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Prof. Juan Alberto Galva Fundador Instituto Teológico de Santo Domingo |
LA
PROFECIA DE LAS SETENTA SEMANAS
Babilonia había
conseguido desplazar a Egipto y a Asiria como potencias hegemónicas. El rey
Nabucodonosor II hijo de Nabopolasar, era llamado nada más y nada menos que
“rey de reyes” (Dn. 2:37) Dios había usado a Babilonia para castigar a
todos los pueblos de la región y ahora también lo había usado para arrasar su
pueblo Israel debido a las iniquidades del pueblo. Así, con este telón de
fondo, Dios toma la iniciativa para revelarse a este judío piadoso de la
diáspora y por así decirlo mostrarle el “Apocalipsis” del Antiguo Testamento.
Es sabido que Dios
dio varias revelaciones a Daniel, y que hay grandes similitudes entre todas
ellas, es más, todas las visiones que recibió están estrechamente relacionadas,
esto marca un paralelo interesante con lo que ocurre también en el Apocalipsis
de Juan. Lo que es claro es que Dios siempre toma la iniciativa en el acto de
revelarse. Pero en el caso de la
profecía de las setenta semanas Daniel ha solicitado la intervención divina
porque tiene problemas para interpretar lo que estaba viviendo su pueblo y lo
que Dios había prometido acerca de la duración del castigo y la restauración de
Jerusalén. Lacueva dice abiertamente que Daniel se equivocó1 en el cálculo, el
problema con esta declaración es que realmente el texto nunca hace tal
afirmación.
Sin embargo, la
profecía más señera y al mismo tiempo controversial de Daniel, la profecía de
las 70 semanas, la recibió buscando respuesta a la razón de la aparente
tardanza en el cumplimiento del retorno de los exilados, pues el profeta
Jeremías, años antes había anunciado que el destierro de Israel sería setenta
años. (Jer. 25:11). Todas las otras
profecías que Daniel recibió están escritas, al igual que el Apocalipsis, en
lenguaje simbólico, pero a diferencia de este, en Daniel todas sus profecías
tienen su interpretación, hay que admitir, que en ocasiones, aún recibiendo
asistencia en la interpretación Daniel dice que no entiende (12:4-9). La profecía de las setenta
semanas no escapa a este patrón, afortunadamente también viene con su
interpretación. Esta profecía tiene especial importancia para el pueblo de
Dios, en la mente de Daniel ese pueblo está circunscrito a Israel, por razones
obvias. Pero lo más importante para los intérpretes de todos los tiempos en
esta profecía, es que claramente establece una especie de “cronómetro” para el
fin de los tiempos, algo verdaderamente inusual en Dios. Pero la forma en cómo
se interpretase este cronometro es lo que diferencia el enfoque o la lupa a
través de la cual se ve esta profecía. Ahora veamos en detalle la profecía para
su posterior análisis.
LIBRO
DE DANIEL
ANALISIS DEL TEXTO DE MUESTRA I
Explicación
de la visión de Daniel 9.
(LA
EXEGESIS DEL ANGEL, EL DECRETO DE CIRO)
20 Aún estaba hablando y orando, y confesando mi pecado y el pecado
de mi pueblo Israel, y derramaba mi ruego delante de YHVH mi Dios por el monte
santo de mi Dios,
21 y mientras hablaba en oración,
aquel varón a quien había visto en la visión al principio, Gabriel, vino a mí
volando con presteza como a la hora del sacrificio de la tarde.
22 Y me hizo entender, y habló
conmigo, diciendo: Oh Daniel, ahora he salido para darte sabiduría y
entendimiento.
23 Al principio de tus ruegos fue
dada la orden, y yo he venido para enseñártela, porque tú eres varón muy amado.
Presta pues atención a la palabra y entiende la visión:
24 Setenta semanas están
determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la
transgresión y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la
justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los
santos.
25 Sabe, pues, y entiende, que desde
la salida de la orden para restaurar y reedificar a Jerusalem hasta el Mesías
Príncipe, habrá siete semanas y sesenta y dos semanas. Se volverá a edificar la
plaza y el muro en tiempos angustiosos.
26 Después de las sesenta y dos
semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí. Y el pueblo de un príncipe
que ha de venir destruirá la ciudad y el Santuario, pero su fin será como una
inundación, y hasta el fin de la guerra han sido decretados asolamientos.
