La IGLESIA
IGLESIA
Vs
LA
IGLESIA NO IGLESIA
Por. Prof. Juan Alberto Galvá
Director Académico del Instituto
Teológico De Santo Domingo (INTESAND)
PARAMETROS CLAROS
PARA DECIDIR BIBLICAMENTE
DÓNDE CONGREGARSE
Y DONDE NO CONGREGARSE
Para quienes asisten a una iglesia, pero
albergan serios cuestionamientos contra ella.
Este libro se escribió pensando en
ustedes.
Juan Alberto Galvá
Ministerio de Orientación
& Difusión Cristiana (O&DC)
(Iglesia Cristiana
Ejemplar (ICE))
En asociación con
Unidad de Recursos
Didácticos del (INVITI-INTESAND)
Santo Domingo Rep.
Dominicana.
Año 2014
Prof. Juan Alberto Galvá
Clasifíquese:
Eclesiología/Evangelismo Personal/Misiones.
Ninguna parte de esta
obra podrá ser reproducida para fines comerciales sin la debida autorización de
sus editores.
1-829-333-3981
albertogalvac@hotmail.com
Si usted desea una copia completa del
libro del cual fue desprendido este articulo hágalo escribiendo a una de las
direcciones de correo vertidas más arriba.
LA IGLESIA IGLESIA
¡Caramba!
Si las iglesias pudieran ser iglesias sin
ser iglesias; o, lo que ahora se entiende como Iglesia ¡Eso fuera una gran
cosa! Me explico: La iglesia es una creación de nuestro Señor Jesucristo, no
puede dejar de existir (Mt. 16:18),
él la ama y la cuida a través de su Espíritu Santo, de no ser así ya no
existiera lo poco que queda de ella. La cuestión es que, con el pasar del
tiempo hemos hecho tantas cosas de ella, es tanto el ornamento que hemos
añadido al andamiaje espiritual, que la tarea de intentar devolverla a su
originalidad es abrumadora. Igualmente es tanto de lo que ella ha sido
despojada que resulta desconcertante solo pensar en todo lo que hay readecuar
en su estructura. Pero Si tomamos valor y nos embarcamos en tal travesía
irremediablemente va a surgir un evento potencialmente tormentoso:
LA HIPERIDEALIZACION
El
primer problema es la hiperidealización.
Por este término deseo significar una expectativa desbordada hasta la
estratosfera. Los artistas europeos, por ejemplo, hiperidealizaron la figura fenotípica de Jesús, pintándolo con
rasgos europeos, o visto de otro modo, hiperexaltaron
la suya propia. El resultado de este enfoque cultural fue que los cuadros que
pintaron (basados fundamentalmente en la imaginación de los artistas) era la
imagen de un Mesías que se pareciera a los rasgos físicos de los europeos,
frisado en escenas propias de dicha cultura, exiliándolo de su contexto étnico
original, y por ello estas pinturas retratan a un Jesús estilizado, de tez
blanca, pelo lacio y en algunas imágenes hasta haciendo gestos algo afeminados.
Pero,
una reconstrucción más realista del Jesús histórico, debería mostrarlo
probablemente “más judío” o más oriental, con una tez más negroide, con una
nariz algo encorvada, y con unas greñas más propias de la aridez del terreno y
la inclemencia del clima soleado predominante en Palestina. Pero, aquella
imagen falsa del Jesús idealizado, es la que se ha apoderado de las mentes de
los creyentes hasta tal punto que muchos de los “sueños y revelaciones” que he
oído que algunos hermanos dicen haber tenido, describen a un Jesús con
características muy similares a las pintadas en los cuadros. Entonces es justo
preguntarse, o las visiones eran falsas, o tendremos que suponer que Jesús
adapta su apariencia como adapta su idioma cuando habla con alguna persona.
Juzgue usted.
Pero
esto no termina con Jesús. Igualmente pasa con la idea que solemos tener sobre
cómo debió ser la iglesia primitiva. Nada más alejado de las iglesias que
tenemos hoy día. En primer lugar, en el presente no podemos aparentemente
abstraer el término iglesia de la imagen del edificio con la cruz o con alguna
especie de altar. Pero en los primeros días de la iglesia este término solo
hacía referencia a la reunión de la
asamblea, la comunidad de creyentes, las personas, esto con fines religiosos.
Donde estuviera reunida la comunidad ahí estaba la iglesia (I Co. 14:23; 16:19; Col. 4:15). Así pues, las casas eran los
lugares de reunión más populares en principio. Con el pasar de los años, las
acogedoras reuniones hogareñas, impregnadas de aquel cálido ambiente familiar y de camaradería y compañerismo
vecinal se convirtieron en grupos de apoyo y cantones de resistencia contra la
intolerancia fundamentalista judía y muy especialmente contra la persecución
desatada por el imperio romano.
En
las casas no había más confort que el que cada familia anfitriona pudiera
proveer, y tomando en cuenta que en la mayor parte de los casos las comunidades
cristianas eran mayoritariamente pobres (Rom.
15:26, Ga. 2:10), serían muy pocas las casas con grandes comodidades.
Igualmente no hallaríamos en ninguna de estas reuniones un altar, probablemente
ni siquiera un púlpito. El único altar autorizado para los israelitas estuvo en
el templo mientras estuvo en pie (Dt.
12:5 y ss). El Nuevo Testamento nunca da ordenanzas sobre incorporar un
altar en la liturgia cristiana, así que las reuniones cristianas eran más
espontáneas y semejaban más una asamblea o reunión familiar (Cf. I Co. 14;1 y ss) que una elaborada
actividad litúrgica estructurada cronométricamente y en orden de A,B,C ¡“fue un gusto saludarles, y nos vemos el domingo
próximo”!.
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