Plenamente convencido de la fidelidad de Yhwh a sus promesas, Isaías
se encuentra con una constatación desalentadora: el pueblo de las promesas
rechaza el don de la santidad, rompe el pacto, se entrega a la idolatría y a
todo tipo de injusticias y se ve duramente azotado por el castigo divino; se
perfila así la amarga experiencia del destierro. El profeta no puede resignarse
y mira hacia el final: alguien comprenderá su delito y se convertirá a Yhwh. De
aquí la visión profética del "resto de Israel", con el que Yhwh
volverá a proponer una alianza definitiva y total.
Los profetas anteriores al
destierro, cuando hablan del "resto" entienden dos cosas. El llamado
"resto histórico", es decir, aquella parte del pueblo que sobrevive a
una catástrofe concreta: así, por ejemplo, en Am 5,15, donde de la destrucción
del pueblo parece surgir un germen de esperanza. Y también el "resto escatológico",
que se salvará al final de los tiempos y que es llamado "santo";
naturalmente, esta concepción está presente de forma particular en Isaías,
donde el "resto" es llamado "santo" porque participa de
aquella santidad que pertenece sólo a Dios. El mesías futuro será el rey de
este "resto". A menudo el "resto" y el mesías se describen en Isaías con
los mismos términos.
Después del destierro
aparece un tercer concepto, el de "resto fiel": aquella parte del
pueblo que vive bajo los ojos de Dios y que es llamada también siervo de Yhwh,
como veremos más específicamente, sobre todo en la segunda parte del profeta
Isaías, ya que cumple con la misión que Dios le ha confiado [infra, / III, 3].
e) Mesianismo real en el
judaísmo. La
tradición del mesianismo real se ha conservado también en el judaísmo, como
aparece en los Salmos de
Salomón (17 y 18,7-9)
y, naturalmente, en los textos rabínicos. Que el mesías davídico es
trascendente respecto a los reyes precedentes, se afirma de diversas maneras:
en el ideal de perfección religiosa y moral que ha de encarnar; en la paz y la
felicidad que su reinado traerá a los hombres; en la universalidad y
perpetuidad de la salvación que va a proporcionar. Pero se trata siempre de un
reinado terreno, aun cuando la lógica rabínica lo vea ya como una preparación
inmediata para el reino escatológico. Con alguna que otra excepción, incide en
la experiencia histórica de Israel. Pero hay excepciones. Y son aquellos textos
en los que la figura del descendiente de David va unida a la del Hijo del
hombre, como ocurre en las Parábolas
de Henoc. Al contrario, en el
poema que el Targum Yerusalmi añade a Ex 12,42 es la figura del
hombre que viene sobre las nubes del cielo la que se une a la del mesías
davídico (unida a su vez a un Moisés redivivo).
f) Jesús, mesías e hijo de
David. En
todos los escritos del NT hay huellas del mesianismo real, especialmente en
aquellos libros en los que el término "mesías", en griego jristós, conserva su valor de título
mesiánico. Pablo prefiere considerar a Jesús como el Hijo, el Señor, la imagen
del Padre, la Sabiduría, el nuevo Adán, concediendo poca importancia al título
"Cristo".
J. Coppens (Le messianisme royal, 153-155) descubre cinco relecturas
del mesianismo real en el NT. La primera relectura explícita del mesianismo
real se encuentra en los Hechos de los Apóstoles. Los evangelios de la infancia
conservan una teología muy arcaica, rica en esperanzas mesiánicas populares y
heredera del mesianismo real clásico, por lo que Jesús, "Cristo
Señor", pone de relieve la dignidad real del mesías. La relectura joanea
del cuarto evangelio conserva los temas del mesianismo real, pero trasladados a
un plano superior, espiritual, que el mismo evangelio caracteriza con el
concepto de "verdad". La relectura sacerdotal del mesianismo real
está presente ya en Juan, que intenta valorizar las tradiciones judías del
mesianismo sacerdotal; pero está atestiguada sobre todo en la carta a los
Hebreos. La quinta relectura, la más importante y explícita, se encuentra en el
Apocalipsis de Juan: se pone el acento en el aspecto real del mesías y en la
influencia de su obra en el curso de la historia, incluso profana.
Estas relecturas sitúan la
realeza de Cristo en el más allá, proclamando a Jesús rey, especialmente a
partir de la resurrección y de la parusía. Luego ponen el reino en su totalidad
al final de los tiempos, cuando coincidirán el reinado de Dios con el reinado
de Cristo. Y, finalmente, tienden a espiritualizar el reino del Señor y a
sacralizar el reino del mesías, especialmente la carta a los Hebreos.
En conclusión, la comunidad
cristiana primitiva ve en Jesús el cumplimiento de las profecías mesiánicas
veterotestamentarias: naturalmente, a través de la reflexión hecha por la
tradición, incluso oral, durante la que hoy se ha dado en llamar la época
intertestamentaria. J. Coppens habla de la realización de las "intenciones"
profundas de la revelación bíblica, que se pueden captar a la luz de una
lectura total de las Escrituras, a la luz de las "armonías de los dos
testamentos".
Sobre la concepción del
Jesús "mesías", como decíamos, estuvieron siempre divididos los
judíos y los cristianos. Podemos citar dos ejemplos: uno se remonta a los
padres de la Iglesia, san Justino, en el Diálogo
con Trifón, y el otro
moderno, D. Flusser,Jesus.
Siempre ha formado parte de
la fe cristiana la convicción de la mesianidad de Jesús, preparada por los
anuncios mesiánicos del AT. En la exégesis actual cambia el modo de interpretar
las profecías mesiánicas del AT. Hoy se prefiere hablar de "historia de la
tradición" (N. Lohfink) o de "actualización" (A. Dreyfus) o de
"sentido pleno" (P. Grelot, J. Coppens). Se trata de una manera
distinta de interpretar, pero no de anular su significado. La lectura cristiana
del AT no se sitúa al lado de la histórica, sino en la lógica interna de la
lectura histórica.
Pero queda aún un gran
interrogante, que es éste: ¿en qué medida el mismo Jesús se atribuyó a sí mismo
el título de mesías y mostró en su persona el cumplimiento de las esperanzas
mesiánicas tradicionales? Para ello tenemos que interrogar a los evangelios
sinópticos, los cuales, leídos con el método histórico-critico, están en
disposición de darnos una respuesta. De ordinario se citan tres textos, que
merecen una atención particular, de los que el más importante es el tercero: Mc
12,35-37 y par; Mt 22,41-46 y par; Mc 14,61-62 y par [/ Marcos II].
En Mc 14,61-62 se recoge la
respuesta de Jesús al sumo sacerdote durante el proceso religioso. Jesús
responde: "¡Yo soy!, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del
Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo". La pregunta de Caifás se
refería ciertamente a las promesas mesiánicas. "¿Eres tú el mesías, el
Cristo...?" Como se sabe, mesías y Cristo son sinónimos. En el mismo texto
la alusión al personaje misterioso de Dan 7,13-14, del que luego hablaremos,
muestra cómo Jesús ve el cumplimiento de ambas profecías en su persona.
En el momento en que Jesús
comienza su ministerio, el mesianismo real había agotado la tarea que le había
confiado la Providencia en la historia de la salvación. Jesús prefiere subrayar
otros aspectos del salvador esperado. El aspecto del mesías-rey va unido al
reinado escatológico, cuya realización la fe neotestamentria relaciona con la
segunda venida de Jesús al final de los tiempos. En la época de Jesús la
realeza terrena pierde importancia, mientras que la adquiere la realeza divina.
Será Dios mismo el que
realice este acontecimiento futuro. Es verdad que Dios se servirá de un
mediador. Algunos textos hacen pensar en un profeta "doliente", otros
en un ser "trascendente".
Es lo que J. Coppens llama el "relieve profético" y el "relieve
apocalíptico" del mesianismo.
3. MESIANISMO PROFÉTICO. Con el destierro el mesianismo real entra
en crisis y se acentúa cada vez más la esperanza en un reino que Dios mismo
inaugurará sin necesidad de intermediarios. Es lo que se designa como
"mesianismo sin mesías", y que trataremos aparte [infra, / IV]. Pero algunos textos parecen
soñar para esta época futura con la llegada de un profeta ideal, de un profeta
escatológico con la misión de preparar la llegada del Señor. Y esto es lo que
se designa como "mesianismo profético": ese profeta se llamará
"nuevo Moisés" o "siervo del Señor". Quizá la expresión más
importante la tengamos en los "cantos del siervo"; pero ya en las
tradiciones deuteronómicas se hablaba de un profeta semejante a Moisés, y
luego, en los escritos de / Malaquías, de un mensajero precursor del mesías.
a) El profeta escatológico,
nuevo Moisés. La
esperanza en esta figura, un profeta del final de los tiempos parecido a
Moisés, hunde sus raíces en el libro del Deuteronomio (Dt 18,15.18): "El
Señor, tu Dios, suscitará de en medio de ti, entre tus hermanos, un profeta
como yo, al que debéis obedecer... Yo les suscitaré de en medio de sus hermanos
un profeta como tú; pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que
yo le mande".
Vuelve luego esta esperanza
en la época intertestamentaria, en la documentación de Qumrán y de Flavio
Josefo. En la Regla de la
comunidad, por ejemplo, se
habla de la "venida del profeta" y del mesías de Aarón y de Israel.
En Qumrán se le identifica con el "maestro de justicia". Flavio
Josefo habla de dos cabecillas revolucionarios, Teudas y el egipcio, que se
presentan como dos profetas y liberadores. Además, los samaritanos pensaban en
Dt 18,15.18 como en el anuncio del mesías que ellos esperaban, elta'eb o "aquel que vuelve y lo
restaura todo".
Pero también dentro de la
Biblia se puede pensar que el oráculo del Trito-Isaías (Is 61,1-3) se refiere a
esta esperanza en un profeta ideal, al que Dios llenará de su Espíritu y
mandará a "evangelizar a los pobres"; y que la venida del profeta
Elías, mensajero escatológico, se refiere precisamente a la esperanza en este
Moisés que vendrá a renovar los prodigios del éxodo.
b) El profeta escatológico, siervo del
Señor. La larga serie de
figuras bíblicas del "justo doliente" alcanza su cima con las
profecías del siervo del Señor que da su vida en sacrificio (Is 53,10) y de
esta forma obtiene la justificación para la muchedumbre (Is 53,11ss) y una
asombrosa glorificación (52,13). Estos cantos se encuentran en la segunda parte
de Isaías (Is 40-55). Los autores distinguen cuatro pasajes: 41,1-4; 49,1-6;
50,4-9; 52,13-53,12. Naturalmente, no podemos discutir aquí todos los problemas
que estos cuatro cantos plantean a la exégesis [/ Is III]; pero nos detendremos
brevemente en el cuarto (Is 52,13-53,12), para captar el papel que se le
concede al sufrimiento del siervo en la realización de la salvación.
