kELVIN EL SOÑADOR
By: Juan Alberto Galvá
Novela/ Guión
ninguna parte de esta obra puede ser usada sin permiso de su autor.
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LA REALIDAD ES UN SUEÑO QUE HACE A LOS SUEÑOS UNA
REALIDAD
Se levantó temprano en la mañana como de costumbre y
tomo su auto rumbo a la compañía. Para ser un hombre tan joven era claro que
Kelvin tenía lo que todo hombre solo podía soñar.
Al llegar a la compañía esperó hasta que el Vigilante
le abriera la puerta exterior del recinto y después de saludarlo parcamente se
quedó un rato dentro del vehiculo, como disfrutando el instante antes de
comenzar la faena.
Cogió la taza
de chocolate caliente que nunca dejaba y se dio un sorbo haciendo una muesca
graciosa mientras soportaba el ardor debido a lo caliente que estaba la bebida,
pero lo hacia gustosamente; aquellas sorbidas intermitentes eran para el como
un ritual catártico.
EL SUEÑO DENTRO DEL SUEÑO
Miró el reloj y viendo que aun faltaban algunos
minutos para que los empleados llegaran decidió encender la radio y se quedó abstraído de la realidad por un
leve momento escuchando un mensaje grabado el cual había recibido de mano de un
amigo el día anterior.
El mensaje giraba en torno a lo que el predicador
llamaba “Los Acontecimientos Finales”. Hablaba de la aparición del Anticristo y
de la dura persecución que tendrían que padecer los creyentes antes del segundo
retorno de Jesucristo.
Repentinamente, en un parpadeo se vio a si mismo en
una iglesia, varias bancas atrás, contemplando un pequeño puñado de feligreses
quienes aparentemente ahogados por la confusión se preguntaban las razones de
que a pesar de ser indubitable que Moisés Itzstar, la despiadada figura política que había
asumido el mandato mundial, tras la crisis surgida del vacío creado por el
derrumbe de los Estados Unidos como potencia dominante, personificaba al
Anticristo, Jesús no había arrebatado aun a la iglesia.
La expresión de su rostro cambiaba lentamente a medida
que veía las caras de los congregados, la angustia y la desesperación.
Entonces,
inesperadamente, un alarmante sonido que estremeció su breve estado de
transportación le trajo devuelta a su primer sueño. Se trataba del vigilante
quien le despertaba para que se diera cuenta de los demás empleados habían ya
llegado, así que, volviendo en si, se limpió la baba que le corría por
barbilla, y tragando en seco se dispuso a darse un segundo sorbo del chocolate
caliente, y mientras salía del automóvil y cerraba la puerta se tropezó
estragosa e irremediablemente con la perra realenga, la acompañante fiel del
vigilante, así que los empleados se le acercaron y trataron de reanimarlo ya
que aparentemente se había dado un golpe fatal.
El vigilante, al principio se mostró algo indiferente,
haciendo un muesca con la cara, pero después de un muy breve rato, apoyando la
escopeta en el suelo hizo al menos la mímica de que estaba interesado por la
situación, así que se unió al grupo de los que lo jamaqueaban para que
despertara.
DE VUELTA A LA REALIDAD IRREAL
Kelvin solamente sintió aquel incomodo cambio de
temperatura, ¡Coño! —dijo, me oriné. Con
los ojos vidriosos comenzó a divisar objetos y de repente enfocó el rostro de
su madre, quien le urgía para que se bañara y se preparara para ir al trabajo,
lo cual hizo lerdamente como le era propio. Después de bañarse y cambiarse, se
metió un pedazo de pan en la boca y se bebió un trago de chocolate y sin
escuchar la retahíla de cosas que le decía su madre le dio un beso en la frente
y se marchó.
LUCHANDO EN SU CARCEL
TEMPORAL
Ella lo miró con aquella expresión de pena mezclada
con optimismo, empezando a aceptar que su amado
Kelvin no era ya un niño sino un joven cuyo futuro empezaba a
preocuparle seriamente, así que no pudiendo detener el curso de los
acontecimientos volvió a sus tareas habituales.
Cuando Kelvin llegó al trabajo era ya tarde, y sabia
que lo tendrían en la mirilla pues llevaba tres días llegando fuera de la hora así
que aprovechando una discusión sobre unas mercancías no entregadas intento
escabullirse sin ser advertida su presencia, pero no fue posible pues Antonio,
su jefe, lo notó al vuelo.
—¡Kelvin! —le gritó Antonio enérgicamente. O sea que
ahora esto ha de ser todos los días…
Kelvin no le respondió pues sabía que era la mejor
táctica para evitar un largo sermón. Pero Antonio lo miró fijamente a los ojos y lo invitó a que lo
acompañara a su oficina. Kelvin supo entonces que las cosas no serían tan
simples como las veces anteriores.