27 Y por otra semana confirmará el
pacto con muchos. A la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la
ofrenda. Después, con la muchedumbre de las abominaciones, vendrá el desolador,
hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el
desolador.
Parece ser que el capítulo 9 de Daniel confronta
dificultades similares en cuanto a la interpretación como las que se hallan en
Apocalipsis capítulo 20 mantener en todo momento el concepto de la unidad de
las Escrituras y tener presente una visión de bosque será muy importante para
descubrir como las partes se integran con el todo. Examinemos la profecía en
detalle, el árbol, para luego ver en que rincón del bosque queda ubicado.
Elementos de la profecía:
Ì
Un tiempo
especifico para su cumplimiento: (Vr.
24).
(70 semanas o 490 años).
Ì
La profecía es para
Jerusalén y el pueblo santo: (Vr.24).
(Jerusalén, la santa ciudad).
Ì Hay asuntos específicos que
serán dejados resueltos: (Vr.24)
(Transgresión, pecado,
iniquidad, justicia perdurable, sellar la visión y la
profecía, y ungir al Santísimo).
Ì
El inicio del
“cronómetro” o “la cronografía2” es:
(Vr. 25) la salida de la orden para (Restaurar y
reedificar a Jerusalén).
Como ya hemos señalado antes, las dos cuestiones más
importantes en el esquema escatológico revelado a Daniel, son la solución
definitiva del problema del pecado y el establecimiento del reino. Estas dos
cuestiones debían entonces quedar resueltas en el periodo de tiempo que a
Daniel le fue revelado. Esto es así porque de hecho, el origen del ruego de
Daniel es hallar respuesta de parte de Dios para una profecía que llegaba a su
cumplimiento y que de hecho se cumplió como fue proclamada (Jer. 25:11), (Dn. 9:1 y ss)3. Ahora bien, a Daniel se le
revela la parte crucial del problema de fondo que debía dar al traste con los
obstáculos que tenían el mayor anhelo del pueblo santo, esto es, el pecado.
Jerusalén fue destruida en 587
a.C. por Nabucodonosor II, y el tiempo que relata Daniel
referente al rey Darío es aproximadamente el año 500 a.C. lo que indicaría que el plazo de la profecía se había cumplido o
estaba a punto de cumplirse, de modo que Daniel busca respuesta en Dios y conociendo
el contexto del estado de su pueblo inicia su ruego con una larga oración
penitencial buscando el favor de su Dios. En respuesta al clamor de Daniel,
Dios responde lo que estaba solicitado e inclusive le revela más allá. Porque
es claro que la oración de Daniel, no buscaba más allá que no fuera, al menos
concederle a Israel volver a gozar de su soberanía y que los expatriados
pudieran volver a su tierra y restaurar su nación y su amado templo.
Por tanto, los setenta años eran solo la primera
etapa del proceso de profilaxis para erradicar el pecado y fijar claramente la
enseñanza de la trascendencia del problema del pecado. Después de esos setenta
años al menos la idolatría jamás sería un problema para Israel
LA EXEGESIS DEL ANGEL
Uno supondría que algo que es de hecho una
explicación, una interpretación o una aclaración no necesitaría más
explicaciones, pero, contra toda lógica, la exégesis que Gabriel hizo a Daniel
no ha resultado suficiente para nosotros hoy. Cuando Daniel no entendía algo,
lo manifestaba, fue sin embargo, evidente que en este caso él comprendió bien
todo el mensaje, y además dicho mensaje resultó satisfactorio a los oídos del
profeta. A veces Dios daba visiones a los profetas y estos mostraban su
inconformidad con lo que veían:
“El Señor omnipotente me mostró esta visión:
empezaba a crecer la hierba después de la
siega que corresponde al rey,
y vi al
Señor preparando enjambres de langostas.
Cuando las langostas acababan con la hierba
de la tierra, exclamé:
-¡Señor mi Dios, te ruego que perdones a
Jacob!
¿Cómo va a sobrevivir si es tan pequeño?
[…] (Am. 7:1-2ª). NVI.
Pero eso no es lo que ocurre aquí.
Sabe,
pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y reedificar a
Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas y sesenta y dos
semanas. Se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos.