Víctima inocente, se ofrece
en sacrificio de expiación (Is 5,10); toma sobre sí el pecado de todos, los
"justifica" (Is 53,11-12). Detrás de esta situación de sufrimiento
del siervo está la experiencia del sufrimiento realizada por los `anawim durante el destierro. Fieles a la
ley, estos discípulos de los profetas sufrieron el castigo debido por los
pecados del pueblo. Su llanto lleno de angustia resuena en más de un salmo (Sal
44; 74; 79). No cabe duda de que este "resto" de los justos,
verdadera alma de la nación, llamados por Dios para convertir a sus
compatriotas, pero a menudo rechazados por ellos (pensemos en Jeremías),
entregados a la muerte por los pecados de los demás, son el verdadero Israel,
siervo del Señor (Is 41,8-16; cf 49,3). Podrían muy bien personificarse con los
rasgos del siervo. Este profeta, que expía con sus sufrimientos los pecados de
la muchedumbre (Is 53), tendrá también el papel de mediador de la alianza para
el pueblo futuro (Is 42,6).
Para el targum, por otra parte, este profeta es
claramente el mesías. Al comienzo del canto cuarto se expresa con claridad esta
identificación: "He aquí que mi siervo prosperará" (Is 52,13); y todo
el poema se explica en relación con el mesías, aun cuando el autor hace todos
los esfuerzos posibles por aplicar al mesías más bien lo que se dice de
honorífico y glorioso y por ver en otro distinto al sujeto de los sufrimientos.
La interpretación del texto del targum es, por tanto, muy distinta de la
que se encuentra en el NT, donde se muestra a Jesús "entregado por
nuestros pecados" (Rom 4,25), "que se entregó a sí mismo por nuestros
pecados" (Gál 1,4), que "se entregó a sí mismo por mí" (Gál
2,20).
Pero la plegaria del mesías
por su pueblo a fin de obtener el perdón de los pecados, que encontramos en el targum (Is 53,4.6.11.12), es una novedad
que vale la pena subrayar. El siervo toma, carga sobre sí e intercede por los
pecados del pueblo. El NT encontrará en estas expresiones un apoyo para
elaborar su doctrina sobre la redención, mostrando a Jesús solidario con los
pecadores.
Esta tradición cristaliza
los datos de una experiencia y une a los `anawim con la pasión de Cristo. Es la
misma experiencia que se encuentra en los salmos del sufrimiento; y por eso
estos salmos y los cantos del siervo convergen para fundamentar proféticamente
en las Escrituras el hecho de la pasión de Cristo. La afinidad de estos textos
ha sido subrayada particularmente por A. Gelin (Los pobres de Yavé, Nova Terra, Barcelona 1963).
c) Jesús, profeta
escatológico y siervo del Señor. Algunos
piensan que Jesús demostró que tenía conciencia de ser el profeta parecido a
Moisés —del que habla Dt 18,5-19—en la escena de la transfiguración, cuando la
voz del cielo dijo: "¡Escuchadlo!"; ésta sería un eco de las palabras
deuteronómicas, que invitaban a escuchar sin reservas al profeta escatológico.
Otros piensan que la identificación de Jesús con el profeta de Dt 18, que se
encuentra en el NT por primera vez en dos textos de los Hechos (3,22-23 y
7,37ss), es de origen redaccional. El primer texto de los Hechos se refiere al
discurso de Pedro al pueblo de Jerusalén después de la curación del cojo en la
Puerta Hermosa del templo; en él se recogen las palabras de Moisés
refiriéndolas a Cristo. El segundo, por el contrario, pertenece al discurso de
Esteban, que ve realizadas en Jesús las palabras sobre el profeta que había de
venir. No se dice que Jesús haya tenido conciencia clara de ser el profeta
escatológico esperado; pero la verdad es que interpretó su misión a la luz de
la esperanza del mesías escatológico, cuya esperanza era muy viva en su tiempo.
Es significativo que en la
sinagoga de Nazaret, precisamente al comienzo de su misión, Jesús muestre que
se cumplen en él las palabras del Trito-Isaías sobre el profeta ideal esperado
(Le 4,16-21). En cambio, por lo que se refiere a la profecía del siervo del
Señor, notemos cómo, para el evangelista Marcos, Jesús es el "justo
doliente", según demuestran las múltiples referencias a los cantos del
siervo que se encuentran en el relato de la pasión. Para Marcos Jesús es el
último (ésjaton) enviado por el Padre, el
"hijo querido"(12,6). Muere por haberse declarado "hijo del
Bendito" (14,61), y como tal es reconocido en la muerte (15,39). El
sufrimiento y la muerte de Jesús son la realización de la tradición del
"justo doliente".
Es la tradición bíblica la
que subraya la necesidad del sacrificio personal y su fecundidad en el marco
del designio de Dios: Isaac conducido al sacrificio; José vendido por sus
hermanos y convertido luego en su salvador; Moisés rechazado por aquellos a los
que quería liberar. Moisés no sufre el martirio, pero está dispuesto a
aceptarlo para salvar a su pueblo, por el cual intercede continuamente. El
parece la figura más cercana al "varón de dolores", al
"justo"que padece un sufrimiento y acepta una expiación vicaria.
Están los profetas perseguidos, los justos que sufren, de cuya oración está
lleno el Salterio. Está Jeremías, que, según la doctrina de los padres,
constituye un verdadero "tipo" del mesías y de un mesías doliente.
Según algunos exegetas, la vida del profeta Jeremías sirvió al Déutero-Isaías
para trazar el cuadro dramático del siervo del Señor, perseguido hasta la
muerte (cf Is 53,7 y Jer 11,19). Hoy se hace cada vez más insistente la idea de
la dependencia de varios salmos del libro del profeta Isaías. La pasión de
Jesús se describe con el lenguaje de los cantos del siervo del Señor; éstos, a
su vez, se basan en los famosos textos de las confesiones de Jeremías.
El NT subraya los dos
aspectos principales del mesianismo profético; uno muy realista: el destino
trágico de Jesús; el otro más espiritual: el sentido de su vida y de su muerte.
De esta forma Jesús podrá hacer de él en cierto modo el programa de su vida,
relacionando su anuncio evangélico con Is 61,1-2 y su pasión con Is 53.
4. MESIANISMO APOCALÍPTICO. a) El hijo del hombre de Dan 7,13. En la tradición apocalíptica,
Daniel ve aparecer en visión al "hijo del hombre" sobre las nubes del
cielo (Dan 7,13), recibiendo el imperio universal (Dan 7,14). De todo el
contexto se deduce que la conclusión y el paso de los cuatro reinos humanos al
reino de Dios no se llevaría a cabo sin la colaboración de un enviado
particular por parte de Dios. Por tanto, la visión no es sólo escatológica,
sino mesiánica. Pero en la visión se habla de la colaboración que el
"anciano" recibirá de un hijo del hombre y de los santos.
El problema más discutido es
éste: ¿hay que entender al hijo del hombre en sentido colectivo, es decir, de
los Santos, o es una persona particular y distinta, que quizá haya que
relacionar con el mesías? La interpretación tradicional ve en el hijo del
hombre una colectividad, la personificación de los ángeles, a los que, como
dice J. Coppens, se recuerda también a menudo en otras partes del libro de
Daniel. Esta interpretación no es infundada si se piensa en la categoría
bíblica de la llamada "personalidad corporativa". Pero no tiene
debidamente en cuenta, además del gran uso que de ella hace Jesús (sólo en Mc
se encuentra 14 veces), otros muchos datos de orden personal que afloran en el
texto.
A. Feuillet piensa que
Daniel se refiere a la tradición bíblica precedente, de manera particular a
Ezequiel y al uso notable (hasta 93 veces) que él hace de ben 'adam (hijo del hombre). Y concluye así:
"El personaje misterioso del hijo del hombre es una especie de
manifestación visible del Dios invisible...; pertenece a la esfera de lo divino
y es como una encarnación de la gloria divina, como la imagen humana
contemplada por Ezequiel" (A. Feuillet, Le
Fils de l'homme de Daniel et la tradition biblique, en "RB" 60 [1953] 189).
El paso continuo de una
concepción colectiva a una concepción personal prosigue en la literatura
bíblica del judaísmo, también en lo relativo al mesianismo. El Déutero-Isaías,
durante el destierro, comunica la persuasión de que el depositario de las
promesas mesiánicas es el pueblo de Israel (Is 55,1-5). La idea de un mesías
personal se expresa en la espera del hijo de David y en la concepción del autor
de los cantos del siervo de Yhwh, que está tan cerca de la del hijo del hombre
de Daniel. La figura del hijo del hombre en sentido personal aparece, después
del libro de Daniel, en el libro (etiópico) de Henoc, llamado el Libro de las parábolas (cc. 37-71).
La interpretación colectiva
del hijo del hombre guarda cierta afinidad con la interpretación colectiva del
siervo de Yhwh. Se ha hecho una comparación bastante sugestiva entre Is
52,13-53,12 por una parte y Dan 11,32-35 y 12,1-12 por otra. Efectivamente, el
final del "apocalipsis"
de Dan presenta a un grupo de justos y de doctos (maskilim) que enseñan a la gente y la
conducen al cumplimiento de la justicia (12,3), pero caen bajo la espada y son
arrojados a las llamas (11,33); pero éste los purifica (11,35; 12,10) y les
permite conocer la gloria de la resurrección (12,3), cuando el "mundo
futuro" sucede al "mundo presente". Este destino excepcional
recuerda incluso en algunos detalles el del siervo doliente. Basta pensar en Is
52,13: "He aquí que mi siervo prosperará" (o tendrá éxito, o actuará
con sabiduría: yaskil). En Dan 11-12 el mismo verbo da nombre al grupo de los maskilim (doctos). También el siervo de
Yhwh, herido de muerte y eliminado de la tierra de los vivos (Is 53,8), ha
justificado a la muchedumbre (53,11) y ha compartido el botín con los poderosos
(53,12). Es fácil pensar que estas dos concepciones, a pesar de pertenecer a
épocas diversas y a dos mundos ideológicamente diferentes, guardan un estrecho
parentesco. Una describe la fisonomía terrena del "resto de Israel",
pero insiste en la fecundidad de su sufrimiento y en su papel escatológico. La
otra evoca en términos simbólicos el destino ultraterreno del mismo "resto": una
vez entrado en la gloria del "mundo futuro" (cf Dan 12,2-3), se
convierte en depositario del reino de Dios.
Mas también la
interpretación personal asegura que ni el mesías ni el hijo del hombre ni el
siervo de Yhwh fueron concebidos como un ser divino, sino como un ser rico en
dones y en ayudas por parte de Yhwh. Con todo, si estudiamos atentamente el
contexto de la visión de Daniel, vemos que el hijo del hombre avanza hacia el
anciano procedente de las nubes del cielo (Dan 7,13).
