UNA HIDRA DE 7 CABEZAS
Y SU CHIP DE MEMORIA
Por: Juan Alberto Galvá
Erase una vez una Hidra fastidiosa que
vivía en una cueva lóbrega y solitaria en un rincón del bosque de guasábaras
allende las ciudades perdidas del mundillo comparón de Juanño Lindo, colindante con el mundillo Morenaico de Prietenargon.
La
Hidra, como todos los animales de su clase, siempre estuvo arrastrándose por el
lodo, comiendo carroña y durmiendo donde le cogiera la noche. Así vivió la
Hidra muchos años en el anonimato anhelando en lo intimo acceder a las píldoras
genéricas falsificadas producidas en el mismo Juanño Lindo capaces de dar una garantía limitada de eterna
juventud.
La
Hidra no existía, pero un fatídico y extraño error gramatical la trajo a la
vida. La Vergüenza, la deidad del
pueblo, guardaba celosamente el cumplimiento de la corrección gramatical, así
que al producirse aquel gazapo histórico no hubo otra alternativa que reconocer
el hecho irreversible que anunciaba que en el alba de la nueva era del pueblo,
la continuidad, la extensión, la proyección en el trono de Juanño Lindo del ocaso del Basilisco prehistórico estaba asegurado.
El
Tigre más hábil y trabajador de la comarca colindante con Juanño Lindo, había
negociado exitosamente en el pueblo por muchos años con todos los animales de
la ciudad. Pero dejó de hacerlo cuando se enteró de buenas a primeras, que la
Hidra logró conseguir treinta millones de píldoras de la eterna juventud, pero
no apegada a las leyes de La Vergüenza,
la deidad del pueblo, sino mediante el cabildeo de los caimanes oportunistas,
que siempre estaban prestos a invertir en las causas más nobles de Juanño Lindo.
Como
era evidente, La Hidra se mantenía separada y asociada de las cacatas que
succionaban almas y botaban el cascarón, los cocodrilos que devoraban y
trituraban carne y hueso sin distinción, las sanguijuelas que chupaban sangre
como si se tratase de una batida de mantecado. Todo esto allá, allá a lo lejos
en el bosque encantado de Juanño Lindo.
La
muy maldita, vivía viva, y vivía muerta, y muerta mataba y
daba vida a quien quisiera, y a quien no quisiera mejor que no existiera. Exiliada de su Vieja Gloria allende los
mares de Juanño Lindo había logrado
que los habitantes del pueblo, los perros rastreros, las gallinas con cuero,
los chivos cimarrones, los jurones ladrones, los lobos cobardes y toda suerte
de bestia salvaje y animales domesticados creyeran ser libres, cuando eran en
realidad siervos de la Hidra de siete cabezas. Ella los había convertido en
cautivos contentos, respirando el efecto placebo de la insensibilidad, siervos
y serviles de la más abyecta lambisconería y mediocridad; sin pecho y sin llama
y con gasolina muy cara para encender la llama.
Así
que para la Hidra, estar fuera de la gloria, tan cerca de ella y ausente de
ella, era como la muerte misma. La Hidra, habiendo dejado de ser pobre e
insignificante, ahora buscaba la inmortalidad. Alejada de su gloria primera
andaba en búsqueda de su gloria postrera, pues se sentía anquilosada y con ese
desagradable olor a rancio, con ese indescriptible aroma a fruta fermentada,
alejada de la gran Babilonia, la madre de todas las rameras de la tierra, la
cual con gran anhelo y desvelo ella había construido, así que el aburrimiento
la estaba asfixiando y no podría permanecer en las sombras ya por mucho tiempo.
Por ello, se mantenía siempre goloseando, tramando, agazapada, esperando…. A
corta distancia, los cocodrilos, a quienes ni les dolía ni les dejaba de doler;
esas sanguijuelas del falso piso, los creadores de imágenes, los pacientes
empresarios del mal, los expertos en la remoción de escombros y asuntos
telúricos, los más avanzados científicos en el procesamiento de hidrocarburos,
observaban y aguardaban también.
¡A la verdad esta era una Hidra rara! Lo único que le era propio era el hecho de que
vivía en una cueva de lujo, pero extrañamente de su boca salían muchas cosas
singulares; por ejemplo, era capaz de escupir redes de telaraña, pero ella no
era una araña, en vez de solo dos colmillos, tenía una hilera de tornillos
diablito, con los cuales había hecho mucho daño a muchas bestias del campo, y
su boca escupía un veneno capaz de derruir, manchar, y salpicar a toda bestia
que estuviera a su alrededor.
