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miércoles, 1 de abril de 2015

UNA HIDRA DE 7 CABEZAS Y SU CHIP DE MEMORIA






UNA HIDRA DE 7 CABEZAS
Y SU CHIP DE MEMORIA

Por: Juan Alberto Galvá


     Erase una vez una Hidra fastidiosa que vivía en una cueva lóbrega y solitaria en un rincón del bosque de guasábaras allende las ciudades perdidas del mundillo comparón de Juanño Lindo, colindante con el mundillo Morenaico de Prietenargon.  

La Hidra, como todos los animales de su clase, siempre estuvo arrastrándose por el lodo, comiendo carroña y durmiendo donde le cogiera la noche. Así vivió la Hidra muchos años en el anonimato anhelando en lo intimo acceder a las píldoras genéricas falsificadas producidas en el mismo Juanño Lindo capaces de dar una garantía limitada de eterna juventud.

La Hidra no existía, pero un fatídico y extraño error gramatical la trajo a la vida. La Vergüenza, la deidad del pueblo, guardaba celosamente el cumplimiento de la corrección gramatical, así que al producirse aquel gazapo histórico no hubo otra alternativa que reconocer el hecho irreversible que anunciaba que en el alba de la nueva era del pueblo, la continuidad, la extensión, la proyección en el trono de Juanño Lindo del ocaso del Basilisco prehistórico estaba asegurado.

El Tigre más hábil y trabajador de la comarca colindante con Juanño Lindo, había negociado exitosamente en el pueblo por muchos años con todos los animales de la ciudad. Pero dejó de hacerlo cuando se enteró de buenas a primeras, que la Hidra logró conseguir treinta millones de píldoras de la eterna juventud, pero no apegada a las leyes de La Vergüenza, la deidad del pueblo, sino mediante el cabildeo de los caimanes oportunistas, que siempre estaban prestos a invertir en las causas más nobles de Juanño Lindo.

Como era evidente, La Hidra se mantenía separada y asociada de las cacatas que succionaban almas y botaban el cascarón, los cocodrilos que devoraban y trituraban carne y hueso sin distinción, las sanguijuelas que chupaban sangre como si se tratase de una batida de mantecado. Todo esto allá, allá a lo lejos en el bosque encantado de Juanño Lindo.

La muy maldita, vivía viva, y vivía muerta, y muerta mataba y daba vida a quien quisiera, y a quien no quisiera mejor que no existiera. Exiliada de su Vieja Gloria allende los mares de Juanño Lindo había logrado que los habitantes del pueblo, los perros rastreros, las gallinas con cuero, los chivos cimarrones, los jurones ladrones, los lobos cobardes y toda suerte de bestia salvaje y animales domesticados creyeran ser libres, cuando eran en realidad siervos de la Hidra de siete cabezas. Ella los había convertido en cautivos contentos, respirando el efecto placebo de la insensibilidad, siervos y serviles de la más abyecta lambisconería y mediocridad; sin pecho y sin llama y con gasolina muy cara para encender la llama.

Así que para la Hidra, estar fuera de la gloria, tan cerca de ella y ausente de ella, era como la muerte misma. La Hidra, habiendo dejado de ser pobre e insignificante, ahora buscaba la inmortalidad. Alejada de su gloria primera andaba en búsqueda de su gloria postrera, pues se sentía anquilosada y con ese desagradable olor a rancio, con ese indescriptible aroma a fruta fermentada, alejada de la gran Babilonia, la madre de todas las rameras de la tierra, la cual con gran anhelo y desvelo ella había construido, así que el aburrimiento la estaba asfixiando y no podría permanecer en las sombras ya por mucho tiempo. Por ello, se mantenía siempre goloseando, tramando, agazapada, esperando…. A corta distancia, los cocodrilos, a quienes ni les dolía ni les dejaba de doler; esas sanguijuelas del falso piso, los creadores de imágenes, los pacientes empresarios del mal, los expertos en la remoción de escombros y asuntos telúricos, los más avanzados científicos en el procesamiento de hidrocarburos, observaban y aguardaban también.







     ¡A la verdad esta era una Hidra rara!  Lo único que le era propio era el hecho de que vivía en una cueva de lujo, pero extrañamente de su boca salían muchas cosas singulares; por ejemplo, era capaz de escupir redes de telaraña, pero ella no era una araña, en vez de solo dos colmillos, tenía una hilera de tornillos diablito, con los cuales había hecho mucho daño a muchas bestias del campo, y su boca escupía un veneno capaz de derruir, manchar, y salpicar a toda bestia que estuviera a su alrededor.