Conocemos el valor simbólico
de las nubes en la teología bíblica. Del centenar de veces que aparece en la
Biblia el término "nube", al menos 70 veces indica una aparición o
una presencia de Dios. Ciertamente, Daniel, al utilizar este término, quiso
expresar la convicción de que en el hijo del hombre, en el mesías, había un ser
que pertenecía a la categoría de lo divino. Por eso mismo la preparación
mesiánica recibió con la visión daniélica del hijo del hombre otro aspecto
interesante. Si el mesías en cuanto hombre tenía que participar de los
sufrimientos humanos, en cuanto manifestación de lo divino tenía que seguir
siendo divinamente glorioso.
He aquí por qué el título de
"Hijo del hombre" se convierte en Jesús y en los apóstoles en un
título particularmente mesiánico, capaz de manifestar al mesías doliente y al
mesías glorioso.
b) Jesús, Hijo del hombre. Las cartas paulinas no hacen mucho
uso de este título dado a Jesús, quizá también por la ambigüedad que podía
crear en los cristianos procedentes del paganismo el término ánthrópos, debido a las especulaciones a que
había dado lugar en el mundo helenista. Pablo prefiere recurrir al título
"Señor" y al título "Cristo" dentro del marco de una
reinterpretación y de una relectura del mesianismo real dinástico [/ Jesucristo
III, 2c].
En el evangelio de Juan la
expresión aparece 13 veces, y en la tradición sinóptica 69 veces. Marcos sobre
todo hace gran uso de ella cuando presenta a Jesús como juez escatológico y en
el anuncio de la pasión y resurrección. Es probable que el mismo Jesús hiciera
una relectura actualizante y viera realizada en sí mismo la visión de Dan
7,13-14.
Teniendo en cuenta la
ciencia humana progresiva de Jesús, cuando él se dio cuenta con claridad del
destino trágico que lo aguardaba, pensando en las Escrituras descubrió en dos
libros que le eran bastante familiares, el Déutero-Isaías y Daniel, dos figuras
que parecían ser su anticipación. La del siervo doliente en Is 52,13-53,12 le
permitió comprender el misterio de su muerte sacrificial y medir todo su
alcance, abriéndole ya la perspectiva de una futura glorificación. La segunda,
la del hijo del hombre de Dan 7,13-14, le hizo vislumbrar de alguna manera una
anticipación y un anuncio profético de esta exaltación. Le permitió además, por
su cuadro celestial, liberar el mesianismo real de su carácter terreno.
Es psicológicamente
explicable que Jesús sintiera como suyas estas dos figuras en el momento en que
tenía lugar la pasión. La primera se perfiló en el rito de la eucaristía; la
segunda fue evocada por Jesús cuando reaccionó ante los jueces que lo
condenaban a muerte anunciando la certeza de un retorno glorioso que habría de
realizar la visión daniélica de un hombre exaltado junto a Dios (J. Coppens, Le fils de Phomme
néotestamentaire..., 150).
IV. MESIANISMO SIN MESÍAS. El
primero en hablar de "mesianismo sin mesías" ha sido L. Ramlot en su
artículo sobre el profetismo en el DBS VIII,1180. Es el tema de Yhwh-rey
que domina en muchos textos del AT, en los cuales está ausente la esperanza
mesiánica, mientras que se anuncia al mismo tiempo la inauguración del reino de
Dios. Las desilusiones que frecuentemente habían originado los reyes hicieron
que el pueblo suspirara por una teocracia directa. Es la idea de la realeza de
Dios que, por lo demás, atraviesa toda la Biblia y que está presente sobre todo
en los llamados salmos de la realeza de Yhwh [/ Salmos IV, 6]. Yhwh es rey de
Israel, en el sentido de que interviene eficazmente en favor de su pueblo sin
ninguna necesidad de intermediarios. Por ejemplo, el Sal 24 dice: "¡Oh
puertas, alzad vuestros dinteles; alzaos, puertas eternas, que entre el rey de
la gloria! ¿Quién es el rey de la gloria? El Señor, el héroe, el poderoso; el
Señor, el héroe de la guerra. ¡ Oh puertas, alzad vuestros dinteles; alzaos,
puertas eternas, que entre el rey de la gloria! ¿Quién es el rey de la gloria?
El Señor todopoderoso es el rey de la gloria" (Sal 24,7-10). En estos
versículos nos encontramos con tres títulos importantes de Dios: melek hakabod (rey de la gloria), es decir, el
rey de reyes, el rey supremo; Yhwh
gibbór (el Señor héroe), y Yhwh seba'ót (el Señor de los ejércitos). Pero
casi una tercera parte del Salterio, según algún autor, sirvió quizá para la
liturgia de entronización del rey escatológico.
Profetas de un
"mesianismo sin mesías" son Isaías, el Segundo Isaías, Zacarías...
En el templo Dios se le
aparece a Isaías como rey supremo, a quien obedecen los espíritus celestiales,
los seres humanos y las cosas todas. El vive en un mundo lejano e inaccesible;
pero también en el templo de Jerusalén, servido por los serafines, que no se
atreven a mirar su rostro y proclaman su santidad infinita. Dios está presente
con su gloria en todas partes, pero especialmente en medio del pueblo. La
visión de Isaías hace pensar en una celebración litúrgica, quizá en la fiesta
de la realeza de Yhwh. El Segundo Isaías presenta la esperanza mesiánica como
un retorno a la tierra prometida, y en su visión del "segundo éxodo"
Dios se aparece como único creador del mundo y Señor de la historia de Israel.
El mensaje de este profeta, a diferencia del de los demás, está centrado por
completo en la persona del mismo Señor: "Yo, el Señor, te he llamado para
la justicia..." (42,6); "Esto dice el Señor, tu redendor, el Santo de
Israel: Yo soy el Señor, tu Dios, el que te enseña lo que te da éxito y te
indica el camino que debes seguir..." (48,17).
Tenemos además una alusión
explícita también en el profeta Zacarías cuando nos describe la aparición
solemne de Yhwh en los valles de Jerusalén y la llegada de las naciones paganas
que acuden todos los años para adorar al rey, al Señor de los ejércitos, y para
celebrar la fiesta de las chozas (Zac 2,14-16).
Estos profetas, que ven la
"venida de Dios" en persona, están muy cerca del misterio de la
encarnación.
V. MESIANISMO COMO PRINCIPIO-ESPERANZA.
Volvamos ahora a las alusiones hechas al principio [supra, II]. El mesianismo es la categoría
que hoy, más que cualquier otra, permite captar y expresar el núcleo del
mensaje bíblico, que tiene como finalidad transformar las relaciones entre los
hombres y el mundo mismo.
Esta situación no es sólo
bíblica, sino universal; es un fenómeno típico de todo grupo o sociedad en
transformación y en crisis. Si se tiene aunque sólo sea un contacto superficial
con los movimientos mesiánicos que han surgido en estos últimos años, sobre
todo en los países del tercer mundo, se ve cómo en el origen de toda revolución
política o militar hay gérmenes de renovación religiosa, que tienen todos ellos
unos elementos constantes. A. Rizzi (en Esperienze di base, 59-80) los describe de este modo:a) la situación de crisis en que
llega a encontrarse un pueblo; b) los que sufren la crisis son sobre todo los
grupos subalternos; e) ellos se expresan a través de la figura de un
profeta-leader que toma la dirección del movimiento; d) su mensaje está arraigado en el
pasado y, en particular, en el "mito de los orígenes", mientras que
la época mesiánica se ve como un retorno a aquellos orígenes felices y
paradisíacos; e) también en el cristianismo la
tensión mesiánica está vinculada al retorno a los orígenes: el fin será como el
principio; f) estos diversos grupos se unen
entre sí superando sus divisiones y constituyendo juntos un solo pueblo.
La situación religiosa que
vivió el pueblo de Israel vuelve a presentarse en todos los pueblos. En la
Biblia se nos habla de los orígenes felices del hombre y del mundo,
"qualis esse debet", en Gén 1-2; y, por el contrario, del mundo como
es en realidad, a consecuencia de una culpa original, en Gén 3. Por otra parte,
la época mesiánica se describe siempre en los profetas como un retorno al Edén.
Es interesante observar cómo todas las teologías de la liberación más recientes
ven en una intervención de Dios el acto determinante de la construcción de este
mundo nuevo, precisamente como en la historia bíblica."Los acontecimientos
mesiánicos de liberación en el AT no fueron el resultado de la eficiencia
humana, sino más bien un don, un acto de fuerza, que trascendía las
posibilidades concretas de la historia" (R. Alves, Teología de la esperanza humana, 144).
En el AT, el Deuteronomio
marca la situación existencial histórica de Israel: el don de la tierra por
parte de Dios está condicionado a la adhesión a la alianza y a la fidelidad del
pueblo a la ley. Pero no ha habido un momento de su historia en que el pueblo
haya entrado en la tierra prometida, porque no ha habido tampoco un solo
momento en que el pueblo haya sido fiel a la alianza (cf Dt 8).
Las profecías mesiánicas son
un relanzamiento de la alianza más allá de las caídas y de las desilusiones del
presente. Ese relanzamiento, que el Deuteronomio realiza en el "siempre
futuro" de cada día ("hoy"), fue luego enfatizado por los
profetas en el futuro de una nueva época nacional (y universal).
"La alianza es
responsabilidad, es humanidad adulta, es felicidad a un alto precio" (A.
Rizzi, Messianismo nella vira
quotidiana,30). Vale para todos los hombres lo que dice A. Rizzi de Israel:
"El presente es el `ser', la situación de injusticia y de miseria; el
pasado es el `deber ser' que ha quedado sin actuar; el futuro es el deber ser
que es propuesto de nuevo como posibilidad abierta todavía" (ibid, 24). De
esta forma el mesianismo es un principio-esperanza para todos.
BIBL.: AA.VV., Esperienza di base, Borla, Roma 1977; AA.VV., 11 messianismo, Paideia, Brescia 1966; CAZELLES H., Il messia della Bibbia, Borla, Roma 1981; CIMOSA M., Isaia, l evangelista dell'Emmanuele, Dehoniane, Nápoles 1983; COPPENS
J., Le messianisme et sa
reléve prophétique, Duculot,
Gembloux 1974; ID,La reléve apocalyptique du messianisme royal, University Press, Lovaina 1981;
FABRIS R., Mesianismo
escatológico y aparición de Cristo, en Diccionario Teológico
Interdisciplinar III,
Sígueme, Salamanca 1982, 497-514; GEUN A.,
Leidee dominanti del Vecchio Testamento, Ed.
Paoline, Roma 1952; GRELOT P.,Sentido cristiano del AT, DDB, Bilbao 1967; ID, La speranza ebraica al tempo di
Gesti, Borla, Roma 1981;
Rizzi A., Messianismo nella
vira quotidiana, Marietti,
Turín 1981.