—Kelvin, —lo abordó Antonio, tu comportamiento me hace
pensar que realmente no te interesa este trabajo.
—De ninguna manera señor Antonio, este trabajo es muy
importante para mí.
—Y si es tan importante ¿porqué estas llegando tarde
todos los días?
El muchacho no supo que decir, hizo algunas muescas
con el rostro y le sobrevino una repentina comezón craneal, que mas adelante
fue avanzando hasta llegar inclusive a su ingle. Antonio reaccionó algo molesto
ante su inesperada comezón y, no sin cierto enojo le conminó a dejar de
rascarse.
— ¿Podrías dejar de hacer eso? —le dijo resueltamente.
Kelvin asintió
con la cabeza pero sus manos parecían actuar independientes de él, pero
con cierto esfuerzo consiguió calmarse.
—Los otros muchachos del almacén también tienen quejas
de ti, dicen que te la pasas en el limbo
y que muchas tareas salen mal porque la mayor parte del tiempo estas en
Kelvinlandia.
Kelvin no hizo esfuerzos por negar lo que Antonio le
increpaba, él sabía que todo era cierto y que aunque trataba de controlar
aquello le era imposible. Sus sueños eran muy vividos y le impedían mantenerse
en la realidad, eran tan vividos y distrayentes que inclusive le estorbaban
para realizar su añorada meta de convertirse en escritor.
Fue entonces cuando Antonio decidió ponerle a Kelvin los
puntos sobre las íes.
— Mira hijo para no alargar inútilmente esta
conversación te lo voy a poner tan claro como sea posible, la próxima vez que
llegues tarde o te aleles y te quedes en la luna en el almacén, hasta ahí
llegas. Así que lo dejo en tus manos.
A Kelvin no le quedó otra sino aceptar todo lo que le
dijo el jefe, pidió permiso para retirarse de la oficina y cuando entro al
almacén los demás lo miraban de reojo, con cierta malicia. Mondragón, uno de
los hombres del almacén se le acercó para supuestamente solidarizarse con el
muchacho, pero Kelvin sabia que su intención no era buena, pues era el mismo
quien lo indisponía con el jefe. Corpulento como era, lo abrazo fuertemente
dejándolo casi sin aliento.
Kelvin sabía que sus días estaban contados en aquel
lugar. Pero lo que mas le preocupaba era el hecho de que si no lograba su
aspiración su tiempo estaba contado en cualquier lugar en que estuviera pues no
tenia control de sus desvaríos mentales.
EUSEBIO, EL AMIGO FIEL
Salió del
trabajo muy tarde ese día, y se marchó rumbo al lugar en donde con frecuencia
se reunía con un amigo de la infancia. Se trataba de Eusebio. Se sentaron en un
restaurante barato y compartieron rico majarete.
— ¿Escuchaste el cassette que te presté? —Dijo
Eusebio.
— Aha, lo escuché en mi vehiculo. —Le respondió
Kelvin.
— ¡Cómo, no me digas!, ¿desde cuando tienes vehiculo?
—Dijo Eusebio.
— Te gusta seguirme la corriente, —le dijo Kelvin.
Sabes bien que no tengo ni en qué caerme muerto. Cuanto más un vehiculo.
Eusebio solo atinó a sonreírse, ambos estaban muy mal
económicamente.
— Una pregunta, le dijo Kelvin a Eusebio
inesperadamente, mientras lo miraba de una forma muy inusual….
— No se supone —indagó Kevin, que tú deberías ser
pobre, los evangélicos andan diciendo por ahí, que un cristiano no puede ser
pobre, entonces….
— Esas son boberías sin ningún fundamento, le
respondió Eusebio, no te niego que las cosas no están muy bien conmigo, pero
nada tiene eso que ver con que ser creyente en Jesucristo implique tener
riqueza material.
— Ojala fuera cierto, —respondió Kelvin, si así fuera
creo que ya me hubiera decido.
Eusebio reintrodujo el tema del cassette aunque sin
mucha convicción, lo hizo de hecho solo para evitar que la conversación girara
entorno a su persona.
—No me terminaste de decir sobre el cassette, ¿Qué te
pareció el mensaje?
Kelvin se quedó pensativo un rato, hizo algunos
ademanes que no parecían tener fin, y al final miró o a Eusebio con cierto
misterio, fue entonces cuando, sin pausa le dijo palabra tras palabra: “creo
haber tenido una revelación”.
Esa frase pareció sacar a Eusebio de su letargo.
— ¡Cómo dices! ¿Una revelación? ¿Qué revelación?
