viernes, 1 de junio de 2012

Medio Guión Para Una Película Cristiana



El Soñador
Por: Juan Alberto Galvá

La siguiente historia la estaremos "rodando" en los próximos días. Les invitamos pues a darle seguimiento a este filme, el cual estaremos publicando en Youtube.
A Predestination Film
EL SOÑADOR
LA REALIDAD ES UN SUEÑO QUE HACE A LOS SUEÑOS UNA REALIDAD

Se levantó temprano en la mañana como de costumbre y tomo su auto rumbo a la compañía. Para ser un hombre tan joven era claro que Kelvin tenía lo que todo hombre solo podía soñar.

Al llegar a la compañía esperó hasta que el Vigilante le abriera la puerta exterior del recinto y después de saludarlo parcamente se quedó un rato dentro del vehículo, como disfrutando el instante antes de comenzar la faena.

Cogió la taza de chocolate caliente que nunca dejaba y se dio un sorbo haciendo una muesca graciosa mientras soportaba el ardor debido a lo caliente que estaba la bebida, pero lo hacía gustosamente; aquellas sorbidas intermitentes eran para él como un ritual catártico.
EL SUEÑO DENTRO DEL SUEÑO

Miró el reloj y viendo que aun faltaban algunos minutos para que los empleados llegaran decidió encender la radio y se quedó abstraído de la realidad por un leve momento escuchando un mensaje grabado el cual había recibido de mano de un amigo el día anterior.

El mensaje giraba en torno a lo que el predicador llamaba “Los Acontecimientos Finales”. Hablaba de la aparición del Anticristo y de la dura persecución que tendrían que padecer los creyentes antes del segundo retorno de Jesucristo.

Repentinamente, en un parpadeo se vio a sí mismo en una iglesia, varias bancas atrás, contemplando un pequeño puñado de feligreses quienes aparentemente ahogados por la confusión se preguntaban las razones de que a pesar de ser indubitable que Moisés Itzstar, la despiadada figura política que había asumido el mandato mundial, tras la crisis surgida del vacío creado por el derrumbe de los Estados Unidos como potencia dominante, personificaba al Anticristo, Jesús no había arrebatado aun a la iglesia.

La expresión de su rostro cambiaba lentamente a medida que veía las caras de los congregados, la angustia y la desesperación.

Entonces, inesperadamente, un alarmante sonido que estremeció su breve estado de transportación le trajo de vuelta a su primer sueño. Se trataba del vigilante quien le despertaba para que se diera cuenta de los demás empleados habían ya llegado, así que, volviendo en sí, se limpió la baba que le corría por barbilla, y tragando en seco se dispuso a darse un segundo sorbo del chocolate caliente, y mientras salía del automóvil y cerraba la puerta se tropezó estragosa e irremediablemente con la perra realenga, la acompañante fiel del vigilante, así que los empleados se le acercaron y trataron de reanimarlo ya que aparentemente se había dado un golpe fatal.

El vigilante, al principio se mostró algo indiferente, haciendo un muesca con la cara, pero después de un muy breve rato, apoyando la escopeta en el suelo hizo al menos la mímica de que estaba interesado por la situación, así que se unió al grupo de los que lo hamaqueaban para que despertara.
DE VUELTA A LA REALIDAD IRREAL


Kelvin solamente sintió aquel incomodo cambio de temperatura, ¡Coño! —dijo, me oriné. Con los ojos vidriosos comenzó a divisar objetos y de repente enfocó el rostro de su madre, quien le urgía para que se bañara y se preparara para ir al trabajo, lo cual hizo lerdamente como le era propio. Después de bañarse y cambiarse, se metió un pedazo de pan en la boca y se bebió un trago de chocolate y sin escuchar la retahíla de cosas que le decía su madre le dio un beso en la frente y se marchó.
LUCHANDO EN SU CARCEL TEMPORAL

Ella lo miró con aquella expresión de pena mezclada con optimismo, empezando a aceptar que su amado Kelvin no era ya un niño sino un joven cuyo futuro empezaba a preocuparle seriamente, así que no pudiendo detener el curso de los acontecimientos volvió a sus tareas habituales.

Cuando Kelvin llegó al trabajo era ya tarde, y sabia que lo tendrían en la mirilla pues llevaba tres días llegando fuera de la hora así que aprovechando una discusión sobre unas mercancías no entregadas intento escabullirse sin ser advertida su presencia, pero no fue posible pues Antonio, su jefe, lo notó al vuelo.