Su
piel era cromática y resbalosa, una de sus cabezas exhibía una inusual melena
cana, su cabeza principal parecía de Gel Hada, y no de Víbora Venenosa. Tenía
un cuerpo relativamente pequeño, muy grueso y anillado, y su cola terminaba en
una extraña punta con siete luces parpadeantes de diferentes colores. Algunos
decían que se trataba de su talón de Aquiles,
—Yo
digo que no, porque las serpientes no tienen talón, pienso que, en el mejor de
los casos, se trataría de su cola de Aquiles, o su cola de Satanás—.
Dicen
también que en su cola protegía su valioso Chip de Memoria, el cual contenía la
Bitácora del Capitán, la cual les permitía a las siete cabezas, según se
rumorea, solazarse en el éxtasis del recuerdo de los días de gloria.
La
Hidra no ocultaba nada. Pues todo lo había hecho a plena luz del día, habiendo
logrado hipnotizar a todos los animales de la selva de Juanño Lindo para actuar impunemente. Así que, lo que guardaba en
su Chip de Memoria, no eran los publicitados y legendarios desmanes que había
hecho con la ayuda de sus siete cabezas, sino la forma en cómo los había llevado
a cabo y toda la sinapsis telepática involucrada con la cual había conseguido
edificar su red de maldad.
Según
se cree, ese supuesto Chip le concedía la oportunidad de revivir todas sus
tropelías y regodearse en su inusitada astucia, mirar las imágenes de los días
del Jeep mítico y ver la gloria del Jet moderno y la burlona capacidad
camaleónica de su también legendaria astucia retórica. Se dice incluso, que cada
vez que una luz se encendía en su cola, una de sus cabezas se activaba, si
todas las luces se encendían, el cuerpo de la Hidra se inflaba casi hasta
reventar.
Cada
cabeza de la Hidra tenía un nombre. La más pequeña se llamaba Decléstas Gandía y era casi ciega, la
segunda, Melljinez Cogioquín, y era bastante
resbalosa, la tercera Eucjef Tanathos
y era muy inteligente, la cuarta, DeableVielle,
sumamente peligrosa, la quinta Hecdezsuru,
y era de las más calladas, al final
estaban Ruakfedez, dotada de una
capacidad increíble para deslumbrar,
hipnotizar, engullir y triturar, a pesar de su ostensible debilidad ante los
jurones salvajes.
La
última de las cabezas, que por cierto, era la primera entre ellas, se hacía
llamar The Mandrake. Esta cabecita se
caracterizaba por ser muy ambiciosa, de todas las cabezas, era la que tenía el
cuello más grueso, tan grueso, que a veces tumbaba a sus compañeras por el peso
del mismo. Igualmente tenía la lengua más poderosa de todas y con ella era
capaz de ahorcar todo lo que se pusiera en su camino. Y aunque eran siete
cabezas The Mandrake, las dominaba casi a todas,
aunque Ruakfedez trataba de
oponérsele a veces.
Pero
la Hidra vivía ahora muy triste. Tuvo su momento de gloria en Juanño Lindo como regente del pueblo, Pero
fue depuesta por la deidad del pueblo a quien llamaban, La Vergüenza, debido a las muchas tropelías en las que se vieron involucradas sus cabezas,
y en el presente, permanecía acompañada únicamente de todos los huesos de osos, leones, jabalíes
y cocodrilos e incluso hipopótamos que había engullido durante su mandato tribal.
Lo
que le causaba más tristeza a la Hidra era que no podía construir con aquellos
huesos un palacio y exhibir al mundo abiertamente toda su gloria, sino que
debido a su fealdad y crueldad tenía que mantenerse agazapada y hacer todas sus
actividades furtivamente, pero, muy pronto, todo eso cambiaría.
No estaré más en las sombras, —dijo The
Mandrake. Soy capaz de dividirme el doble cada vez que intenten matarme, así
que, mientras más traten de eliminarme, creceré más y más, créanme que ésta vez
triunfaremos, pues de división y extorsión, yo sé bastante.
Con
tal pensamiento The Mandrake, obligó a sus seis pesadas cabezas
a erguirse y emprendió así su viaje hacia el centro de la ciudad populosa
llamada Najayashctoria, capital de
Juannño Lindo. Ahora, dispuesta a arrasar con todo.
Pero
mientras se dirigía a Najayashctoria,
Ruakfedez, una de las cabezas semi-pensantes
de la Hidra de siete cabezas, se atrevió a decir: ¿qué tal si en vez de crecer
y crecer, nos cortan y nos cortan, hasta que, de nuestra existencia, no quede
ni el recuerdo?