M. Cimosa
Mesías judío
El Mesías judío, (משיח) o Mašiaj, o Mošiaj, tradicionalmente se ha
referido a un futuro rey judío de la línea davídica (descendiente de David bíblico) que será
"ungido" (en hebreo, mashiaj-משיח ("mesías") aplica a cualquier ungido del pueblo judío con
aceite de oliva santo) e investido para gobernar a los judíos y al resto de la
humanidad. En el hebreo estándar el mesías a menudo es mencionado מלך המשיח Mélej Ja'Mašía, literalmente "el rey ungido". Éste, que es
llamado "Mashiaj Ben David", sería el segundo y último de los dos
mesías esperados por elJudaísmo. El primero, al que se le llama "Mašiaj Ben Yosef" junto al
segundo (Mašíaj Ben David), estarían involucrados en la liberación del pueblo
judío del exilio que daría paso a la tan esperada Era Mesiánica, donde todas las naciones reconocerán al Dios de Israel como soberano y
reinarán la paz y la justicia. [1]
La creencia o "doctrina" acerca de un "mesías
personificado" no siempre fue parte del Judaísmo. Los precursores de esta
"doctrina" fueron los "fariseos" (Hebreo: פרושים / perushím), grupo heredero de los "asideos", que nació
aproximadamente 170 años antes de la Era Común. Hoy en día varias "denominaciones" judías tienen desacuerdos
sobre esta "doctrina", quién sería este sujeto y lo que se espera de
él. [2]
La idea original de un mesías, sus características y de una era
mesiánica es totalmente judía. Cualquier otro concepto atribuido a lo que sería
el mesías o la época mesiánica es una invención o "adulteración"
posterior al Judaísmo. El entendimiento predominante judío actual del mašiaj
("el Mesías") tiene sus bases en la doctrina de los fariseos y en las
escrituras de Maimónides,
(el Rambam). Sus creencias sobre el Mesías están recogidas en suMishné Torá, su compendio de 14 volúmenes de la ley judía, en la sección Hiljot
Melajim Umiljamoteihem, capítulo 11. Aquí denomina a un rey judío humano, que
no es de origen divino como lo es Jesús para el cristianismo, aunque tendría cercanía al Dios judío (quizás como Moisés). También se menciona en las plegarias diarias de algunos "sidurim", ya que para Maimónides fue uno
de los fundamento en la vida judía creer con fe completa que elmashiaj llegaría. El mesías judío debe garantizar las fronteras bíblicas
del reino judío prometido en la Torá a Israel y la protección del pueblo judío entre otras cosas.
Para algunas ramas minoritarias del Judaísmo, especialmente la hasidí, el Mesías se
manifestaría en la humanidad solo dadas ciertas condiciones, por lo cual cada
generación generaría un "candidato" a ser el Mesías, que asumiría tal
condición si se cumplen los presupuestos necesarios. Además, el Mesías se
contaría entre los 36 hombres justos, los Tzadikim.
MESÍAS - MASHÍAJ
Tanto los judíos como los cristianos añoramos la venida del Mesías. Sin embargo, éste ha sido tema de tanta disputa que ha creado enorme división entre el cristianismo y el judaísmo. La mayor disputa gira en torno a la identidad del Mesías. Los cristianos creemos que Jesucristo (Yeshúa HaMashíaj) es el Mesías. Los judíos están igualmente convencidos de que NO lo es. El rechazo judío de Yeshúa como el Mesías ha propulsado persecución cristiana contra los judíos durante siglos. ¿Qué espera el pueblo judío del Mesías? ¿Por qué el pueblo judío rechazó a Yeshúa como Mesías? ¿Se llegó a identificar Yeshúacomo el Mesías? Reconozco que tomaría varios libros para tratar adecuadamente este tema, pero es meritorio e importante que lo tratemos en este corto Estudio de Israel.
Definición de Términos
La palabra hebrea para Mesías es mashíaj ,
y literalmente significa “el ungido.” Esta palabra proviene de la raíz mashaj ,
que significa “ungir, untar con aceite, o consagrar.” La palabra mashíaj aparece
39 veces en el texto hebreo del Más Antiguo Testamento, aunque generalmente
aparece traducido como Mesías sólo dos veces. Las restantes veces, esa palabra
aparece traducida simplemente como “el ungido.” Surge de la antigua costumbre
israelita de verter aceite sobre la cabeza de una persona cuando es asignada a
un puesto de autoridad. La palabra griega para Mesías es Cristos,
traducido al español como Cristo, que es el título descriptivo de Su Persona.
Cuando usamos Su nombre en reverencia, es una afirmación de fe, reconociendo
que “Jesús es el Ungido.” También lo podríamos decir en hebreo, Yeshúa
HaMashíaj.
Todos podemos pensar en una palabra que tiene
diversos significados, aún dentro del mismo idioma. De la misma manera, los
cristianos y los judíos a veces hablamos de un tema teológico, y luego nos
damos cuenta que no nos estamos entendiendo. El judío ortodoxo Moshe Kempinski
lo explica de esta manera: “Hasta los últimos días, nuestras comunidades
continuarán usando ciertas palabras y terminología con significados distintos,
lo cual inevitablemente conducirá a la mal interpretación y confusión.”
He participado en
convocaciones masivas al aire libre en Israel donde se han reunido sobre
100,000 personas cantando “Mashíaj, Mashíaj, Mashíaj.” Ha sido un
momento electrificante, expresando su profundo anhelo de ver llegar el Mesías.
Las palabras fueron escritas por el rabino Moshe ben Maimón, mejor conocido
como Maimónides o Rambám (1135-1204 d.C.). Él desarrolló los 13 Principios de
Fe, la más reconocida declaración de fe judía. El número 12 dice: “Creo con
perfecta fe en la venida del mashíaj, y aunque se demore, aún
lo espero cada día.”
El Concepto Judío del Mesías
He participado en convocaciones masivas al
aire libre en Israel donde se han reunido sobre 100,000 personas cantando “Mashíaj,
Mashíaj, Mashíaj.” Ha sido un momento electrificante, expresando su
profundo anhelo de ver llegar el Mesías. Las palabras fueron escritas por el
rabino Moshe ben Maimón, mejor conocido como Maimónides o Rambám (1135-1204
d.C.). Él desarrolló los 13 Principios de Fe, la más reconocida declaración de
fe judía. El número 12 dice: “Creo con perfecta fe en la venida del mashíaj, y
aunque se demore, aún lo espero cada día.”
¿QUÉ ESPERA EL PUEBLO JUDÍO DEL MESÍAS?
1. Será un gran líder político, descendiente
del Rey David (Jeremías 23:5).
2. Conocerá muy bien la Ley Judía, y guardará
los mandamientos (Isaías 11:2-5).
3. Será un líder carismático, inspirando a
otros para que sigan su ejemplo.
4. Será un gran líder militar, quien ganará
muchas batallas para Israel.
5. Será un gran juez, quien tomará decisiones
justas. Restaurará el sistema judicial religioso de Israel y establecerá la Ley
Judía como la ley de la nación (Jeremías 33:15).
6. Traerá redención
política y espiritual al pueblo judío, devolviéndolo a la tierra de Israel y
restaurando a Jerusalén (Is. 11:11-12; Jer. 23:8, 30:3; Os. 3:4-5).
7. Establecerá un gobierno en Israel que será
el centro de un gobierno mundial para judíos y gentiles (Isaías 2:2-4, 11:10,
42:1).
8. Reconstruirá el Templo y restablecerá la
adoración (Jerermías 33:18).
Muchos autores judíos opinan que ha habido
numerosos candidatos al Mesías, y que han aparecido durante diversos tiempos en
la historia. Wikipedia identifica a siete tales mesías
(incluyendo Jesús) entre los años 6 y 135 d.C. El sitio web judíohttp://www.jewfaq.org explica: “Se ha dicho que en cada
generación, nace una persona con el potencial de ser el mashíaj. Si
es el tiempo correcto para la era mesiánica durante la vida de esa persona,
entonces esa persona será el mashíaj. Pero si esa persona muere
antes de completar la misión del mashíaj, entonces esa persona no
era el mashíaj.”
El rabino Hayim Halevy Donin, en su libro To
Be a Jew [Ser Judío] explica: “El pensamiento judío nunca ha concebido
al Mesías como un Ser Divino. Siendo representante ungido de Dios, el Mesías
será una persona que producirá la redención política y espiritual del pueblo de
Israel por medio del retorno de los judíos a su tierra ancestral de Eretz
Ysrael [Tierra de Israel] y la restauración de Jerusalén a su previa
gloria. Iniciará una era caracterizada por la perfección moral de toda la
humanidad y la coexistencia armoniosa de todos los pueblos, libre de guerra,
temor, odio e intolerancia (ver Isaías 2, 11 y Miqueas 4). Reclamantes al
título mesiánico han surgido durante varios momentos en la historia judía. El
criterio por el cual han sido juzgados es: ¿Logró hacer todo lo que el Mesías
debiera hacer? Según ese criterio, ninguno ha cualificado. La era mesiánica aún
está por venir. El restablecimiento del Estado Judío en nuestros tiempos, y la
restauración de la unificada Jerusalén como capital del Estado, hace que muchos
judíos devotos tengan la esperanza de que este tiempo sea el inicio de dicho
proceso de redención que finalmente conducirá a la realización de todos los
demás ideales inherentes a la creencia mesiánica.”
El hecho de que muchas
promesas proféticas concernientes a la Era Mesiánica aún no hayan sido
cumplidas dificulta que el pueblo judío piense en Yeshúacomo el
Mesías. El rabino Yechiel Eckstein dice: “Ese concepto resalta una de las
diferencias más fundamentales entre el judaísmo y el cristianismo: la creencia
cristiana de que el Mesías ya vino, y la insistencia judía de que el Mesías aún
no ha venido. El judaísmo afirma que la salvación personalizada y la santidad
individualizada están inevitablemente incompletas por estar indisolublemente
ligadas a la redención mesiánica de Israel y del mundo. Por otro lado, el
cristianismo afirma que el Mesías ya ha venido, y que el individuo puede alcanzar
la plenitud y el cumplimiento espiritual al aceptar a Jesús como su Salvador y
Redentor personal. La misión judía es de producir la plenitud y el cumplimiento
del hombre y del mundo, ¡de hacer venir el Mesías! La continua existencia del
mal y el sufrimiento en el mundo, y el continuo misterio de cómo ha sobrevivido
el pueblo judío, rinden testimonio elocuente de que la misión judía aún está
incompleta, de que el mundo aún debe ser redimido.”
¿Se llegó a identificar Yeshúa como el Mesías?
