¡Ay! ESA IGLESIA QUE TODOS BUSCAMOS
Se imagina usted una congregación cristiana
donde cada persona pudiera adorar libre de los estereotipos que habitualmente
forman parte de nuestra devoción religiosa. Es decir, como todos sabemos en
algunas iglesias hay que saltar ¡y mucho!, en otras usted debe aplaudir,
arrodillarse, ponerse de pie infinidad de veces, llorar, reír, caerse al piso, a
veces rodar por el suelo, y hasta chillar. En otras congregaciones hay un ruido
y charla irreverentes, en algunas hay una mezcla de todo lo anterior; en otras
hay un silencio sepulcral; en muchas iglesias se habla más de dinero que de
Dios, en otras hay una actividad de cualquier tipo diariamente; y esta lista de
acciones y actividades baladíes podría seguir y seguir. Esta es, podría
decirse, la sección de actividades urticantes e “inocuas” propias de la iglesia
evangélica popular de nuestros días.
Muchos dicen que esta iglesia estilo Burguer King, con combos de papitas y
cajitas de juguetes, es un imán para gente falsamente arrepentida, —les doy la
razón—; Igualmente, esta iglesia estilo Fast Food y de alto contenido Soft se constituye en un arma letal en la retórica de los enemigos
gratuitos del evangelio, que consideran la religión, y en especial al
cristianismo, como la droga entontecedora de los pueblos, en parte, también me
veo forzado a darles la razón.
Pero, aunque les concedo algo de crédito
a esas virulentas críticas debido a que estamos llamados a dar buen testimonio
a los de afuera para mostrar así las virtudes de Cristo, no permito sin
embargo, que eso me quite el sueño porque el hombre no regenerado siempre
mantendrá una actitud hostil frente a Cristo y sus demandas. La palabra de Dios
dice que todos los no salvos son enemigos de Dios por naturaleza (Ef. 2:3; Ro. 5:10; Ro. 8:7), y, aunque a
mí, en lo particular, me encanta el estudio apologético, sé por experiencia,
que discutir con inconversos procurando hacerlos entrar en razón sobre las
bases que sustentan nuestra fe es una empresa prácticamente inútil, toda vez
que a menos que el Espíritu Santo no realizase la obra regeneradora en los
inconversos, estos, de ninguna manera vendrán a la fe (Cf. Jn. 6:44). En cambio, cuando son los mismos inconversos
quienes manifiestan un deseo honesto de informarse sobre nuestra fe, pasamos a arar
en un terreno muy distinto (I P. 3:15).
¿POR QUE NO DECIR SIMPLEMENTE: BLANCO O NEGRO?
Todo lo anterior, lo admito, es un
lastimero, incómodo, pero, necesario preámbulo. Ciertamente debería ser causa
de preocupación el solo hecho de que haya que hacer tantos rodeos y paréntesis
aclaratorios para, después de separarnos conceptual y gremialmente de aquellas
iglesias en donde la brújula dejó de señalar el norte, procurar entonces
introducir el camino de la verdadera fe. ¿No fuera más fácil, si simplemente
pudiéramos decirle a la gente a boca llena: todos esos de allá son falsos
creyentes, falsas iglesias y ministerios, y lo que les voy a exponer de ahora
en más, es la verdad? ¡Ciertamente fuera más fácil! Y en lo personal, lo admito
una vez más, le causaría gran satisfacción a mi viejo hombre, a mi vieja mentalidad.
Pero, ¿Quién puede hacer semejante
declaración sin al mismo tiempo pecar de pedante?, ¿Quién puede hacer un
deslinde, que Cristo, de plano, dijo que no debíamos hacer sin correr con
graves consecuencias? (Mt. 13:27-29).
¿Cómo meter a todos los creyentes que no nos siguen en un mismo saco, y
calificarlos de falsos, cuando algunos de nosotros, de hecho, estuvimos un
tiempo en iglesias en donde se hacían y hacíamos
cosas que ahora desautorizamos? ¿Es que acaso, si alguien en ese entonces
nos hubiera acusado de falsos creyentes lo hubiéramos aceptado? ¿O es que aun
ahora, si alguien nos preguntara si el tiempo que estuvimos en esas
congregaciones fuimos falsos creyentes, estaríamos dispuestos a admitir tal
aseveración? Yo no lo creo.
Por tanto, reconociendo la delicadeza
del tema, vamos a procurar que nuestro accionar y nuestro modo de pensar y de
actuar nos separe del resto, pero sin una retórica separatista o un discurso
que pueda ser interpretado como elitista o discriminatorio. No pocos han pecado
y pecan gravemente haciendo esto. Con todo, al final, infortunadamente, tendrá
que haber una separación pues si grandes segmentos de lo que todavía llamamos
iglesia continúan actuando como ahora lo hacen, no podremos seguir asociados a
ellos, pues terminaríamos envileciéndonos y confundiendo y entorpeciendo aun más
el camino de la salvación para los que, si acaso a tientas, andan en busca de
Dios (Hch. 17:27). Tarde o temprano
habrá algún tipo de escisión pues la Biblia proclama:
Pero
cuando esta separación se dé, será por las causas correctas. No será provocada
por el pecado del sectarismo, la altanería, las ínfulas de poder o la
intolerancia; sino que será el mismo efecto que ocurre cuando uno se convierte
a Cristo y de repente algunos amigos se alejan, usted no les pidió que se
fueran; pero ellos no hallando ya intereses comunes tomaron por si mismos la
decisión de apartarse ya sea consciente o inconsciente.