Cinco
de las otras cabezas poco-pensantes se estremecieron y dijeron: ¡Es cierto!, ¡no
habíamos pensado en eso!, así, con un brusco y trémulo movimiento detuvieron la
marcha y emprendieron la huida de retorno a la guarida donde se hallaban.
Pero, The Mandrake, al parecer el líder de
las cabezas, con todos los recursos a su disposición, con una mirada fulminante
y un movimiento de tierra y fuerza sin paralelo, alargó su bífida y sedosa
lengua, dividiéndola en seis partes y atando a sus compañeras las apretó hasta
casi estrangularlas. Cuando ya exánimes estaban a punto de desmayar, The
Mandrake, con una mirada centellante soltó a todas las cabezas mientras les
advertía: No se atrevan a pensar otra vez por sí mismas, filtren sus
pensamientos a través de los míos y les irá bien. Pero si una vez más intentan contrariar
mis planes me haré un glorioso Hare Kiri, pero no sin antes hacerlas
sufrir grandes penurias e impublicables vergüenzas. Haré que todos sepan todas
y cada una de las cosas que hemos hecho juntas….. Y ustedes saben bien que
hemos hecho muchas cositas malas juntas, ja, ja, ja…. Así que mucho cuidado con
osar contrariarme: Conquistaremos a Juanño
Lindo juntas, y después conquistaremos el Mundillo Morenaico de Prietenargón, juntas, y al final iremos hasta
el infinito y más allá.
Ruakfedez, miró a The
Mandrake, con el rostro pálido, pues no sospechaba que un día tendría que
doblegarse ante su propio ser, solo que ahora, su ser, no le pertenecía, ahora Ruakfedez era cautiva de The
Mandrake, y de sus compañeras nada pensantes.
Así,
nuevamente la Hidra emprendió su épico viaje hacia Najayashctoria sin sospechar que en Najayashctoria se levantaría un líder capaz de desafiarla.
Pero
a corta distancia, los cocodrilos, a quienes ni les dolía ni les dejaba de
doler, las sanguijuelas del falso piso, los creadores de imágenes, los
pacientes empresarios del mal observaban y aguardaban también.
Al llegar a Najayashctoria hubo una gran conmoción en la ciudad pues The
Mandrake, había ordenado a sus seis cabezas aliadas regurgitar mucha carne podrida obtenida de los
cientos de animales que mató en el camino mientras se dirigía a la ciudad. Así
que el pueblo, que al principio estaba en pánico ante la posible llegada de la Hidra,
ahora bailaba al son de sus escupitajos, las cabezas también lanzaban mucho
veneno barato, tóxico y sin antídoto, y así lograron que todos los escarabajos,
ratas, jurones, perros y gatos de la ciudad hablaran bien de la Hidra, sin
imaginar, que lo que tenía en mente The Mandrake, la cabeza endemoniada, era
hacer crecer su boca y tragárselos a todos de un solo bocado para luego
despellejarlos inmisericordemente dentro de su vientre con el poder del ácido muriático que salía de su vesícula
biliar, y así juntar todos los huesos y construir su castillo soñado y
exhibirlo a todo el mundo.
Pero
mientras la Hidra hacia su demostración de poder y fuerza hipnótica, se escuchó
el chirrido de un poderoso machete que cercenó el tronco de la gruesa cabeza
múltiple de la Hidra. Súbitamente hubo un silencio sepulcral. Se detuvo la
bullaranga y el baile se transformó en asombro y perplejidad.
¡No
podía ser! La Hidra aparentemente había sido destruida. Lo más sorprendente es
que, al lado de Hidra descabezada, se hallaba una figura desconcertante de la
que nadie creía sería capaz de enfrentar a la poderosa Hidra; se trataba de un aparentemente,
pequeño, inocente, débil e indefenso Chiguagua, el cual tenía una deformidad
congénita por la cual había sido también
rechazado por la sociedad por mucho tiempo.
El
Chiguagua tenía un brazo-pata de
acero, y su corazón era muy grande, tan grande que, para hacerlo funcionar, sus
padres le adaptaron un motor Diesel, porque si le ponían uno de gasolina, el
corazón trabajaría muy deprisa, quemando demasiado combustible y dejando en la
miseria a su empobrecida familia porque la gasolina estaba muy cara.
Pero,
lo que fue la solución del problema genético del Chiguagua, vino también a ser
la causa de su anonimato por tantos años. Al ponerle un motor Diesel el Chiguagua
tardó mucho tiempo en ganar velocidad para obtener la fuerza suficiente como
para ponerse de pie. Pero ¡ah!, ¡las cosas del destino!, el momento había
llegado. ¡EL CHIGUAGUA ESTABA DE PIE!