Su piel era cromática y resbalosa, una de sus cabezas exhibía una inusual melena cana, su cabeza principal parecía de Gel Hada, y no de Víbora Venenosa. Tenía un cuerpo relativamente pequeño, muy grueso y anillado, y su cola terminaba en una extraña punta con siete luces parpadeantes de diferentes colores. Algunos decían que se trataba de su talón de Aquiles,
—Yo digo que no, porque las serpientes no tienen talón, pienso que, en el mejor de los casos, se trataría de su cola de Aquiles, o su cola de Satanás—.

Dicen también que en su cola protegía su valioso Chip de Memoria, el cual contenía la Bitácora del Capitán, la cual les permitía a las siete cabezas, según se rumorea, solazarse en el éxtasis del recuerdo de los días de gloria.

La Hidra no ocultaba nada. Pues todo lo había hecho a plena luz del día, habiendo logrado hipnotizar a todos los animales de la selva de Juanño Lindo para actuar impunemente. Así que, lo que guardaba en su Chip de Memoria, no eran los publicitados y legendarios desmanes que había hecho con la ayuda de sus siete cabezas, sino la forma en cómo los había llevado a cabo y toda la sinapsis telepática involucrada con la cual había conseguido edificar su red de maldad.

Según se cree, ese supuesto Chip le concedía la oportunidad de revivir todas sus tropelías y regodearse en su inusitada astucia, mirar las imágenes de los días del Jeep mítico y ver la gloria del Jet moderno y la burlona capacidad camaleónica de su también legendaria astucia retórica. Se dice incluso, que cada vez que una luz se encendía en su cola, una de sus cabezas se activaba, si todas las luces se encendían, el cuerpo de la Hidra se inflaba casi hasta reventar.

Cada cabeza de la Hidra tenía un nombre. La más pequeña se llamaba Decléstas Gandía y era casi ciega, la segunda, Melljinez Cogioquín, y era bastante resbalosa, la tercera Eucjef Tanathos y era muy inteligente, la cuarta, DeableVielle, sumamente peligrosa, la quinta Hecdezsuru, y era de las más calladas,  al final estaban Ruakfedez, dotada de una capacidad  increíble para deslumbrar, hipnotizar, engullir y triturar, a pesar de su ostensible debilidad ante los jurones salvajes.

La última de las cabezas, que por cierto, era la primera entre ellas, se hacía llamar The Mandrake. Esta cabecita se caracterizaba por ser muy ambiciosa, de todas las cabezas, era la que tenía el cuello más grueso, tan grueso, que a veces tumbaba a sus compañeras por el peso del mismo. Igualmente tenía la lengua más poderosa de todas y con ella era capaz de ahorcar todo lo que se pusiera en su camino. Y aunque eran siete cabezas  The Mandrake, las dominaba casi a todas, aunque Ruakfedez trataba de oponérsele a veces.

Pero la Hidra vivía ahora muy triste. Tuvo su momento de gloria en Juanño Lindo como regente del pueblo, Pero fue depuesta por la deidad del pueblo a quien llamaban, La Vergüenza, debido a las muchas tropelías  en las que se vieron involucradas sus cabezas, y en el presente, permanecía acompañada únicamente  de todos los huesos de osos, leones, jabalíes y cocodrilos e incluso hipopótamos que había engullido durante su mandato tribal.

Lo que le causaba más tristeza a la Hidra era que no podía construir con aquellos huesos un palacio y exhibir al mundo abiertamente toda su gloria, sino que debido a su fealdad y crueldad tenía que mantenerse agazapada y hacer todas sus actividades furtivamente, pero, muy pronto, todo eso cambiaría.







     No estaré más en las sombras, —dijo  The Mandrake. Soy capaz de dividirme el doble cada vez que intenten matarme, así que, mientras más traten de eliminarme, creceré más y más, créanme que ésta vez triunfaremos, pues de división y extorsión, yo sé bastante.

Con tal pensamiento  The Mandrake, obligó a sus seis pesadas cabezas a erguirse y emprendió así su viaje hacia el centro de la ciudad populosa llamada Najayashctoria, capital de Juannño Lindo. Ahora, dispuesta a arrasar con todo.  

Pero mientras se dirigía a Najayashctoria, Ruakfedez, una de las cabezas semi-pensantes de la Hidra de siete cabezas, se atrevió a decir: ¿qué tal si en vez de crecer y crecer, nos cortan y nos cortan, hasta que, de nuestra existencia, no quede ni el recuerdo?

