LA IGLESIA IGLESIA
¡Caramba! Si las iglesias pudieran ser
iglesias sin ser iglesias; o, lo que
ahora se entiende como Iglesia ¡Eso fuera una gran cosa! Me explico: La iglesia
es una creación de nuestro Señor Jesucristo, no puede dejar de existir (Mt. 16:18), él la ama y la cuida a
través de su Espíritu Santo, de no ser así ya no existiera lo poco que queda de
ella. La cuestión es que, con el pasar del tiempo hemos hecho tantas cosas de
ella, es tanto el ornamento que hemos añadido al andamiaje espiritual, que la
tarea de intentar devolverla a su originalidad es abrumadora. Igualmente es
tanto de lo que ella ha sido despojada que resulta desconcertante solo pensar
en todo lo que hay readecuar en su estructura. Pero Si tomamos valor y nos
embarcamos en tal travesía irremediablemente va a surgir un evento
potencialmente tormentoso:
LA HIPERIDEALIZACION
El primer problema es la hiperidealización. Por este término
deseo significar una expectativa desbordada hasta la estratosfera. Los artistas
europeos, por ejemplo, hiperidealizaron
la figura fenotípica de Jesús, pintándolo con rasgos europeos, o visto de otro
modo, hiperexaltaron la suya propia.
El resultado de este enfoque cultural fue que los cuadros que pintaron (basados
fundamentalmente en la imaginación de los artistas) era la imagen de un Mesías
que se pareciera a los rasgos físicos de los europeos, frisado en escenas
propias de dicha cultura, exiliándolo de su contexto étnico original, y por
ello estas pinturas retratan a un Jesús estilizado, de tez blanca, pelo lacio y
en algunas imágenes hasta haciendo gestos algo afeminados.
Pero, una reconstrucción más realista
del Jesús histórico, debería mostrarlo
probablemente “más judío” o más oriental, con una tez más negroide, con una
nariz algo encorvada, y con unas greñas más propias de la aridez del terreno y
la inclemencia del clima soleado predominante en Palestina. Pero, aquella
imagen falsa del Jesús idealizado, es la que se ha apoderado de las mentes de
los creyentes hasta tal punto que muchos de los “sueños y revelaciones” que he
oído que algunos hermanos dicen haber tenido, describen a un Jesús con características
muy similares a las pintadas en los cuadros. Entonces es justo preguntarse, o las
visiones eran falsas, o tendremos que suponer que Jesús adapta su apariencia
como adapta su idioma cuando habla con alguna persona. Juzgue usted.
Pero esto no termina con Jesús. Igualmente
pasa con la idea que solemos tener sobre cómo debió ser la iglesia primitiva.
Nada más alejado de las iglesias que tenemos hoy día. En primer lugar, en el
presente no podemos aparentemente abstraer el término iglesia de la imagen del
edificio con la cruz o con alguna especie de altar. Pero en los primeros días
de la iglesia este término solo hacía referencia a la reunión de la asamblea, la comunidad de
creyentes, las personas, esto con fines religiosos. Donde estuviera reunida la
comunidad ahí estaba la iglesia (I Co.
14:23; 16:19; Col. 4:15). Así pues, las casas eran los lugares de reunión
más populares en principio. Con el pasar de los años, las acogedoras reuniones
hogareñas, impregnadas de aquel cálido ambiente
familiar y de camaradería y compañerismo vecinal se convirtieron en
grupos de apoyo y cantones de resistencia contra la intolerancia
fundamentalista judía y muy especialmente contra la persecución desatada por el
imperio romano.
En las casas no había más confort que
el que cada familia anfitriona pudiera proveer, y tomando en cuenta que en la
mayor parte de los casos las comunidades cristianas eran mayoritariamente
pobres (Rom. 15:26, Ga. 2:10), serían
muy pocas las casas con grandes comodidades. Igualmente no hallaríamos en
ninguna de estas reuniones un altar, probablemente ni siquiera un púlpito. El
único altar autorizado para los israelitas estuvo en el templo mientras estuvo
en pie (Dt. 12:5 y ss). El Nuevo
Testamento nunca da ordenanzas sobre incorporar un altar en la liturgia
cristiana, así que las reuniones cristianas eran más espontáneas y semejaban
más una asamblea o reunión familiar (Cf.
I Co. 14;1 y ss) que una elaborada actividad litúrgica estructurada
cronométricamente y en orden de A,B,C
¡“fue un gusto saludarles, y nos vemos el domingo próximo”!.
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