A
corta distancia, los cocodrilos, a quienes ni les dolía ni les dejaba de doler,
las sanguijuelas del falso piso, los creadores de imágenes, los pacientes
empresarios del mal observaban y aguardaban también su oportunidad.
Así
pues, con un golpe único y certero el Chiguagua
cortó la cabeza de la Hidra endemoniada. Fue tal el ímpetu con el cual la cortó,
que el Chiguagua dio un par de vueltas por el peso de su brazo-pata de acero antes de poder detenerse completamente.
Pero
desafortunada y extrañamente el pueblo no apoyó a Chiguagua. Daba la impresión
de que preferían comer carne robada y regurgitada y beber veneno tóxico
regalado, antes que ser libres de semejante tiranía. El pueblo parecía
desorientado, y muchos estaban disgustados. Los ladridos de muchos perros
salvajes no se hicieron esperar, algunos espumaban de rabia, y muchos puercos
salvajes amenazaban con acometer contra el Chiguagua, pero el Chiguagua, aunque no gozaba del favor de la piara ni de la
jauría, parecía gozar, al menos momentáneamente del favor del rocío que
destilaba del cielo de La Vergüenza,
la deidad del pueblo, y de su pequeña,
débil, pero firme familia chiguagüeña.
Sin
embargo, el drama no terminaría allí, la fuerza y el ímpetu del Chiguagua
pareció ser en vano cuando del cuello ensangrentado de la Hidra salieron ya no
siete, sino catorce cabezas más pesadas aún. Y ahora peor, porque cada una venía
equipada con poderes de ataque especiales:
Una
escupía napalm, mientras otra lanzaba nitroglicerina, la inmensa bola del fuego
que se formaba, hay que admitirlo, era un espectáculo formidable, ni Le Cirque Du Soleil
era capaz de igualar. En verdad la habilidad mimética de La Hidra, había
superado por mucho al Basilisco, quien a su vez fue un fiel seguidor del
Leviatán.
Otra
de las cabezas de la Hidra escupía carne y la carne se asaba con el fuego, los
perros aparaban la carne asada y les encantaba el sabor. Mientras otra echaba
toneladas de cemento, otra arrojaba algo parecido a papeles con figuras
impresas, ésta última volvió loca a las multitudes de ratas y de cerdos, los
cerdos llegaron a devorar muchas ratas solo para apoderarse de los papeles que éstas
habían atrapado. —No se sabe qué hacían los cerdos con los papeles que les
gustaban tanto—. Otra lanzaba algo raro y negro en las calles polvorientas de Juanno Lindo, tampoco sé que era, ni de
dónde lo sacaban, pero después que le echaban una delgadísima capa de la cosa negra esa a los caminos, los
habitantes se unían a la bullaranga por montones y estaban dispuestos a
venderle su alma a la Serpiente, a la Hidra Camaleónica. Otra cabeza tenía como
trescientas antenas y transmitía un mensaje hipnotizante al pueblo, promoviendo
el desenfreno entre la multitud, las otras cabezas tenían lo mismo, pero en
diferentes versiones.
Pero,
a pesar de lo grotesca y salvaje en que había devenido la Hidra, un problema le
vino aparejado con el crecimiento de su vital Chip de Memoria, pues éste
aumentó en velocidad, y la Hidra era ahora más grande y más fuerte, pero tenía
una debilidad, ahora era inestable y no podía mantener la coordinación, así que
se tambaleaba, aunque tenía el doble de fuerza, era el doble de vulnerable. Así
que el Chiguagua, con su motor Diesel y a toda velocidad volvió a enfilar su
inmenso machete, con su puño de acero, y raudo dio un salto olímpico, que le
valió una mención en el Guiness, arrancando nuevamente la cabeza de la Hidra
endemoniada, pero, antes de poder asestarle aquel golpe, la Hidra indolente, y
cada una de sus diabólicas cabezas, logró tragar de un bocado a buena parte de
los seguidores del Chiguagua.
Ahora,
muy cerca, los cocodrilos, a quienes ni les dolía ni les dejaba de doler, las
sanguijuelas del falso piso, los creadores de imágenes, los pacientes
empresarios del mal se preparaban para actuar, pues sabían que su momento había
llegado.