Cinco de las otras cabezas poco-pensantes se estremecieron y dijeron: ¡Es cierto!, ¡no habíamos pensado en eso!, así, con un brusco y trémulo movimiento detuvieron la marcha y emprendieron la huida de retorno a la guarida donde se hallaban.

Pero, The Mandrake, al parecer el líder de las cabezas, con todos los recursos a su disposición, con una mirada fulminante y un movimiento de tierra y fuerza sin paralelo, alargó su bífida y sedosa lengua, dividiéndola en seis partes y atando a sus compañeras las apretó hasta casi estrangularlas. Cuando ya exánimes estaban a punto de desmayar,  The Mandrake, con una mirada centellante soltó a todas las cabezas mientras les advertía: No se atrevan a pensar otra vez por sí mismas, filtren sus pensamientos a través de los míos y les irá bien. Pero si una vez más intentan contrariar mis planes me haré un glorioso Hare Kiri, pero no sin antes hacerlas sufrir grandes penurias e impublicables vergüenzas. Haré que todos sepan todas y cada una de las cosas que hemos hecho juntas….. Y ustedes saben bien que hemos hecho muchas cositas malas juntas, ja, ja, ja…. Así que mucho cuidado con osar contrariarme: Conquistaremos a Juanño Lindo juntas, y después conquistaremos el Mundillo Morenaico de Prietenargón, juntas, y al final iremos hasta el infinito y más allá.

Ruakfedez, miró a  The Mandrake, con el rostro pálido, pues no sospechaba que un día tendría que doblegarse ante su propio ser, solo que ahora, su ser, no le pertenecía, ahora Ruakfedez era cautiva de  The Mandrake, y de sus compañeras nada pensantes.

Así, nuevamente la Hidra emprendió su épico viaje hacia Najayashctoria sin sospechar que en Najayashctoria se levantaría un líder capaz de desafiarla.

Pero a corta distancia, los cocodrilos, a quienes ni les dolía ni les dejaba de doler, las sanguijuelas del falso piso, los creadores de imágenes, los pacientes empresarios del mal observaban y aguardaban también.
     Al llegar a Najayashctoria hubo una gran conmoción en la ciudad pues  The Mandrake, había ordenado a sus seis cabezas aliadas  regurgitar mucha carne podrida obtenida de los cientos de animales que mató en el camino mientras se dirigía a la ciudad. Así que el pueblo, que al principio estaba en pánico ante la posible llegada de la Hidra, ahora bailaba al son de sus escupitajos, las cabezas también lanzaban mucho veneno barato, tóxico y sin antídoto, y así lograron que todos los escarabajos, ratas, jurones, perros y gatos de la ciudad hablaran bien de la Hidra, sin imaginar, que lo que tenía en mente  The Mandrake, la cabeza endemoniada, era hacer crecer su boca y tragárselos a todos de un solo bocado para luego despellejarlos inmisericordemente dentro de su vientre con el poder del  ácido muriático que salía de su vesícula biliar, y así juntar todos los huesos y construir su castillo soñado y exhibirlo a todo el mundo.

Pero mientras la Hidra hacia su demostración de poder y fuerza hipnótica, se escuchó el chirrido de un poderoso machete que cercenó el tronco de la gruesa cabeza múltiple de la Hidra. Súbitamente hubo un silencio sepulcral. Se detuvo la bullaranga y el baile se transformó en asombro y perplejidad.

¡No podía ser! La Hidra aparentemente había sido destruida. Lo más sorprendente es que, al lado de Hidra descabezada, se hallaba una figura desconcertante de la que nadie creía sería capaz de enfrentar a la poderosa Hidra; se trataba de un aparentemente, pequeño, inocente, débil e indefenso Chiguagua, el cual tenía una deformidad congénita  por la cual había sido también rechazado por la sociedad por mucho tiempo.

El Chiguagua tenía un brazo-pata de acero, y su corazón era muy grande, tan grande que, para hacerlo funcionar, sus padres le adaptaron un motor Diesel, porque si le ponían uno de gasolina, el corazón trabajaría muy deprisa, quemando demasiado combustible y dejando en la miseria a su empobrecida familia porque la gasolina estaba muy cara.