Yeshúa vivó como judío ortodoxo durante el primer siglo de Israel en
tiempos extremadamente turbulentos. El pueblo judío estaba en servidumbre bajo
el cruel y opresivo gobierno romano. Deseaban que el Mesías los viniera a
libertar y, por lo tanto, había gran expectativa mesiánica. El autor judío
Gershom Gorenberg lo describe de la siguiente manera: “Jesús apareció durante
esos siglos de fermentación. El cristianismo no es producto de un simple
judaísmo, sino de un judaísmo que ardía de expectativa, parado en puntillas y
listo para saltar hacia los Tiempos del Fin. En el Evangelio de Marcos, las
primeras palabras proclamadas por Jesús fueron: ‘El reino de Dios se ha
acercado.’ La nueva fe afirmó que el mesías había realmente llegado, haciendo
que el tiempo subsiguiente fuera como una pausa antes de que completara su
labor.”
¿Yeshúa se declaró como el
Mesías? La mayoría de los cristianos rápidamente dirían que sí. Es cierto, pero
si alguien quiere refutarlo y decir que Yeshúa nunca se
identificó como el Mesías, veremos que no hay una frase en el Más Nuevo
Testamento donde expresamente hubiese dicho: “Yo soy el Mesías.” No obstante,
si tomamos en cuenta la mentalidad hebraica, podemos acertar que Yeshúarealmente
sí se identificó como el Mesías. Lo hizo en muchas maneras directas e
indirectas. Quizás tuvo cautela, porque muchos en ese tiempo estaban alegando
ser el Mesías. Pero Yeshúa demostró ser el Mesías en palabra y
en hecho. Habló usando costumbres hebreas y frases mesiánicas de las Escrituras
Hebreas. También sabía que Sus hechos validarían Su identidad, cumpliendo los
pasajes claramente mesiánicos. Cualquiera que hubiera procurado a un Salvador
espiritual lo hubiera reconocido como el Mesías Prometido.
“Hijo del Hombre”
A través de los cuatro evangelios, Yeshúa frecuentemente
se denominó como el “Hijo del Hombre,” título que proviene directamente de
Daniel 7:13-14. El ampliamente aceptado título de bar enash (originalmente
en arameo, y no hebreo) describe una figura mesiánica de origen celestial: “Seguí
mirando en las visiones nocturnas, y he aquí, con las nubes del cielo venía uno
como un Hijo de Hombre, que se dirigió al Anciano de Días y fue presentado ante
El. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones
y lenguas le sirvieran. Su dominio es un dominio eterno que nunca pasará, y su
reino uno que no será destruido.”
Cuando Yeshúa usó ese
título, estaba declarando que había venido del cielo en una misión espiritual.
Esteban, mientras era apedreado, describió la misma visión celestial en Hechos
7:56: “He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre de pie a
la diestra de Dios.” En todas partes, Yeshúa se
identificó como el Hijo del Hombre, declarando a la vez que era el Mesías. Sin
lugar a dudas, Yeshúa dijo que tenía toda la autoridad para
perdonar pecados porque era el Hijo del Hombre (Mateo 9:2, 5-6; Marcos 2:5,
9-10; Lucas 5:23-24, 7:47-48; Juan 3:14).
“Hijo de Dios”
Cuando Yeshúa tenía
12 años, se quedó atrás en Jerusalén mientras sus padres partieron
hacia Nazaret. Cuando se dieron cuenta que no estaba con el grupo, lo buscaron
hasta encontrarlo en el Templo, enfrascado en profunda discusión con los
eruditos. Yeshúaasombraba a los maestros del Templo por Su
entendimiento de las Escrituras (Lucas 2:46-50). Cuando María le preguntó qué
estaba haciendo, respondió: “¿Por qué me buscabais? ¿Acaso no sabíais
que me era necesario estar en la casa de mi Padre?” (v. 49). Aún de
niño, Yeshúa se refería a Dios como “Mi Padre.” Continuó
usando ese término durante toda Su vida, ¡mencionado en los evangelios un total
de 44 veces!
El Dr. Robert Lindsey, fallecido autor
cristiano que vivió mucho tiempo en Jerusalén, explicó el significado de esa
frase “Mi Padre.” Dijo: “Muchas oraciones de la sinagoga contienen la frase,
‘Padre nuestro [avinu] que estás en los cielos,’ y Jesús enseñó a Sus
discípulos una oración que también comienza con ‘Padre nuestro que estás en los
cielos.’ Sin embargo, la expresión ‘Mi Padre [aví]’ debió parecerle
impropia a los judíos de esa época. Sólo una vez aparece la frase ‘mi Padre’
con referencia a Dios en las Escrituras Hebreas, y se encuentra en el Salmo 89,
donde habla acerca del Mesías venidero. El verso 26 dice: ‘El clamará a
mí: “Aví atá, Mi Padre eres tú…”’ Así vemos que el Mesías tiene
derecho de llamar a Dios ‘mi Padre.’ Estoy seguro que los rabinos del tiempo de
Jesús enseñaban al pueblo para que dijesen ‘Padre nuestro que estás en los
cielos,’ porque dirían que ‘mi Padre’ estaba reservado sólo para el Mesías. El
verso en 2 Samuel 7:14 también contiene una profecía del Mesías: ‘Yo
seré padre para él y él será hijo para mí.’ Ese verso contiene el
indicio de un Mesías venidero que será hijo de Dios. En base al Salmo 89:26, 2
Samuel 7:14 y Salmo 2:7, era comúnmente aceptado que el Mesías sería el hijo de
Dios, aunque esos versos no contienen la frase ‘hijo de Dios.’ Lo que aparece
en esos versos es, ‘El clamará a mí: “Mi Padre eres tú,”’ ‘Yo seré
padre para él y él será hijo para mí,’ y ‘Mi Hijo eres tú, yo
te he engendrado hoy.’ Esa es la manera hebraica de expresar la
identidad del Mesías, y es la manera en que el Espíritu Santo habló y la manera
en que Jesús habló.”
Cumplimiento de la Profecía
Cuando Yeshúa se
encontró un shabat (sábado) en Nazaret, su ciudad de crianza,
asistió a la sinagoga y fue honrado con la invitación de leer una porción del
rollo de laTorá (Gén. – Deut.). Abrió el rollo y leyó los versos en
Isaías 61:1-2, los que eran comúnmente percibidos como mesiánicos: “‘El
Espíritu del Señor DIOS está sobre mí, porque me ha ungido el SEÑOR para
anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los
cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a
los oprimidos; para proclamar el año favorable del SEÑOR.’ Cerrando el libro,
lo devolvió al asistente y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban
fijos en El. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura que habéis
oído” (Lucas 4:18-21).
No hay duda de que los hombres de esa
sinagoga comprendieron que Yeshúa se estaba proclamando como
Mesías. Continuó brevemente Su discurso, y luego“todos en la sinagoga se
llenaron de ira cuando oyeron estas cosas, y levantándose, le echaron fuera de
la ciudad…” (Lucas 4:28-29). Esas personas no aceptaron que Yeshúa fuese
el Mesías, pero claramente entendieron que se estaba denominando como tal. Y
podemos ver que Yeshúa ciertamente cumplió la profecía
mesiánica de Isaías 61:1-2, porque sanó a multitud de enfermos y restauró la
vista a muchos ciegos.
Declaraciones Claras
En unas cuantas ocasiones, Yeshúa más
claramente se denominó como el Mesías. En Juan 4, mientras hablaba con una
mujer samaritana en las afueras de la ciudad de Sicar, “la mujer le
dijo: ‘Sé que el Mesías viene (el que es llamado Cristo); cuando El venga nos
declarará todo’” (Juan 4:25). En una de las declaraciones más abiertas
de Su identidad como Mesías, respondió a la mujer diciendo: “Yo soy, el
que habla contigo” (v. 26).
Otra declaración indiscutible que hizo Yeshúa fue
durante Su juicio ante el sumo sacerdote Caifás, los principales sacerdotes,
los ancianos y los escribas (Mateo 26:57-68; Marcos 14:53-65; Lucas 22:66-70,
23:2). Según el relato en Marcos, el sumo sacerdote le preguntó a Yeshúa directamente: “¿Eres
tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Jesús dijo: Yo soy; y veréis al Hijo del
Hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo con las nubes del cielo” (Mar.
14:61-62). Robert Lindsey comenta: “Los sumos sacerdotes y maestros de la ley
claramente comprendieron la declaración mesiánica de Yeshúa. Aunque
no le creyeron, no hubo manera de refutar su significado: Yeshúa declaró
que era el Mesías, ¡el Hijo del Hombre y el Hijo de Dios! Por esa razón, lo
llevaron ante Pilato para ser castigado. Para ellos, Sus declaraciones eran
blasfemias, mientras que para otros, eran divinas.”
En Juan 17:3, Yeshúa oró al
Padre, diciendo: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el
único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.”
Aunque Yeshúa sabía que era
el Mesías, y lo comunicó en varias ocasiones, también ordenó a algunos a
quienes había sanado de su enfermedad que no lo contaran a nadie. Y cuando
Simón Pedro hizo su gran confesión de fe diciendo: “Tú eres el Cristo [el
Mesías], el Hijo del Dios viviente,” Yeshúa le respondió:
“Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne
ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:16-17). En
el verso 20, leemos: “Entonces ordenó a los discípulos que a nadie
dijeran que El era el Cristo[Yeshúa Ha Mashíaj].”
El propósito de la primera venida de Yeshúa era
morir por los pecados de la humanidad, de ser el Salvador del mundo, proveyendo
un camino para que pudiésemos entrar ante la presencia de un justo e intachable
Dios. Durante esa primera manifestación, Yeshúa cumplió
muchos, pero no todos, de los textos proféticos mesiánicos. Esperamos con
entusiasmo el día cuando veamos el cumplimiento del resto de las profecías.
Algunos han sugerido que Yeshúa vino
aquella vez para ser Mesías sólo para el mundo gentil, aparte de los judíos.
Pero Él mismo declaró: “No he sido enviado sino a las ovejas perdidas
de la casa de Israel” (Mateo 15:24). Y cuando Yeshúa se
preparaba para ascender al cielo, claramente reveló Su plan de incluir a los
gentiles en las bendiciones del reino de Dios: “Id, pues, y haced
discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mateo
28:19-20a). Eso fue predicho por Simeón cuando llevaron el bebéYeshúa al
Templo: “Ahora, Señor, permite que tu siervo se vaya en paz, conforme a
tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación la cual has preparado en
presencia de todos los pueblos; luz de revelación a los gentiles, y gloria de
tu pueblo Israel” (Lucas 2:29-32). Dios siempre quiso que la salvación
llegara a Israel y entonces a los demás pueblos del mundo.
Comprendiendo el Mundo Hebraico de Yeshúa
Como hemos visto hasta ahora en este corto
estudio, Yeshúa definitivamente se identificó como el Mesías.