Las preguntas de Eusebio llovían una tras la otra casi
sin dar tregua a Kelvin para que respondiera. Sin embargo, Kelvin hizo
consciente a su buen amigo de una realidad que debía tener presente.
—Recuérdate, que no es infrecuente en mí, salirme de
mi realidad, así a que nada de lo que te diga debes dar total crédito, pues se
puede tratar simplemente de otro desvarío de mi cabeza. De hecho, muchas veces
estoy tan embebido en mis sueños que no distingo si son sueños o realidad.
Ahora mismo estamos reunidos tú y yo, pero quizá algo me haga despertar y
descubra que todo esto ha sido un letargo o algo así.
Un breve silencio pareció ocupar el espacio entre
ambos amigos, de repente Kelvin sintió un fuerte dolor en su mano izquierda.
— ¡Hey! ¿Qué pasó porqué me pellizcas? —le
inquirió Kelvin a Eusebio.
— Para que te des cuenta que esto no es un
sueño, ahora vamos, cuéntame tu revelación.
Entonces Kelvin empezó a contar a su amigo su extraño
sueño. Al terminar de contar la historia Eusebio estaba sorprendido y con multitud
de palabras procuró hacer entender a Kelvin que de alguna manera Dios le estaba
mostrando cosas que muchos creyentes anhelarían haber visto.
Eran las 9 de la noche, llovía copiosamente, Kelvin
llegó a su casa ensopado y completamente cariacontecido, allí lo esperaban su
madre Perfecta y su hermana Tranquilina, que por compasión fue apodada Lina,
pero cuando había alguna disputa entre ambos no se salvaba, así que la hacía
sufrir llamándola por su oprobioso nombre.
Perfecta preparaba la cena, un chocolate de agua, pan
tostado y huevos revueltos. Tranquilina esperaba en la mesa limándose las uñas,
mientras Kelvin entraba sigilosamente
tratando de no llamar la atención.
Iba a mitad de camino, casi llegando al pasillo que conducía
a las escaleras que daban con las habitaciones cuando escuchó a su madre
propinarle una bofetada a Tranquilina. Aquella noche las cosas no irían bien,
habría una de tantas rabiacas provocadas por la frustración de la madre, quien
no se resignaba a la pérdida del esposo que se había ido a vivir lejos a
trabajar por el bien de la familia y del que hacía ya 5 años que no sabía nada.
— ¡Coño! ¡Porqué me das!
Estalló Tranquilina en cólera.
—Te haces, que no sabes, —le gritó la madre mientras
se disponía a sermonearla. Cuántas veces tengo que decirte que no te limes las
uñas en el comedor, porque es de mal gusto, sino no entiendes con palabras
luego tengo que usar lo único que parece funcionar contigo.
Entre tanto Kelvin seguía subiendo las escaleras
lentamente, pues no quería tener que involucrarse en aquel pleito.
—No soy un animal, no tienes que pegarme.
Perfecta se acercó a Tranquilina y cuadrándosele de
frente le dijo cadenciosamente: “Eres peor que un animal, a los animales los
golpeas y jamás repiten los mismos errores, pero a ti no hay forma de
corregirte porque siempre vuelves a lo mismo”.
Perfecta se dio entonces media vuelta e intentó
retomar el hilo de los deberes. Fue entonces cuando en un leve susurro
Tranquilina dijo: “amargada”.
Pero Tranquilina había olvidado para desgracia suya,
que su madre escuchabas más que un malogrado, así que ya no aguantando más
volteó airada y le dio otra bofetada a la joven mientras le gritaba histérica
“malagradecida”, “abusadora”.
La muchacha estaba petrificada y sus ojos ardían de
ira, mientras la madre en total desenfreno se desbordaba en improperios,
mientras se preparaba para dar su estocada final, la midió con ira sañosa, sus músculos
estaban preparados para la descarga, sus piernas firmemente plantadas para
lanzar el ataque, y de pronto el misil fue impactado antes que llegara a su
destino. Kelvin la tomó por el brazo sujetándola fuertemente, y le dijo en tono
enfático un sonoro: “!Basta!”
—Suéltame, le ordenó la madre airada. Pero el la
apretó mas fuerte, entonces en una movida inesperada, Perfecta abofeteó a
Kelvin con la otra mano y también abofeteó a Tranquilina con la otra.
Terminando ese feo capitulo con una frase lapidaria: “aquí
mando yo!”
Para entonces la lluvia había arreciado y tronaba
profusamente. Perfecta terminó de poner la mesa y los demás comensales se
dispusieron a cenar en medio de un silencio tan agudo que podía escucharse,
mientras
Juan Alberto Galvá
829-333-3981
albertogalvac@hotmail.com
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