Pero, lo que fue la solución del problema genético del Chiguagua, vino también a ser la causa de su anonimato por tantos años. Al ponerle un motor Diesel el Chiguagua tardó mucho tiempo en ganar velocidad para obtener la fuerza suficiente como para ponerse de pie. Pero ¡ah!, ¡las cosas del destino!, el momento había llegado. ¡EL CHIGUAGUA ESTABA DE PIE!

A corta distancia, los cocodrilos, a quienes ni les dolía ni les dejaba de doler, las sanguijuelas del falso piso, los creadores de imágenes, los pacientes empresarios del mal observaban y aguardaban también su oportunidad.

Así pues, con un golpe único y certero  el Chiguagua cortó la cabeza de la Hidra endemoniada. Fue tal el ímpetu con el cual la cortó, que el Chiguagua dio un par de vueltas por el peso de su brazo-pata de acero antes de poder detenerse completamente.

Pero desafortunada y extrañamente el pueblo no apoyó a Chiguagua. Daba la impresión de que preferían comer carne robada y regurgitada y beber veneno tóxico regalado, antes que ser libres de semejante tiranía. El pueblo parecía desorientado, y muchos estaban disgustados. Los ladridos de muchos perros salvajes no se hicieron esperar, algunos espumaban de rabia, y muchos puercos salvajes amenazaban con acometer contra el Chiguagua, pero el Chiguagua, aunque  no gozaba del favor de la piara ni de la jauría, parecía gozar, al menos momentáneamente del favor del rocío que destilaba del cielo de La Vergüenza, la deidad del pueblo,  y de su pequeña, débil, pero firme familia chiguagüeña.

Sin embargo, el drama no terminaría allí, la fuerza y el ímpetu del Chiguagua pareció ser en vano cuando del cuello ensangrentado de la Hidra salieron ya no siete, sino catorce cabezas más pesadas aún. Y ahora peor, porque cada una venía equipada con poderes de ataque especiales:

Una escupía napalm, mientras otra lanzaba nitroglicerina, la inmensa bola del fuego que se formaba, hay que admitirlo, era un espectáculo formidable, ni Le Cirque Du Soleil era capaz de igualar. En verdad la habilidad mimética de La Hidra, había superado por mucho al Basilisco, quien a su vez fue un fiel seguidor del Leviatán.

Otra de las cabezas de la Hidra escupía carne y la carne se asaba con el fuego, los perros aparaban la carne asada y les encantaba el sabor. Mientras otra echaba toneladas de cemento, otra arrojaba algo parecido a papeles con figuras impresas, ésta última volvió loca a las multitudes de ratas y de cerdos, los cerdos llegaron a devorar muchas ratas solo para apoderarse de los papeles que éstas habían atrapado. —No se sabe qué hacían los cerdos con los papeles que les gustaban tanto—. Otra lanzaba algo raro y negro en las calles polvorientas de Juanno Lindo, tampoco sé que era, ni de dónde lo sacaban, pero después que le echaban una delgadísima capa  de la cosa negra esa a los caminos, los habitantes se unían a la bullaranga por montones y estaban dispuestos a venderle su alma a la Serpiente, a la Hidra Camaleónica. Otra cabeza tenía como trescientas antenas y transmitía un mensaje hipnotizante al pueblo, promoviendo el desenfreno entre la multitud, las otras cabezas tenían lo mismo, pero en diferentes versiones.

Pero, a pesar de lo grotesca y salvaje en que había devenido la Hidra, un problema le vino aparejado con el crecimiento de su vital Chip de Memoria, pues éste aumentó en velocidad, y la Hidra era ahora más grande y más fuerte, pero tenía una debilidad, ahora era inestable y no podía mantener la coordinación, así que se tambaleaba, aunque tenía el doble de fuerza, era el doble de vulnerable. Así que el Chiguagua, con su motor Diesel y a toda velocidad volvió a enfilar su inmenso machete, con su puño de acero, y raudo dio un salto olímpico, que le valió una mención en el Guiness, arrancando nuevamente la cabeza de la Hidra endemoniada, pero, antes de poder asestarle aquel golpe, la Hidra indolente, y cada una de sus diabólicas cabezas, logró tragar de un bocado a buena parte de los seguidores del Chiguagua.
Ahora, muy cerca, los cocodrilos, a quienes ni les dolía ni les dejaba de doler, las sanguijuelas del falso piso, los creadores de imágenes, los pacientes empresarios del mal se preparaban para actuar, pues sabían que su momento había llegado.