Aunque nunca dijo textualmente “Yo soy el Mesías,” o “Yo soy el Hijo de Dios,”
dejó ver muy claramente que era el Mesías según el contexto del judaísmo del
primer siglo. Por eso es importante que los cristianos comprendamos el mundo
hebraico en el cual Yeshúa se movía e interactuaba. Robert
Lindsey recalcó: “Cuando uno lee los evangelios, debe tener siempre en mente
que las palabras y las ideas originales fueron expresadas en hebreo con un trasfondo
rabínico. Hoy día, esas cosas son totalmente foráneas para la mayoría de los
cristianos. Escondidas dentro del texto bíblico hay palabras y conceptos
hebraicos, pero su significado no estaba escondido de los judíos del primer
siglo porque claramente comprendían lo que a nosotros nos parece un tanto
nebuloso. Si queremos conocer mejor quién era Yeshúa y lo que
dijo, necesitamos comprender mejor el idioma que hablaba y el entorno en que
vivía.”
Futura Esperanza
Los cristianos estamos esperando ansiosamente
la venida de Yeshúa. De hecho, vemos muchas señales de los
postreros tiempos, según fueron detallados por los profetas hebreos.
¡No estamos solos en esa
expectativa! Muchos de nuestros amigos judíos también están esperando el
cumplimiento de la profecía bíblica, en expectativa del olam habá (mundo
por venir). David Rubin, un judío ortodoxo residente de Silo (ciudad antigua
donde estuvo varios años el Tabernáculo), cree que el día vendrá cuando los
fieles de la Biblia (tanto judíos como cristianos) estaremos unidos. Cita a
Zacarías 14:9, que dice: “Y el SEÑOR será rey sobre toda la tierra;
aquel día el SEÑOR será Uno, y Uno Su nombre.” Lo explica así: “En
otras palabras, en aquel día, no habrá más confusión o descuerdo entre judíos y
cristianos respecto al Mesías o cualquier otro tema teológico. Todos los
desacuerdos teológicos que trágicamente han sido catalítico, e incluso excusa,
para tanto dolor y derramamiento de sangre judía en el pasado, permanecerán en
el pasado. Habrá una unidad sin precedente entre los pueblos del mundo con el
deseo de adorar a Dios de manera correcta, la cual será muy evidente para todos
ese día.”
En años recientes, he estado en conversación
con muchas personas judías, incluyendo rabinos ortodoxos, donde se ha discutido
el concepto de un futuro en que todos seguiremos juntos al Mesías. Una de las
sugerencias que frecuentemente surge es que, cuando venga el Mesías, debe
formarse un comité para preguntarle, “Señor, ¿has estado aquí anteriormente?”
En una de dichas conversaciones, un amigo
judío me preguntó que si era posible que hubiese dos maneras de ir al cielo,
una para los judíos y una para los cristianos. Mi amigo judío se hubiese
sentido más cómodo si le hubiese dicho que sí, pero no pude hacerlo. Le
respondí, yo creo en el Shemá: “Escucha, oh Israel, el
SEÑOR es nuestro Dios, el SEÑOR uno es. Amarás al SEÑOR tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Deuteronomio 6:4-5).
Continué diciéndole: “Quizás no estemos de acuerdo ahora mismo con la identidad
del Mesías, pero sólo hay un Mesías, al igual que sólo hay un Dios. Cuando
venga, ambos le seguiremos.” ¡Oro para que pronto venga y establezca la Era
Mesiánica que tanto anhelamos los judíos y los cristianos!
MESÍAS
La palabra «Mesías» proviene del hebreo, y es
sinónima de la palabra griega Cristo. Una y otra las consagró la
religión, y sólo se aplican al ungido por excelencia, al soberano, libertador
que el antiguo pueblo judío esperaba, cuya venida está esperando todavía, y que
fue para los cristianos Jesús, hijo de María, que consideraron como al ungido
del Señor, el Mesías prometido de la humanidad.
Vemos
en el Antiguo Testamento que la palabra Mesías, en vez de
aplicarse particularmente al libertador, cuya venida esperaba el pueblo de
Israel, se aplicó también con frecuencia a los reyes y príncipes idólatras, que
eran hermanos del Eterno, ministros de sus venganzas o instrumentos para
ejecutar los designios de su sabiduría. Por eso el autor del Eclesiastés dice
de Elíseoqui ungis reges ad pænitenciam, o como insertan los Septantes, ad
vindictam. «Que unges los reyes para la penitencia y para la venganza del
Señor.» Por eso envió un profeta para ungir a Jehú, rey de Israel. Anunció la
unción sagrada a Hazzazel, rey de Damasco y de Siria; esos dos príncipes fueron
los Mesías del Altísimo para vengar los crímenes y las abominaciones de la casa
de Acab.
En
el capítulo XLV de Isaías se llama expresamente Mesías a Ciro. «De este modo el
Eterno dijo a Ciro, su ungido, y su Mesías», etc. Ezequiel, en el capítulo
XXVIII de sus Revelaciones, da el nombre de Mesías al rey de Tiro,
que le llama también querubín, y habla de él y de su gloria enfáticamente.
Además,
el nombre de Mesías, que en griego significa Cristo, como hemos
dicho, se aplicaba a los reyes, a los profetas y a los grandes sacerdotes de
los hebreos. El libro I de los Reyes, en el capítulo XII, dice: «El
Señor y su Mesías son testigos.» Lo que quiere decir: el Señor y el rey que Él
ha establecido. David, animado por el espíritu de Dios, da más de una vez a
Saúl, su suegro, la calificación de Mesías del Señor. «Dios me guarde —dice con
frecuencia— de perseguir al ungido del Señor, al Mesías de Dios.»
Si
se aplicó esa denominación a reyes idólatras, a príncipes crueles y tiranos,
también se aplicó en los antiguos oráculos para designar al verdadero ungido
del Señor, al Mesías por excelencia, cuya venida esperaban todos los fieles de
Israel. Por eso Ana, madre de Samuel, termina su cántico con estas palabras
notables, que no pueden aplicarse a ningún rey, porque entonces no los tenían los
hebreos: «El Señor juzgará los extremos del mundo, dará el imperio a su rey y
levantará el altar de su Cristo, de su Mesías.» Esa misma palabra se encuentra
en muchos oráculos.
Si
se comparan esos diferentes oráculos y todos los que se aplican ordinariamente
al Mesías, resultarán de la comparación contrastes hasta cierto punto
inconciliables y que justifican la obstinación del pueblo para el que se
realizaron.
Efectivamente,
¿cómo podemos concebir, antes que el hecho lo hubiera justificado en la persona
de Jesús, cómo podemos concebir que estuviera dotado de inteligencia divina y
humana al mismo tiempo un ser grande y abatido que triunfa del diablo y que el
espíritu infernal, sin embargo, lo tienta, lo arrastra y le hace viajar contra
su voluntad; un ser que es señor y sirviente, rey y vasallo, sacrificador y
víctima al mismo tiempo, mortal y vencedor de la muerte, rico y pobre;
conquistador glorioso, cuyo reinado eterno no ha de tener fin, que debe someter
el mundo entero por sus prodigios, y sin embargo, es un hombre que ha de pasar
por toda la escala del dolor, privado de toda clase de comodidades, que ha de
carecer absolutamente de lo necesario para la vida, y se llama rey y viene al
mundo a colmarle de gloria y de honores, y esto no obstante, pasa la vida
inocente y desgraciado, es perseguido y muere en un suplicio vergonzoso y
cruel, encontrando en esa humillación y en ese envilecimiento el origen de una
elevación única que le conduce al punto más alto y culminante de la gloria, del
poder y de la felicidad, colocándole en la categoría de la primera de las
criaturas?
Todos
los cristianos encuentran unánimemente esos caracteres que parecen
incompatibles en la persona de Jesús de Nazaret; sus sectarios le dan este
título por excelencia, no porque fuera ungido de un modo sensible, inmaterial,
como lo eran antiguamente algunos reyes, algunos profetas y algunos
sacrificadores, sino porque el espíritu divino le había designado para realizar
grandísimos destinos, y recibió la unción espiritual que es necesaria para
realizarlos.
Esto
acabábamos de escribir sobre artículo tan importante, cuando un predicador
holandés, más célebre por el descubrimiento que vino a comunicarnos que por sus
mediocres producciones, nos hizo saber que Jesús era el Cristo, el Mesías de
Dios, que fue ungido en las tres épocas más notables de su vida para que fuera
nuestro rey, nuestro profeta y nuestro sacrificador.
Cuando
se verificó su bautismo, la voz del soberano Señor de la Naturaleza le declaró
su hijo único y bienamado, y por lo tanto, su representante. Transfigurado en
el Tabor, asociándose a Moisés y a Elías, la misma voz sobrenatural lo anuncia
a la humanidad como hijo del que anima y envía a los profetas y a quien debe de
obedecerse con preferencia a éstos. En el huerto de Getsemaní desciende un
ángel del cielo para socorrerle en las agonías que le causa la proximidad de su
suplicio. Le infunde valor para soportar una muerte cruel que es imposible que
evite, y le pone en el caso de tener ánimo para prestarse al sacrificio como la
víctima más pura e inocente.
El
juicioso predicador holandés encuentra el óleo sacramental de esas unciones
celestes en los signos visibles que el poder de Dios hizo aparecer sobre su
ungido: en su bautismo, la «sombra de la paloma» que simbolizaba al Espíritu
Santo que descendió sobre él; en el Tabor, la «nube milagrosa» que le cubrió;
en Getsemaní, la «sudor de grumos de sangre» que cubrió todo su cuerpo.
Después
de saber todo esto es necesario ser muy incrédulos para no reconocer por esos
signos al ungido del Señor por excelencia, al Mesías prometido, y nunca
deploraríamos bastante la ceguedad inconcebible del pueblo judío si su proceder
no hubiera entrado en el plan de la infinita sabiduría de Dios y si no hubiera
sido preciso para la terminación de su obra y para la salvación de la
humanidad.
Pero
también debemos convenir que en el estado de opresión en que se encontraba el
pueblo judío, y después de las gloriosas promesas que el Eterno le hizo muchas
veces, debía seguir suspirando por que viniera el Mesías prometido que le había
de emancipar, y que hasta cierto punto es injustificable que no reconociera a
su libertador en la persona de Jesús, tanto más cuanto que el hombre es natural
que piense más en el cuerpo que en el espíritu, que sea más sensible a las
necesidades del momento que a los beneficios del porvenir, que siempre son
inciertos.