—¡Kelvin! —le gritó Antonio enérgicamente. O sea que ahora esto ha de ser todos los días…
Kelvin no le respondió pues sabía que era la mejor táctica para evitar un largo sermón. Pero Antonio lo miró fijamente a los ojos y lo invitó a que lo acompañara a su oficina. Kelvin supo entonces que las cosas no serían tan simples como las veces anteriores.

—Kelvin, —lo abordó Antonio, tu comportamiento me hace pensar que realmente no te interesa este trabajo.
—De ninguna manera señor Antonio, este trabajo es muy importante para mí.
—Y si es tan importante ¿porqué estas llegando tarde todos los días?
El muchacho no supo que decir, hizo algunas muescas con el rostro y le sobrevino una repentina comezón craneal, que mas adelante fue avanzando hasta llegar inclusive a su ingle. Antonio reaccionó algo molesto ante su inesperada comezón y, no sin cierto enojo le conminó a dejar de rascarse.
— ¿Podrías dejar de hacer eso? —le dijo resueltamente.
Kelvin asintió con la cabeza pero sus manos parecían actuar independientes de él, pero con cierto esfuerzo consiguió calmarse.
—Los otros muchachos del almacén también tienen quejas de ti, dicen que te la pasas en el limbo y que muchas tareas salen mal porque la mayor parte del tiempo estas en Kelvinlandia.

Kelvin no hizo esfuerzos por negar lo que Antonio le increpaba, él sabía que todo era cierto y que aunque trataba de controlar aquello le era imposible. Sus sueños eran muy vividos y le impedían mantenerse en la realidad, eran tan vividos y distrayentes que inclusive le estorbaban para realizar su añorada meta de convertirse en escritor.

Fue entonces cuando Antonio decidió ponerle a Kelvin los puntos sobre las íes.
— Mira hijo para no alargar inútilmente esta conversación te lo voy a poner tan claro como sea posible, la próxima vez que llegues tarde o te aleles y te quedes en la luna en el almacén, hasta ahí llegas. Así que lo dejo en tus manos.

A Kelvin no le quedó otra sino aceptar todo lo que le dijo el jefe, pidió permiso para retirarse de la oficina y cuando entro al almacén los demás lo miraban de reojo, con cierta malicia. Mondragón, uno de los hombres del almacén se le acercó para supuestamente solidarizarse con el muchacho, pero Kelvin sabía que su intención no era buena, pues era el mismo quien lo indisponía con el jefe. Corpulento como era, lo abrazo fuertemente dejándolo casi sin aliento.

Kelvin sabía que sus días estaban contados en aquel lugar. Pero lo que más le preocupaba era el hecho de que si no lograba su aspiración su tiempo estaba contado en cualquier lugar en que estuviera pues no tenia control de sus desvaríos mentales.
EUSEBIO, EL AMIGO FIEL

Salió del trabajo muy tarde ese día, y se marchó rumbo al lugar en donde con frecuencia se reunía con un amigo de la infancia. Se trataba de Eusebio. Se sentaron en un restaurante barato y compartieron rico majarete.

— ¿Escuchaste el casete que te presté? —Dijo Eusebio.
— Aha, lo escuché en mi vehículo. —Le respondió Kelvin.
— ¡Cómo, no me digas!, ¿desde cuándo tienes vehículo? —Dijo Eusebio.
— Te gusta seguirme la corriente, —le dijo Kelvin. Sabes bien que no tengo ni en qué caerme muerto. Cuanto más un vehículo.
Eusebio solo atinó a sonreírse, ambos estaban muy mal económicamente.
— Una pregunta, le dijo Kelvin a Eusebio inesperadamente, mientras lo miraba de una forma muy inusual….
— No se supone —indagó Kevin, que tú deberías ser pobre, los evangélicos andan diciendo por ahí, que un cristiano no puede ser pobre, entonces….
— Esas son boberías sin ningún fundamento, le respondió Eusebio, no te niego que las cosas no están muy bien conmigo, pero nada tiene eso que ver con que ser creyente en Jesucristo implique tener riqueza material.
— Ojala fuera cierto, —respondió Kelvin, si así fuera creo que ya me hubiera decido.
Eusebio reintrodujo el tema del casete aunque sin mucha convicción, lo hizo de hecho solo para evitar que la conversación girara entorno a su persona.

—No me terminaste de decir sobre el casete, ¿Qué te pareció el mensaje?
Kelvin se quedó pensativo un rato, hizo algunos ademanes que no parecían tener fin, y al final miró o a Eusebio con cierto misterio, fue entonces cuando, sin pausa le dijo palabra tras palabra: “creo haber tenido una revelación”.