El
Chiguagua estaba triste, y lloraba a jipíos. Había arrancado nuevamente y con
gran esfuerzo la cabeza de la Hidra, pero los perros, cerdos y ratas ahora
estaban más violentos que nunca. El humo
de la ira les salía por los pelos, parecía que todo estaba acabado para el Chiguagua,
pues, no solo se le venía encima un enjambre enardecido por haberlos despojado
del agridulce veneno tóxico que la Hidra les proporcionaba, y de la carne
podrida que vomitaba, sino que ahora, nuevamente, y con más poder, volvían a
salir del cuello de la Hidra ya no catorce cabezas sino 28 cabezas más,
dispuestas a acabar con todo. ¡La
Vergüenza! ¡Cuánto poder tenía esta Hidra!
Entonces,
uno de los amigos cercanos del pequeño chiguagua, uno al que el chiguagua no le
hacía demasiado caso, porque se le estaba cayendo casi todo el pelo, porque tenía
ilusiones de ver a Najayashctoria como
una ciudad celestial, pura, blanca y prístina, lo cual, en su ser más hondo, el
Chiguagua no creía realmente posible, rugió desde una esquina, desde ese lugar
donde el Chiguagua lo había puesto para que haga mucho ruido, pero sin poder
para hacer realmente nada. Exánime y casi con su último aliento le vociferó
pública y enardecidamente al Chiguagua:
—Chiguagua,
amigo mío, compañero mío, ¡no seas pendejo!, ¿te vas a pasar la vida cortando
cabezas y haciendo shows, cuando tú sabes que entre más cortes más crece la
vaina esa?, Si realmente quieres acabar con esa vaina, porque ya estamos hartos
de shows, no le cortes más la cabeza, más bien córtale la maldita cola, e
inserta el Chip de Memoria de la vaina esa, aquí en mi Smart Phone Súper moderno
que me regaló el FBI y la KGB, y el DNI, y la NBA, y todo lo demás, y yo
enviaré una súper señal, ¡Coño!, y transmitiré al mundo todas las cositas que
la vaina esa a echo, que tú y yo sabemos bien, para que todos vean y todos
sepan, y se enteren y comprendan y así verás cómo esta jauría y nido de ratas
se calma por un tiempo, hasta que tú mismo, si La Vergüenza no mete su mano, también te conviertas en una Hidra de
doscientas cabezas. ¡Que La Vergüenza, nos agarre confesados!
El
pequeño Chiguagua, avergonzado y apenado por las palabras de su fiel amigo el calvo de
la esquina, mandó que lo metieran preso por la vergüenza que le había causado. Encestó
un golpe fatal a la Hidra cortándole la cola, porque no tenía alternativa. La Hidra
fue apresada y sus siete cabezas fueron puestas en cárceles de máxima seguridad
repartidas por Suiza, Canadá, Panamá, Las Islas, San Marino, Boston, España y
Porto Alegre. ¡Qué pena, que yo no era una de las cabezas!
El
Chip de Memoria fue capturado, y el Chiguagua nombró una comisión para que éste
fuera estudiado y revelado al público su contenido. La comisión estaba compuesta
por más de mil expertos en todas las áreas, los cuales estudiaron por décadas
los aspectos más diversos, intrincados y jocosos de la composición del Chip,
pero, un aciago día, por esas rarezas de la vida, en el local de la comisión,
el cual había sido convertido ya en museo, donde generaciones y generaciones de
paupérrimos puercos salvajes, chivos cimarrones y cotorras del cielo de Juanño Lindo, el Mundo Morenaico y el Concierto
de Naciones, allende los mares de Juanño Lindo iban a aprender la historia
legendaria de cómo su majestad, el ilustre Chiguagua, había derrotado a la
serpiente y cómo nos había gobernado por más de treinta años trayendo paz y
prosperidad sin paralelo.
Pero
un infausto día, un día inolvidable, un día sin paralelo, uno de los pichones
de cotorra que hacía el recorrido en el museo de la comisión histórica,
aparentemente se robó los restos del Chip de Memoria. El gobierno indignado,
nombró otra comisión compuesta por más de siete mil asesores en diversas áreas,
para determinar qué día y por qué, y para qué se habrían robado los restos el Chip
de Memoria, ése tan importante monumento, ése invaluable trozo de la historia.
Pero
Najayashctoria vivió así como siempre,
por siempre y siempre gobernada por un pequeño Chiguagua, con corazón grande,
movido por un motor Diesel imparable y un Súper Brazo-pata de acero trémulo y oxidado por el poco uso.
“Ningún pueblo ser libre merece, si es esclavo
indolente y servil, si en su pecho la llama no crece, que templó el heroísmo
viril”
José Reyes
III Estrofa del
Himno Nacional dominicano.
28/10/2014
FIN
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