Por
lo demás, debe creerse que Abraham, y después de él algunos patriarcas y
profetas, pudieron forjarse la idea de cómo debía ser el reinado espiritual del
Mesías; pero esa idea debió quedar encerrada en el pequeño círculo de los
inspirados, y no debe sorprendernos que desconociéndola la multitud, la noción
de esa idea se haya alterado hasta el punto de que cuando el Salvador apareció
en la Judea, el pueblo y sus doctores, hasta sus príncipes, esperaran la venida
de un monarca, de un conquistador que con la rapidez de sus conquistas debía
sojuzgar al mundo entero. ¿Cómo podían conciliar la idea halagadora que tenían
del Mesías en el estado abyecto, y en apariencia miserable, en que se les
apareció Jesucristo? Por eso se escandalizaron al oír que se anunciaba como el
Mesías, y le persiguieron, le atormentaron y le sentenciaron a la muerte de los
criminales. Desde entonces, no viendo ningún acontecimiento que indique que van
a cumplirse sus profecías, y resistiéndose a que no se cumplan, se entregan los
judíos a toda clase de ideas quiméricas.
Por
eso cuando presenciaron los triunfos de la religión cristiana y comprendieron
que podían explicarse espiritualmente y aplicar a Jesucristo la mayoría de sus
antiguos oráculos, convinieron, contra la opinión de sus antepasados, en negar
los pasajes que nosotros creemos que aluden al Mesías, interpretando
torcidamente la Bibliay proporcionándose su propia perdición.
Algunos judíos sostienen que han sido mal interpretados sus
oráculos y que en vano suspiran por la venida del Mesías, porque ya vino y lo
personificó Ezequías. Esta fue la opinión del famoso Hillel. Otros, más
moderados, o contemporizando con los tiempos y con las circunstancias,
sostienen que la creencia de la venida de un Mesías no es artículo
fundamental de fe, y que negando ese dogma la ley no se pervierte, sólo sufre
una variación. Sosteniendo esta variación, el judío Albo decía al Papa que
negar la venida del Mesías no era mas que cortar una rama del árbol sin tocar
las raíces.
El famoso rabino Jarchi, o Raschi, que vivía a principios
del siglo XII, dice que los antiguos hebreos creían que el Mesías nació el
día que destruyeron a Jerusalén los ejércitos romanos; eso es lo que se dice
vulgarmente llamar al médico después de muerto el enfermo.
|
El
rabino Kimchi, que también vivió en el siglo XII, anunció que el Mesías, cuya
venida creía muy próxima, expulsaría de la Judea a los cristianos que la
perseguían entonces; verdad es que los cristianos perdieron la Tierra Santa,
pero fue porque los venció Saladino, y por poco que ese conquistador hubiera
protegido a los judíos poniéndose de su parte, es verosímil, teniendo en cuenta
su entusiasmo, que hubieran creído que Saladino era su Mesías.
Los
autores sagrados y el mismo Jesús comparan con frecuencia el reinado del Mesías
y la eterna felicidad a los días de bodas y de festines; pero los talmudistas
abusaron extrañamente de esas parábolas; creen que el Mesías dará a su pueblo
reunido en la tierra de Canaán una comida, cuyo vino será el mismo que hizo
Adán en el paraíso terrenal, y que se conserva en vastas bodegas subterráneas
que los ángeles socavaron en el centro de la tierra. Servirá de entrada en esa
comida el famoso pez llamado el gran Leviatan, que se traga de un
sorbo un pez menos grande que él, y que tiene trescientas líneas de longitud.
Dios, al principio, creó un macho y una hembra de esa especie, pero por miedo
de que trastornasen el mundo y que lo llenasen de descendientes suyos, Dios
mató a la hembra y la saló, reservándola para el festín del Mesías.
Los
rabinos añaden que para esa comida matarán al toro Behemoth, que es
tan grande, que se come todos los días el heno de mil montañas; también mataron
a la hembra de dicho toro al principio del mundo, para que especie tan
prodigiosa no se multiplicara; pero aseguraron que el Eterno no lo saló, porque
la carne de vaca salada no es tan buena como la de Leviatán. Los
judíos tienen tanta fe en estos desvaríos rabínicos, que con frecuencia juran
por su parte del toro Behemoth, como algunos cristianos impíos juran por su
parte de paraíso.
Después
de exponer estas ideas tan groseras respecto a la venida del Mesías y respecto
a su reinado, ¿debe extrañarnos que los judíos antiguos y modernos, y muchos
primitivos cristianos, imbuidos por desgracia de esos desvaríos, no hayan
tenido la alta idea que merece la naturaleza divina del ungido del Señor y no
hayan atribuido al Mesías la cualidad de Dios? Véase cómo se expresan los
judíos sobre este asunto en la obra titulada Judæ Lusitani Quæstiones
ad Cristianos: «Reconocer —dicen— un hombre-Dios, es abusar de nosotros
mismos, es inventarse un monstruo, un centauro, la extraña amalgama de dos
naturalezas que no pueden juntarse.» Añaden que «los profetas no dijeron que el
Mesías fuera un hombre-Dios, que sabían distinguir entre Dios y David, que
declararon al primero Señor, y su servidor al segundo», etc.
Cuando
el Salvador apareció, aunque las profecías eran claras, las oscurecieron las
preocupaciones, por desgracia. El mismo Jesucristo, por contemporizar, o por no
sublevar los espíritus, se manifiesta muy reservado en todo lo que se refiere a
su divinidad. «Quería —dice San Crisóstomo— acostumbrar insensiblemente a sus
oyentes a creer un misterio que es muy superior a la razón humana.» Cuando
habla con la autoridad de un Dios perdonando los pecados, este acto subleva a
todos los que lo presencian, y sus más evidentes milagros no pueden convencer
de su divinidad a aquellos por quienes los realiza. Cuando ante el tribunal del
soberano sacrificador confiesa con modesto acento que es hijo de Dios, el gran
sacerdote se desgarra el manto e indignado le dice que es un blasfemo. Antes de
la venida del Espíritu Santo, los apóstoles no tuvieron idea de la divinidad de
su querido maestro; les pregunta qué es lo que el pueblo piensa de él, y sus
discípulos le contestan que unos creen que es Elías, otros Jeremías o cualquier
otro profeta. San Pedro necesita tener una revelación para saber que Jesús es
Cristo, el hijo de Dios vivo.
Los
judíos, indignados contra la divinidad de Jesucristo, recurrieron a toda clase
de medios para destruir ese gran misterio; torturaron el sentido de sus propios
oráculos o no se los aplicaban al Mesías; sostenían que el calificativo de Dios
no era exclusivo de la Divinidad y que lo aplicaban los autores sagrados a los jueces,
a los magistrados y a todos los que están constituidos en autoridad, y citan un
gran número de pasajes de la Sagrada Escritura que justifican esta observación,
pero que no destruyen las palabras terminantes de los antiguos oráculos que se
refieren al Mesías.
Sostienen
además que si el Salvador, y luego que él los evangelistas, los apóstoles y los
primitivos cristianos, llaman a Jesús hijo de Dios, ese calificativo augusto
sólo significaba en los tiempos evangélicos una contraposición a hijo de Belial,
esto es, que quería decir únicamente hombre de bien, servidor de Dios, como
contraposición de hombre perverso que no temía a Dios.
No
sólo los judíos negaron que Jesucristo era el Mesías su divinidad, sino que
hicieron todo lo posible por hacerle aparecer despreciable, arrojando sobre su
nacimiento, sobre su vida y sobre su muerte todo el ridículo y todo el oprobio
que pudo inventar su criminal encarnizamiento.
Entre
todas las obras que produjo la ceguedad de los judíos, no hay ninguna tan
odiosa y tan extravagante como el antiquísimo libro titulado Sepher
Toldos Jeschut, que desenterró M. Vagenseil y que insertó en el segundo
tomo de su obra que lleva por título Tela ígnea Satanæ.
En
la referida obra se encuentra una historia monstruosa del Salvador, inventada
con todo el odio y con toda la mala fe posible. Consta en ella que un individuo
llamado Panther o Pandera, habitante de Belén, estaba locamente enamorado de
una joven que era esposa de Jokannán. De este trato ilícito resultó un hijo, al
que pusieron por nombre Jesuá o Jesús. El padre de ese niño se vio obligado a
huir y se refugió en Babilonia. Al joven Jesús le enviaron a la escuela, pero
añade el autor que tuvo la insolencia de mirar con descaro a los sacrificadores
y de cubrirse delante de ellos, en vez de presentarse con la cabeza baja y con
el rostro tapado, como era costumbre entonces; este atrevimiento fue reprendido
y dio margen a que averiguaran su nacimiento, que encontraron impuro y lo
expusieron a la ignominia. El detestable libro Sepher Toldos Jeschut fue
conocido desde el siglo II. Celso lo cita con confianza, y Orígenes lo refuta
en el capítulo IX.
Existe
otro libro titulado también Toldos Jeschut, que publicó M. Huldric
el año 1705, que sigue lo más de cerca la doctrina del Evangelio de la
infancia, pero que incurre a cada momento en los más groseros anacronismos;
hace nacer y morir a Jesucristo durante el reinado de Herodes el Grande, y
supone que a ese príncipe denunciaron el adulterio de Panther y de María, madre
de Jesús. El autor, que toma el nombre de Jonatás, que dice que es
contemporáneo de Jesucristo y que vivía en Jerusalén, refiere que Herodes
consultó sobre el supuesto adulterio con los senadores de una ciudad, situada
en el territorio de Cesárea; pero no pensamos ocuparnos de un autor que es tan
absurdo en todas sus contradicciones.
Esto
no obstante, hay que confesar que todas esas calumnias mantenían en los judíos
el odio implacable que tenían a los cristianos y al Evangelio, haciendo cuanto
pudieron por alterar la cronología del Antiguo Testamento y por sembrar la duda
respecto a la época de la venida al mundo del Salvador.
Ahmed-ben-Cassum-la-Andacousi,
moro de Granada, que vivió a fines del siglo XVI, cita un antiguo manuscrito
árabe, que se encontró con diez y seis láminas de plomo, grabadas con
caracteres árabes, en una gruta de Granada. Don Pedro de Quiñones, arzobispo de
dicha ciudad, atestigua ese hallazgo. Dichas láminas de plomo las llevaron a Roma,
donde, después de examinarlas minuciosamente, fueron consideradas apócrifas
durante el pontificado de Alejandro VII; sólo contienen historias fabulosas
referentes a la vida de María y de su hijo.
El
nombre de Mesías, acompañado del epíteto de falso, se aplica todavía a los
impostores que en diferentes épocas trataron de engañar a los judíos. Hubo
falsos Mesías desde antes de la venida del verdadero ungido de Dios. El sabio
Gamaliel cita a uno que se llamaba Teodas, y cuya historia se encuentra en las
antigüedades judaicas de Flavio Josefo, libro XX, cap. II, que se vanagloriaba
de poder pasar el Jordán a pie seco, y consiguió atraerse muchos partidarios;
pero los romanos los persiguieron y los desbandaron, cortaron la cabeza a su
desventurado jefe y la expusieron en Jerusalén.
Gamaliel
cita también a Judas el Galileo, que sin duda es el mismo que Josefo menciona
en el capítulo XII del libro II de la guerra de los judíos. Dice que ese falso
profeta llegó a reunir cerca de treinta mil hombres; pero la hipérbole es el
carácter distintivo de dicho historiador.