Esa frase pareció sacar a Eusebio de su letargo.
— ¡Cómo dices! ¿Una revelación? ¿Qué revelación?
Las preguntas de Eusebio llovían una tras la otra casi sin dar tregua a Kelvin para que respondiera. Sin embargo, Kelvin hizo consciente a su buen amigo de una realidad que debía tener presente.
—Recuérdate, que no es infrecuente en mí, salirme de mi realidad, así a que nada de lo que te diga debes dar total crédito, pues se puede tratar simplemente de otro desvarío de mi cabeza. De hecho, muchas veces estoy tan embebido en mis sueños que no distingo si son sueños o realidad. Ahora mismo estamos reunidos tú y yo, pero quizá algo me haga despertar y descubra que todo esto ha sido un letargo o algo así.
Un breve silencio pareció ocupar el espacio entre ambos amigos, de repente Kelvin sintió un fuerte dolor en su mano izquierda.

— ¡Hey! ¿Qué pasó por qué me pellizcas? —le inquirió Kelvin a Eusebio.
— Para que te des cuenta que esto no es un sueño, ahora vamos, cuéntame tu revelación.
Entonces Kelvin empezó a contar a su amigo su extraño sueño. Al terminar de contar la historia Eusebio estaba sorprendido y con multitud de palabras procuró hacer entender a Kelvin que de alguna manera Dios le estaba mostrando cosas que muchos creyentes anhelarían haber visto.


Eran las 9 de la noche, llovía copiosamente, Kelvin llegó a su casa ensopado y completamente cariacontecido, allí lo esperaban su madre Perfecta y su hermana Tranquilina, que por compasión fue apodada Lina, pero cuando había alguna disputa entre ambos no se salvaba, así que la hacía sufrir llamándola por su oprobioso nombre.
Perfecta preparaba la cena, un chocolate de agua, pan tostado y huevos revueltos. Tranquilina esperaba en la mesa limándose las uñas, mientras Kelvin entraba sigilosamente tratando de no llamar la atención.

Iba a mitad de camino, casi llegando al pasillo que conducía a las escaleras que daban con las habitaciones cuando escuchó a su madre propinarle una bofetada a Tranquilina. Aquella noche las cosas no irían bien, habría una de tantas rabiacas provocadas por la frustración de la madre, quien no se resignaba a la pérdida del esposo que se había ido a vivir lejos a trabajar por el bien de la familia y del que hacía ya 5 años que no sabía nada.
— ¡Coño! ¡Porqué me das!
Estalló Tranquilina en cólera.
—Te haces, que no sabes, —le gritó la madre mientras se disponía a sermonearla. Cuántas veces tengo que decirte que no te limes las uñas en el comedor, porque es de mal gusto, sino no entiendes con palabras luego tengo que usar lo único que parece funcionar contigo.
Entre tanto Kelvin seguía subiendo las escaleras lentamente, pues no quería tener que involucrarse en aquel pleito.
—No soy un animal, no tienes que pegarme.
Perfecta se acercó a Tranquilina y cuadrándosele de frente le dijo cadenciosamente: “Eres peor que un animal, a los animales los golpeas y jamás repiten los mismos errores, pero a ti no hay forma de corregirte porque siempre vuelves a lo mismo”.
Perfecta se dio entonces media vuelta e intentó retomar el hilo de los deberes. Fue entonces cuando en un leve susurro Tranquilina dijo: “amargada”.
Pero Tranquilina había olvidado para desgracia suya, que su madre escuchabas más que un malogrado, así que ya no aguantando más volteó airada y le dio otra bofetada a la joven mientras le gritaba histérica “malagradecida”, “abusadora”.
La muchacha estaba petrificada y sus ojos ardían de ira, mientras la madre en total desenfreno se desbordaba en improperios, mientras se preparaba para dar su estocada final, la midió con ira sañosa, sus músculos estaban preparados para la descarga, sus piernas firmemente plantadas para lanzar el ataque, y de pronto el misil fue impactado antes que llegara a su destino. Kelvin la tomó por el brazo sujetándola fuertemente, y le dijo en tono enfático un sonoro: “¡Basta!”
—Suéltame, le ordenó la madre airada. Pero el la apretó más fuerte, entonces en una movida inesperada, Perfecta abofeteó a Kelvin con la otra mano y también abofeteó a Tranquilina con la otra.
Terminando ese feo capitulo con una frase lapidaria: “¡aquí mando yo!”

Para entonces la lluvia había arreciado y tronaba profusamente. Perfecta terminó de poner la mesa

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