EL DECRETO BIBLICO
Jerusalén había quedado devastada por el paso del
huracán Nabucodonosor. Asociado al evento de la devastación de Jerusalén estaba
la cautividad del pueblo de Dios. Muchos años antes, Dios había advertido y
sentenciado tanto el castigo y la destrucción de Jerusalén así como su
restauración. Solo hay dos profecías en la Biblia en la que Dios llama a alguien
por nombre antes que nazca, uno es el caso de Josías 640-609 a.C. (I R.
13:1-2) y la profecía sobre Ciro 538 a.C. (Is
44:21-28. 45:1-7). Este evento particular pone de manifiesto la
presciencia, la soberanía y el preciso control que el Señor tiene sobre la
historia de la humanidad.
Sabemos que para la restauración de la ciudad de
Jerusalén hubo más de un decreto debido a que los enemigos del pueblo de Dios
opusieron resistencia para que, ni el templo, ni la ciudad pudieran ser
reedificados y en efecto lograron detener la obra una cantidad considerable de
tiempo. (Esd. 4:1-24), (Neh. 4:11) De hecho, Esdras, al
relatar la forma en como Dios había
guiado todo el proceso de restauración enumera los decretos que la hicieron
posible, y cuidadosamente los coloca en el orden de los acontecimientos:
“Los ancianos
judíos construyeron y prosperaron, conforme a la profecía del profeta Hageo y
de Zacarías bar Iddo, y terminaron la edificación…BTX.
§
Conforme al mandato del Dios de Israel (Jer.
29:10)
§
y el edicto de Ciro,
§
al de Darío,
§
y al de Artajerjes rey de Persia”
(Esd. 6:14).
Así que Esdras coloca claramente el decreto, la
“palabra” de Jehová a Jeremías como la palabra de poder, el disparador de la
profecía; el de Ciro como la orden legal inicial del proceso, su
materialización en tiempo y espacio; y luego menciona los otros que fueron
necesarios como un testimonial del continuado cuidado de Dios a favor de su
pueblo. Por tanto, al margen de los decretos complementarios si hemos de buscar
el decreto que coincida con la profecía, ninguno sería más correcto que el de
Ciro. En primer lugar porque fue preanunciado doscientos años aproximadamente
incluso antes del nacimiento de su protagonista, lo que indica que tenía una
importancia de primer orden para Dios; además es el más abarcador de los tres
pues incluye:
ü
El retorno de los
cautivos (Is. 44:26a)
ü
La reconstrucción
de las ciudades periféricas a Jerusalén (Is.
44:26b)
ü
La reconstrucción
de Jerusalén (Is. 44:28b)
ü
Y la reconstrucción
del templo (Is. 44:28c)
II Cr. 36:22 leemos:
“Esto es lo que
ordena Ciro, rey de Persia “EL SEÑOR, Dios del cielo, que me ha dado todos los
reinos de la tierra, me ha encargado que le construya un templo en la ciudad de
Jerusalén, que está en Judá. Por tanto, cualquiera que pertenezca a Judá, que
se vaya, y que el SEÑOR su Dios lo acompañe”. NVI.
J. D. Wilson, señala que el único decreto que manda
expresamente la reconstrucción de Jerusalén es el decreto de Artajerjes,
ocurrido en el año 20 de su reinado. Ciertamente la referencia más arriba
citada da la impresión de que ese es el caso, lo que no toma en cuenta esta
postura es el hecho de que como ya hemos establecido antes, la palabra de Dios
es y debe ser preeminente, e Isaías 44:28 da ese encargo a Ciro y a nadie más.
No obstante, si bien es cierto que varias citas en Esdras y esta cita de
Crónicas no hacen referencia a Jerusalén, es porque todas las cosas en la vida
tienen que seguir un orden lógico:
Ì ¿Es concebible pensar que los
judíos irían a Jerusalén y sin tener donde vivir iniciarían sola y únicamente
la reconstrucción del templo por devotos que fueran?
Ì ¿Acaso vivirían en carpas y
tiendas hasta que el templo fuera terminado?
Ì ¿Mientras tanto no sembrarían
la tierra, no comerían ni harían ningún tipo de actividad social?