En
los tiempos apostólicos apareció Simón el Mago, quien consiguió afiliar a su
partido a los habitantes de la Samaria, que consideraron que era «virtud de
Dios». En el siglo siguiente, en los años 178 y 179 de la era cristiana,
durante el imperio de Adriano, apareció el falso Mesías Barcoquebas, al frente
de un ejército. El emperador envió a Julio Severo para que lo derrotara, y
después de varios encuentros, encerró a los sublevados en la ciudad de Bither,
que sostuvo un empeñado sitio, pero que fue tomada: prendieron a Barcoquebas y
lo castigaron con la última pena. Adriano creyó que el mejor medio de evitar
las continuas rebeliones de los judíos era prohibirles por medio de un edicto
que entraran en Jerusalén, y puso guardias hasta en la puerta de dicha ciudad
para impedir que entraran en ella los restos del pueblo de Israel.
Dice
Sócrates, el historiador eclesiástico, que el año 434 apareció en la isla de
Candía un falso Mesías que se llamaba Moisés, y que se titulaba el antiguo
libertador de los hebreos y decía que había resucitado para libertarlos otra
vez.
Un
siglo después, el año 530, se presentó en la Palestina un falso Mesías que
tenía por nombre Juliano; se anunciaba como un gran conquistador, que al frente
de su nación había de destruir por medio de las armas todos los pueblos
cristianos; los judíos, seducidos por estas promesas, mataron a muchos
cristianos.
El
emperador Justiniano envió tropas contra él, empeñaron una batalla, lo cogieron
y lo mataron.
Al
principio del siglo VIII, Sereno, que era un judío español, apareció como un
Mesías; predicó y tuvo discípulos, y murió como ellos en la miseria. En el
siglo XII aparecieron varios Mesías falsos, uno de ellos en Francia, durante el
reinado de Luis el Joven; lo ahorcaron lo mismo que a sus partidarios, sin que
nunca se pudiera averiguar el nombre del maestro ni el de los discípulos. El
siglo XIII fue fértil en falsos Mesías; siete u ocho aparecieron en Arabia, en
Persia, en España y en Moravia. Uno de ellos, que se llamaba «David del Rey»,
tuvo fama de ser gran mago; entusiasmó a los judíos, y se puso al frente de un
partido considerable; pero ese Mesías fue asesinado.
Jaedro
Zieglerne, de Moravia, que vivió a la mitad del siglo XVI, anunciaba que había
de venir el Mesías dentro de catorce años; decía que lo había visto en
Estrasburgo, y que guardaba con el mayor cuidado una espada y un cetro para
ponerlos en sus manos. El año 1624, otro Zieglerne confirmó la predicción del
primero, y el año 1666, Labatei-Leví, hijo de Alepo, se fingió ser el Mesías
que predijeron los dos Zieglerne. Empezó predicando en los caminos reales y en
los campos, y los turcos se burlaban de él, mientras sus discípulos le
admiraban. Parece que al principio no atrajo a los hombres importantes de la
nación judía, porque los jefes de la sinagoga de Esmirna dictaron contra él
sentencia de muerte, pero la conmutaron por la pena de destierro.
Estuvo
a punto de contraer tres matrimonios, pero aseguran que no consumó ninguno de
ellos, porque decía que casarse era indigno de él. Se asoció con un tal
Nathan-Leví, que representaba al personaje del profeta Elías que había de
preceder al Mesías. Se presentaron en Jerusalén, y en dicha ciudad Nathan
anunció que Labatei-Leví era el libertador de las naciones. El populacho judío
se declaró partidario de ellos, pero los que tenían algo que perder los
anatematizaron.
Leví,
por huir de la tempestad, se retiró a Constantinopla y desde allí pasó a
Esmirna; Nathan-Leví le envió cuatro embajadores, que le reconocieron por el
Mesías y le saludaron respetuosamente; esta embajada se impuso al pueblo y a
algunos doctores, que declararon que Labatei-Leví era el Mesías y el rey de los
hebreos; pero la sinagoga de Esmirna sentenció a su rey a ser empalado.
Labatei
se puso bajo la protección del cadí de Esmirna, y consiguió entusiasmar a todo
el pueblo judío, que se puso de su parte; hizo levantar dos tronos, uno para él
y otro para su esposa, tomó el nombre de rey de los judíos, dando a su hermano
José-Leví la denominación de rey de Judá. Prometió a los judíos que
conquistaría el Imperio otomano, y llevó su insolencia hasta el extremo de
quitar de la liturgia judía el nombre del emperador, sustituyéndolo por el
suyo.
Lo
metieron en la cárcel en los Dardanelos, y los judíos propalaron por todas
partes que los turcos le perdonaban la vida porque sabían que era inmortal. El
gobernador de los Dardanelos se enriqueció con los regalos que los judíos le
prodigaban para que les permitiera que visitaran a su rey, al Mesías
prisionero, que en la cárcel conservaba su dignidad y se dignaba consentir que
le besaran los pies.
Entretanto,
el sultán, que tenía la corte en Andrinópolis, decidió terminar aquella farsa:
hizo ir allí a Leví, y le dijo que si era el Mesías debía ser invulnerable;
Leví convino en ello. El Gran Señor dispuso entonces que sirviera de blanco a
las flechas de sus icoglanes, y el Mesías no tuvo más remedio que confesar que
no era invulnerable, pretextando que sólo le enviaba Dios como testimonio de la
santa religión musulmana. Al verse continuamente azotado por los ministros de
la ley, se hizo mahometano, y vivió y murió tan despreciado de los judíos como
de los musulmanes; su conducta desacreditó de tal modo la profesión de falso
Mesías, que después de Leví ya no ha aparecido otro.
¿Quien es
el Mesias?
|
Extraido
de El Verdadero Mesias
El Mesías
judío
El
concepto judío del Mesías es aquél que está claramente explicado por los
profetas de la Biblia. Él es un líder de los judíos, fuerte en sabiduría,
poder y espíritu. Él es el que va a traer completa redención espiritual y
física al pueblo judío. Junto con esto, traerá paz eterna, amor, prosperidad
y perfección moral al mundo entero.
El Mesías
judío es realmente un ser humano en origen. Él nace de padres humanos
ordinarios y es de carne y hueso como todos los mortales.
Como lo
describe el Profeta (Isaías 11:2), el Mesías está "lleno de sabiduría y
entendimiento, consejo y poder, conocimiento y temor de D os". Tiene un
sentimiento especial por la justicia, o como el Talmud lo expone (Sanhedrín
93b), "huele y juzga". Puede virtualmente percibir la inocencia o
culpabilidad de un hombre.
El Profeta
(Isaías 11:4) sostiene además que el Mesías "herirá al tirano con la
vara de su boca y matará al malvado con el aliento de sus labios". La
maldad y la tiranía no podrán levantarse delante del Mesías.
No
obstante, el Mesías sobre todo es un rey de paz. Nuestros Sabios por lo
tanto, nos enseñan (Derej Eretz Zuta:1): "Cuando el Mesías sea revelado
a Israel, abrirá su boca solamente para la paz. Así está escrito (Isaías
52:7): ´Qué hermosos, sobre las montañas, son los pies del mensajero que anuncia
la paz´".
La primera
tarea del Mesías es redimir a Israel del exilio y de la servidumbre. Al hacer
esto, también va a redimir al mundo entero de la maldad. La opresión, el
sufrimiento, la guerra y todas las formas de ateísmo serán abolidas. La
humanidad será de esta forma perfeccionada, y los pecados del hombre contra
D-os, así como sus transgresiones en contra del prójimo, serán eliminadas.
Todas las formas de guerra y antagonismo entre las naciones desaparecerán
también en la Era Mesiánica.
Lo más
importante, el Mesías judío hará retornar todas las personas a D-os. Esto se
expresa más claramente en el rezo de Alenu Leshabeaj, que
concluye los tres servicios diarios:
"Que
el mundo sea perfeccionado bajo el reinado del Todopoderoso. Que todos los
hombres invoquen Tu Nombre y que todos los malvados de la tierra se tornen a
Ti. Que sepan todos los habitantes de la tierra que toda rodilla debe
postrarse ante Ti… y que todos acepten el yugo de Tu reino".
Encontramos
un pensamiento muy similar en la Amidá del día de Yom
Kipur en la cual rezamos: "Que todas las criaturas se inclinen
ante Ti. Que formen una hueste para hacer Tu voluntad con corazón
perfecto".
El Mesías
judío tendrá de este modo, la tarea de perfeccionar el mundo. Va a redimir al
hombre de la servidumbre, de la opresión y de su propia maldad. Habrá gran
prosperidad material en el mundo, y el hombre será restablecido a una
existencia semejante al Edén (Paraíso), donde podrá disfrutar de los frutos
de la tierra sin trabajar.
En la Era
Mesiánica, el pueblo judío habitará libremente en su tierra, Habrá una
"reunión de los exilios", cuando todos los judíos regresen a
Israel. Esto eventualmente traerá a todas las naciones a reconocer al D-os de
Israel y a aceptar la verdad de Sus enseñanzas. El Mesías será no sólo rey
sobre Israel, sino en cierto sentido, soberano sobre todas las naciones.
Finalmente,
la redención viene sólo de D-os y el Mesías sólo es un instrumento en Sus
manos. Es un ser humano de carne y hueso como todos los mortales. Sin
embargo, él es el ser más refinado de la raza humana y, como tal, debe
coronarse con las más altas virtudes que un mortal puede alcanzar.
Aun cuando
el Mesías puede alcanzar el cenit de la perfección humana, sigue siendo un
ser humano. El reinado del Mesías judío, definitivamente es "de este
mundo".
El
judaísmo es una religión basada en un pueblo servidor de D-os. Es a partir
del judío, que las enseñanzas de D-os emanan a toda la humanidad. La
redención de Israel debe por lo tanto, preceder a la del resto de la
humanidad. Antes que D os redima al mundo, Él debe redimir a Su pueblo
oprimido, sufrido, exiliado y perseguido, regresándolo a su propia tierra y
restituyéndole su posición.
La promesa
final, no obstante, no está limitada sólo a Israel. La redención del judío
está estrechamente unida a la emancipación de toda la humanidad, así como a
la destrucción del mal y la tiranía. Es el primer paso del regreso del hombre
a D-os, en donde toda la humanidad estará unida "en un solo grupo"
para realizar el propósito de D-os. Éste es el "Reino del
Todopoderoso" en la Era Mesiánica.
A pesar de
que el Mesías puede ocupar un lugar central en este "Reino de los
Cielos", él no es la figura principal. Esta posición solamente puede
pertenecer a D-os Mismo.
Éste es,
en breve, el concepto del Mesías judío.
Aryeh
Kaplan
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