El Chiguagua estaba triste, y lloraba a jipíos. Había arrancado nuevamente y con gran esfuerzo la cabeza de la Hidra, pero los perros, cerdos y ratas ahora estaban más violentos que nunca. El  humo de la ira les salía por los pelos, parecía que todo estaba acabado para el Chiguagua, pues, no solo se le venía encima un enjambre enardecido por haberlos despojado del agridulce veneno tóxico que la Hidra les proporcionaba, y de la carne podrida que vomitaba, sino que ahora, nuevamente, y con más poder, volvían a salir del cuello de la Hidra ya no catorce cabezas sino 28 cabezas más, dispuestas a acabar con todo. ¡La Vergüenza! ¡Cuánto poder tenía esta Hidra!


Entonces, uno de los amigos cercanos del pequeño chiguagua, uno al que el chiguagua no le hacía demasiado caso, porque se le estaba cayendo casi todo el pelo, porque tenía ilusiones de ver a Najayashctoria como una ciudad celestial, pura, blanca y prístina, lo cual, en su ser más hondo, el Chiguagua no creía realmente posible, rugió desde una esquina, desde ese lugar donde el Chiguagua lo había puesto para que haga mucho ruido, pero sin poder para hacer realmente nada. Exánime y casi con su último aliento le vociferó pública y enardecidamente al Chiguagua:

—Chiguagua, amigo mío, compañero mío, ¡no seas pendejo!, ¿te vas a pasar la vida cortando cabezas y haciendo shows, cuando tú sabes que entre más cortes más crece la vaina esa?, Si realmente quieres acabar con esa vaina, porque ya estamos hartos de shows, no le cortes más la cabeza, más bien córtale la maldita cola, e inserta el Chip de Memoria de la vaina esa, aquí en mi Smart Phone Súper moderno que me regaló el FBI y la KGB, y el DNI, y la NBA, y todo lo demás, y yo enviaré una súper señal, ¡Coño!, y transmitiré al mundo todas las cositas que la vaina esa a echo, que tú y yo sabemos bien, para que todos vean y todos sepan, y se enteren y comprendan y así verás cómo esta jauría y nido de ratas se calma por un tiempo, hasta que tú mismo, si La Vergüenza no mete su mano, también te conviertas en una Hidra de doscientas cabezas. ¡Que La Vergüenza, nos agarre confesados!

El pequeño Chiguagua, avergonzado y apenado  por las palabras de su fiel amigo el calvo de la esquina, mandó que lo metieran preso por la vergüenza que le había causado. Encestó un golpe fatal a la Hidra cortándole la cola, porque no tenía alternativa. La Hidra fue apresada y sus siete cabezas fueron puestas en cárceles de máxima seguridad repartidas por Suiza, Canadá, Panamá, Las Islas, San Marino, Boston, España y Porto Alegre. ¡Qué pena, que yo no era una de las cabezas!

El Chip de Memoria fue capturado, y el Chiguagua nombró una comisión para que éste fuera estudiado y revelado al público su contenido. La comisión estaba compuesta por más de mil expertos en todas las áreas, los cuales estudiaron por décadas los aspectos más diversos, intrincados y jocosos de la composición del Chip, pero, un aciago día, por esas rarezas de la vida, en el local de la comisión, el cual había sido convertido ya en museo, donde generaciones y generaciones de paupérrimos puercos salvajes, chivos cimarrones y cotorras del cielo de Juanño Lindo, el Mundo Morenaico y el Concierto de Naciones, allende los mares de Juanño Lindo iban a aprender la historia legendaria de cómo su majestad, el ilustre Chiguagua, había derrotado a la serpiente y cómo nos había gobernado por más de treinta años trayendo paz y prosperidad sin paralelo.

Pero un infausto día, un día inolvidable, un día sin paralelo, uno de los pichones de cotorra que hacía el recorrido en el museo de la comisión histórica, aparentemente se robó los restos del Chip de Memoria. El gobierno indignado, nombró otra comisión compuesta por más de siete mil asesores en diversas áreas, para determinar qué día y por qué, y para qué se habrían robado los restos el Chip de Memoria, ése tan importante monumento, ése invaluable trozo de la historia.

Pero Najayashctoria vivió así como siempre, por siempre y siempre gobernada por un pequeño Chiguagua, con corazón grande, movido por un motor Diesel imparable y un Súper Brazo-pata de acero trémulo y oxidado por el poco uso.




“Ningún pueblo ser libre merece, si es esclavo indolente y servil, si en su pecho la llama no crece, que templó el heroísmo viril”
 José Reyes
III Estrofa del Himno Nacional dominicano.


28/10/2014
FIN




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