Creo que algunas fallas interpretativas tienen mucho
que ver con una mente con poca imaginación, si bien construir castillos interpretativos a partir
de fantasías atribuidas al texto bíblico no es aconsejable ni saludable, no es
menos cierto que tampoco es sabio asumir que los actores de las narraciones
bíblicas no eran personas normales de carne y hueso y con un poco de sentido
común; ¿O también tendremos que asumir que Ciro4, al dar la orden de construcción del templo
violaría el mandato soberano de Dios restringiendo la tarea únicamente a la
construcción del templo? ¿No será que en esta expresión Ciro simplemente toma
la parte por el todo y al hablar del templo, el edificio más preciado y
emblemático de los judíos, igualmente está hablando de toda la ciudad? Es un
hecho histórico que la política de dominación persa consistía en deshacer la
política de dominación de los babilonios y los asirios. Estos pueblos arrasaban
las tierras y deportaban a sus habitantes para desmembrar el núcleo de sus
costumbres, transculturizarlos y
tenerlos así postrados. Los persas en cambio, entendían que era más conveniente
mostrarse benévolos con los dominados, permitirles regresar a sus tierras (en
otras palabras, los únicos que regresaron a sus tierras y a sus dioses) no fueron los judíos, se
trataba de un edicto general; esta es la
razón por la cual Isaías afirma:
“Por causa de Jacob
mi siervo, de Israel mi escogido, te llamo por tu nombre, y te confiero un
título de honor, aunque tú no me conoces” (Is. 45:4).
En otras palabras, el Dios de la historia estaba
disponiendo de Ciro para ejecutar sus planes y Ciro no era consciente de ello,
para él, era simplemente una medida política conveniente para su imperio, pero
a través de su diario accionar Dios estaba tras bambalinas moviendo los hilos
de la historia a favor de su pueblo.
Aunque no pocos sostienen la idea de Wilson, vale
decir que, en los hechos, el accionar
del pueblo que regresó, al parecer pone en tela de juicio el postulado de
Wilson pues ellos hicieron ambas cosas;
iniciaron la obra de reconstrucción, pero igualmente comenzaron a edificar sus
casas (Hag. 1:4). Ciertamente la tarea principal debía ser dar la prioridad
a la casa de Dios como primicia, el pueblo, de hecho, llegó con Esdras con gran
entusiasmo a fin de iniciar la tarea, pero al poco tiempo de iniciar la reconstrucción
del templo los enemigos y las adversidades pasaron factura y el pueblo se
desanimó y cesó la obra. Lo que sin embargo no cesó fue la vida cotidiana de
los nuevos colonos, por esa causa el
Señor les reprocha el no estar dando prioridad a su casa y les conmina a
reiniciar la obra con la promesa de que serán ampliamente bendecidos. (Hag. 1:1 y ss).
Pero apelando a la presciencia de Dios debemos saber
que este retraso estaba contemplado por el Señor cuando señala que el muro y la
ciudad serían reconstruidos en tiempos angustiosos (Dn. 9:25) y esto es justamente lo que ocurrió, Dios decreta la
palabra y Ciro a su vez materializa esa palabra, Ciro es la “chispa del
encendido” por así decirlo. Una vez más recuérdese que Dios, diferente de
nosotros, no tiene prisa; esto tampoco ha de interpretarse como indiferencia,
uno esperaría, al leer la profecía que todos estos acontecimientos se
realizarían en cadena, pero, en profecía las cosas no suelen suceder así. La
orden se dio para que fluya concomitantemente con los avatares de la vida, los
cuales incluyen nuestras humanas fluctuaciones y los eventos “fortuitos” que
sin embargo están bajo el pleno control de Dios. Todos los decretos que fueron
después del de Ciro, como bien señala Esdras, no eran más que confirmaciones
necesarias para llevar a termino la palabra de Dios decretada a través de Ciro,
es pues tan evidente que el derecho de construcción del templo y por
implicación, la ciudad, solo puede provenir de Ciro que se recurre a este
decreto una y otra vez para dar peso a la demanda de que se cumpla la orden de
reconstrucción. Como ya he propuesto, en la profecía hay que deslindar el rio
que lleva su impetuoso cauce, y el sedimento que va depositando a su paso. El
río es lo principal, es en definitiva lo que el autor desea que retengamos, los
demás detalles no deben sacarnos de foco.
Los decretos de Artajerjes 458 a.C. dando facilidades a
Esdras para el inicio de su misión, y el tercer decreto también de Artajerjes
en el 445 a.C. solo fueron decretos
necesarios para consolidar algo que ya había sido iniciado, pero que no
ocurriría sin dificultades, tal como lo anunciaba la profecía:
Se volverá a edificar la plaza y el muro en
tiempos angustiosos. (Dn. 9:25).